Textos etiquetados como Cuento publicados el 19 de noviembre de 2020 | pág. 3

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etiqueta: Cuento fecha: 19-11-2020


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Cacería de Venados en Orizaba

Manuel Payno


Cuento


¿Queréis gozar de un espectáculo nuevo y sorprendente? ¿Queréis admirar la agilidad y la destreza en manejar un caballo y un lazo? Pues bien, venid al Nuevo Mundo, a estas tierras cubiertas de un cielo purísimo y bordadas de una eterna primavera; colocaos en una eminencia de las lomas inmediatas a Orizaba, sufrid por unos momentos el sol de los trópicos, y observaréis cómo se hace la caza de los venados en estas regiones. Entre tanto os describiré como pueda, el cuadro.

Son poco más de las doce del día, el sol lanza perpendicularmente sus rayos, la atmósfera está diáfana, el cielo azul y transparente, está salpicado de una que otra nubecilla de oro; y del campo tranquilo y silencioso, sólo se levanta de cuando en cuando una delgada y graciosa columna de polvo rojo que se deshace y se pierde en el viento.

Por la izquierda veis una loma cubierta de verdes matorrales, donde se abrigan esos insectos zumbadores que llaman chicharras: detrás de esa loma hay otra más lejana que en la parte alumbrada por el sol es de un verde cerrado, mientras en la de la sombra es de azul oscuro: detrás de esta loma hay todavía otra más alta, de forma más caprichosa y con las tintas verdes y azules más desvanecidas y suaves. A la derecha veréis allá a lo lejos otro cerro eriazo y sin vegetación, a cuyo pie se observan unos cuantos árboles y una pequeña casa. Por en medio de estas lomas se abre paso el camino y lo divisaréis torcido, caprichoso, enroscado muchas veces como una gran serpiente perderse entre la bruma encendida del horizonte de los trópicos.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Pésame

Manuel Payno


Cuento


—Vamos, ¿es posible que no haya usted sabido la noticia tan infausta, amigo mío?

—¿Cuál?, diga usted

—¡Amigo mío! Don Nabor Alcayata ha muerto. ¡Pobrecito! ¡Dios lo tenga en su gloria! ¿No me ve usted de luto riguroso?

En efecto, el hombre que me hablaba estaba vestido de negro, o más bien de color de ala de mosca, y su gran frac de agudo faldón, su pantalón de tapabalazo, y su sombrero cónico en forma de shakó, indicaban perfectamente bien que si no pertenecía a esa sabia y bienaventurada generación de liones, sí era un buen vividor y seguro concurrente a los pésames, a los bautismos, a los velorios, a los días de santo, y a toda función donde hay algo que meter debajo de las narices.

—¿Con que me acompañará usted a dar el pésame a la señora doña Canuta, por la muerte de su esposo? —me dijo el viejo enlutado.

—Hay la dificultad —le contesté—, que no estoy de luto riguroso.

—En efecto, el chaleco es de raso negro, y ya sabe usted que las cosas que tienen lustre no son a propósito; pero eso se remedia muy pronto. En dos pasos va usted a su casa y se pone un traje, así como el mío, que aunque está un poco usado, es de paño de San Fernando; figúrese usted que el año de… cuando entró aquí el conde de Revillagigedo, me regaló mi padre este vestido que me sirvió para los lutos del… infante… ¡Oh, qué chocolate daban en los pésames en tiempo de Revillagigedo!

Diciendo estas palabras, mi hombre me condujo hasta la puerta de mi casa, y yo con la curiosidad de observar minuciosamente lo que pasa en una casa mortuoria, subí, y en un santiamén bajé con mi vestido negro sin lustre.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Judas

Manuel Payno


Cuento


¡Sábado de Gloria! ¡Repique!, ¡felicidades!, ¡judas! ¡Cómo permanecer fríos espectadores en medio de barullo tan descomunal! ¡Y nos, los más antiguos saltimbanquis literarios, entre todos los mandados hacer, entre tanto gracioso de adrede con su seudónimo al canto, que también párvulos como nosotros, se codean con Fígaro, y ven sobre el hombre al propio Curioso Parlante!

¡Sábado de Gloria! Hoy que se ha rasgado el velo del templo, y no obstante, tantas cosas están en tinieblas; hoy que se ha encendido una luz nueva en el altar, casualmente cuando se echa de ver que en el Congreso hubo tan poca; hoy que vuelven, ¡oh desgracia!, a aturdir las campanas, a recobrar su vigorosa entonación las trompetas, a insultar la miseria los carruajes soberbios, y a complicarse en eternas intrigas los simones.

