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El Señor y la Señora Palomo

Katherine Mansfield


Cuento


Naturalmente sabía —nadie podía saberlo mejor que él— que no tenía ni sombra de esperanza, ni la más mínima posibilidad. El simple hecho de que se atreviese a pensar en ello ya era tan descabellado que hubiese comprendido perfectamente que el padre de ella… —bueno, cualquier cosa que su padre hiciese iba a estar perfectamente justificada—. La verdad es que, a no ser por su desesperación, a no ser por el hecho que aquél era decididamente su último día en Inglaterra hasta solo Dios sabía cuándo, no se hubiera atrevido a dar aquel paso. E incluso así… Abrió un cajón de la cómoda y eligió la corbata, una corbata ajedrezada, a cuadros azules y beiges, y se sentó al borde de la cama. Suponiendo que ella respondiese: «¡Menuda impertinencia!», ¿se sentiría sorprendido? Decidió que no, que no se sentiría sorprendido lo más mínimo, y dobló el cuello de la camisa ocultando la corbata. En realidad esperaba que ella dijera algo por el estilo. Si consideraba la situación con absoluta sobriedad no veía como ella podía responder otra cosa.


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12 págs. / 21 minutos / 85 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Algo Infantil, Pero muy Natural

Katherine Mansfield


Cuento


1

Henry no sabía qué opinar; o no se acordaba ya de cómo le sentaba el verano anterior, o de entonces ahora le había crecido la cabeza. Porque aquel sombrero de paja le hacía daño, oprimiéndole la frente y produciéndole un dolor sordo en los huesos que hay sobre las sienes. Así que, optando por un asiento en el rincón de una tercera para fumadores, se lo quitó y lo dejó en la rejilla, juntamente con la gran carpeta negra de cartón y los guantes que su tía B. le había regalado aquellas Navidades. El compartimiento olía terriblemente a goma mojada y a hollín. Tenía diez minutos disponibles antes de que saliera el tren, y Henry decidió ir a echar un vistazo al puesto de libros. Por el techo encristalado de la estación penetraba la luz del sol en haces azules y dorados. Un chicuelo corría de aquí para allá con una batea de primaveras. Había en la gente, sobre todo en las mujeres, algo de dejadez y al mismo tiempo de ansiedad. El primer día verdaderamente primaveral, el día más encantador de todo el año desplegaba sus esplendores deliciosamente templados, incluso ante los ojos de los londinenses. Haciendo relumbrar todos los colores, infundía un tono nuevo a todas las voces, así que la muchedumbre urbana iba de aquí para allá, sintiendo que bajo sus ropas llevaban un cuerpo viviente de verdad y que un corazón realmente vivido hacía circular su sangre aletargada.


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24 págs. / 42 minutos / 295 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Cansancio de Rosabel

Katherine Mansfield


Cuento


En la esquina de Oxford Circus compraba un ramo de violetas, y ésta era realmente la causa de que comiera tan poco por la tarde; pues un huevo pasado por agua, un scone y una taza de cacao en Lyons, no eran ni con mucho suficiente tras una jornada de trabajo en la sombrerería. Y al poner el pie en el estribo del ómnibus a Atlas, sujetándose la falda con una mano y asiéndose con la otra al pasamanos, Rosabel hubiera dado cualquier cosa por una buena comida: pato asado guarnecido de guisantes y relleno de castañas o un budín de brandy. Algo fuerte, caliente y sustancioso. Se sentó al lado de una chica, precisamente de su edad, que iba leyendo Ana Lombard. Era una edición barata en rústica, y la lluvia había salpicado las páginas con lagrimones. Miró por las ventanillas. Las calles a través de ellas parecían esfumarse neblinosas; pero las luces, al chocar con el cristal, convertían en ópalo y en plata su mate opacidad, de modo que las joyerías vistas a través de él semejaban palacios de cuentos de hadas. Tenía los pies atrozmente mojados, y sabía que en los bajos de la falda y de la enagua habría costras de lodo negro y craso. Se notaba un olor a humanidad viviente que parecía rezumar de todos los pasajeros, quienes sentados inmóviles y mirando fijamente ante sí, tenían una expresión idéntica. ¿Cuántas veces no habría leído ella aquel anuncio de «Sapolio Ahorra Trabajo, Ahorra Tiempo», y el de la salsa de tomate Hein, y el diálogo tedioso y anodino entre el médico y el paciente conocedor de las virtudes de las sales efervescentes Lamplough? Echó un vistazo al libro que leía la muchacha con tanta atención, moviendo los labios —cosa que ella detestaba— y humedeciéndose el índice y el pulgar cada vez que pasaba una página. No pudo verlo bien; pero era algo acerca de una noche cálida y voluptuosa, de una orquesta que tocaba, y de una joven de hombros ebúrneos y encantadores.


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7 págs. / 12 minutos / 140 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Baños Turcos

Katherine Mansfield


Cuento


—Tercer piso izquierda, Madame —dijo la cajera tendiéndome un ticket sonrosado—. Un momento, voy a llamar para que le preparen el ascensor.

