Textos más largos etiquetados como Cuento | pág. 28

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Miguel-Ángel o el Hombre de Dos Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Á mis cariñosos amigos
Pepe Cabanilles, Juan José Herranz y Santiago de Liniers


Si el protagonista de mi cuento tiene dos cabezas, saliéndose de la regla comun, ¿por qué esta dedicatoria ha de ser para un solo amigo, segun el uso general? Rompo, pues? ta costumbre, lo cual me proporciona el gusto de unir nombres queridos y hoy algo separados por las vicisitudes de la vida, en recuerdo de la época grata en que vivimos tan unidos.

Acaso hallen algunos exagerada la ficcion que les dedico: no calculan que al elegir mi asunto pude poner no dos, sino tres cabezas sobre los hombros de mi héroe, como los pueblos que en vez de colocar un rey, un general ó un plebeyo á su cabeza, elogian un triunvirato: y áun estuco á mi arbitrio multiplicar esas cabezas hasta el número de siete, y dar el poder á Miguel-Angel, para que constituyese por si solo un Ministerio homogéneo. Ello es que si hemos de creer á los historiadores, Miguel-Angel no es una creacion fantástica: han existido realmente hombres y mujeres de dos y más cabezas?; y si esto dice la historia sériamente, ¿puede rechazarse el cuento por absurdo, cuando atestiguan la posibilidad en los Museos de ciencias naturales tantos fetos bicipites que vivieron algunas horas, lo cual resuelve el hecho principal, el de la vida? No negaré, á pesar de ello, la extravagancia del asunto; antes al contrario, he creido así acomodarme al gusto general que exige à los autores, para ser leidos, lo anómalo y deforme» con preferencia á lo regular y acostumbrado.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 45 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Cuento del Cortador de Bambú

Anónimo


Cuento


1. Nacimiento de Kaguyahime

Hace ya mucho tiempo, había un viejo cortador de bambú. Andaba por los campos y montes cortando bambúes para los más diversos usos. Se llamaba Sanuki no Miyatsuko. Un día, encontró un bambú cuyo pie resplandecía. Intrigado, el viejo se aproximó y vio que la luz provenía del interior de una sección del tronco. Al cortarlo, halló a un ser humano del tamaño de tres pulgadas sentado con una gracia sin igual. El viejo cortador dijo así:

—Ya que te encuentras dentro del bambú que veo cada mañana y cada tarde, queda claro que estás destinada a ser mi hija.

Y se la llevó a casa en la palma de la mano. La confió a su anciana mujer para que la criara. Su encanto era infinito. Como era tan pequeña, la cuidaron metida en una cesta de bambú.

El viejo cortador de bambú seguía cortando bambúes, pero desde que halló a la niña, empezó a encontrar bambúes con oro dentro de cada sección. Así se fue haciendo rico poco a poco.

La niña, a medida que la alimentaban, se la veía crecer, y al cabo de tres meses era ya tan alta como un adulto. De manera que le organizaron la ceremonia de recoger el cabello en lo alto y la vistieron de mayor. La cuidaban con gran amor y nunca le dejaban salir de detrás de los visillos. No había belleza comparable a la suya en el mundo y todos los rincones de la casa estaban llenos de la luminosidad de su hermosura. Si el viejo se encontraba mal, se ponía bien al verla. Si estaba enfadado por algo, se le pasaba.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 324 visitas.

Publicado el 21 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Oficial Negro

Joseph Conrad


Cuento


Hace un buen puñado de años había varios barcos cargando en el puerto de Londres. Me refiero a los años ochenta del siglo pasado, una época en la que aún había un buen número de magníficos barcos en los muelles, aunque no edificios tan espléndidos en sus calles.

Los barcos del muelle eran realmente magníficos. Estaban atados unos junto a otros y el Sapphire, el tercero desde el fondo, era tan bueno como el resto. Como es lógico, cada uno de los barcos que había en el muelle tenía su primer oficial. Igual que el resto de los barcos del puerto.

