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El Marido Escarmentado

Marqués de Sade


Cuento


A un hombre de edad ya madura, por más que hasta ese momento había vivido siempre sin una esposa, se le ocurrió casarse, y lo que tal vez hizo más en contradicción con sus sentimientos fue escoger a una jovencita de dieciocho años con el rostro más atractivo del mundo y el talle más adorable. El señor de Bernac, pues así se llamaba este marido, cometía una increíble estupidez al buscar una esposa, pues era menos versado que nadie en los placeres que procura el himeneo y las manías con que reemplazaba los castos y delicados placeres del vínculo conyugal distaban mucho de agradar a una joven de la manera de ser de la señorita de Lurcie, que así se llamaba la desdichada que Bernac acababa de encadenar a su vida. Y la misma noche de bodas confesó sus gustos a su joven esposa, tras hacerle jurar que no revelaría nada de ello a sus padres; se trataba —como señala el celebre Montesquieu— de ese ignominioso comportamiento que hace retroceder a la infancia: la joven esposa en la postura de una niña merecedora de un correctivo, se prestaba de esa forma, quince o veinte minutos más o menos, a los brutales caprichos de su decrépito esposo, y era con la ilusión de esta escena con lo que él lograba saborear esa sensación de deliciosa embriaguez que todo hombre, con más sanos instintos, de seguro no habría querido sentir más que en los amorosos brazos de Lurcie. La operación le pareció un poco dura a una muchacha delicada, bonita, criada en la comodidad y ajena a toda pedantería; no obstante, como le habían recomendado mostrarse sumisa, pensó que todos los maridos se comportaban igual; tal vez el propio Bernac había alentado esa idea, y ella se entregó con la mayor honestidad del mundo a la depravación de su sátiro; todos los días se repetía lo mismo y a menudo dos veces en vez de una.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Casa del Juicio

Oscar Wilde


Cuento


Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el Hombre compareció desnudo ante Dios.

Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tú no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de tu vecino. Cogiste el pan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos; y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé, vertiste sangre inocente.

Y el Hombre respondió y dijo:

—Si, eso hice.

Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamantes. Tus ídolos no eran de oro ni de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mirra sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia.

Y el Hombre contestó, y dijo:

—Sí, eso hice también.

Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida de Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Ley del Talión

Marqués de Sade


Cuento


Un honesto burgués de la Picardía, descendiente tal vez de uno de aquellos ilustres trovadores de las riberas del Oise o del Somme, cuya olvidada existencia acaba de ser rescatada de las tinieblas apenas hace diez o doce años por un gran escritor de este siglo; un burgués bueno y honrado, repito, vivía en la ciudad de San Quintín, tan célebre por los grandes hombres que ha dado a la literatura, y vivían allí honradamente él, su mujer y una prima en tercer grado, religiosa en un convento de la ciudad. La prima en tercer grado era una muchacha morena, de ojos vivaces, nariz respingona y esbelto talle. Fastidiada por tener veintidós años y por ser religiosa desde hacía ya cuatro, la hermana Petronila, pues ese era su nombre, poseía además una bonita voz y mucho más temperamento que religión. En cuanto a Esclaponville, que así se llamaba nuestro burgués, era un joven gordinflón de unos veintiocho años a quien por encima de todo le gustaba su prima y no tanto, ni muchísimo menos, la señora de Esclaponville, pues venía acostándose con ella desde hacía ya diez años y un hábito de diez años resulta verdaderamente funesto para el fuego del himeneo. La señora de Esclaponville —hay que hacer su descripción, pues, ¿qué ocurriría si no cuidásemos las descripciones en un siglo en el que sólo hay demanda de cuadros, en el que incluso una tragedia puede no ser aceptada si los vendedores de telones no ven en ella seis cambios de decorado, por lo menos—; la señora de Esclaponville, repito, era una rubianca algo insípida pero blanca como la nieve, con unos ojos bastante bonitos, algo entrada en carnes y con esos mofletes que se suelen atribuir a una buena vida.


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4 págs. / 7 minutos / 285 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Mimbrera

León Tolstói


Cuento


Durante la Semana Santa, un mujik fue a ver si la tierra ya se había deshelado.

Se dirigió al huerto y tanteó la tierra con un palo. La tierra ya se había ablandado. El mujik fue al bosque. Allí, las yemas de las mimbreras ya se habían hinchado. Y el mujik pensó: “Plantaré mimbreras alrededor del huerto y cuando crezcan lo protegerán del viento”. Cogió un hacha, abatió diez arbustos, aguzó el extremo más grueso y los plantó en la tierra.

