Textos más largos etiquetados como Cuento | pág. 61

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etiqueta: Cuento


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La Fortuna de un Estudiante

Charles Dickens


Cuento


I

Aunque se ha hablado mucho de la sobriedad de los estómagos lacedemonios, de seguro que no hubieran podido resistir el sistema de alimentacion á que nos sujetaba el respetable doctor Glumpler en su colegio; de seguro que se hubieran insurreccionado.

Los vencedores de los persas requerian una comida, algo más nutritiva que los resíduos de grasa que se desprendian de los huesos de ternera con que nos obsequiaba el doctor; y por otra parte, si Jerges se hubiera limitado á alimentar á sus innumerables huestes con un poco de arroz hervido, como nos sucedía á nosotros, los vasallos que en sus extensos dominios contaba, no lo hubieran ensalzado hasta considerarle como un Dios.

Sin embargo, importa decir que bajo este punto de vista el colegio del doctor Glumper no se diferenciaba de otros muchos colegios, en donde los escolares de mi tiempo, hijos todos de muy buenas casas, seguían sus estudios, pero muriéndose de hambre. Es verdad que con lo que nos daban teníamos, á no dudarlo, lo suficiente para vivir, mas en comerlo estaba la dificultad. La comida, que nada tenía de buena al comienzo de la semana, al final de ésta se hacia irresistible; de modo que cuando llegaba el domingo, nos parecíamos á un grupo de jóvenes viajeros perdidos en las soledades del mar á quienes salva de una muerte próxima el feliz encuentro de un buque cargado de rosbeaf y de pudding: este buque era para nosotros lo que llamábamos la banasta de Hannah.

Hannah nos lavaba la ropa, y el sábado por la tarde, despues de la entrega de las prendas, iba invariablemente al jardin y allí, descubriendo su providencial banasta, sacaba á la luz una infinidad de golosinas que nos parecían excelentes; por su calidad y por lo módico de su precio.


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Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Miedo a la Multitud

Robert E. Howard


Cuento


Hablé por primera vez con Slade Costigan en el vestuario, a donde yo había ido tras su victoria por K. O. sobre Batallador Monaghan en el segundo asalto. Aquel muchacho era una muestra de humanidad bastante impresionante, de más de un metro ochenta de altura, cintura delgada, piernas largas y nerviosas, hombros especialmente anchos y unos brazos robustos. La piel bronceada, ojos estrechos de un color gris frío, y una espesa melena de cabellos negros que le caían sobre una frente ancha, le hacían tener el rostro de un combatiente —ancho en los pómulos, con los labios delgados y una mandíbula sólida. Por el momento, aquel rostro se encontraba en un lamentable estado, con un ojo medio cerrado, los labios destrozados y las mejillas marcadas por numerosas rasguñaduras, el resultado de los últimos y desesperados esfuerzos de Batallador Monaghan.

Tomé asiento y le miré fijamente.

—Me llamo Steve Palmer; sin duda, habrás oído hablar de mí. Vayamos al grano. Pareces inteligente.

Pareció ligeramente sorprendido, pero sonrió.


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22 págs. / 39 minutos / 32 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Lázaro

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Cuando Lázaro salió de la tumba, donde la muerte, por espacio de tres días y tres noches, le había tenido bajo su enigmático poder; cuando volvió, vivo, a su casa, pasaron durante algún tiempo inadvertidas las singularidades siniestras que habían de hacer, más adelante, terrible hasta su nombre. Radiantes de júbilo porque había vuelto a la vida, sus amigos y su familia le mimaban como a un niño, saciaban su ávida ternura cuidando, solícitos, de todo cuanto le concernía: su comida, su bebida, sus ropas. Le vistieron con suntuosidad: un traje color de esperanza y de risa le envolvió, como a un novio, y cuando se sentó de nuevo a la mesa, en medio de los convidados, cuando bebió y comió de nuevo, los circunstantes lloraron de alegría e invitaron a los vecinos a ir a ver al resucitado. Los vecinos acudieron y se regocijaron, enternecidos también, hasta derramar lágrimas; numerosos desconocidos llegaron de ciudades y aldeas lejanas, y su asombro y su entusiasmo ante el milagro se manifestaron en ruidosas exclamaciones. Se hubiera dicho que un enjambrede abejas zumbaba en tomo de la casa de Marta y María.


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22 págs. / 39 minutos / 213 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Simón el Mago

Tomás Carrasquilla


Cuento


Entre mis paisanos criticones y apreciadores de hechos es muy válido el de que mis padres, a fuer de bravos y pegones, lograron asentar un poco el geniazo tan terrible de nuestra familia. Sea que esta opinión tenga algún fundamento, sea un disparate, es lo cierto que si los autores de mis días no consiguieron mejorar su prole no fue por falta de diligencia: que la hicieron, y en grande.

