Textos mejor valorados etiquetados como Cuento | pág. 6

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Tropiquillos

Benito Pérez Galdós


Cuento


I

Finalizaba Octubre. Agobiado por la doble pesadumbre del dolor moral y de la cruel dolencia que me aquejaba, arrastreme lejos de la ciudad ardiente, buscando un lugar escondido donde arrojarme como ser inútil, indigno de la vida, para que nadie me interrumpiese en mi única ocupación posible, la cual era contemplar mi propia decadencia y verme resbalar lento, mas sin tregua ni esperanza, hacia la muerte.

Los campos eran para mí más tristes que el cementerio. Habíanme dicho los médicos: «Te morirás cuando caigan las hojas» y yo las veía palidecer y temblar en las ramas cual contagiadas de mi fiebre y de mi temor.


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Publicado el 22 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Tregua

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Le he pedido a Latimer Springfield que pase el domingo con nosotros y se quede a pasar la noche —anunció la señora Durmot durante el desayuno.

—Creía que estaba en medio de unas elecciones —comentó su marido.

—Exactamente; las elecciones son el miércoles, y para entonces el pobre hombre habrá trabajado hasta convertirse en una sombra. Imagina cómo debe ser la campaña electoral con esta lluvia terrible que lo empapa todo, recorrer caminos rurales cubiertos de barro para hablar ante un público humedecido en un salón escolar lleno de corrientes de aire, y así un día tras otro durante quince días. El domingo por la mañana tendrá que hacer una aparición en algún lugar de culto, e inmediatamente después puede venir con nosotros a tomarse un respiro de todo lo que esté relacionado con la política. Ni siquiera voy a permitir que piense en ella. He ordenado que quiten del rellano de la escalera el cuadro de Cromwell disolviendo el Parlamento, y también el retrato que hizo «Ladas» de Lord Rosebery, que colgaba del salón de fumadores. Y Vera —añadió la señora Durmot dirigiéndose a su sobrina de dieciséis años—: ten cuidado con el color de la cinta que te pones en el pelo; por ningún motivo debe ser azul o amarillo, pues son los colores de los partidos rivales; los colores naranja o verde esmeralda son casi igual de malos, con este asunto de la independencia irlandesa que tenemos entre manos.

—En las ocasiones importantes siempre me pongo una cinta negra en el pelo —contestó Vera con dignidad aplastante.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Una Semblanza del Doctor Johnson

H. P. Lovecraft


Cuento


El privilegio de las reminiscencias, no importa lo confusas o pesadas que estas resulten, es algo que corresponde generalmente a la gente de mucha edad; y realmente, con frecuencia, gracias a tales recuerdos llegan a la posteridad los sucesos oscuros de la historia, así como las anécdotas menores ligadas a los grandes hechos.

Para aquellos de mis lectores que han observado y apuntado, a veces, la existencia de una especie de veta antigua en mi forma de escribir, me ha sido grato presentarme como un hombre joven entre los miembros de mi generación, y alimentar la ficción de que nací en 1890 en América. Ahora estoy dispuesto, no obstante, a desvelar un secreto que había guardado por miedo a la incredulidad, y a hacer partícipe al público de un conocimiento acumulado sobre una era de la que conocí, de primera mano, a sus más famosos personajes. Así pues, sepan que nací en el condado de Devonshire, el 10 de agosto de 1690 (o, según el nuevo calendario gregoriano, el 20 de agosto), así que por tanto mi próximo cumpleaños será el 228. Habiéndome trasladado pronto a Londres, conocí siendo muy joven a muchos de los más celebrados gentilhombres del reinado de Guillermo, incluyendo al llorado Dryden, que era asiduo a las tertulias del Café de Will. Más tarde conocería a Addison y Switf, y fui aún más íntimo de Pope, al que conocí y respeté hasta el día de su muerte. Pero es del más tardío de todos mis conocidos, el finado doctor Johnson, del que deseo escribir, de forma que le haré llegar mi juventud hasta estos días.


