Maestros de Barrio
Joaquín Díaz Garcés
Cuento
El inmenso entusiasmo con que la humanidad recibió la invención del aeroplano no ha igualado, por cierto, el que acogió el descubrimiento de la rueda.
Yo me figuro a ese hombre primitivo y perezoso, a quien la tribu despreciaba por su inutilidad, meditabundo, en la rama de un árbol disputándoles las nueces a los monos y viendo llegar a sus compañeros arrastrando por el suelo, sobre enormes ramas y troncos, las piedras para construir la casa y los venados muertos para acumular charqui para el invierno. Me lo figuro sonriendo con ironía de todo ese trabajo mal aprovechado y dándose esa palmada en la frente que ha precedido toda invención. Tal vez un día se marchó solo con un hacha al hombro, y volvió como un triunfador precediendo una verdadera carreta de burdas ruedas hechas de una sola pieza —como torrejas de troncos— tirada por un buey, o, si se quiere, por un toro. ¡Qué locura sería la de la tribu!
Pues bien, yo espero igual frenesí para celebrar el descubrimiento que nos permita darnos baños calientes bajo techo, con oprimir una sola vez el timbre eléctrico o dar vueltas al conmutador o arrojar un comprimido a la tina. Porque la humanidad, principalmente la humanidad santiaguina, es esclava de un reducido grupo de hombres de perversas inclinaciones y de infinita torpeza, que se dan a sí mismos el nombre de gásfiters, y no podrá prescindir del tributo de dinero y de salud que ellos le extorsionan mientras exista el calentador automático de baño llamado cálifon, sea de tipo cilíndrico o cúbico, de níquel o de cobre, de mármol o de celuloide o de papel mascado o de... cualquiera cosa.
Dominio público
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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.