El Consejo del Tío
Javier de Viana
Cuento
Aún no había aclarado del todo, cuando Albino estaba en la enramada ensillando con sus pilchas miserables, su mancarrón tubiano, flaco, abatido, tan miserable y ruinoso como el apero.
Don Tiburcio, el capataz, extrañado de aquel insólito madrugón de Albino, le preguntó:
—¿P‘ande estás de viaje?
—Pa los Campos del Diablo—respondió el mozo con voz compungida.
—¿Y por qué te vas, muchacho?...
—¡Yo no me voy, m'echan!...
—¿Quién te echa?
—Mi tío Pancho... Anoche me dijo: «Mañana mesmo me ensillás tu sotreta y te mandás mudar. Si cuando yo me levante t'encuentro tuavía aquí, te vi a untar los costillares con ungüento e tala».
—¡Y el patrón es muy capaz de hacerlo!—asintió riendo el viejo.
—¡Ya lo creo qu'es capaz!... Es un bruto, mi tío Pancho!...—respondió Albino, al mismo tiempo de apretarle tan rudamente la cincha al tubiano escuálido, que este encorvó el cuello y le tiró un tarascón, como diciéndole: «¡No seas bruto, vos también!».
—Y a todo eso—gimió el muchacho—porque tengo una enfermedad, la e ser un poco chupista.
—Y bastante haragán; son dos enfermedades.
—No, es una mesma. Cuando me chupo un poco no tengo juerza pa trabajar, y entonces me da rabia y chupo más... ¡y claro! tengo menos juerza...
—Y más ganas de chupar.
—Dejuro. Adiós don Tiburcio.
Y se marchó, rumbo a los «Campos del Diablo», vale decir a lo ignoto, al azar de la existencia bagabunda.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.