La Primera Lección
Francisco A. Baldarena
cuento
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Publicado el 28 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 28 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
“Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida.”
Anatole France
Por fin, Sergio Agostini emprendía las tan postergadas vacaciones.
Hacía tres años que no sabía lo que era un descanso; entre la gerencia de la empresa y la ONG protectora de animales, de la cual era miembro activo, su vida era poco menos que vertiginosa. Pero desde un mes antes, había comenzado a sentir pequeñas punzadas en el pecho y a cansarse al menor esfuerzo. Por cuenta de eso fue a hacerse ver con un cardiólogo.
En la última consulta, el doctor le había dicho: “¡Pare con todo ya, o se muere!” Y eso significaba una sola cosa: olvidarse de la empresa y la ONG, por lo menos durante dos semanas, y pensar en su corazón. Después, bueno, delegar obligaciones y no tomarse tan a serio las acciones de la ONG. “Y nada de salvar pingüinos embadurnados de petróleo ni ballenas encalladas”, también eso le había advertido el doctor, antes de abandonar el consultorio.
El destino, elegido por Sergio, para el descanso fue Pinamar; lugar apacible en ese fin de temporada, y de acuerdo a lo que necesitaba.
Llegó temprano al hotel, antes de las seis de la mañana, y alrededor de las ocho ya estaba a camino de la playa, distante dos cuadras, cargado como un ekeko boliviano: silla plegable, sombrilla, botella de agua, libro, protector solar, toallón, hielera de telgopor, frutas, un yogurt light y los prismáticos.
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Publicado el 21 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 29 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 4 de noviembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Yo he encontrado a los lagarteros, esto es, a los cazadores de lagartos, en los sitios más diversos e inesperados, a extremo de resultar extraordinarios, de no considerarse la condición trashumante de esos hombres y sus hábitos andariegos, que los llevan a vagar muy lejos de los ríos y de las ciénagas propicios, quizá movidos por un inconsciente anhelo de olvidar los peligros tremendos aparejados a su oficio.
Me topé con ellos cierta vez, cuando hacía a caballo el crucero de Garaycoa o Yaguachi.
Estaban dos entonces.
El uno, machucho ya, de cuerpo delgado, era cojo; alguna ocasión, entre las fauces de los saurios, en quién sabe qué poza distante, se le quedaría perdida para siempre, la pierna derecha, seccionada sobre la articulación de la rodilla.
Cojeaba el infeliz de un modo lamentable, apoyándose en una muleta de palo—amarillo, burda y desproporcionada, que le alzaba el hombro y le obligaba a torcer el tronco hacia la izquierda.
Formaba, por ello, una figura curiosa, mantenida en oblicua aguda sobre el suelo, y que, contra todo sentimiento de humanidad, incitaba un poco a la sonrisa.
No crucé más palabras con él que las rigurosas del saludo; pero, por mi peón, que lo conocía, supe que, a pesar de sus años cansados, se dedicaba aún a su faena de alto riesgo y que gozaba reputación de arponeador habilísimo.
El otro cazador, mucho más joven que el primero, parecía su hijo o su sobrino.
Tenía con el baldado ese inconfundible aire de familia.
Era mozo fuerte, de tórax ancho y recia complexión.
No obstante, bajo su piel cobriza se delataba el palor de la malaria o de la anquiíostomiasis.
Pero, no mostraba huella visible de su trato con la fiera verde.
Su cuerpo se conservaba intacto.
Hasta entonces, por lo menos, los saurios lo habían respetado.
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Publicado el 29 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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Publicado el 5 de junio de 2022 por Francisco A. Baldarena .
Al examinar las facultades é inclinaciones, — móviles primordiades del alma humana, — los frenólogos han dejado de enumerar una tendencia que, aunque visiblemente existe como sentimiento primitivo, radical é indestructible, no ha sido tampoco enumerada por ninguno de los moralistas que han precedido á aquellos. Todos, en la infatuacion completa de la razon, nos hemos olvidado de ella. Hemos consentido que su existencia se ocultase á nuestros ojos solo por falta de creencia, — de fé, — otra fuese la fé fundada en la revelacion ó ya en la cábala. Su idea no nos ha ocurrido jamás por efecto simplemente de su carácter especial.
Dominio público
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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.