Textos más vistos etiquetados como Cuento publicados el 14 de septiembre de 2016 | pág. 3

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etiqueta: Cuento fecha: 14-09-2016


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El Espejo

Alphonse Daudet


Cuento


Al Norte, a orillas del Nieman, ha llegado una pequeña criolla de quince años, blanca y rosa como una flor de almendro. Viene del país de los colibríes, la trae el viento del amor…

Los de su isla le decían:

—No vayas, en el continente hace frío… El invierno te matará.

Pero la pequeña criolla no creía en el invierno y sólo conocía el frío por haber tomado sorbetes; además estaba enamorada, no tenía miedo a morir… Y ahí estaba, desembarcada en las brumas del Nieman con sus abanicos, su hamaca, sus mosquiteros y una jaula de enrejado dorado llena de pájaros de su país.

Cuando el anciano padre del Norte vio llegar a aquella flor de las islas que el Sur le enviaba en un rayo de sol, su corazón se apiadó; y como pensaba que el frío pronto devoraría a la chiquilla y a sus colibríes, encendió rápidamente un hermoso sol amarillo y se vistió de verano para recibirlos…

La criolla se confundió; tomó aquel calor del Norte, brutal y pesado, por un calor que duraría; aquella eterna y oscura vegetación por el verdor de la primavera y, colgando su hamaca al fondo del parque entre dos abetos, pasaba el día abanicándose, meciéndose.

—En el Norte hace mucho calor —dice riendo.

Sin embargo hay cosas que la inquietan. ¿Por qué, en este extraño país, las casas no tienen miradores acristalados? ¿Por qué esos muros gruesos, esas alfombras, esas pesadas cortinas? Esas gruesas estufas de mayólica, esos grandes montones de leña apilados en los patios, y esas pieles de zorro azul, esos abrigos forrados, esas pieles que duermen al fondo de los armarios ¿para qué pueden servir?

Pobre pequeña, muy pronto va a saberlo.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma Provechoso

Daniel Defoe


Cuento


Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque pensaba que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por todos. Con ese objeto se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo en el momento en que hubiera citado a otras personas, para que estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de que en la casa había un fantasma. Con este propósito, el amo y la esposa y toda la familia fueron llamados a la ventana donde, aunque estaba tan oscuro que no podía decirse con certeza qué era, sin embargo se podía distinguir claramente la blanca vestidura que cruzaba el patio y entraba por una puerta del viejo edificio. Tan pronto como estuvieron adentro, percibieron en la casa una llamarada que el caballero había planeado hacer con azufre y otros materiales, con el propósito de que dejara un tufo de sulfuro y no sólo el olor de la pólvora.

Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa, teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba. Sus frecuentes caminatas se hicieron cosa corriente en una parte de la morada donde el espíritu tenía oportunidad de deslizarse por la puerta hacia otro patio y después hacia la parte habitada.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de la Sesera de Oro

Alphonse Daudet


Cuento


A la dama que me pide cuentos alegres


Al leer su carta, señora, me ha asaltado algo así como un remordimiento. Me he recriminado el color pesimista de mis cuentos y me he comprometido a enviarle algo alegre, profundamente alegre.

¿Por qué habría de estar triste, después de todo? Vivo a mil leguas de las nieblas parisinas, sobre una colina luminosa, en la región de los tamboriles y del vino moscatel. A mi alrededor todo es sol y música; tengo orquestas de aguzanieves, orfeones de abejarucos, por la mañana los chorlitos que hacen ¡chorolí, chorolí!; a mediodía las chicharras, luego los zagales tocando la zampoña y las guapas mozas morenas a las que se les oye reír en los viñedos… En verdad, el lugar está mal elegido para tejer fantasías tenebrosas; yo debería, más bien, enviar a las damas poemas color de rosa y cestas llenas de cuentos galantes…

¡Pues bien, no! Todavía estoy demasiado cerca de París. A diario llegan hasta mis pinos las salpicaduras de sus tristezas… En este momento en el que escribo, acabo de saber que el pobre Charles Barbara ha muerto en la miseria; por lo cual mi molino se ha vuelto de luto riguroso. ¡Adiós a los chorlitos y a las chicharras! Ya no tengo ánimos para contar cosas alegres. Por esa causa, señora, en lugar del lindo cuento festivo que había decidido escribir para usted, no leerá hoy sino una leyenda melancólica.

