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etiqueta: Cuento fecha: 18-05-2016


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Claro de Luna

Guy de Maupassant


Cuento




El padre Marignan llevaba con gallardía su nombre de guerra. Era un hombre alto, seco, fanático, de alma exaltada, pero recta. Decididamente creyente, jamás tenía una duda. Imaginaba con sinceridad conocer perfectamente a Dios, penetrar en sus designios, voluntades e intenciones.

A veces, cuando a grandes pasos recorría el jardín del presbiterio, se le planteaba a su espíritu una interrogación: "¿Con qué fin creó Dios aquello?" Y ahincadamente buscaba una respuesta, poniéndose su pensamiento en el lugar de Dios, y casi siempre la encontraba. No era persona capaz de murmurar en un transporte de piadosa humildad: "¡Señor, tus designios son impenetrables!" El padre Marignan se decía a sí mismo: "Soy siervo de Dios; debo, por tanto, conocer sus razones de obrar y adivinar las que no conozco."

Todo le parecía creado en la naturaleza con una lógica absoluta y admirable. Los principios y fines se equilibraban perfectamente. Las auroras se habían hecho para hacer alegre el despertar, los días para madurar el trigo, las lluvias para regarlo, las tardes oscuras para predisponer al sueño, y las noches para dormir. Las cuatro estaciones correspondían totalmente a las necesidades de la agricultura; y jamás el sacerdote sospecharía que no hay intenciones en la naturaleza, y que todo lo que existe, al contrario de lo que él pensaba, se sometió a las duras necesidades de las épocas, de los climas y de la materia.


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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Condecorado

Guy de Maupassant


Cuento


Hay personas que nacen con un instinto, una vocación o, sencillamente, un deseo especial que despierta en cuanto principian a balbucir y a pensar. El señor Sacrement, desde su infancia, tuvo una idea fija: ser condecorado. Muy niño aún, prefería siempre a los quepis, a los fusiles y espadas, las cruces de la Legión de Honor, hechas de plomo, y saludando a su mamá como un caballero, arqueaba mucho el pecho para lucir el colgajo.

No bastándole su aplicación —o su inteligencia— para conseguir el título de bachiller y queriendo emplear en algo su vida, siendo rico pudo casarse con una hermosa muchacha.

Vivían en París como burgueses distinguidos, pero sin trato social, orgullosos de conocer a un diputado, a su entender futuro ministro, y a dos o tres jefes de sección.

Pero la idea fija que Sacrement concibió en su infancia no lo abandonaba, y sentíase humillado no pudiendo lucir en el ojal de su levita el menudo lazo rojo.

Los caballeros condecorados que se cruzaban con Sacrement en el bulevar lo angustiaban. Al mirar sus ojales adornados, lo roía un desasosiego celoso. Algunas tardes, mientras paseaba sus constantes ocios, se decía:

"A ver cuántos encuentro desde la Magdalena hasta la calle Drouot".

Despacio, inspeccionaba todos los pechos con ojos perspicaces, muy acostumbrados a descubrir la cinta roja desde lejos. Llegando al fin de su camino, se asombraba siempre de las cifras.

"¡Nueve oficiales y dieciséis caballeros! ¡Me resultan muchos! ¡Prodigan estúpidamente las condecoraciones! A ver cuántos encuentro ahora".

Y volvía lentamente, desesperándose cuando una muchedumbre apresurada interrumpía su minuciosa investigación, haciéndole tal vez pasar alguno por alto.


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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Asesino

Guy de Maupassant


Cuento


El culpable era defendido por un jovencísimo abogado, un novato que habló así:

—Los hechos son innegables, señores del jurado. Mi cliente, un hombre honesto, un empleado irreprochable, bondadoso y tímido, ha asesinado a su patrón en un arrebato de cólera que resulta incomprensible. ¿Me permiten ustedes hacer una sicología de este crimen, si puedo hablar así, sin atenuar nada, sin excusar nada? Después ustedes juzgarán.

Jean-Nicolas Lougère es hijo de personas muy honorables que hicieron de él un hombre simple y respetuoso.

Este es su crimen: ¡el respeto! Este es un sentimiento, señores, que nosotros hoy ya no conocemos, del que únicamente parece quedar todavía el nombre, y cuya fuerza ha desaparecido. Es necesario entrar en determinadas familias antiguas y modestas, para encontrar esta tradición severa, esta devoción a la cosa o al hombre, al sentimiento o a la creencia revestida de un carácter sagrado, esta fe que no soporta ni la duda ni la sonrisa ni el roce de la sospecha.


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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Horla

Guy de Maupassant


Cuento


8 de mayo

¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.

Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.

A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.

¡Qué hermosa mañana!

A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.

Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.

11 de mayo

Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.


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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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