A Eduardo Ferreira.
Policarpo había visto desfilar la triste caravana apeado, junto a
unas talas, en compañía del teniente Donato y los seis soldados que le
acompañaban en su reciente excursión. Cuando todo el ejército hubo
pasado, cuando ya se le veía distante, ondulando como una inmensa
culebra parda, se volvió hacia sus compañeros y les dijo:
—Muchachos, traigo una "picana" gorda bajo los cojinillos, y mi
"chifle" está preñado: todo esto es para luego, si me acompañan hasta
aquí cerquita.
—Ande mande, capitán—respondieron los soldados a coro; y Donato, mostrando su dentadura de perro de presa, agregó:
—Vos sabes, hermano Policarpo, que yo soy como el carancho: ande hay carniza me abajo.
—¿Por qué no decís como el cuervo?—replicó uno de los soldados en son de mofa. A lo que replicó airado el negro:
—¡No te cayés, mal hablao, verás si te sumo el facón y te saco el sebo pa engrasar mis garras!
—¡No t'enojes, tizón!...
—¡Tizón te vi'a meter yo!
Policarpo tuvo que intervenir para hacer cesar la disputa, que, sobre el mismo tema, se repetía veinte veces al día.
—Güeno—dijo Montón de humo, —por respeto a vos, me cayo; alcanza el chifle pa que se me pase la rabia.
Alcanzóle el mozo la cantimplora; él absorbió un buen trago de caña, y limpiándose la boca con el revés de la mano:
—Aura sí—exclamó,—y'asta pronto el indio.
Y como otro soldado dijera:
—El negro, será;—Donato se amoscó de nuevo y gritó furioso, dirigiéndose a Policarpo:
—¡A ver si aprienden de una vez a rispetar a los superiores!... ¡Che! Capitán: ¿yo soy teniente, o no soy teniente?...
Y antes de que nadie hubiera tenido tiempo de replicarle, lanzó una
sonora carcajada, y, sacudiendo la cabeza, agregó burlonamente:
—¿Ande vamos?...
—A un ranchito de aquí cerca.
—¡A chimar el mozo!
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