¡Mis hermanas cuentan y no acaban de aquellas encerronas de día entero en esa despensa tan oscura donde tanto espantaban! Mis hermanos se fruncen todavía al recordar cómo crujía en el cuero limpio, ya la soga doblada en tres, ya el látigo de montar de mi padre. De mi madre se cuenta que llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amen de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor con que solía aliñar toda reprensión.

¡Estos rigores paternales, bendito sea Dios, no me tocaron!

¡Sólo una vez en mi vida tuve de probar el amargor del látigo!

Con decir que fui el último de los hijos, y además enclenque y enfermizo, se explica tal blandura.

Todos en la casa me querían a cual más, siendo yo el mimo y la plata labrada de la familia; ¡y mal podría yo corresponder a tan universal cariño cuando todo el mío lo consagré a Frutos!

Al darme cuenta de que yo era una persona como todo hijo de vecino, y que podía ser querido y querer, encontré a mi lado a Frutos, que, más que todos y con especialidad, parecióme no tener más destino que amar lo que yo amase y hacer lo que se me antojara.


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22 págs. / 39 minutos / 2.306 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Gestas, ó el Idioma de los Monos

José Fernández Bremón


Cuento


A mi hermano político
Manuel Mendoza y Sainz de Prado,
en prueba de cariño.


En los cuentos y en algunos libros religiosos del Oriente se supone ó afirma que ciertos hombres han poseido el dón de comprender el lenguaje de los animales. Difícil es averiguar si ha existido ó no semejante ciencia, como es dudoso decidir si los cuentos se derivan de la historia ó la historia se deriva de los cuentos. Parece probable que los animales se comunican entre sí y que sus gritos expresan algo, por lo cual es sensible la pérdida del antiguo y erudito diccionario en que se explicaba la significacion del cacareo de la gallina, del zumbido de la mosca, de la carcajada de la hiena, y de los estrepitosos calderones del jumento. Tal vez, cuando los estudios filológicos se perfeccionen, hallarán los sabios analogías entre ciertos idiomas humanos y los lenguajes de las aves ó cuadrúpedos, en que Nabucodonosor debió ser muy versado, y de los cuales quizá introdujo voces en su idioma, que trasmitidas de pueblo en pueblo, pueden haber llegado hasta nosotros. En tanto que se aclara este misterio, forzoso es ignorar si el lenguaje de los grillos es tártaro ó semítico, y si tiene ó no tiene hipérbaton el maullido de los gatos; y es imposible establecer diferencia entre lo que discurren muchos hombres y lo que acaso se dicen entre sí los habitantes de la selva.


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Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Novia de Piedra

Antonio de Trueba


Cuento


I

Entre loa puertecitos de Ondárroa y Motrico, que distan uno de otro una legua, hay una hermosísima playa que lleva el nombre de Saturrarán, y sirve de divisoria á las dos provincias hermanas de Vizcaya y Guipúzcoa, á la primera de las cuales pertenece la villa de Ondárroa, así como á la segunda la de Motrico.

Es punto menos que imposible ir de Motrico á Saturrarán por la orilla del mar, porque ocupa este espacio la alta montaña de Mijoa, asperísima y cortada casi perpendicularmente por el lado del furioso golfo cantábrico, si bien por el lado opuesto tiene suaves declives cubiertos de viñedos y manzanares, y sembrados de caserías que se descubren aquí y allí entre bosquecillos de castaños y manzanos. Pero si el viajero que toma la hermosa carretera de Motrico á Ondárroa siente vivo disgusto al ver que, en vez de caminar por la orilla del mar, se aleja de éste y lo pierde de vista tras de los altos viñedos de Mijoa, pronto su disgusto se convierte en alegría, porque el vallecito que lleva el mismo nombre que la montaña es un paraíso que jamás olvida el que le ha recorrido, á no ser que pertenezca al número de esos desventurados para quienes los montes no tienen más que cuestas, las rosas no tienen más que espinas, y los campesinos no tienen más que ignorancia.

El valle de Mijoa empieza, pues, casi á las puertas de Motrico y termina en la playa de Saturrarán. Por su fondo corren paralelamente la carretera y un riachuelo que muere en el valle donde nace, dichosa suerte que tendréis muy pocos de vosotros ¡oh pobres hijos de nuestras montañas! que las abandonasteis creyendo encontrar la felicidad en esa lejana América, donde suspiráis por tornar á ellas.