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Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Confesiones de un Alma Bella

Wolfgang Goethe


Cuento


Hasta que cumplí los ocho años fui una niña enteramente sana, pero de aquella época consigo acordarme tan poco como del día de mi nacimiento. Nada más comenzar mi octavo año tuve un vómito de sangre y al instante fue mi alma todo sensibilidad y memoria. Las más pequeñas circunstancias de este azar están aún ante mis ojos, como si hubieran sucedido ayer.

A lo largo de los nueve meses que la enfermedad me hizo guardar cama, que soporté con paciencia, nació también, así me lo parece, el fundamento de toda mi forma de pensar, pues se le brindaron entonces a mi espíritu los primeros medios para desarrollarse de acuerdo con su específica forma de ser.

Sufría y amaba, y ésa era la auténtica figura de mi corazón. En medio de las más violentas toses y de una fatigante fiebre estaba tranquila como un caracol que se retira a su concha. Tan pronto como tenía un poco de aire, deseaba sentir algo agradable, y como todos los restantes deleites me estaban vedados, buscaba resarcirme con ojos y oídos. Me traían juegos de muñecas y libros ilustrados, y quien deseara tener un sitio junto a mi lecho tenía que narrarme alguna historia.


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Publicado el 4 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo de la Oscuridad

Robert E. Howard


Cuento


Fui a la Cueva de Dagón para matar a Richard Brent. Bajé por las oscuras avenidas que formaban los árboles enormes, y mi humor reflejaba la primitiva lobreguez del escenario. La llegada a la Cueva de Dagón siempre es oscura, pues las inmensas ramas y las frondosas hojas eclipsan el sol, y lo sombrío de mi propia alma hacía que las sombras pareciesen aún más ominosas y tétricas de lo normal.

No muy lejos, oí el lento batir de las olas contra los altos acantilados, pero el mar mismo quedaba fuera de la vista, oculto por el espeso bosque de robles. La oscuridad y la penumbra de mi entorno atenazaron mi alma ensombrecida mientras pasaba bajo las antiguas ramas, salía a un estrecho claro y veía la boca de la antigua cueva delante de mí. Me detuve, examinando el exterior de la cueva y el oscuro límite de los robles silenciosos.

¡El hombre al que odiaba no había llegado antes que yo! Estaba a tiempo de cumplir con mis macabras intenciones. Durante un instante me faltó decisión, y después, en una oleada me invadió la fragancia de Eleanor Bland, la visión de una ondulada cabellera dorada y unos profundos ojos azules, cambiantes y místicos como el mar. Apreté las manos hasta que los nudillos se me pusieron blancos, e instintivamente toqué el curvo y achatado revólver cuyo bulto pesaba en el bolsillo de mi abrigo.

De no ser por Richard Brent, estaba convencido de que ya me habría ganado a aquella mujer, a la cual deseaba tanto que había convertido mis horas de vigilia en un tormento y mi sueño en una agonía. ¿A quién amaba? Ella no quería decirlo; no creía que ni siquiera lo supiese. Si uno de nosotros desaparecía, pensé, ella se volvería hacia el otro. Y yo estaba dispuesto a hacerle más fácil la decisión… para ella y para mí mismo. Por casualidad había oído a mi rubio rival inglés comentar que pensaba venir a la solitaria Cueva de Dagón en una ociosa excursión… solo.


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25 págs. / 44 minutos / 169 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sangre de Belshazzar

Robert E. Howard


Cuento


Capítulo 1


Brilló sobre el gran pecho del rey persa,
Al propio Iskander, en su camino iluminó;
Relució donde las lanzas se alzaban, prestas,
Con un destello enloquecido, embrujador.
Y a lo largo de sangrientos años cambiantes,
Atrajo a los hombres, que en alma y mente,
Sus vidas, en lagrimas y sangre se ahogaron,
Quebrando sus corazones nuevamente.
Oh, arde con la sangre de corazones bravos,
Cuyos cuerpos son de nuevo solo barro.

La Canción de la Piedra Roja.
 

En otro tiempo se le llamaba Eski-Hissar, el Castillo Viejo, pues ya era antiguo incluso cuando los primeros selyúcidas surgieron por el horizonte oriental, y ni siquiera los árabes, que reconstruyeron sus desvencijadas ruinas en la época de Abu Bekr, sabía qué manos fueron las que erigieron esos bastiones descomunales en las sombrías colinas del Taurus. Ahora, dado que la antigua fortaleza se había convertido en un nido de bandidos, los hombres lo llamaban Bab-el-Shaitan, la Puerta del Diablo, y no sin un buen motivo.