Su falda de raso negro se fue zarandeando por el vestíbulo oro y escarlata, y se detuvo junto a las palmeras artificiales. La cajera con su blanco cuello y empolvado rostro rematados por una masa de llameantes cabellos anaranjados, semejaba un hongo amarillento de puro maduro, brotando de un grueso y negro tallo. Llamó al timbre una y otra vez.

—Mil perdones, Madame. Es una vergüenza. Se trata de un nuevo ascensorista. Será despedido esta semana.

Con el dedo en el botón, miraba dentro del ascensor, como si esperara verlo tendido en el suelo de la jaula igual que un pájaro muerto.

—Es vergonzoso.

Salió de no sé dónde un minúsculo personaje disfrazado con una gorra de visera y unos sucios guantes de algodón.

—Por fin aparece usted —le riñó—. ¿Dónde estaba? ¿Qué ha estado haciendo?

Por toda respuesta el personaje ocultó su rostro tras un guante y estornudó dos veces.

—¡Uf! ¡Repugnante! Suba a Madame al tercero.

El enanito se hizo a un lado, se inclinó, y entró tras de mí, cerrando las puertas. Ascendimos muy lentamente con el acompañamiento de estornudos prolongados y entre silbantes sorbetones. Me dirigí a la parte superior de la gorra de visera:

—¿Está usted resfriado?

—Son las corrientes, Madame —replicó hablando por la nariz con tono de reprimido contento. Aquí no está uno seco nunca. Tercer piso, si hace el favor —concluyó, estornudando sobre mis diez céntimos de propina.


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6 págs. / 11 minutos / 114 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Espíritus Rebeldes

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


Kahlil el hereje

I

Sheik Abbas era considerado un príncipe por los habitantes de una aldea solitaria del norte del Líbano. Su mansión, situada en medio de las pobres chozas de los aldeanos, parecía un saludable gigante rebosante de vida en medio de débiles enanos. El Sheik vivía rodeado de lujo, mientras sus vecinos soportaban una penosa existencia. Lo obedecían y se inclinaban respetuosamente ante él cuando se dirigía a ellos. Parecía como si el poder de la mente lo hubiera designado su portavoz e intérprete oficial. Su cólera los hacía estremecer y dispersarse como las hojas barridas por el fuerte viento del otoño. Si abofeteaba a alguien, era una herejía por parte del individuo el moverse o levantar el rostro o evidenciar cualquier intento de descubrir el porqué de tamaña ira. Si sonreía a alguien, éste era considerado por los aldeanos como la persona más honrada y afortunada. El temor y el sometimiento de la gente no era consecuencia de la debilidad: la pobreza y necesidad habían provocado este estado de perpetua humillación. Hasta las chozas en que vivían y los campos que cultivaban pertenecían a Sheik Abbas, quien las había heredado de sus antepasados.

La labranza de la tierra, la siembra de semillas y la cosecha del cereal, todo era realizado bajo la supervisión del Sheik, quien, a cambio del esfuerzo realizado, recompensaba a los labriegos con una pequeña porción de trigo que apenas les alcanzaba para no morirse de hambre.


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54 págs. / 1 hora, 35 minutos / 248 visitas.

Publicado el 21 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Al Otro Lado de la Barrera del Sueño

H. P. Lovecraft


Cuento


«Entonces, el sueño se desplegó ante mí.»

Shakespeare
 

Con frecuencia me he preguntado si el común de los mortales se habrá parado alguna vez a considerar la enorme importancia de ciertos sueños, así como a pensar acerca del oscuro mundo al que pertenecen. Aunque la mayoría de nuestras visiones nocturnas resultan quizás poco más que débiles y fantásticos reflejos de nuestras experiencias de vigilia —a pesar de Freud y su pueril simbolismo—, existen no obstante algunos sueños cuyo carácter etéreo y no mundano no permite una interpretación ordinaria, y cuyos efectos vagamente excitantes e inquietantes sugieren posibles ojeadas fugaces a una esfera de existencia mental no menos importante que la vida física, aunque separada de ésta por una barrera infranqueable. Mi experiencia no me permite dudar que el hombre, al perder su conciencia terrena, se ve de hecho albergado en otra vida incorpórea, de naturaleza distinta y alejada a la existencia que conocemos, y de la que sólo los recuerdos más leves y difusos se conservan tras el despertar. De estas memorias turbias y fragmentarias es mucho lo que podemos deducir, aun cuando probar bien poco. Podemos suponer que en la vida onírica, la materia y la vida, tal como se conocen tales cosas en la tierra, no resultan necesariamente constantes, y que el tiempo y el espacio no existen tal como lo entienden nuestros cuerpos de vigilia. A veces creo que esta vida menos material es nuestra existencia real, y que nuestra vana estancia sobre el globo terráqueo resulta en sí misma un fenómeno secundario o meramente virtual.