* * *


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Huevo Rojo

Anatole France


Cuento


El doctor N. depositó su taza de café sobre la chimenea, arrojó su cigarro al fuego y me dijo:

—Querido amigo, hace tiempo contó usted el extraño suicidio de una mujer atormentada por el terror y los remordimientos. Su naturaleza era fina y su cultura exquisita. Sospechosa de complicidad en un crimen del que había sido testigo mudo, desesperada por su irreparable cobardía, agitada por continuas pesadillas en las que veía a su marido muerto y descompuesto señalándola con el dedo a los curiosos magistrados, era la víctima inerte de su exacerbada sensibilidad. En este estado, una circunstancia insignificante y fortuita decidió su suerte. Su sobrino pequeño vivía con ella. Una mañana, como de costumbre, estaba haciendo sus deberes en el comedor. Ella estaba presente. El chiquillo se puso a traducir palabra por palabra unos versos de Sófocles. Iba pronunciando en voz alta los términos griegos y franceses a medida que los iba escribiendo: «La cabeza divina de Yocasta está muerta… arrancándose la cabellera, llama a Laïs muerto… vimos a la mujer ahorcada». Hizo una rúbrica con tal fuerza que agujereó el papel, sacó la lengua manchada de tinta y luego cantó: «Ahorcada, ahorcada, ahorcada». La desgraciada, cuya voluntad estaba destruida, obedeció sin defensa a la sugestión de la palabra que había escuchado por tres veces. Se levantó, sin voz, sin mirada, y entró en su habitación. Varias horas después, el comisario de policía requerido para constatar la muerte violenta, hizo esta reflexión: «He visto a bastantes mujeres suicidadas, pero es la primera vez que veo a una ahorcada».


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Mal Zuavo

Alphonse Daudet


Cuento


El viejo herrero de Sainte—Marie—des—Mines no se encontraba aquella tarde de buen humor. Normalmente, cuando apagaba su fragua y el sol se ponía, él se sentaba en un banco ante la puerta para saborear la dulce fatiga que produce el trabajo y el calor del día y, antes de despedir a los aprendices, tomaba con ellos una cerveza fresca, mientras pasaban los obreros que venían de las fábricas. Pero aquella tarde no salió de la fragua sino en el momento de sentarse a la mesa, a la que se acercó como de mala gana. La mujer de Lory se preguntaba mientras miraba al marido: «¿Qué tendrá? ¿Habrá recibido alguna mala noticia del regimiento y no me la quiere decir? ¿Estará malo el hijo?» Pero no se atrevió a preguntarle y se dedicó a poner orden entre sus tres hijos pequeños, rubios y tostados como espigas de trigo, que reían en torno a la mesa, mientras tomaban una ensalada de remolacha. Al cabo de unos minutos, el herrero alejó su plato, enfadado:

—¡Bribones! ¡Canallas!

—Pero ¿qué te ocurre? ¿qué estás diciendo?

—Lo que ocurre —dijo estallando finalmente— es que hay por ahí, desde esta mañana, cinco o seis indeseables vestidos de soldados franceses, a partir un piñón con los bávaros… Son de los que han optado por la nacionalidad prusiana, según ellos mismos dicen. Todos los días vemos llegar a más falsos alsacianos… ¿qué pócima les habrán dado?

La mujer intentó defenderlos:

—La culpa no es toda suya… ¡Esa Argelia de África a la que los mandan está tan lejos! Echan de menos su tierra y la tentación de volver a su casa y de dejar las armas es demasiado fuerte para ellos.

Lory golpeó violentamente la mesa:


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Nuevo Maestro

Alphonse Daudet


Cuento


Nuestra pequeña escuela ha cambiado mucho desde la marcha del señor Hamel. Cuando él estaba aquí teníamos unos minutos de margen por la mañana, cuando llegábamos. Nos colocábamos en círculo en torno a la estufa para desentumecer un poco los dedos, sacudir la nieve o el aguanieve pegada a la ropa. Charlábamos apaciblemente enseñándonos unos a otros lo que llevábamos en la cesta. Eso les daba a los que vivían al extremo de la comarca tiempo para llegar a la oración y a pasar lista… Hoy ya no es lo mismo. Hay que llegar a la hora exacta. El prusiano Klotz, nuestro nuevo maestro, no bromea. Desde las ocho menos cinco está de pie en su tarima, con una gruesa garrota junto a él, y ¡pobres de los retrasados! Por lo que se oyen los zuecos apresurarse en el pequeño patio, y las voces sofocadas gritar desde la puerta. «¡Presente!»

Y es que con este terrible prusiano no hay excusas que valgan. No se puede decir. «Le he ayudado a mi madre a llevar la ropa al lavadero… Mi padre me ha llevado con él al mercado». El señor Klotz no quiere escuchar nada. Se diría que para ese miserable extranjero no tenemos casa, ni familia; que vinimos al mundo siendo ya escolares, con los libros bajo el brazo, listos para aprender alemán y recibir garrotazos. ¡Ah! yo recibí una buena dosis al comienzo. ¡Nuestra serrería está tan lejos de la escuela, y tarda tanto en amanecer en invierno! Finalmente, como volvía siempre por la tarde con manchas rojas en los dedos, en la espalda, en todas partes, mi padre se decidió a dejarme interno, pero me costó mucho acostumbrarme.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Prusiano de Belisario

Alphonse Daudet


Cuento


Voy a contarles una historia que oí narrar hace unos días en un cabaret de Montmartre. Para que el relato conservara todo su valor necesitaría poseer el vocabulario pintoresco del señor Belisario, su gran mandil de carpintero, y haberme tomado dos o tres sorbos de ese vino blanco de Montmartre, capaz de proporcionarle acento parisino incluso a un marsellés. Sólo así lograría hacer correr por sus venas el estremecimiento que yo sentí al escuchar a Belisario contando en una tertulia de amigos esta historia lúgubre y auténtica.

