Textos más vistos etiquetados como Cuento no disponibles publicados el 12 de julio de 2018 | pág. 4

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etiqueta: Cuento textos no disponibles fecha: 12-07-2018


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Las Cobras Amarillas

Robert E. Howard


Cuento


Cuando el Python atracó en el puerto de Busán yo estaba dispuesto a pasar una plácida estancia en tierra porque, por lo que sabía, no había ninguna sala de boxeo en Corea. No obstante, yo acababa de encontrar un bar muy adecuado —yo y mi bull-dog blanco, Spike, estábamos saboreando una cerveza tostada— cuando Bill O'Obrien apareció y me dijo con voz excitada.

—¡Grandes noticias, Dennis! ¿Conoces a Dutchy Grober, de Nagasaki? Bien, actualmente es propietario de un bar aquí mismo y, para poder reunir dinero para pagar todas sus deudas, está organizando combates de boxeo. Te he concertado un combate contra un inglés coriáceo, del Ashanti. ¡Demos un paseo en rickshaw para celebrarlo!

—¡Sal de mi vista! —gruñí irritado. Yo tenía otros planes... aspiraba a un poco de calma, de tranquilidad—. Vete tú solo de fiesta, si es lo que quieres... pero llévate a Spike. A él le encanta montar en rickshaw.

Bill y Spike se marcharon, y yo me puse en busca de algún lugar donde poder echar un sueñecito, porque ya sabía que me esperaba un duro combate aquella misma noche. Mientras pasaba ante la puerta abierta de la trastienda del local, me fijé en un hombre sentado a una mesa, con la cabeza apoyada en los brazos. Me pareció reconocerle; entré en la sala para mirarle más de cerca. No me había equivocado, le conocía de antiguo... era Jack Randall, un ingeniero de minas. Le di una buena palmada en la espalda y aullé:

—¡Salud, Jack!

—¡Oh, eres tú, Dorgan! —dijo, suspirando aliviado—. Me has dado un susto de muerte. Debí quedarme dormido en la silla... No duermo mucho últimamente. Siéntate, te pediré algo de beber.

—Dime, Jack —le pregunté mientras sorbíamos alcohol—, pareces agotado. ¿Problemas?


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14 págs. / 26 minutos / 29 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Demonios del Lago Oscuro

Robert E. Howard


Cuento


1. El horror encarnado

Recuerdo, como si hubiera sucedido ayer mismo, la sofocante atmósfera de aquella tarde, en la que una tensa quietud parecía flotar sobre el bosque y el lago, como si la misma foresta contuviera el aliento en aterrada expectación. Incluso yo me encontraba afectado por aquella atmósfera; una innombrable premonición hacía que me embargara una incómoda inquietud, como cuando un hombre presiente la presencia de una serpiente oculta antes de poder verla u oírla. Cuando el teléfono de mi cabaña del lago resonó de un modo súbito y disonante, respingué de tal forma que mi carne casi se separó de la piel. Lo alcancé en un solo salto, pues sabía que aquel clamor tan inusual debía de significar algo que en absoluto era ordinario. Se trataba de una línea privada que conectaba mi cabaña con la de mis vecinos, los Grissom, cuya residencia se encontraba a unos cinco kilómetros al sur junto a la orilla del lago.

Al levantar el auricular, me quedé paralizado al escuchar la voz de Joan Grissom gritando al otro lado, denotando un horror frenético y un auténtico miedo a morir.

—¡Steve! ¡Steve! ¡Ven aquí, por amor de Dios!

—¿Qué sucede, Joan? —boqueé. Débilmente, pude escuchar extraños sonidos procedentes del otro lado de la línea… sonidos que me hicieron temblar con un temor sin nombre.

—¡Aquí hay algo! —gritó ella—. ¡Oh, Dios, está destrozando las ventanas! ¡Salió del bosque! ¡Ha matado a Jack y a Harriet! ¡Le he visto matarlos!

—¿Dónde está Dick? —grazné con la boca seca.

—¡Salió a pescar esta mañana y no ha regresado aún! —exclamó, al borde de la histeria—. ¡Oh, Steve, no es humano! ¡Ni tampoco es un animal! Le disparé… ¡Vacié contra él la pistola de Dick a través de la ventana! ¡Y se rió! ¡Oh, que Dios me ayude! ¡Ha entrado!


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34 págs. / 59 minutos / 40 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Hijos del Odio

Robert E. Howard


Cuento


1

—Este lugar es muy solitario al anochecer —comentó Butch Gorman, liando con indolencia un cigarrillo—. Tenemos la única oficina ocupada de todo un edificio, de otro modo vacío; no hay luces en los pasillos; una sola bombilla en la escalera. Digamos que un tipo fuera tras nosotros; podría esconderse allí abajo, en el pasillo de la planta baja, justo debajo de la escalera, y cosernos a tiros mientras subimos o bajamos. Ni le veríamos.

El comentario de Gorman era típico en él, y no denotaba cobardía, sino los instintos de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida envuelto en peligrosas persecuciones.

Butch Gorman era pelirrojo y robusto como un toro, un producto de las tierras inhóspitas y salvajes de la tierra; demasiado duro y fibroso para ser un hombre civilizado.

Su compañero, Brent Kirby, contrastaba con él… de estatura ligeramente por encima de la media, era delgado aunque compacto de complexión; de cabello negro y rasgos finamente cincelados, poseía tal premura a la hora de hablar y actuar que reflejaba una intensa energía nerviosa.

—Unos pocos clientes más como el coronel John A. Pembroke —dijo Kirby—, y a lo mejor podremos movernos a unas oficinas más lujosas.

—Ya debería de estar aquí, ¿no? —inquirió Gorman. Kirby consultó su reloj.

