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El Señor de la Muerte

Robert E. Howard


Cuento


I

La carnicería resultó tan inesperada como una cobra invisible. En un segundo, Steve Harrison caminaba con desenfado por el callejón a oscuras… y, al siguiente, luchaba desesperado por su vida contra una furia rugiente y babeante, que había caído sobre él con garras y colmillos. Aquella cosa era, obviamente, un hombre, aunque, durante los primeros y vertiginosos segundos de la contienda, Harrison incluso llegó a dudar de ello. El estilo de lucha del atacante resultaba apabullantemente cruel y bestial, hasta para Harrison, que estaba acostumbrado a los trucos sucios que se empleaban en los bajos fondos.

El detective sintió cómo las fauces de su asaltante se hundían en su carne y lanzó un alarido de dolor. Pero, además, empuñaba un cuchillo, que desgarró su abrigo y su camisa, haciendo brotar la sangre, y sólo la ciega casualidad, que le hizo cerrar los dedos alrededor de una muñeca nervuda, mantuvo la afilada punta alejada de sus órganos vitales. Estaba tan oscuro como la puerta trasera del Erebus. Harrison percibía a su asaltante tan solo como una mancha negra en la oscuridad que le envolvía. Los músculos que aferraban sus dedos eran tirantes y acerados como cuerdas de piano, y había una terrorífica robustez en el cuerpo que se enfrentaba al suyo, que llenó de pánico a Harrison. Rara vez el gran detective había encontrado a un hombre que se le pudiera igualar en fuerza; pero este ciudadano de la oscuridad no solo era tan fuerte como él, sino que era mucho más ágil… más veloz y más salvaje de lo que jamás podría ser un hombre civilizado.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 311 visitas.

Publicado el 17 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Mercancía Viva

Antón Chéjov


Cuento


Dedicado a F. F. Popudoglo

I

Grojolski abrazó a Liza, le besuqueó todos los dedos, que tenían las uñas rosadas y mordisqueadas, y la sentó en un sofá tapizado con terciopelo barato. Liza cruzó las piernas, se colocó las manos bajo la cabeza y se tumbó.

Grojolski se sentó a su lado, en una silla, y se inclinó hacia ella. Era todo ojos.

¡Qué guapa le parecía, así iluminada por los rayos del poniente!

El sol de la tarde, dorado, levemente teñido de púrpura: todo eso podía verse por la ventana.

Toda la estancia, Liza incluida, quedaba iluminada por una luz viva, que no llegaba a herir la vista, como bañada en oro momentáneamente…

Grojolski estaba embobado. Liza tampoco es que fuera una belleza extraordinaria. Es verdad que su carita de gato, de ojos castaños y nariz respingona, resultaba fresca y hasta picante, que sus ralos cabellos rizados eran negros como el carbón, que su cuerpo menudo parecía gracioso, ágil y correcto, como el cuerpo de una anguila eléctrica, pero en conjunto… En fin, mi gusto es lo de menos. Grojolski, mimado por las mujeres, que se había enamorado y desenamorado cien veces a lo largo de su vida, veía en ella a una belleza. La amaba, y el ciego amor encuentra en todas partes la belleza ideal.

—Escucha —empezó, mirándola a los ojos—. Necesitaba hablar un rato contigo, cariño. El amor no soporta lo impreciso, lo confuso… Las relaciones indefinidas, ya sabes… Ya te lo dije ayer, Liza. Vamos a intentar zanjar hoy la discusión que ayer se planteó. Venga, tenemos que tomar una decisión de común acuerdo. ¿Qué podemos hacer?

Liza bostezó y, torciendo el gesto, sacó de debajo de la cabeza la mano derecha.