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14 págs. / 24 minutos / 4.189 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Soñador

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era la temporada de las rebajas. El augusto establecimiento de Walpurgis and Nettlepink había rebajado los precios durante toda una semana como concesión a las costumbres comerciales, de manera muy semejante a como una archiduquesa podría contraer, entre protestas, una gripe por el insatisfactorio motivo de que abundara esa enfermedad. Adela Chemping, que pensaba que estaba en cierta medida por encima de los atractivos de unas rebajas ordinarias, decidió acudir a la semana de Walpurgis and Nettlepink.

—No soy una buscadora de rebajas —comentó—. Pero me gusta acudir cuando las ofrecen.

Mostraba con ello que bajo su fuerte carácter superficial fluía una graciosa corriente subterránea de debilidad humana.

Con el fin de contar con un acompañante masculino, la señora Chemping había invitado a su sobrino más joven a que la acompañara en el primer día de la expedición de compras, añadiendo el atractivo adicional de una sesión de cine y la perspectiva de un ligero refresco. Puesto que Cyprian todavía no había cumplido los dieciocho años, ella esperaba que no hubiera llegado todavía a esa fase del desarrollo masculino en la que el acarreo de paquetes se considera como una actividad aborrecible.

—Espérame fuera de la floristería a las once —le escribió—, que llegaré enseguida.

Cyprian era un muchacho que había llevado con él durante toda su vida la mirada sorprendida de un soñador; los ojos de aquel que ve cosas que no son visibles para los mortales ordinarios y reviste las cosas comunes de este mundo con cualidades que no pueden sospechar los seres más sencillos: tenía los ojos de un poeta o un agente inmobiliario. Iba vestido muy discretamente: con esa discreción en el vestir que suele acompañar a la adolescencia temprana y que los novelistas atribuyen habitualmente a la influencia de una madre viuda.


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4 págs. / 8 minutos / 210 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Nyarlathotep

H. P. Lovecraft


Cuento


Y al fin vino del interior de Egipto
El extraño Oscuro ante el que se inclinaban los fellás;
Silencioso, descarnado, enigmáticamente altivo
Y envuelto en telas rojas como las llamas del sol poniente.
A su alrededor se apretaban las masas, ansiosas de sus órdenes,
Pero al marcharse no podían repetir lo que habían oído;
Mientras por las naciones se propagaba la pavorosa noticia
De que las bestias salvajes le seguían lamiéndole las manos.
Pronto comenzó en el mar un nacimiento pernicioso;
Tierras olvidadas con agujas de oro cubiertas de algas;
Se abrió el suelo y auroras furiosas se abatieron
Sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres.
Entonces, aplastando lo que había moldeado por juego,
El Caos idiota barrió el polvo de la Tierra.


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1 pág. / 1 minuto / 3.333 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Príncipe y el Mendigo

Mark Twain


Cuento


Voy a contaros un cuento, tal como me fue relatado por cierta persona que lo sabía por su padre, el cual, a su vez, se lo había oído igualmente explicar a su progenitor... y así sucesivamente, de generación en generación, durante más de trescientos años, los padres lo transmitían a los hijos, y éstos lo conservaban en la memoria. Tal vez se trata de una historia, quizá únicamente de una leyenda o de una tradición, pero pudo haber ocurrido. Es posible que los sabios y los perspicaces lo creyeran cierto, pero también puede ser que únicamente los ignorantes y los ingenuos lo encontraran agradable y lo creyeran real.


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217 págs. / 6 horas, 20 minutos / 311 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Cuento del Niño Malo

Mark Twain


Cuento


Había una vez un niño malo cuyo nombre era Jim. Si uno es observador advertirá que en los libros de cuentos ejemplares que se leen en clase de religión los niños malos casi siempre se llaman James. Era extraño que este se llamara Jim, pero qué le vamos a hacer si así era.

Otra cosa peculiar era que su madre no estuviese enferma, que no tuviese una madre piadosa y tísica que habría preferido yacer en su tumba y descansar por fin, de no ser por el gran amor que le profesaba a su hijo, y por el temor de que, una vez se hubiese marchado, el mundo sería duro y frío con él.

La mayor parte de los niños malos de los libros de religión se llaman James, y tienen la mamá enferma, y les enseñan a rezar antes de acostarse, y los arrullan con su voz dulce y lastimera para que se duerman; luego les dan el beso de las buenas noches y se arrodillan al pie de la cabecera a sollozar. Pero en el caso de este muchacho las cosas eran diferentes: se llamaba Jim y su mamá no estaba enferma ni tenía tuberculosis ni nada por el estilo.

Al contrario, la mujer era fuerte y muy poco religiosa; es más, no se preocupaba por Jim. Decía que si se partía la nuca no se perdería gran cosa. Solo conseguía acostarlo a punta de cachetadas y jamás le daba el beso de las buenas noches; antes bien, al salir de su alcoba le jalaba las orejas.


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4 págs. / 7 minutos / 872 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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