Crímenes Gauchos
Javier de Viana
Cuento
Agotábase el día, lentamente, como en un bostezo de fastidio; de fastidio y de rabia por la rigurosa inclemencia del sol.
Huyendo del galpón, —que con sus muros de piedra y su techo de cinc ofrecía la temperatura de un horno caldeado al rojo blanco,— los peones preparaban el asado bajo la enramada, tomando, entretanto, el cimarrón con agua tibia.
Todos estaban fatigados con la ruda labor del día, idéntica repetición de la que venían ejecutando desde una quincena atrás. Desde el alba hasta el crepúsculo, pasábanlo en el campo, sin comer, sin matear, cuereando las docenas de vacunos y los centenares de lanares que el carbunclo y el saguaipé, en infame consorcio, abatían diariamente.
Ninguno protestó, sin embargo, ni a ninguno se le ocurrió exigir aumento de salario. Es verdad que al frente de ellos, estaban el patrón, el septuagenario don Amadeo, y sus cinco hijos varones, estimulándolos con el ejemplo y obligándolos a la abnegación y al sacrificio. Y es verdad también que don Amadeo era el padre y el amigo de todos ellos. Con ese elocuente grafismo de la parla gaucha, alguien lo definió diciendo:
—Pal patrón, un tajito en cualquier parte del cuerpo le resultaría una puñalada mortal, porque el corazón le enllena tuito el cuerpo.
Mientras los peones descansaban, esperando ansiosos que estuviese a punto el asado, don Amadeo inspeccionaba los cueros vacunos estaqueados en el patio y los lanares colgados del cerco de alambre. De pronto se irguió para mirar a! campo.
—Ahí viene llegando un forastero, —dijo;— y pu’el caballo tordillo de sobrepaso, se me hace qu'es mi compadre Aranga.
—Y es él, mesmo... ¿Qué diablos lo trairán a mi compadre Uranga a estas horas?...
Dominio público
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Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.