Todas las mimbreras echaron brotes con hojas por encima de la superficie; también bajo tierra salieron brotes, que hacían las veces de raíces; algunos prendieron; otros no se aferraron bien con sus raíces; perdieron vigor y cayeron.

Cuando llegó el otoño, el mujik contempló alborozado sus mimbreras: seis habían prendido. A la primavera siguiente las ovejas royeron la corteza de cuatro y solo quedaron dos. A la primavera siguiente las ovejas royeron también esas dos. Una no salió adelante, pero la otra resistió, echó fuertes raíces y se convirtió en un árbol. En primavera las abejas zumbaban ruidosamente sobre la mimbrera. En las hendiduras solían formarse enjambres, de los que se aprovechaban los mujiks. Las campesinas y los mujiks comían y dormían a menudo bajo esa mimbrera; los niños, en cambio, se subían a su tronco y arrancaban las ramas.

El mujik que plantó la mimbrera llevaba ya mucho tiempo muerto, pero esta seguía creciendo. El hijo mayor cortó dos veces sus ramas para quemarlas en la estufa. Pero la mimbrera seguía creciendo. Le cortaban todas las ramas para hacer bastones, pero cada primavera echaba nuevos brotes, más delgados que antes, pero dos veces más numerosos, semejantes a las crines de un potro.


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1 pág. / 2 minutos / 353 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Tempestad de Nieve

Aleksandr Pushkin


Cuento


A finales de 1811, en tiempos de grata memoria, vivía en su propiedad de Nenarádovo el bueno de Gavrila Gavrílovich R**. Era famoso en toda la región por su hospitalidad y carácter afable; los vecinos visitaban constantemente su casa, unos para comer, beber, o jugar al boston a cinco kopeks con su esposa, y otros para ver a su hija, María Gavrílovna, una muchacha esbelta, pálida y de diecisiete años. Se la consideraba una novia rica y muchos la deseaban para sí o para sus hijos.

María Gavrílovna se había educado en las novelas francesas y, por consiguiente, estaba enamorada. El elegido de su amor era un pobre alférez del ejército que se encontraba de permiso en su aldea. Sobra decir que el joven ardía en igual pasión y que los padres de su amada, al descubrir la mutua inclinación, prohibieron a la hija pensar siquiera en él, y en cuanto al propio joven, lo recibían peor que a un asesor retirado.

Nuestros enamorados se carteaban y todos los días se veían a solas en un pinar o junto a una vieja capilla. Allí se juraban amor eterno, se lamentaban de su suerte y hacían todo género de proyectos. En sus cartas y conversaciones llegaron a la siguiente (y muy natural) conclusión: si no podemos ni respirar el uno sin el otro y si la voluntad de los crueles padres entorpece nuestra dicha, ¿no podríamos prescindir de este obstáculo? Por supuesto que la feliz idea se le ocurrió primero al joven y agradó muchísimo a la imaginación romántica de María Gavrílovna.

Llegó el invierno y puso término a sus citas, pero la correspondencia se hizo más viva. En cada carta Vladímir Nikoláyevich suplicaba a su amada que confiara en él, que se casaran en secreto, se escondieran durante un tiempo y luego se postraran a los pies de sus padres, quienes, claro está, al fin se sentirían conmovidos ante la heroica constancia y la desdicha de los enamorados y les dirían sin falta:


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14 págs. / 25 minutos / 167 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Matrimonio a la Moda

Katherine Mansfield


Cuento


Camino de la estación, William se dio cuenta de que había olvidado comprar algo para los críos. El olvido le causó gran malestar. ¡Pobres niños! ¡Qué pena! Las primeras palabras que decían siempre cuando corrían a saludarle eran: «¿Qué nos traes, papá?», y él no llevaba nada. Tendría que comprarles unos dulces en la estación. Pero eso era lo que había hecho los cuatro sábados anteriores, y la última vez sus caras habían sido lo suficientemente expresivas al ver aparecer las mismas cajas de costumbre.

Paddy había dicho:

—A mí ya me diste una con cinta roja.

Y el comentario de Johnny fue:

—Y a mí siempre me toca rosa. Odio el color rosa.

Pero, ¿qué podía hacer William? El asunto no era fácil. Antes hubiera cogido un taxi hasta una buena juguetería y en cinco minutos habría encontrado algo adecuado para ellos. Pero ahora tenían juguetes rusos, franceses, serbios… juguetes de Dios sabe qué parte del mundo. Hacía más de un año que Isabel había desechado los burritos, las locomotoras y un montón de cosas más porque eran «demasiado sentimentales» y «muy perjudiciales para la formación de los pequeños».