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Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Fin de una Raza

José María de Pereda


Cuento


I

Nos despedimos de él diez y seis años ha, y ya era viejo entonces. Iba Muelle arriba, descollando su gigantesca arboladura sobre un enjambre de pescadoras y granujas que le rodeaban. Gemían unas, suspiraban otras, y se secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con el dorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con el escozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie, forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara las palabras de sus hombros y les diera el acento con los puños. Quien sólo le viera y no le escuchara, tomárale por fiero capataz de un rebaño de esclavos, y no por el paño de lágrimas de aquella turba de afligidos.

En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque del Estado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos, espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad, como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y de cuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda, los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por la última leva.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Autobiografía literaria de Thingum Bob, Esq.

Edgar Allan Poe


Cuento


Dado que mis años van en aumento y, según tengo entendido, tanto Shakespeare como Mr. Emmons fallecieron alguna vez, no es imposible que hasta yo tenga que morir. He pensado, pues, que bien podía retirarme del campo de las letras y dormir en mis laureles. Pero ansío dejar señalada mi abdicación del cetro literario con algún importante legado a la posteridad, y quizá nada mejor para ello que narrar la historia de los primeros tiempos de mi carrera. Tanto y tan constantemente ha brillado mi nombre ante los ojos del público, que no sólo estoy dispuesto a admitir lo natural de ese interés universalmente provocado, sino a satisfacer la extrema curiosidad que inspiró siempre. Por lo demás, constituye un deber de aquel que ha llegado a la grandeza dejar en su ascenso los hitos necesarios para guiar a los otros que ascenderán a su vez. Me propongo, pues, detallar en este artículo (que estuve a punto de titular «Datos para servir a la historia literaria de Norteamérica») esos importantes, aunque débiles y vacilantes primeros pasos por los cuales llegué a la larga al pináculo del renombre humano.


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Margarita

Soledad Acosta de Samper


Cuento


Qui voudrait te guérir, immortelle douleur?
Tu fais la trame même et le fond de la vie.
S'il se mêle aux jours noirs quelques jours de bonheur,
comme des grains épars, c'est ton fil qui les lie...
 

André Theurat

La siguiente tarde antes de oscurecer nos volvimos a reunir y don Felipe dijo con cierto aire conmovido:

—Ya que ayer hablábamos del corazón de la mujer, quiero, sin más preámbulos, referirles una historia de la cual tuve conocimiento por varias circunstancias casuales.

Todos nos preparamos a escucharlo, y él empezó así:

I

Sobre un costado del árido y pedregoso cerro de Guadalupe, que domina la ciudad de Bogotá, se veía en diciembre de 1841 una pequeña choza, cuya limpieza, la blancura de sus paredes y el empedrado que tenía delante de su puerta, indicaban tal vez pobreza pero no incuria, enfermedad moral de todo el que sufre. La choza estaba rodeada por una cerca de piedras colocadas sin arte ni simetría, y cubierta por matorrales de espinos, rosales silvestres, borracheros blancos y amarillos, arbolocos y raquíticos cerezos. En torno de la habitación corrían y engordaban varios cerdos y gallinas que vivían amistosamente con algunos perros hambrientos y un gato de mal genio. En la parte que quedaba detrás del rancho se veía una sementerilla de maíz y de otras plantas que vegetaban a duras penas entre las piedras del cerco.


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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Niña Chole

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


(Del libro «Impresiones de Tierra Caliente», por Andrés Hidalgo)

Hace bastantes años, como final a unos amores desgraciados, me embarqué para México en un puerto de las Antillas españolas. Era yo entonces mozo y algo poeta, con ninguna experiencia y harta novelería en la cabeza; pero creía de buena fe en muchas cosas de que dudo ahora; y libre de escepticismos, dábame buena prisa a gozar de la existencia. Aunque no lo confesase, y acaso sin saberlo, era feliz con esa felicidad indefinible que da el poder amar a todas las mujeres. Sin ser un donjuanista, he vivido una juventud amorosa y apasionada; pero de amor juvenil y bullente, de pasión equilibrada y sanguínea. Los decadentismos de la generación nueva no los he sentido jamás; todavía hoy, después de haber pecado tanto, tengo las mañanas triunfantes, como dijo el poeta francés.

El vapor que me llevaba a México era el Dalila, hermoso barco que después naufragó en las costas de Galicia. Aun cuando toda la navegación tuvimos tiempo de bonanza, como yo iba herido de mal de amores, los primeros días apenas salí del camarote ni hablé con nadie. Cierto que viajaba para olvidar, pero hallaba tan novelescas mis cuitas, que no me resolvía a ponerlas en olvido. En todo me ayudaba aquello de ser yankee el pasaje, y no parecerme tampoco muy divertidas las conversaciones por señas.


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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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