«Era el día de la amnistía —Belisario se refería al armisticio—. Mi mujer me había pedido que fuera con el niño a Villeneuve—la—Garenne, a ver cómo se encontraba una casilla que teníamos allí, a orillas del río, de la que no teníamos noticias desde el sitio. Yo iba resoplando al verme obligado a tirar del niño. Estaba seguro de que me toparía con los prusianos y, como nunca los había visto de cerca, tenía miedo de que ocurriera algo. ¡Pero cuando mi mujer se empeña en algo! “Anda, ve —me dijo—, de esa manera el chico tomará un poco el aire.”


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Señor Thomas

Anatole France


Cuento


Conocí a un juez austero. Se llamaba Thomas de Maulan y pertenecía a la pequeña nobleza provinciana. Se había dedicado a la magistratura durante el septenio del mariscal Mac—Mahon, con la esperanza de impartir justicia un día en nombre del Rey. Tenía principios que él podía creer inamovibles, al no haberlos removido jamás. Tan pronto como se remueve un principio, se encuentra algo debajo y se comprueba que no era un principio. Thomas de Maulan mantenía cuidadosamente al abrigo de su curiosidad sus principios religiosos y sus principios sociales.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Último Libro

Alphonse Daudet


Cuento


«¡Ha muerto!» me dijo alguien en la escalera. Desde hacía ya unos días esperaba la lúgubre noticia. Sabía que, de un momento a otro, me la iba a encontrar en esta puerta; y, sin embargo, me sorprendió como algo inesperado. Con el corazón triste y los labios temblorosos, entré en esta humilde vivienda de hombre de letras donde el despacho ocupaba la mayor parte, donde el estudio despótico se había adueñado de todo el bienestar, de toda la claridad de la casa.

Estaba allí, tendido en una cama de hierro muy baja; y la mesa cargada de papeles, su gran caligrafía interrumpida en mitad de la página, su pluma aún de pie en el tintero, daban fe de que la muerte lo había golpeado súbitamente. Detrás de la cama, un alto armario de roble, desbordando manuscritos y papeles, se entreabría por encima de su cabeza. A su alrededor, libros, sólo libros, sólo libros: por todas partes, en las estanterías, sobre las sillas, sobre el escritorio, apilados en el suelo en los rincones, hasta al pie de la cama. Cuando escribía ahí, sentado a su mesa, este amontonamiento, estos papeles sin polvo podían agradar a la vista: se sentía la vida, el entusiasmo en el trabajo. Pero, en esta habitación de muerto, parecían algo lúgubre. Todos aquellos pobres libros, que se venían abajo por pilas, parecían dispuestos a marcharse, a perderse en la gran biblioteca del azar, dispersa por las tiendas, por los márgenes del río, por los puestos de viejo, abiertos por el viento y la ociosidad.

Acababa de besarlo y permanecía allí, de pie, mirándolo, aún impresionado por el contacto de aquella frente fría y pesada como una piedra. De repente, la puerta se abrió. Un dependiente de librería, cargado, jadeante, entró alegremente y dejó sobre la mesa un paquete de libros recién salidos de imprenta.

—Un envío de Bachelin —gritó. Luego, al ver la cama, retrocedió, se quitó la gorra y se retiró discretamente.


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Gotas de Sangre: Crímenes y Criminales

Luis Bonafoux Quintero


Cuento


Esperando a la viuda

Hace tiempo que la ausencia de «la Viuda», como se llama aquí a la guillotina, preocupa a los parisienses. Como su hermana «La Marsellesa» —calificada de «chant vieux jeu», aunque todavía entusiasma en Lisboa,— la guillotina ha venido muy a menos. Ya tiene poco del carácter que tuvo en 1792, cuando la instalaron en la plaza de la Greve, y la manipuló el verdadero Samson, tal vez ascendiente del almirante famoso. Y ya no tiene ni pizca del carácter que ostentó en la plaza de la Revolución…

Pero, a pesar de todo, la guillotina sigue siendo una atracción parisiense, como «la Morgue» y otros establecimientos siniestros, que son lo que las verrugas en un rostro bonito y acicalado, y constituyen un contraste sugestivo para ojos turbios y espíritus marchitos.

Hace tiempo que echamos de menos la canibalesca orgía que precede al acto de descabezar a un reo: el transporte de la guillotina al lugar de los suplicios, la instalación y prueba de la misma, el ir y venir del verdugo, con su séquito de ayudantes en la faena de matar; el desbordamiento de figuras atroces que corren hacia el triángulo siniestro, la exhibición, en balcones y ventanas, de mujeres, desencajadas y pálidas, que se vuelven todas ojos ansiosos de mirar, mientras, detrás de ellas, los amantes las hacen cosquillas en las nucas rubias, y luego, la lúgubre aparición del reo, sus muecas de espanto, sus sobresaltos y desfallecimientos, el acto de echarle en la báscula, amarrado como un salchichón; el ruido seco del tajo al bajar vertiginosamente y el chorro de sangre, saludado por horribles bocas que exhalan, como de una alcantarilla, toda la podredumbre social…


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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