o sea
La historia de los hambrientos desalmados
(Cuento chino)
Caminando, pausadamente, por la avenida de los melocotoneros y
ciruelos que va desde la Gran Portada hasta el sagrado rincón donde se
venera, bajo los floridos ramajes, la Grande, Divina y Noble figura de
Buda, a la hora del Crepúsculo, encontramos a nuestro paso, mi anciano
tío y yo, a muchos transeúntes. Pasaban viejos de enorme abdomen,
cansados bajo el peso de sus múltiples ropajes; jóvenes que canturreaban
canciones rituales; mujeres que con la mirada baja acusaban su estado
matrimonial, y ciertos individuos, que caminaban con la cabeza
levantada, insolentes, ostentando ricos vestidos, con la demacrada
palidez que produce el uso del a-pi-hin, o sea el opio de la primera
cosecha de amapolas, y por lo cual el más caro; y hube de interrogar a
mi bueno y anciano tío sobre tales gentes, que parecían ser muy
reverenciadas:
–Mi tío y gran señor, podrás decirme ¿quién es este señor que te saluda?
–Es un chin-fú-tón. Habrás observado que no le he contestado.
A poco pasó otro y dijo a mi tío:
–Buda te proteja, Gran Señor y conserve el largo de tus uñas curvas y
transparentes, el color de tus mejillas que parecen a la flor del
cáñamo que se copia en la tranquila corriente del lago azul...
–Y a ti el demonio te lleve a Chin Gau, se apodere de tu alma y seas
vendedor de cuyes en los siete cielos, y te escupa un leproso, y te pida
limosna tu mujer, asquerosa culebra, le respondió mi tío iracundo.
Yo me atreví a volver a interrogarle:
–Quién es este hombre, Gran Señor y Tío que así te saluda?...
–Es otro chin-fú-ton.
–Y quiénes son estos chin-fú-tón, Gran Señor? Son una secta? Una
casta social? Un grupo político? Acaso profesores de la Academia?...
Mi tío respondió:
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