—¿Qué podemos hacer? —repitió las palabras de Grojolski con voz casi inaudible.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 136 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Maldición de los Griffiths

Elizabeth Gaskell


Cuento


I

Siempre me han interesado mucho las tradiciones relacionadas con Owen Glendower (la grafía nacional del nombre es Owain Glendwr) dispersas a lo largo y ancho del norte de Gales, y comprendo muy bien el sentimiento de los campesinos galeses al considerarlo todavía el héroe de su patria. Muchos habitantes del principado se regocijaron hace unos quince o dieciséis años cuando se anunció que el tema del concurso de poesía galesa de Oxford sería «Owain Glendwr». Era el tema más patriótico que se proponía en muchos años.

Tal vez algunos no sepan que este respetado caudillo es tan célebre en nuestra época ilustrada entre sus compatriotas iletrados por sus poderes mágicos como por su patriotismo. Él mismo dice, o lo dice Shakespeare por él, que viene a ser lo mismo:


En mi nacimiento
el cielo estaba lleno de formas fieras,
de teas llameantes […]
[…] Puedo invocar espíritus del inmenso abismo.
 

Y a pocos habitantes de los estamentos inferiores del principado se les ocurriría dar como respuesta la pregunta irreverente de Hotspur.

Entre otras tradiciones vivas relacionadas con ese aspecto del héroe galés figura la antigua profecía de la familia que da título a este relato. Cuando sir David Gam, «un traidor tan negro como si hubiese nacido en Bluith», se propuso asesinar a Owen en Machynlleth, le acompañaba alguien a quien Glendwr no podía imaginar confabulado con sus enemigos. Rhys ap Gryfydd, «viejo amigo de la familia», pariente suyo, más que un hermano, había accedido a que se le diese muerte. Podría perdonar a sir David Gam, pero jamás perdonaría la traición de una persona a quien había querido. Glendwr conocía demasiado bien el corazón humano para matarle. Lo dejó con vida, odiado y despreciado por sus compatriotas y víctima de amargos remordimientos. Pesaba sobre él la marca de Caín.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 128 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Juventud

Joseph Conrad


Cuento


Nota del autor

… (Juventud) supone la primera aparición en el mundo del personaje de Marlow, con quien mi relación a lo largo de los años ha llegado a ser muy íntima. Los orígenes de este caballero (no sé de nadie que haya sugerido nunca que fuera otra cosa) han sido objeto de ciertas especulaciones literarias, me alegra decirlo, de índole amistosa.

Se podría creer que soy la persona indicada para arrojar luz sobre la materia pero, descubro que, en realidad, no es tan fácil. Es agradable recordar el hecho de que nadie le haya atribuido intenciones fraudulentas o lo haya menospreciado por ser un charlatán. Al margen de esto, ha suscitado toda suerte de cosas: que se trataba de un hábil encubrimiento; una simple invención; un «doble»; un espíritu familiar; un demonio maldiciente. Yo mismo he sido sospechoso de haber urdido un meditado plan para apropiármelo.

Esto no es así. No he urdido ningún plan. El personaje de Marlow y yo nos encontramos accidentalmente, como sucede con esos encuentros en los balnearios que, a veces, fructifican en amistad. El nuestro fructificó.

Pese a toda la firmeza de sus opiniones, no es un entrometido. Frecuenta mis horas de soledad cuando, en silencio, reclinamos nuestras cabezas cómoda y armoniosamente. Sin embargo, cada vez que nos separamos al concluir un relato, nunca estoy seguro de que no sea esa la última vez que lo hagamos. Creo, incluso, que a ninguno de los dos le importase mucho sobrevivir al otro. En cualquier caso, se quedaría sin ocupación, y le pesaría, pues sospecho en él cierta vanidad. No hablo de vanidad en sentido salomónico. De todos mis personajes es el único que no ha supuesto enojo alguno para mi espíritu. Un personaje de lo más discreto y comprensivo…


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 126 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Owen Wingrave

Henry James


Cuento


I

—¡Pero tú estás mal de la cabeza! —clamó Spencer Coyle mientras el joven lívido que tenía enfrente, un poco jadeante, repetía: «Francamente, lo tengo decidido» y «Le aseguro que lo he pensado bien». Los dos estaban pálidos, pero Owen Wingrave sonreía de un modo exasperante para su supervisor, quien aun así distinguía lo bastante para advertir en aquella mueca— era como una irrisión intempestiva —el resultado de un nerviosismo extremo y comprensible.