Los policías que estaban en las puertas los conocían a todos de vista, aunque no pudieran decir directamente a qué barco pertenecía cada hombre en concreto. En realidad lo oficiales de los barcos que permanecían durante aquellos años en el puerto de Londres eran como la mayoría de los oficiales de la marina mercante: hombres tranquilos, laboriosos, incondicionales y nada románticos que pertenecían a distintas clases sociales, pero con una profesión que acababa borrando todas las características personales, que, en cualquier caso, tampoco eran muy marcadas.

Aquello era algo que se cumplía en todos los casos, menos en el del oficial del Sapphire. A la policía no le cabía ni la menor duda: aquél en concreto tenía su presencia.

Cuando caminaba por la calle, llamaba la atención a mucha distancia, y cuando cruzaba el muelle dirigiéndose a su barco, tanto los estibadores como los trabajadores del puerto que estaban cargando mercancía y llevando carretillas con bultos se decían unos a otros:

—Por ahí viene el oficial negro.

Le daban aquel nombre porque eran hombres rudos y poco capaces de apreciar la distinción de aquel hombre. Llamarlo negro no eran más que la expresión superficial de su ignorancia.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 79 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Banquero Anarquista

Fernando Pessoa


Cuento


Habíamos concluido de cenar. Frente a mí, el banquero, mi amigo, gran comerciante y acaparador notable, fumaba como quien no piensa. La conversación, que había ido apagándose, yacía muerta entre nosotros. Intenté reanimarla, al azar, sirviéndome de una idea que me pasó por el pensamiento. Me di vuelta hacia él, sonriendo.

—Es verdad: me dijeron hace días que ud. en sus tiempos fue anarquista…

—Fui, no: fui y soy. No cambié con respecto a eso. Soy anarquista.

—¡Ésa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es ud. anarquista?… Sólo si ud. le da a la palabra cualquier sentido diferente…

—¿Del habitual? No; no se lo doy. Empleo la palabra en el sentido habitual.

—¿Quiere ud. decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre ud. y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?

—Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que ud. cree. ¿Ud. duda quizás de que mis teorías sociales no sean iguales a las de ellos?…

—¡Ah, ya me doy cuenta! Ud., en cuanto a las teorías, es anarquista; en cuanto a la práctica…

—En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a las teorías. Y en la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos que ud. citó. Toda mi vida lo demuestra.

—¿¡Qué!?

—Toda mi vida lo demuestra, hijo. Ud. es el que nunca prestó a estas cosas una atención lúcida. Por eso le parece que estoy diciendo una burrada, o si no, que estoy jugándole una broma.

—¡Pero, hombre, yo no entiendo nada!… A no ser… , a no ser que ud. juzgue su vida disolvente y antisocial y le dé ese sentido al anarquismo…

—Ya le dije que no; esto es, ya le dije que no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente del habitual.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 665 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Después

Edith Wharton


Cuento


I

—Sí; hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es.

La aseveración, lanzada alegremente seis meses antes en un radiante jardín de junio, volvió a Mary Boyne con una nueva dimensión de su significado, en la oscuridad de diciembre, mientras esperaba a que trajesen las lámparas a la biblioteca.

Estas palabras las había pronunciado su amiga Alida Stair, cuando tomaba el té en su jardín de Pangbourne, refiriéndose a la misma casa cuyo «elemento» principal era la biblioteca en cuestión. A su llegada a Inglaterra, Mary Boyne y su marido, buscando un rincón apartado en uno de los condados del sur o el sureste, habían confiado esta misión a Alida Stair, quien lo había resuelto perfectamente; aunque no sin que antes hubiesen rechazado, casi caprichosamente, varias sugerencias prácticas y prudentes que les brindó: «Bueno, está Lyng, en Dorsetshire. Pertenece a los primos de Hugo, y podéis conseguirla por un precio de ganga».

