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Cuentos de la Patrulla Pesquera

Jack London


Cuento


1. BLANCO Y AMARILLO

La bahía de San Francisco es tan vasta que a menudo sus tempestades se revelan más desastrosas para los grandes navíos que las que desencadena el propio océano. Sus aguas contienen toda clase de peces, por lo que su superficie se ve continuamente cruzada por toda clase de barcos de pesca pilotados por toda clase de pescadores. Para proteger a la fauna marina contra una población flotante tan abigarrada se han promulgado unas leyes llenas de sabiduría, y una Patrulla Pesquera vela por su cumplimiento.

La vida de los patrulleros no carece ciertamente de emociones: muchos de ellos han encontrado la muerte en el cumplimiento de su deber, y un número más considerable todavía de pescadores, cogidos en delito flagrante, han caído bajo las balas de los defensores de la ley.

Los pescadores chinos de gambas se encuentran entre los más intrépidos de estos delincuentes. Las gambas viven en grandes colonias y se arrastran sobre los bancos de fango. Cuando se encuentran con el agua dulce en la desembocadura de un río, dan media vuelta para volver al agua salada. En estos sitios, cuando el agua se extiende y se retira con cada marea, los chinos sumergen grandes buitrones: las gambas son atrapadas para ser seguidamente transferidas a la marmita.

En sí misma, esta clase de pesca no tendría nada de reprensible, si no fuera por la finura de las mallas de las redes empleadas; la red es tan apretada que las gambas más pequeñas, las que acaban de nacer y que ni tan siquiera miden un centímetro de largo, no pueden escapar. Las magníficas playas de los cabos San Pablo y San Pedro, donde hay pueblos enteros de pescadores de gambas, están infestadas por la peste que producen los desechos de la pesca. El papel de los patrulleros consiste en impedir esta destrucción inútil.


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104 págs. / 3 horas, 2 minutos / 212 visitas.

Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos del Difunto Iván Petróvich Belkin

Aleksandr Pushkin


Cuento


Nota del editor

SEÑORA PROSTAKOVA: Desde que era pequeño le gustaban las historias, señor mío.

SKOTININ: Mitrofán sale a mí.

El menor
 

Al iniciar las gestiones para la edición de los Cuentos de I. P. Belkin, que hoy ofrecemos al público, quisimos acompañarlos de una descripción, aunque fuera breve, de la vida del difunto autor, y con ello satisfacer, en parte, la lógica curiosidad de los amantes de las letras rusas. Con este fin nos dirigimos a María Alexéevna Trafílina, pariente cercana y heredera de Iván Petróvich Belkin; pero desgraciadamente, le resultó imposible proporcionarnos información alguna, ya que ella no llegó a conocer al fallecido. Nos sugirió que refiriésemos el asunto a un respetable caballero que había sido amigo de Iván Petróvich. Seguimos su consejo y obtuvimos la deseada contestación a nuestra carta, que ofrecemos a continuación. La publicamos sin cambio o nota alguna, como un precioso homenaje a la nobleza de pensamiento y a la amistad entrañable a la vez que como noticia biográfica de considerable valor.


Muy señor mío:

El 25 del corriente tuve el honor de recibir su amable carta fechada el 15 del mismo, en la que me manifiesta su deseo de obtener una noticia detallada sobre el nacimiento, la muerte, las actividades, las circunstancias familiares, las ocupaciones y el carácter del difunto Iván Petróvich Belkin, que fuera buen amigo y vecino mío. Con sumo agrado cumplo su deseo y le hago llegar, estimado señor, todo aquello que he podido recordar de sus conversaciones, así como algunas de mis propias observaciones.


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76 págs. / 2 horas, 14 minutos / 222 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos y Chanzas

Gérard de Nerval


Cuento


La mano encantada

I. La plaza Dauphine

Nada es tan bello como esas casas del siglo diecisiete de las que la plaza Royale ofrece una reunión tan majestuosa. Cuando sus fachadas de ladrillo, entremezcladas y enmarcadas de cordones y de esquinas de piedra, y cuando sus ventanas altas están inflamadas por los rayos espléndidos del poniente, sentimos en nosotros, viéndolas, la misma veneración que ante una corte de los parlamentos reunida con sus togas rojas forradas de armiño; y, si no fuera una pueril comparación, podría decirse que la larga mesa verde donde esos temibles magistrados están colocados en cuadro figura un poco esa banda de tilos que bordea las cuatro caras de la plaza Royale y completa su grave armonía.

Hay otra plaza en la ciudad de París que no provoca menos satisfacción por su regularidad y su ordenamiento, y que es, en triángulo, poco más o menos la que la otra es en cuadrado. Fue construida bajo el reinado de Enrique el Grande, que la llamó place Dauphine y admiraron entonces el poco tiempo que necesitaron sus construcciones para cubrir todo el baldío de la isla de la Gourdaine. La invasión de esos terrenos fue un cruel disgusto para los clérigos que venían a retozar allí ruidosamente, y para los abogados que venían a meditar sus alegatos: paseo tan verde y florido, al salir del infecto patio del Palacio.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 81 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Cuerpo de Mujer

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.

Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga..."

Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.


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1 pág. / 2 minutos / 180 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Culpa Ajena

Aleksandr Grin


Cuento


1

La carretera del bosque que une la orilla del río Ruanta con el grupo de lagos entre Concaíb y Ajuan—Scap, construida con el esfuerzo de toda una generación, es, como todas las carreteras de este tipo, tacaña para las perspectivas rectas y más cómoda para las aves que para las personas que la usan muy de vez en cuando. El cartero, un hombre de unos treinta y cinco años, casado y bien formado, cabalgaba por esta carretera una mañana, pero se encontró con un obstáculo inesperado.

Su caballo ensillado caminaba tranquilo por el camino bañado por el sol, arrancando con sus labios las hojas de acacia silvestre. La cola del animal se movía constantemente de un muslo a otro, espantando las moscas, las cuales ya habían estudiado perfectamente el ritmo de este movimiento: levantaban el vuelo y se posaban sin ningún peligro. El sol descansaba en la espesura del bosque. Reinaba el silencio ardiente de las hojas inmóviles sumergidas en el calor del mediodía.

En el camino, boca abajo, como si observara por debajo del brazo la vida del bosque, yacía el cadáver de un hombre, con una rotura difícil de notar en el paño de la chaqueta en su espalda. El revólver se había caído de los dedos abiertos de su mano derecha. La gorra plana, con su visera recta de lona, estaba delante de la cabeza con la parte hueca hacia arriba; un escarabajo la cruzaba.

Encima del cadáver había una nube de moscas atraídas por el olor a carne cruda que salía de debajo de este denso, pesado cuerpo, donde la tierra todavía estaba húmeda y pegajosa.

Al lado de la montura, con cada paso del caballo, se sacudía la tapa abierta de la bolsa, de donde, deslizándose uno sobre otro y dando vueltas sobre el borde de cuero, caían los sobres cerrados. Los cascos los pisaban de vez en cuando y los convertían en unas rosetas deformes.


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11 págs. / 20 minutos / 493 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Cupido Contra Pólux

Robert E. Howard


Cuento


Al tiempo que subía los escalones de la casa de la fraternidad, me encontré con Tarántula Soons, un memo con poca disposición y los ojos saltones.

—¿Podría suponer que estás buscando a Spike? —dijo, y al verme admitir el hecho, me miró con curiosidad y añadió que Spike se encontraba en su habitación.

Subí y, mientras lo hacía, oí que alguien cantaba una canción de amor con una voz que era la incitación para un homicidio justificado. Por extraño que parezca, aquella atrocidad emanaba de la habitación de Spike, y cuando entré, vi a Spike sentado en un diván y cantando algo acerca de las lunas de los amantes y labios suaves de color rojo. Sus ojos brillaban encandilados vueltos hacia el techo y ponía el alma en el escandaloso bramido que sólo él imaginaba a la altura de la melodía. Decir que me quedé sorprendido es decir poco y, cuando se volvió y me dijo: «Steve, ¿no es maravilloso el amor?» podría haberme derribado con un martinete. Además de medir sus buenos seis pies y siete pulgadas y pesar algo más de doscientas setenta libras, Spike tiene un careto que hace que Firpo parezca el personaje adecuado para un anuncio para petimetres, sin contar con que es casi tan sentimental como un rinoceronte.

—¿Eh? ¿Y quién es ella? —pregunté con cierto sarcasmo, a lo que Spike se limitó a suspirar amorosamente y seguir con sus poesía. Aquello me irritó—. ¡Así que por eso no estás entrenando en el gimnasio! —bramé—. Eres un maldito haragán. El torneo de boxeo entre colegios empieza mañana y estás aquí, maldito morsa enorme, cantando cursiladas como si fueras un condenado becerro de tres años.

—¡Lárgate! —dijo, amagando un directo de derecha a mi mandíbula de manera distraída—. Puedo acabar con esos pastores alemanes sin entrenarme.


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4 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Cura de Agitación

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sobre el portaequipajes del compartimiento de ferrocarril, frente a Clovis, había una sólida maleta con un prolijo rótulo: «J. P. Huddle, La Conejera, Tilfield, cerca de Slowborough». Bajo el portaequipajes estaba sentada la humana encarnación del rótulo, un individuo sólido y sosegado, sosegadamente vestido y de sosegada conversación. Aun sin su conversación (que se dirigía a un amigo sentado a su lado y se refería principalmente a tópicos tales como el retraso de los jacintos y la presencia de sarampión en la rectoría) hubiera podido estimarse con bastante justeza su temperamento y perspectiva mental. Pero no parecía dispuesto a dejar que nada corriera por cuenta de un observador casual, y su conversación no tardó en volverse personal e introspectiva.

