Mahmú
Mi muñeca, fea, desgarbada y triste, es una figura soñada bajo la influencia del hachish.
Es de esas muñecas, que arrancan de los labios infantiles una risa
acariciadora, y el mejor sentimiento de bondad a sus almas puras.
Los niños quieren a sus juguetes feos, los compadecen; presienten ellos que la fealdad es un defecto inexcusable en la vida...
Mi muñeca larga, larga, como el bostezo de un hambriento, se llama Mahmú.
Sus anchos pies están calzados por lindos borceguíes castaños; dos
poemas de zapatero viejo, que al coser los botincitos hilvanó en ellos
sus últinías ilusiones...
Apoyada en el espejo del tocador me mira la muñeca, con sus ojos de
jirafa mansa, fijos y brillantes como si llorasen silenciosamente.
—¿Qué tienes muñequita mía? ¿Por qué se humedecen tus ojicos?
Pobrecita, la traigo a mi cama, apretada entre los brazos, le
arrullo, le canto, juego con su cabecita, destrenzando sus sedosos
cabellos color de avellana.
Mi Mahmú es la única figura que, como yo, se asemeja a un ser humano; la única que conoce mi soledad.
De tanto mirarla, en mi ansia de ser comprendida, he traspasado un
soplo de entendimiento a sus miembros de trapo. Me habla y dice: —Hace
frío,¿verdad?
–Sí, hace frío —respondo.
—¿Y no hay sol? ¿Dónde estamos, Teresita?
—¡Ah muñequita! Este es tu país natal; no lo recuerdas porque al
salir de aquí no tenías pensamiento. Reposabas muy tiesa dentro de una
caja de cartón, acuñados los brazos con pajitas de arroz.
—Entonces ¿estaba muerta? —me dice con su vocecita nasal.
—Sí, muñequita, guardabas frío silencio; eras el ídolo de muchas
criaturas que vislumbraron tu carita en las vidrieras de un almacén. Tú
esperabas, sin imaginarte, que manecitas infantiles vendrían a darte
calor, animación.
—Entonces ¿tú eres una niña?
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