Aquella noche tenía lugar un festín en el gran salón. Grandes mesas repletas de copas y jarras de vino, y enormes bandejas con viandas, se hallaban flanqueadas por una serie de catres que resultaban toscos para un banquete como aquel, mientras que, en el suelo, grandes cojines acomodaban las reclinantes formas de otros invitados.

Temblorosos esclavos se apresuraban en derredor, llenando los cálices con sus odres de vino y sirviendo grandes tajadas de carne asada y rebanadas de pan.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 41 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Danza del Peregrino

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Era la función religiosa solemnísima, y tenía además un carácter tradicional que no tendrán nunca las que hoy se consagran a devociones nuevas, pues también en la devoción cabe modernismo, y hay santos de cepa vieja, de más arraigo, de sangre más azul.

En aquel templo extraordinario, ante aquel apóstol bizantino, engastado en plata como una perla antigua, de plata el revestimiento del altar, la pesada esclavina, la enorme aureola, destacándose sobre un fondo de talla dorada inmenso retablo, con figurones de ángeles que tremolan banderas de victoria y moros que en espantadas actitudes se confiesan derrotados, mientras el colosal incensario vuela como un ave de fuego, encandiladas sus brasas por el vuelo mismo, y vierte nubes de incienso que neutralizan el vaho humano de tanta gente rústica apiñada en la nave, había algo que atrajo mi atención más que el cardenal con sus suntuosas vestiduras pontificales, más que las larguísimas caudas de los caballeros santiaguistas, majestuosamente arrastradas por la alfombra del presbiterio. Lo que me interesaba era una persona que, apoyada en un pilar, reclinada en la románica efigie de Santa María Salomé, asistía a la ceremonia como en éxtasis.

Parecía hombre de unos cincuenta años, no muy alto, descolorido, de entrecana barba rojiza. La barba se veía antes que todo, pues llenaba el rostro, por decirlo así, y descendía, luenga y ondulosa, sobre el pecho. Algo más arriba se quedaban las guedejas, pero no subían de los hombros, y completaban el carácter profundamente místico de la faz, donde ardían dos ojos pacíficamente calenturientos, con la mansa fiebre del entusiasmo.


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5 págs. / 9 minutos / 91 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Rudyard Kipling


Cuento


—Si das una vuelta al mundo en dirección al Oriente, ganas un día —le dijeron los hombres de ciencia a John Hay.

Y durante años, John Hay viajó al Este, al Oeste, al Norte y al Sur, hizo negocios, hizo el amor y procreó una familia como han hecho muchos hombres, y la información científica consignada arriba permaneció olvidada en el fondo de su mente, junto con otros mil asuntos de igual importancia.

Cuando murió un pariente rico, se vio de pronto en posesión de una fortuna mucho mayor de lo que su carrera previa hubiera podido hacer suponer razonablemente, dado que había estado plagada de contrariedades y desgracias. Es más, mucho antes de que le llegara la herencia, ya existía en el cerebro de John Hay una pequeña nube, un oscurecimiento momentáneo del pensamiento que iba y venía antes de que llegara a darse cuenta de que existía alguna solución de continuidad. Lo mismo que los murciélagos que aletean en torno al alero de una casa para mostrar que están cayendo las sombras. Entró en posesión de grandes bienes, dinero, tierra, propiedades; pero tras su alegría se irguió un fantasma que le gritaba que su disfrute de aquellos bienes no iba a ser de larga duración. Era el fantasma del pariente rico, al que se le había permitido retornar a la tierra para torturar al sobrino hasta la tumba. Por lo que, bajo el aguijón de este recuerdo constante, John Hay, manteniendo siempre la profunda imperturbabilidad del hombre de negocios que ocultaba las sombras de su mente, transformó sus inversiones, casas y tierras en soberanos sólidos, redondos, rojos soberanos ingleses, cada uno equivalente a veinte chelines. Las tierras pueden perder su valor, y las casas volar al cielo en alas de llama escarlata, pero hasta el Día del Juicio un soberano será siempre un soberano, es decir, un rey de los placeres.