—No sé por qué —le decía a su amigo—; no tengo mucho más de cuarenta años, pero siento como si hubiera alcanzado ya la paz de la edad madura. Mi hermana muestra la misma tendencia. Nos gusta que todo se encuentre en su lugar acostumbrado; que las cosas sucedan en su momento oportuno; que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico con la más escrupulosa exactitud. Por ejemplo, para referirnos a algo insignificante, un tordo viene haciendo su nido, año tras año, en el amento del jardín; este año, sin que medie ninguna razón aparente, lo hizo sobre la hiedra del muro. No hablamos mucho de ello, pero creo que ambos pensamos que el cambio es innecesario y algo irritante incluso.

—Quizá —dijo el amigo—, se trata de otro tordo.

—Lo hemos pensado —dijo J. P. Huddle—, y creo que esa posibilidad nos molesta más todavía. No nos parece que a esta altura de la vida tenga que sobrevenirnos un cambio de tordo; y, sin embargo, como le dije antes, no hemos llegado a una edad en que estas cosas se hagan sentir seriamente.

—Lo que ustedes necesitan —dijo el amigo— es una cura de agitación.


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7 págs. / 12 minutos / 181 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Curioso, de Ser Cierto

Elizabeth Gaskell


Cuento


(Extracto de una carta del señor Richard Whittingham)

Antes te divertía tanto que me enorgulleciera descender de la hermana de Calvino que se casó con un tal Whittingham, deán de Durham, que no sé si compartirás la estima a mi distinguido pariente que me llevó a Francia para examinar registros y archivos que creía que me permitirían descubrir descendientes colaterales del gran reformador a quienes podría llamar primos. No te contaré mis aprietos y aventuras en esta investigación; no mereces saberlos. Pero una tarde del pasado mes de agosto me ocurrió algo tan extraño que, si no hubiese estado absolutamente seguro de hallarme totalmente despierto, lo habría tomado por un sueño.


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Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Dagón

H.P. Lovecraft


Cuento


Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir. Sin dinero, y agotada mi provisión de droga, que es lo único que me hace tolerable la vida, no puedo seguir soportando más esta tortura; me arrojaré desde esta ventana de la buhardilla a la sórdida calle de abajo. Pese a mi esclavitud a la morfina, no me considero un débil ni un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas atropelladamente garabateadas, quizá se hagan idea —aunque no del todo— de por qué tengo que buscar el olvido o la muerte.

Fue en una de las zonas más abiertas y menos frecuentadas del anchuroso Pacífico donde el paquebote en el que iba yo de sobrecargo cayó apresado por un corsario alemán. La gran guerra estaba entonces en sus comienzos, y las fuerzas oceánicas de los hunos aún no se habían hundido en su degradación posterior; así que nuestro buque fue capturado legalmente, y nuestra tripulación tratada con toda la deferencia y consideración debidas a unos prisioneros navales. En efecto, tan liberal era la disciplina de nuestros opresores, que cinco días más tarde conseguí escaparme en un pequeño bote, con agua y provisiones para bastante tiempo.

Cuando al fin me encontré libre y a la deriva, tenía muy poca idea de cuál era mi situación. Navegante poco experto, sólo sabía calcular de manera muy vaga, por el sol y las estrellas, que estaba algo al sur del ecuador. No sabía en absoluto en qué longitud, y no se divisaba isla ni costa algunas. El tiempo se mantenía bueno, y durante incontables días navegué sin rumbo bajo un sol abrasador, con la esperanza de que pasara algún barco, o de que me arrojaran las olas a alguna región habitable. Pero no aparecían ni barcos ni tierra, y empecé a desesperar en mi soledad, en medio de aquella ondulante e ininterrumpida inmensidad azul.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Dagon Manor

Robert E. Howard


Cuento


Cuando yazca moribundo en mi lecho postrero, recordaré mi primera visión de Dagon Manor, la mansión maldita. Un frío cielo gris se cernía sobre ella, en medio de su emplazamiento, en la apartada extensión de los pantanos. Más allá de su solitaria oscuridad, se vislumbraba la sombría masa carmesí del sol, ocultándose tras las montañas.

Las marismas, de un color apagado y melancólico, nos rodeaban por doquier, y las malas hierbas se agitaban bajo el frío viento. Hasta donde podíamos ver, no había ningún otro signo de vida humana en los alrededores… tan solo aquella casa sombría, sin iluminar, que se alzaba enhiesta frente a la fría soledad.

El hermano de mi amigo Conrad se estremeció involuntariamente.

—¡Menudo lugar más desolado! ¿Por qué diablos elegiría este hombre un lugar tan insano para vivir?

Me encogí de hombros.

—A estas alturas ya deberías conocer mejor a Taverel, Conrad. Siempre ha sido un alma morosa, taciturna; siempre ha tenido algo de recluso, algo de misántropo y algo de místico. Este lugar tan triste y solitario es justo lo que más le complace, teniendo en cuenta que la herencia de su tío le ha facilitado el poder llevar a cabo sus mayores excentricidades. ¡Mira!

Una luz acababa de encenderse en la silenciosa casa.

—Vayamos dentro.


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25 págs. / 45 minutos / 79 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

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