—Debería venir en cualquier momento. Me dijo que se pasaría a las diez en punto, y ya es la hora. ¿Sabes algo acerca de él?

—Le conozco de vista, eso es todo. Habrás visto su mansión… está rodeada de una finca enorme, y se encuentra más allá de los límites de la ciudad. Por lo que he oído, solo lleva allí viviendo unos tres o cuatro años. Ignoro de dónde vino… de algún lugar de Oriente. Es un millonario retirado, según creo. ¿Qué quería?


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 71 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Moradores Bajo la Tumba

Robert E. Howard


Cuento


Me desperté de repente y me incorporé en la cama, preguntándome somnoliento quién podría estar aporreando la puerta con tanta violencia; amenazaba con romper las jambas. Se oyó un grito, afilado intolerablemente por un terror demencial.

—¡Conrad! ¡Conrad! —gritaba alguien al otro lado de la puerta—. ¡Por amor de Dios! ¡Déjame entrar! ¡Lo he visto!… ¡Lo he visto!

—Suena a la voz de Job Kiles —dijo Conrad levantando su robusto cuerpo del diván en el que había estado durmiendo tras cederme su cama—. ¡No tires la puerta abajo! —gritó cogiendo las zapatillas—. Ya voy.

—¡Date prisa! —berreó el visitante invisible—. ¡Acabo de mirar al mismísimo infierno a los ojos!

Conrad encendió la luz y abrió la puerta de par en par; y medio cayéndose, medio tambaleándose, entró una figura con los ojos desorbitados, que reconocí como el hombre agrio y tacaño que vivía en la pequeña hacienda vecina a la de Conrad. Ahora se observaba un espeluznante cambio en el anciano, normalmente tan circunspecto y comedido. Con el ralo cabello erizado y gotas de sudor sobre su piel cenicienta, su cuerpo se convulsionaba con violentos espasmos.

—En el nombre de Dios, ¿qué ocurre, Kiles? —exclamó Conrad, mirándole fijamente—. ¡Parece que hubieras visto un fantasma!

—¡Un fantasma! —la aguda voz de Kiles se rompió y se tornó en un estertor de risa histérica—. ¡He visto un demonio del infierno! Créeme, lo he visto… ¡esta noche! ¡Hace tan sólo unos minutos! ¡Miró por la ventana y se rió de mí! ¡Oh, Dios mío… su risa!

—¿La risa de quién? —gruñó Conrad impaciente.

—¡De mi hermano Jonas! —gritó el viejo Kiles.


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26 págs. / 46 minutos / 78 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Un Caballero de la Tabla Redonda

Robert E. Howard


Cuento


Aquella noche, en el Peaceful Haven Fight Club, cuando el árbitro levantó la mano de Kid Harrigan, y la mía de paso, al acabar el combate, declarando que había sido un enfrentamiento nulo, lo mismo habría podido golpearme la cabeza con la barra de un cabrestante. Tenía la sensación de haber ganado a los puntos, y de largo. En el décimo asalto, maltraté y paseé por el ring a un Kid totalmente groggy, y yo no soy hombre que se deje arrebatar una victoria con impunidad. Sin embargo, si lo hubiera pensado un momento, no le habría dado un mamporro al árbitro. Pero soy un hombre impulsivo. El árbitro efectuó un corto vuelo y aterrizó en las rodillas de los espectadores de la primera fila y, reconozco que fue algo impulsivo, le hice seguir a Harrigan el mismo camino. A todo esto le siguió un período bastante confuso en el que yo, cubos, patas de sillas, espectadores furiosos, policías y mi bulldog Spike estuvimos tan entrelazados que soltarnos fue como resolver un rompecabezas chino. Cuando finalmente pude salir de la comisaría, mi corazón estaba sumido en la amargura y el desánimo.


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22 págs. / 38 minutos / 36 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Zarpas Negras

Robert E. Howard


Cuento


1

Joel Brill cerró de sopetón el libro que había estado examinando y dio rienda suelta a su desencanto con un lenguaje más apropiado para la cubierta de un barco ballenero que para la biblioteca del exclusivo Corinthian Club. Buckley, que permanecía sentado en un recodo cercano, sonrió con calma. Buckley parecía más un profesor de universidad que un detective, y, si solía deambular con tanta frecuencia por la biblioteca del Corinthian, es posible que no se debiera tanto a su naturaleza erudita como a su deseo de interpretar ese papel.

—Debe de tratarse algo muy inusual lo que te ha sacado de tu madriguera a esta hora del día —señaló—. Es la primera vez que te veo aquí por la tarde. Yo creía que pasabas las tardes recluido en tus aposentos, estudiando mohosos volúmenes en interés de ese museo con el que estás conectado.

—Ordinariamente, así es.

Brill tenía tan poca pinta de científico como Buckley de detective. De complexión robusta, poseía los anchos hombros, la mandíbula y los puños de un boxeador; de cejas bajas, su enmarañado cabello negro contrastaba con sus fríos ojos azules.

—Llevas enfrascado en esos libros desde antes de las seis —afirmó Buckley.

—He estado intentando encontrar algo de información para los directores del museo —repuso Brill—. ¡Mira! —señaló con dedo acusador una pila de gruesos tomos—. Tengo aquí tantos libros que enfermarían hasta a un perro… y ni uno solo de ellos ha sido capaz de decirme la razón de cierto baile ceremonial practicado por cierta tribu de la costa occidental de África.

—La mayoría de los miembros de este lugar han viajado lo suyo —sugirió Buckley—. ¿Por qué no les preguntas?

—Eso pensaba hacer —Brill descolgó el auricular del teléfono.

—Tienes a John Galt… —empezó Buckley.


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21 págs. / 37 minutos / 47 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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