El Palacio del Sol
Rubén Darío
Cuento
A vosotras, madres de las muchachas anémicas, va esta historia, la historia de Berta, la niña de los ojos color de aceituna, fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.
Ya veréis, sana y respetables señoras, que hay algo mejor que el arsénico y el fierro, para encender la púrpura de las lindas mejillas virginales; y que es preciso abrir la puerta de su jaula a vuestras avecitas encantadoras, sobre todo, cuando llega el tiempo de la primavera y hay ardor en las venas y en las savias, y mil átomos de sol abejean, en los jardines, como un enjambre de oro sobre las rosas entreabiertas.
Cumplidos sus quince años, Berta empezó a entristecer, en tanto que sus ojos llameantes se rodeaban de ojeras melancólicas.
—Berta, te he comprado dos muñecas…
—No las quiero, mamá…
—He hecho traer los Nocturnos…
—Me duelen los dedos, mamá…
—Entonces…
—Estoy triste, mamá…
—Pues que se llame al doctor…
Y llegaron las antiparras de aros de carey, los guantes negros, la calva ilustre y el cruzado levitón.
Ello era natural. El desarrollo, la edad… síntomas claros, falta de apetito, algo como una opresión en el pecho… Ya sabéis; dad a vuestra niña glóbulos de arseniato de hierro, luego, duchas. ¡El tratamiento!…
Y empezó a curar su melancolía, con glóbulos y duchas al comenzar la primavera, Berta, la niña de los ojos color de aceituna, que llegó a estar fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.
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Dominio público
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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.