El cazador de imágenes
Salta de su cama de buena mañana y sólo parte si su
mente está clara, su corazón puro y su cuerpo ligero cual prenda
estival. No lleva consigo provisión alguna. Beberá aire fresco por el
camino y aspirará los olores saludables. Los ojos le sirven de red en la
que caen presas las imágenes.
La primera que cautiva es la del camino que muestra sus huesos,
guijarros pulidos, y sus rodadas, venas hendidas, entre dos setos ricos
en moras y endrinas.
Apresa seguidamente la imagen del río. Blanquea en los recodos y
duerme acariciado por los sauces. Espejea cuando un pez se voltea sobre
el vientre, como si se hubiera lanzado una moneda, y en cuanto llovizna
se le pone carne de gallina.
Atrapa la imagen de los trigales móviles, de la apetitosa alfalfa y
de los prados bordeados de riachuelos. Y al vuelo caza el aleteo de una
golondrina o de un jilguero.
Se adentra en el bosque. Él mismo ignoraba que poseyera tan
delicados sentidos. Al cabo de poco, impregnado de perfumes, no se le
escapa ningún rumor, por sordo que éste sea, y para comunicarse con los
árboles sus nervios se enzarzan con las nervaduras de las hojas.
Pronto se siente tan vibrante que le parece que perderá el sentido,
percibe demasiado, fermenta, tiene miedo, abandona el bosque y sigue a
distancia a los leñadores que regresan al pueblo.
Fuera contempla durante un instante, hasta que le estalla el ojo,
el sol que al ponerse se desprende de sus luminosos ropajes sobre el
horizonte y esparce nubes aquí y allá.
Finalmente, de nuevo en su casa, con la cabeza repleta, apaga la
luz y antes de dormirse se recrea contando sus imágenes durante un buen
rato.
Información texto 'Historias Naturales'