Pues señor, en este momento solemne, que estalla el repique, corren despavoridos los canes, galopan los petimetres cabalgadores, y aun se escucha la alharaquienta matraca y el pregón de las aguas lojas, y de las rosquillas; ahora que los cohetes pueblan tronadores los aires, que las gentes andan de prisa, y se saludan festivas, que se felicitan los léperos con sendos golpes; fijamos la atención en los judas, en esos infelices muñecos de cartón que se mecen en los lazos de las esquinas, entre la algazara de la plebe y el turbulento gozo de los párvulos.

Judas, ya ustedes lectores carísimos saben quién es, aquel que metió la mano en el plato con Jesucristo, en la última cena, y con todo, lo vendió, cosa que todos los días sucede con los que comen nuestro pan. ¡Judas!, aquel que con un beso entregó a su Maestro: hoy se ha sustituido una presión de manos, un abrazo. ¡Y vender a Cristo por 30 dineros aquel mismo Judas que sin comprar siquiera un boleto de un concierto, se deshizo del precio de su infamia y se ahorcó! ¡Es decir, que no tenía pizca de filosofía, ni de táctica, ni de nada!


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Ómnibus de Tacubaya

Manuel Payno


Cuento


Uno de tantos días entré, como tengo de costumbre, a tomar el famoso beef-steak de Paoli. Todo el mundo que vive en México, y aun muchos foráneos, saben que el café de Paoli, uno de los más elegantes y concurridos de la capital, está situado en la calle de Plateros, y que se sirve en él a todas horas el delicado y sustancioso plato referido, por lo que me tomo el trabajo de recomendar a los gastrónomos lectores, que cambien sus tres y medio o cuatro reales por tan agradable mercancía, y sigo con mi cuento.

Entré como digo, y apenas me hube instalado en una mesa, cuando se presentó un mozo bastante aseado, con una servilleta, una copa, un cubierto y una torta de pan, diciéndome con risa picaresca:

—¿Bistec, señor?

—Sí, pero recomienda al cocinero que esté blando.

—¿Y tortilla?

—También.

—¿Y costillas?

—¡Hombre!

—¿Y café?

—Veremos…

—Pedro, Pedro —gritó un cofrade que estaba sentado en otra mesa.

—Voy allá, señor.

—Pedro —gritaron de la pieza de adentro.

—Pedro —exclamó otro joven elegante que entraba.

—En esto tocaron en la cantina la campanilla, para que vinieran otros criados en auxilio de Pedro; y éste, repitiendo bistec y tortilla, desapareció como una exhalación.

A poco se oyó el eco sordo de la voz de Pedro, que daba sus órdenes en la cocina: «Cinco bisteces con papas, dos tortillas y cuatro costillas».

Mientras traían el almuerzo, me acerqué a una mesa a tomar unos periódicos.

—¿Qué va usted a hacer? —me dijo un viejo regordete de antiparras cabalgando sobre la ternilla de la nariz.

—A entretener un rato el tiempo recorriendo los periódicos entre tanto…

—¡Disparate! Nada traen estos papeles que merezca atención.

—No obstante, veremos El Diario…


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Pollitos

Manuel Payno


Cuento


La gallina papujada
pone huevos a manada,
pone uno, pone dos, pone tres, pone cuatro,
pone cinco, pone seis, pone siete, pone ocho.
 

Tapa el bizcocho.

Juego de la infancia

Dijo Voltaire que el mundo era un huevo, y cuanto en él había, puros huevos o productos de ellos. No es mucho, si Voltaire que era un sabio dijo esto, que yo, que no soy más que Yo, ni aspiro a más gloria que la de entretener a mis lectores y revelar algunas verdades, diga que todos en el mundo somos pollos, puros pollos y pollitos.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Apología del Quitrín

Manuel Payno


Cuento


Digan lo que quieran los pobres peones que se enlodan o se empolvan en las calles de La Habana, el quitrín es el mejor de los carruajes posibles, y el que hizo el primero, merecía mejor una estatua que el que descubrió la vacuna. ¿Qué carroza tiene sus barras? ¿Qué órgano tiene su fuelle? ¿Qué sofá tiene sus cojines? ¿Qué zapato su charol? ¿Qué cama sus cortinas? La mujer nació para el quitrín y el quitrín para la mujer, y siendo cierto que la mujer salió de una costilla del hombre, el quitrín sale de las costillas del marido.

