El Afrancesado
Pedro Antonio de Alarcón
Cuento
I
En la pequeña villa del Padrón, sita en territorio gallego, y allá por el año a fuer de legítimo boticario, un tal GARCÍA DE PAREDES, misántropo solterón, descendiente acaso, y sin acaso, de aquel varón ilustre que mataba un toro de una puñada.
Era una fría y triste noche de otoño. El cielo estaba encapotado por densas nubes, y la total carencia de alumbrado terrestre dejaba a las tinieblas campar por su respeto en todas las calles y plazas de la población.
A eso de las diez de aquella pavorosa noche, que las lúgubres circunstancias de la patria hacían mucho más siniestra, desembocó en la plaza que hoy se llamará de la Constitución un silencioso grupo de sombras, aun más negras que la obscuridad de cielo y tierra, las cuales avanzaron hacia la botica de García de Paredes, cerrada completamente desde las Ánimas, o sea desde las ocho y media en punto.
—¿Qué hacemos?—dijo una de las sombras en correctísimo gallego.
—Nadie nos ha visto....—observó otra.
—¡Derribar la puerta!—propuso una mujer.
—¡Y matarlos!—murmuraron hasta quince voces.
—¡Yo me encargo del boticario!—exclamó un chico.
—¡De ése nos encargamos todos!
—¡Por judío!
—¡Por afrancesado!
—Dicen que hoy cenan con él más de veinte franceses....
—¡Ya lo creo! ¡Como saben que ahí están seguros, han acudido en montón! —¡ Ah! Si fuera en mi casa! ¡Tres alojados llevo echados al pozo!
—¡Mi mujer degolló ayer a uno!...
—¡Y yo ... (dijo un fraile con voz de figle) he asfixiado a dos capitanes, dejando carbón encendido en su celda, que antes era mía!
—¡Y ese infame boticario los protege!
Dominio público
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Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.