I
¡Frritt…!, es el viento que se desencadena.
¡Flacc…!, es la lluvia que cae a torrentes.
La mugiente ráfaga encorva los árboles de la costa volsiniana, y va a
estrellarse contra el flanco de las montañas de Crimma. Las altas rocas
del litoral están incesantemente roídas por las olas del vasto mar del
Megalocride.
¡Frritt…! ¡Flacc…!
En el fondo del puerto se oculta el pueblecillo de Luktrop.
Algunos centenares de casas, con verdes miradores que apenas las
defienden contra los fuertes vientos. Cuatro o cinco calles empinadas,
más barrancos que vías, empedradas con guijarros, manchadas por las
escorias que proyectan los conos volcánicos del fondo. El volcán no está
lejos: el Vanglor. Durante el día, sus emanaciones se esparcen bajo la
forma de vapores sulfurosos. Por la noche, de tanto en tanto, se
producen fuertes erupciones de llamas. Como un faro, con un alcance de
ciento cincuenta kilómetros, el Vanglor señala el puerto de Luktrop a
los buques de cabotaje, barcos de pesca y transbordadores cuyas rodas
cortan las aguas del Megalocride.
Al otro lado de la villa se amontonan algunas ruinas de la época
crimmeriana. Tras un arrabal de aspecto árabe, una kasbah de blancas
paredes, techos redondos y azoteas devoradas por el sol. Es un cúmulo de
piedras arrojadas al azar, un verdadero montón de dados cuyos puntos
hubieran sido borrados por la pátina del tiempo.
Entre todos ellos se destaca el Seis—Cuatro, nombre dado a una
construcción extraña, de techo cuadrado, con seis ventanas en una cara y
cuatro en la otra.
Un campanario domina la villa: el campanario cuadrado de Santa
Philfilene, con campanas suspendidas del grosor de los muros, que el
huracán hace resonar algunas veces. Mala señal. Cuando esto sucede, los
habitantes tiemblan.
Información texto 'Frritt Flacc'