Esta legítima consecuencia nos conduce a otras observaciones de no menor importancia. El quitrín es el altar de la Virgen, es la peana de la Magdalena, el tabernáculo de la belleza, y el sancta sanctorum del hogar doméstico. Es la muleta de la mujer, que generalmente cojea, aunque no se sepa a punto fijo de qué pie; es el locomotor de la familia, el vehículo de las niñas, el báculo de la vejez, la causa eficiente del movimiento, la palanca de traslación, y el carro de triunfo de las hermosas.

Claman sin cesar los economistas por la facilidad de las comunicaciones. ¿Y qué serían los ferrocarriles sin quitrines? ¿Qué señoras irían a pie al Botánico, por ejemplo? ¿No seria preciso llevar un ramal a cada casa? ¡La facilidad de las comunicaciones! ¿Y quién facilita más que el quitrín las comunicaciones de nuestras damas? ¿Quién las hace más comunicativas? ¿Quién las hace más fáciles de transportar? ¿Quién abrevia la distancia, y pone en contacto las personas lejanas? El quitrín, se nos dirá, no anda a razón de doce millas por hora; enhorabuena, pero menos andan las carretas de los ingenios, y sobre todo más vale llegar a tiempo que rondar un año, y más anda el cojo que el que se está quieto.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Apología Histórica de las Narices Largas

Manuel Payno


Cuento


La que no tiene ocho líneas a lo menos de elevación en su base, y veinte del nacimiento a la punta, no merece en rigor el nombre de nariz, ni ocupar jamás una página en la historia de la humanidad.

De las facciones que no tienen movimiento, la nariz es la más interesante, porque es el órgano de un sentido, lo que la oreja al oído, y además una facción de la cara, como dice el vulgo. Cuando por primera vez vemos una persona, reparamos sobre todo en la expresión de sus ojos, que comprende ceja y pestaña; en su boca, facción también de movimiento, y luego en la nariz. Es indudable que a primera vista una nariz chata no previene a favor del sujeto que la tiene. La nariz larga produce un efecto cómico, predispone a la risa; pero no disgusta, no repugna.

De las narices largas las hay aguileñas, de caballete, y de punta de tomate.

El célebre Bacon de Verulamio, el filósofo superior a su siglo, tenía nariz larga de caballete, que es una eminencia en menos de la mitad de su longitud.

El erudito y sabio Barthélemi, autor de los viajes del joven Anacarsis, tenía nariz larga aguileña. Se llama así a esta figura de nariz por su semejanza con el pico encorvado del águila, razón por la cual se dice también nariz de loro, nariz de cotorra.

Tan aguileña, tan encorvada era la nariz de Gaspar Guzmán Pimentel, conde duque de Olivares, que de frente le ocultaba parte del bigote.

El sabio jurisconsulto del siglo XVI, D. A. Covarrubias y Leyva, tenía la nariz larga de punta de tomate, llamada así porque la punta es casi esférica, formando una bola como postiza y bastante encorvada. Entre las gentes de curia, entre escribanos, y procuradores antiguos, abundan las narices de punta de tomate.


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El Juicio Final

Manuel Payno


Cuento


—¿Con que todavía persiste usted en su incredulidad?

—De ninguna manera, amigo don Sempronio: creo a puño cerrado que ha de llegar un día fatal en que todo bicho que viva y que haya vivido, ha de levantarse con la cara muy larga, las mejillas pálidas y hundidas y los ojos descarriados, y ha de correr diestra y siniestra sin poder ocultarse de una justicia eterna que a todos medirá con igual rasero; mas no he visto ni los temblores de tierra, ni las tempestades, ni los terremotos, ni ninguna de esas señales que, según la Escritura, anunciarán el día terrible.

—¿No ha visto usted el cometa?

—Sí.

—¿Y los temblores de las Antillas?

—Sí.

—¿Y la guerra en Yucatán?

—Sí.

—¿Y las injusticias que cometen con nosotros nuestros hermanos carísimos del norte?

—Sí.

—¿Y la caída lastimosa de los que estaban en la cúspide del poder? —Sí.

—¿Y las cuestiones entre los que están en la cumbre del poder?

—Sí.

—Pues si éstas no son señales del juicio final, no sé qué más aguarda usted; y además si se quiere convencer prácticamente, venga usted conmigo.