Las razones que dio por las que podían comprarla tan barata —estar lejos de la estación, no tener luz eléctrica ni instalación de agua caliente y demás necesidades vulgares—, eran exactamente las que concurrían a favor para una pareja de románticos americanos que buscaban perversamente aquellas gangas que se asociaban, en su tradición, con la inusitada gracia arquitectónica.

—Jamás creeré que vivo en una casa vieja, a menos que sea completamente incómoda —había insistido en broma Ned Boyne, el más extravagante de los dos—; el más pequeño indicio de comodidad me haría pensar que la había comprado en una exposición, con las piezas numeradas y vueltas a montar.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 162 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Recuerdos del General Lynch

Daniel Riquelme


Cuento


Recuerdos del general Lynch

El momento psicológico

Se diría que para los grandes hombres, a quines el destino reserva una gran misión, llega un instante de prueba en que el porvenir se dibuja en sus ojos cual paisaje del aire, allende un abismo que detiene en su orilla a los corazones vulgares; pero que los predestinados salvan en la inspiración de una palabra o de un tronco; como si a su vez quisieran demostrar a la esquiva y misteriosa deidad que reparte los favores humanos, que el bronce de sus almas tiene el temple que requieren sus altos designios y las grandes obras.

En la vida del que fue general Lynch hubo un minuto semejante.

El glorioso camino que recorrió en corto tiempo, aquella porción de su vida que podría llamarse en frase vulgar la segunda parte de sus obras de ciudadano y de soldado, no arranca precisamente de su notable comportamiento como capitán y diplomático en la difícil expedición, que condujo desde Paita a Chimbote y que a tan alto punto elevó la fama de su prudencia, habilidad y coraje.

Fue ello, sin duda, una gran revelación para el país, pero no determinó la asunción del general.

La estrella de su fortuna salió en un instante mucho más modesto y secundario de su vida.

Se le apareció a las puertas del desierto que separa a Pisco de Lurín.

La expedición que marchaba por mar en demanda de un puerto de desembarco, inmediato a Lima, debía ser apoyada por un cuerpo de tropas que partieron de Pisco, siguiera por tierra, camino paralelo al de aquélla; batiera esa larga zona que se creía poblada de enemigos y diera, finalmente, la mano, en un punto de cita más o menos acordado, a la gente de las naves. Tenía, pues, la expedición terrestre grandísima importancia.

Dándole ventaja de algunos días y confiando en ella, hízose a la mar, desde el puerto de Arica, el resto del ejército expedicionario.


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36 págs. / 1 hora, 4 minutos / 49 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Selva Invasora

Rudyard Kipling


Cuento


Hierba, flor, enredadera,
tended un velo sobre todo esto:
hay que borrar de esta raza
hasta el más mínimo recuerdo.

Negra ceniza cubra sus altares,
luego de la lluvia sutil
la leve huella quede por siempre
impresa en ellos.

El campo yermo sea
del gamo el lecho; nadie a asustarlo vaya
ni a turbar a sus pequeñuelos.

Derrúmbense los muros cediendo
a su propio peso;
que nadie lo sepa,
ni nadie en pie de nuevo los vea.


Después de leer los primeros cuentos de esta obra, debemos recordar que, una vez que Mowgli clavó la piel de Shere Khan en la Peña del Consejo, dijo a cuantos quedaban en la manada de Seeonee que de ahí más, cazaría solo en la Selva; entonces, los cuatro hijos de papá Lobo y de su esposa dijeron que ellos también cazarían en su compañía.

Mas no es cosa fácil cambiar de vida en un momento... sobre todo en la selva. Lo primero que hizo Mowgli cuando se dispersó la manada al marcharse los que la formaban, fue dirigirse a la cueva donde había tenido su hogar y dormir allí durante un día y una noche. Después les refirió a papá Lobo y a la mamá cuanto creyó que podrían entender de todas las aventuras que había corrido entre los hombres. Luego, cuando, por la mañana, se entretuvo en hacer que brillara el sol sobre la hoja de su cuchillo (que le había servido para desollar a Shere Khan), confesaron ellos que algo había aprendido.

