La Justicia que Da Miedo
Silverio Lanza
Cuento
—Silverio, estate quietecito.
—Pero, mamá, siempre me pide usted que me esté quieto.
—Porque es lo único que necesito de tí.
Dejé la pluma y subí á cubierta porque oí rotar la caña.
El piloto me llamó desde el puente para ofrecerme una taza de café. El capitán, que se paseaba por el alcázar, me detuvo:
—No acepte usted; el café le excita, ¿sabe? mañana veremos tierra de Puerto Rico. Si va malo, le dejo allí.
—¡No lo quiera Dios!
—Ni yo le dejare, ¿sabe? ¿Qué ha escrito esta noche?
—Un artículo acerca de las autoridades.
—¿Y á usted que le importan si es usted bueno?
—No basta. Es mi obsesión. Temo siempre morir inocente en un patíbulo.
—¡Vaya! ¡Cálmese, niño!
—Eso mataría á mi santa madre, que tanto se ha esforzado en hacerme caballero. Y mi esposa sería la mujer de un presidiario. Y mi nene bonito maldeciría á su padre.
—Pero, cálmese. Eso no ocurrirá nunca; eso no es posible.
—¿Qué no es posible? ¿Es posible que aquí, en esta inmensa soledad del Océano y del firmamento, que se reúnen en un horizonte no interrumpido, podamos rompernos la cabeza contra tierra?
—Sí, señor.
—¿Cómo?
—Dando en un bajo.
—¿Y qué es un bajo?
—Un punto que...
—Un punto que está demasiado alto. Pues todas las grandezas que la Humanidad lleva consigo al navegar por el mar de la vida pueden perecer súbitamente, porque los bajos están muy altos.
—¿Lo dice usted por mí?—me preguntó el piloto desde el puente.
—No, señor.
—Pues camará, suba usted á tomar café. Y á esos bajos, ¡qué los balicen!
Dominio público
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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.