Don Sempronio me condujo a la alacena de la esquina de los portales de Mercaderes y Agustinos. Yo le seguí, pensando que sería divertido efectivamente contemplar leyendo El Diario, La Colmena y El Siglo XIX, la aproximación del juicio final.

—Observe usted, amigo mío —me dijo con tono sepulcral—, y se conmoverá usted hasta el grado de derramar lágrimas de verdadera contrición.


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La Vida de Provincia

Manuel Payno


Cuento


Carta a Fidel


Dans cette province reculé où je suis riche et considéré de tous, heureux près d’une femme que j’aime, possesseur d’une maison et de beaux jardins, entouré d’une bibliothêque de chefs d’oeuvre, je me prends à regretter parfois mes miseres à Rome, mes folles amours à Rome, ma vie de parasite et de mendiant, mais à Rome.

Memorias de Marcial, escritas por él mismo
 

Satírico, clásico, poético y polígloto Fidel:

Hace algún tiempo que registro con avidez El Siglo XIX, El Diario del Gobierno, La Hesperia y El Cosmopolita, y en ninguno de estos periódicos encuentro ni tus maliciosos y satíricos artículos de costumbres, ni tus poesías osiánicas, ni tus leyendas mexicanas, ni tus fandangos. ¿Qué te ha sucedido, Fidel? ¿Por qué de insoportable parlanchín y de infatigable escritor, has pasado a ser el más silencioso y apático de los hombres? Mientras tengas lengua y dientes, habla; y mientras encuentres a la mano una proclama con el reverso blanco, un mal cañón de avestruz, y una poca de tinta, escribe. Si no tuviera yo una que otra vez noticias tuyas, diría que te habías muerto.

En cuanto a mí, nunca me ha atosigado más la manía de hablar y escribir que ahora. No hablo porque no tengo con quién, razón muy sencilla; pero mientras vivas te escribiré cartas, hasta que con ellas llenes las mil bolsas de tu elegante paleteau. Y no te asombres si en las tales cartas te hablo de química, de física, de mineralogía, de constitución, de federación, de derecho civil, de cánones, de botánica, de poesía y de historia, porque ya sabes que en este siglo, querido Fidel, lo único que se necesita es tener mucho atrevimiento y bastante pachorra para arrostrar con tanto crítico imprudente, que salen como los búhos, de la oscuridad de su gabinete para atacar la gloria y reputación de los genios.


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Paulina

Manuel Payno


Cuento


Se ama bien sólo una vez, y es la primera.

La Bruyère
 

La historia de Paulina es una narración sencilla, sin aventuras, sin incidentes de romance. Historia de estos tiempos en que no hay señores feudales, ni astrólogos, ni magas, ni caballeros andantes: no ofrece esa mezcla de sucesos maravillosos que turban los pensamientos domésticos de las doncellas, entusiasman a los jóvenes y hacen dormir a los viejos. Mi historia es la de una cara hermosa a quien marchitó el tiempo, la de un corazón ardiente a quien el destino arrancó las ilusiones, y la de un alma nacida para amar, que no encontró quien la comprendiera. Mi historia abraza sólo cinco años de una vida pacífica en la apariencia; pero llena de sufrimientos morales, de deseos imposibles, de esperanzas vanas, y de sueños de amor.

Pero si hubieran conocido mis lectores a Paulina cuando tenía quince años, la habrían adorado. Era una joven con una cintura de abeja, un andar airoso, un pie pulido, calzado con un zapato verde oscuro, una pierna mórbida y torneada, cuya blancura dejaba adivinar el calado de una fina media de seda… Su rostro era rosado con unas ligeras tintas de nácar en las mejillas, una sonrisa de amor en los labios, unas miradas apacibles y una frente pura y ruborosa como la de la Virgen de Murillo. No puedo decir que Paulina tuviera dos soles en lugar de ojos, ni dos rosas por mejillas, ni un clavel en vez de labios; pero Paulina era linda, sin necesidad de apelar a figuras poéticas, linda como muchas de esas jóvenes que encontráis en el teatro, en la Alameda, en los toros, en las misas, y que os quitan el sueño y las ganas de comer, y que no paráis hasta saber dónde viven, enviarles un billete, hablarles por el balcón… y… sois muy perversos, señores lectores, y adivino que os gustan tanto como a mí las que se parecen a Paulina.


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9 págs. / 16 minutos / 57 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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