—No digo que llegar tan lejos no haya sido un error; pero precisamente por eso me parece que no debo dar un paso más —dijo el pobre Owen, esperando mecánicamente, casi humildemente— no quería mostrarse jactancioso, ni de hecho podía jactarse de nada, —y llevando al otro lado de la ventana, a las estúpidas casas de enfrente, el brillo seco de sus ojos.

—No sabes qué disgusto me das. Me has puesto enfermo —y, en efecto, el señor Coyle parecía abatidísimo.

—Lo lamento mucho. Si no se lo he dicho antes ha sido porque temía el efecto que iba a causarle.

—Tenías que habérmelo dicho hace tres meses. ¿Es que no sabes lo que quieres de un día al siguiente? —demandó el hombre mayor.

El joven se contuvo por un momento; luego alegó con voz temblorosa: «Está usted muy enfadado conmigo, y me lo esperaba. Le estoy enormemente reconocido por todo lo que ha hecho por mí, yo haría por usted cualquier cosa a cambio, pero eso no lo puedo hacer, ya sé que todos los demás me van a poner como un trapo. Estoy preparado…, estoy preparado para lo que sea. Eso es lo que me ha llevado cierto tiempo: asegurarme de que lo estaba. Creo que su disgusto es lo que más siento y lo que más lamento. Pero poco a poco se le pasará —remató Owen.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 69 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Odisea del Norte

H.P. Lovecraft


Cuento


I

Los trineos dejaban oír su eterna queja, a la que se mezclaba el chirriar de los arneses y el tintineo de las campanillas de los perros que iban en cabeza. Pero los hombres y los animales, rendidos de fatiga, guardaban silencio. Una capa de nieve reciente dificultaba la marcha sobre la pista. Estaban ya muy lejos del punto de partida. Los perros, arrastrando una carga excesiva de ancas de alce congeladas, duras como el pedernal, se apalancaban con todas sus fuerzas en la blanda superficie de la nieve y avanzaban con una terquedad casi humana.

Caía la noche, pero nadie pensaba en acampar. La nieve descendía suavemente por el aire inmóvil, no en copos, sino en diminutos cristales de dibujos delicados y sutiles. La temperatura era bastante alta —sólo veintitrés grados bajo cero— y los hombres no sentían frío. Meyers y Bettles habían levantado las orejeras de sus pasamontañas y Malemute Kid incluso se había quitado los guantes.


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43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 150 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Vida y Muerte de Mina de Vanghel

Stendhal


Cuento


Cuento imitado del danés, del señor Oehlenschläger

El traductor no supo de este cuento sino por las fogosas críticas de los diarios alemanes, a quienes les parece inmoral el autor, al que reprochan su «sistema». Hemos intentado limar el bulto de esos defectos.

Mina de Vanghel nació en la tierra de la filosofía y de la imaginación, en Kœnigsberg. A finales de la campaña de Francia, en 1814, el conde de Vanghel, general prusiano, se apartó súbitamente de la corte y del ejército. Una noche, estando en Craonne, en Champaña, tras un combate cruento en que las tropas a sus órdenes se habían hecho acerbamente con la victoria, le asaltó una duda: ¿tiene derecho un pueblo a cambiar la forma íntima y racional según la cual desea otro pueblo regular su existencia material y moral? Preocupado por esta trascendental cuestión, el general decidió no volver a desenvainar la espada antes de tenerla resuelta; se retiró a sus posesiones de Kœnigsberg.