Después Akela y el Hermano Gris hubieron de narrar la parte que habían tomado en la gran embestida de los búfalos del barranco; con tal de oírlo todo, Baloo subió penosamente la montaña, y por su parte Bagheera se rascaba de gusto al ver cómo había dirigido Mowgli su batalla.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Llamada de Cthulhu

H.P. Lovecraft


Cuento


Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...

Algernon Blackwood


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Mañana

Joseph Conrad


Cuento


Lo que se sabía del capitán Hagberd en el pequeño puerto de Colebrook no era precisamente favorable para él. No pertenecía a aquel pueblo. Había llegado para quedarse en unas circunstancias que no tenían nada de misterioso —sobre aquel particular era especialmente comunicativo—, pero sí realmente morbosas y absurdas. Era evidente que tenía dinero, porque se había comprado una parcela y había hecho construir en ella dos pequeñas casitas feas que había pintado de amarillo. Una de ellas la ocupó él mismo y la otra se la cedió a JosiahCarvil —el ciego Carvil, constructor de barcos retirado—, un hombre que se había granjeado una mala reputación en el lugar a causa de su despotismo.

Las casas tenían una pared en común, los jardines estaban separados por una valla y los cercos traseros por un cerco de madera. A la señorita BessieCarvil se le permitía tender sobre el cerco los manteles, las servilletas y algún que otro delantal para que se secaran. La joven era alta y el cerco bajo, le daba para apoyar los codos en él. Tenía las manos enrojecidas por la cantidad de ropa que lavaba, pero los antebrazos eran blancos y bien formados, y siempre observaba al jefe de su padre en silencio, un silencio pensativo lleno de entendimiento, expectativa y deseo.

—La ropa mojada acaba pudriendo la madera —solía decir el capitán Hagberd—, es la única costumbre descuidada que le conozco, ¿por qué no cuelga una cuerda en su patio?


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Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

En la Costa Azul

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I. El Carnaval en Niza

Niza es la heredera de Venecia. Durante varios siglos, los ricos ganosos de divertirse y los aventureros de vida novelesca arrostraron las molestias y peligros de los viajes de entonces para presenciar en la ciudad adriática las fiestas de un Carnaval que duraba meses. Ahora, los medios de comunicación son más fáciles; el placer se ha democratizado, lo mismo que los conocimientos humanos y las comodidades de nuestra existencia, y el ferrocarril y el trasatlántico traen miles de espectadores al Carnaval de Niza.

La Naturaleza gusta de travesear en estos días. Un sol primaveral derrama sus oros sobre la Costa Azul casi todo el invierno, y al llegar la semana carnavalesca raro es el año que no cae una lluvia inoportuna. Pero como Niza necesita defender su célebre fiesta, y la muchedumbre de viajeros llega dispuesta a divertirse, sea como sea, las máscaras arrostran la intemperie, el público abre sus paraguas, y los desfiles continúan bajo esa lluvia violenta y tibia de los países solares, donde los aguaceros son ruidosos pero de corta duración.

El Carnaval de Niza ha acabado por ser algo indispensable para su vida, y ninguna otra ciudad lo puede copiar. Los particulares colaboran con el Municipio; cada nicense aporta su iniciativa. Capitales de mayor importancia podrían organizar desfiles de carrozas más suntuosas; pero creo imposible que encontrasen una ayuda individual, una colaboración «patriótica» como la de los habitantes de esta ciudad. El pueblo nicense considera que es deber suyo engrosar el número de las máscaras, y familias enteras se cubren con el disfraz para gritar en las calles, danzar o ir saltando de una acera a otra, todo para mayor gloria y provecho de su tierra.


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Publicado el 18 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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