—Es importantísimo —había explicado la nueva Isabel— que tengan gustos adecuados desde el principio. Ahorra mucho tiempo más adelante. La verdad, si las pobres criaturas se pasan la infancia contemplando semejantes monstruosidades, es muy normal que al crecer insistan en que los lleven a la Real Academia de Pintura.

Y continuaba hablando como si una visita a la Real Academia de Pintura fuese algo semejante a una condena a muerte…

—Bueno, no estoy muy seguro —dijo William lentamente—. Cuando yo tenía su edad me iba a la cama abrazado a una toalla con un nudo en la punta.

La nueva Isabel le miró con los ojos entornados y los labios entreabiertos.


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13 págs. / 23 minutos / 92 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Pluma, Lápiz y Veneno

Oscar Wilde


Cuento


Ha sido constante motivo de reproche contra los artistas y hombres de letras su carencia de una visión integral de la naturaleza de las cosas. Como regla, esto debe necesariamente ser así. Esa misma concentración de visión e intensidad de propósito que caracteriza el temperamento artístico es en sí misma un modo de limitación. A aquellos que están preocupados con la belleza de la forma nada les parece de mucha importancia. Sin embargo, hay muchas excepciones a esta regla. Rubens sirvió como embajador, Goethe como consejero de Estado, y Milton como secretario de Cromwell. Sófocles desempeñó un cargo cívico en su propia ciudad; los humoristas, ensayistas y novelistas de la América moderna no parecen desear nada mejor que transformarse en representantes diplomáticos de su país; y el amigo de Charles Lamb, Thomas Criffiths Wainewright, terna de esta breve memoria, aunque de un temperamento extremadamente artístico, siguió muchos otros llamados además del llamado del arte; no fue solamente un poeta y un pintor, un crítico de arte, un anticuario, un prosista, un aficionado a las cosas hermosas y un diletante de las cosas encantadoras, sino también un falsificador de capacidad más que ordinaria, y un sutil y secreto envenenador, casi sin rival en ésta o cualquier edad.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Modelo de Agricultor

Jules Renard


Cuento


El combate parecía terminado, cuando una última bala —una bala perdida— vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.

Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.

Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar.

Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil.

Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera.

Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo.

Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección.

Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas.

Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. Él sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. Él las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante.

Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Casa del Sotabanco

Antón Chéjov


Cuento


I

Ello sucedió hace unos seis o siete años, cuando yo vivía en uno de los distritos de la gobernación T. en la propiedad del terrateniente Belokúrov, hombre joven que se levantaba muy temprano, andaba vestido con una podiovka por las noches tomaba cerveza y quejábase siempre de que en nadie ni en ninguna parte encontraba comprensión. Vivía en una casita en el jardín, mientras que yo me alojaba en la vieja casona señorial, en una enorme sala con columnas, en la cual no había ningún mueble, excepto un amplio diván, en el que yo dormía, y una mesa, en la cual yo hacía solitarios. Algo aullaba siempre allí en las viejas estufas, aun con tiempo apacible, mientras que durante las tormentas toda la casa se estremecía y hasta parecía que se resquebrajaba en pedazos, de modo que uno sentía un poco de miedo, especialmente de noche, cuando las diez ventanas se iluminaban de repente con los relámpagos.

Condenado por el destino a un ocio constante, yo no hacía absolutamente nada. Durante horas enteras miraba por las ventanas al cielo, los pájaros, las alamedas, leía todo lo que me traían del correo, dormía. De vez en cuando, salía de la casa y vagaba hasta el anochecer.


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Publicado el 13 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

La Vida Privada

Henry James


Cuento


I

Hablábamos de Londres cara a cara con un gran glaciar hirsuto y primevo. La hora y el escenario formaban una de esas impresiones que compensan un poco, en Suiza, por la moderna indignidad del viajar: las promiscuidades y vulgaridades, la estación y el hotel, la paciencia gregaria, la lucha por unas migajas de atención, la reducción a estado numerado. El alto valle se teñía del rosa de la montaña; el aire fresco tenía la limpieza de un mundo nuevo. Había un leve rubor de primera tarde sobre nieves incólumes, y el tintineo fraternizante del ganado oculto a la vista nos llegaba con un olor a siega tibia de sol. El balconado hostal se alzaba en la garganta misma del paso más delicioso del Oberland, y hacía una semana que teníamos buena compañía y buen tiempo. Se consideraba gran fortuna, porque lo uno habría compensado por lo otro si alguna de las dos cosas hubiera sido mala.


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Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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