La policía de Berlín lo vigilaba de cerca y el conde de Vanghel no se ocupó ya sino de sus meditaciones filosóficas y de Mina, su hija única. Murió pocos años después, joven aún, dejándole a su hija una inmensa fortuna y dejándola también en desgracia en la corte, lo que no es baladí en la orgullosa Germania. Cierto es que, como pararrayos contra esa desdicha, Mina de Vanghel contaba con uno de los apellidos más nobles de la Alemania oriental. Solo tenía dieciséis años; pero lo que por ella sentían ya los militares jóvenes con los que se trataba su padre rayaba en la veneración y el entusiasmo. Les gustaba el temperamento novelesco y adusto que le brillaba a veces en la mirada.


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43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 56 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

La Perspectiva Nevski

Nikolái Gógol


Cuento


No hay nada mejor, por lo menos para Petersburgo, que la perspectiva Nevski. Ella allí lo significa todo. ¡Con qué esplendor refulge esta calle, ornato de nuestra capital!… Yo sé que ni el más mísero de sus habitantes cambiaría por todos los bienes del mundo la perspectiva Nevski… No sólo el hombre de veinticinco años, de magníficos bigotes y levita maravillosamente confeccionada, sino también aquel de cuya barbilla surgen pelos blancos y cuya cabeza está tan pulida como una fuente de plata, se siente entusiasmado de la perspectiva Nevski. ¡En cuanto a las damas!… ¡Oh!… Para las damas, la perspectiva Nevski es todavía más agradable. ¿Y para quién no es ésta agradable?… Apenas entra uno en ella percibe olor a paseo. Aunque vaya uno preocupado por algún asunto importante e indispensable, es seguro que al llegar a ella se olvidan todos los asuntos.


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43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 119 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Té Verde

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Prólogo

Aun habiendo hecho serios estudios de Medicina y Cirugía, jamás he ejercido ninguna de estas dos ciencias, si bien ambas me siguen interesando profundamente. He de añadir, además, que no fueron ni la pereza ni el capricho las que me empujaron a abandonar la honorable profesión en la cual acababa de iniciarme, sino más bien un ligero rasguño que me hice con un escalpelo. Esta veleidad me costó la pérdida de dos dedos, que me fueron prontamente amputados: lo más penoso, también, es que desde entonces nunca he terminado de encontrarme bien del todo, lo cual me obliga a que raramente pueda residir más de doce meses seguidos en el mismo lugar.

En el curso de mis desplazamientos trabé conocimiento con el doctor Martin Hesselius, tan viajero como yo, y, lo mismo que yo, también médico y lleno de entusiasmo por su profesión. Pero sus viajes eran voluntarios y, aunque él no fuera un hombre de fortuna, en el sentido que entendemos en Inglaterra, al menos disfrutaba de eso que nuestros ancestros acostumbraban llamar una «modesta ayuda». Era un anciano, casi treinta y cinco años mayor que yo, cuando le vi por vez primera.

En Martin Hesselius encontré un maestro. Su saber era inmenso; su diagnóstico, una verdadera intuición. Era desde luego el hombre capaz de inspirar respeto y admiración a un joven exaltado como yo. Y mi admiración ha resistido a la prueba del tiempo y ha sobrevivido a esta separación que es la dura consecuencia de la muerte. Estoy seguro de que está bien fundada.


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Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Vida Privada

Henry James


Cuento


I

Hablábamos de Londres cara a cara con un gran glaciar hirsuto y primevo. La hora y el escenario formaban una de esas impresiones que compensan un poco, en Suiza, por la moderna indignidad del viajar: las promiscuidades y vulgaridades, la estación y el hotel, la paciencia gregaria, la lucha por unas migajas de atención, la reducción a estado numerado. El alto valle se teñía del rosa de la montaña; el aire fresco tenía la limpieza de un mundo nuevo. Había un leve rubor de primera tarde sobre nieves incólumes, y el tintineo fraternizante del ganado oculto a la vista nos llegaba con un olor a siega tibia de sol. El balconado hostal se alzaba en la garganta misma del paso más delicioso del Oberland, y hacía una semana que teníamos buena compañía y buen tiempo. Se consideraba gran fortuna, porque lo uno habría compensado por lo otro si alguna de las dos cosas hubiera sido mala.


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43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 139 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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