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4 págs. / 7 minutos / 182 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Misa del Ateo

Honoré de Balzac


Cuento


Un médico al que debe la ciencia una hermosa teoría fisiológica, y que, joven aun, logró abrirse plaza entre las celebridades de la Escuela de París, centro de luces; al que rinden homenaje todos los médicos de Europa, el doctor Bianchon, ejerció la cirugía antes de dedicarse á la medicina.

Sus primeros estudios fueron dirigidos por un gran cirujano francés, por el ilustre Desplein, que pasó para la ciencia con la rapidez de un meteoro. Según confesión de sus enemigos, Desplein se llevó á la tumba su método intransmisible. Como todos los hombres de genio, no tenía descendientes y se lo llevó todo consigo. La gloria de los cirujanos se parece á la de los actores, cuyo talento deja de apreciarse tan pronto como desaparecen, y cuya fama sólo dura lo que su vida.

Los actores y los cirujanos, lo mismo que los grandes cantantes y los artistas que centuplican con su ejecución el poder de la música, sólo son héroes del momento. Desplein ofrece un ejemplo de la semejanza que existe entre el destino de estos genios transitorios. Su nombre, tan célebre ayer y tan olvidado hoy, permanecerá dentro de la especialidad á que se dedicó, sin franquear nunca sus límites.

Pero ¿no es necesario que concurran circunstancias inauditas para que el nombre de un sabio pase del dominio de la ciencia, al dominio de la historia general de la humanidad? ¿Poseía Desplein esa universalidad de conocimientos que hacen de un hombre el verbo ó la figura de un siglo? Desplein poseía un golpe de vista divino, penetraba la enfermedad y al enfermo con una intuición adquirida ó natural que le permitía no engañarse nunca en los diagnósticos y determinar el momento preciso, la hora el minuto en que era necesario operar, sacando siempre partido de las circunstancias atmosféricas y de las particularidades del temperamento.


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21 págs. / 37 minutos / 454 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Un Conflicto

Antón Chéjov


Cuento


Gricha, un muchachuelo de siete años, no se apartaba de la puerta de la cocina, y espiaba por la cerradura. En la cocina sucedía algo extraordinario; al menos, tal era la opinión de Gricha, que no había visto nunca cosas semejantes. He aquí lo que pasaba.

Junto a la gran mesa en que se picaba la carne y se cortaba la cebolla, hallábase sentado un rollizo y alto «mujik», en traje de cochero, rojo, con una barba muy larga. Su frente estaba cubierta de sudor. Bebía té, no directamente en la taza, sino en un platillo sostenido con los cinco dedos de su mano derecha. Mordía el azúcar, y hacía, al morderlo, un ruido que escalofriaba a Gricha.

Frente a él, sentada en una silla, se hallaba la vieja nodriza Stepanovna. Bebía también té. La expresión de su rostro era grave y solemne. La cocinera Pelageya trasteaba junto al hornillo, y estaba, visiblemente, muy confusa. Por lo menos, hacía todo lo posible por ocultar su rostro, en extremo encarnado, según los atisbos de Gricha.

En su turbación, ya cogía los cuchillos, ya los platos haciendo ruido, y no podía estarse quieta ni sabía qué hacer de toda su persona. Evitaba mirar a la mesa, y si le dirigían una pregunta, respondía con voz severa y brusca, sin volver siquiera la cabeza.

—¡Pero tome usted un vasito de «vodka»—decía la vieja nodriza al cochero—. Sólo toma usted té.

Había colocado ante él una botella de «vodka» y un vasito, poniendo una cara muy maliciosa.

—Se lo agradezco a usted; no bebo nunca—respondió el cochero.

—¡Qué cosa más rara! Todos los cocheros beben... Además, usted es soltero y no tiene nada de particular que, de vez en cuando, se beba un vasito. ¡Se lo ruego!

El cochero, con disimulo, lanzó una mirada a la botella; luego a la cara maliciosa de la nodriza, y se dijo:

—Te veo venir, vieja bruja; quieres saber si soy bebedor. No, vieja, no caeré en tu trampa.


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6 págs. / 10 minutos / 299 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

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