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Sopla el Viento

Katherine Mansfield


Cuento


Repentinamente… horriblemente… ella se despierta. ¿Qué ha ocurrido? Ha ocurrido algo horrible. No, no ha ocurrido nada. Es sólo el viento que estremece la casa, sacudiendo las ventanas, golpeando un hierro del techo y haciendo temblar su cama. Las hojas pasan aleteando frente a su ventana, alejándose hacia arriba; en la avenida un periódico completo se agita en el aire como una cometa perdida y cae clavándose en un pino. Hace frío. El verano ha terminado… es otoño, todo es feo. Los carros pasan ruidosamente, balanceándose de lado a lado; dos chinos avanzan a pasitos cargados con un balancín de madera del que penden los cestos cargados de verduras… sus coletas y sus blusas azules volando al viento. Un perro blanco de tres patas pasa aullando frente a la cerca. ¡Todo ha terminado! ¿Qué ha terminado? ¡Oh, todo! Y ella empieza a recogerse el pelo con dedos temblorosos, sin atreverse a mirar en el espejo. En el vestíbulo, mamá habla con la abuela.

—¡Una perfecta idiota! Imagínate, dejar todo en la cuerda con un tiempo como éste… Ahora mi mejor mantel de Tenerife está hecho jirones. ¿Qué es ese olor tan raro? ¡Se quema el guisado! ¡Oh, cielos, este viento!

A las diez tiene lección de música. Ante esta idea, empieza a sonar en su cabeza el movimiento en tono menor de Beethoven, con sus trinos largos y terribles como el redoble de pequeños tambores… Marie Swanson corre por el jardín de la casa de al lado para recoger los crisantemos antes de que se destrocen. La falda se le vuela por encima de la cintura, ella trata de bajársela, de metérsela entre las piernas mientras se agacha, pero de nada sirve… el viento se la levanta. Todos los árboles y arbustos se agitan a su alrededor. Ella arranca las flores tan rápido como puede, pero está muy aturdida. No sabe lo que hace: arranca las plantas de raíz y dobla y retuerce los tallos, patalea y maldice.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Sombrío Relato, Narrador Aún Más Sombrío

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Al señor Coquelin, el joven

Ut declaratio fiat

Aquella noche yo estaba invitado, oficialmente, a tomar parte en una cena de autores dramáticos, reunidos para festejar el éxito de un colega. Era en B…, el restaurante de moda entre la gente de la pluma.

Al principio, la cena fue naturalmente triste.

Sin embargo, tras haber bebido algunas copas de un Léoville añejo, la conversación se animó. Tanto más cuanto que giraba en torno a los incesantes duelos que ocupaban un gran número de las conversaciones parisinas del momento. Cada uno recordaba, con obligada desenvoltura, haber empleado la espada y trataban de insinuar, descuidadamente, vagas ideas de intimidación bajo sabias teorías y guiños sobreentendidos acerca de la esgrima y la pistola. El más ingenuo, un poco achispado, parecía absorto en la combinación de una parada en segunda que imitaba, por encima del plato, con su tenedor y su cuchillo.

Bruscamente, uno de los convidados, el señor D… (hombre experto en los entresijos del teatro, una lumbrera en cuanto a la armazón de cualquier situación dramática, en fin, quien, de todos los presentes, mejor había demostrado entender eso de «provocar un éxito»), exclamó:

—¡Ah!, ¿qué dirían, señores, si les hubiera sucedido mi aventura del otro día?

—¡Cierto! —respondieron los invitados—. ¿No eras el testigo del señor de Saint Sever?

—¡Vamos! ¿Si nos contaras (pero eso sí, francamente) lo que pasó?

—Encantado —respondió D…—, aunque aún se me encoge el corazón al pensar en ello.

Tras algunas silenciosas caladas al cigarrillo, D… comenzó en estos términos [Le dejo, estrictamente, la palabra]:


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Sombras

Lafcadio Hearn


Cuento


La reconciliación

Había en Kioto un joven samurái que, sumido en la más absoluta pobreza tras la caída de su señor, se había visto obligado a abandonar su hogar para entrar al servicio del gobernador de una provincia lejana. Antes de irse de la capital, el samurái se divorció de su esposa —una joven buena y hermosa—, pues creía que le sería más fácil ascender mediante un nuevo matrimonio. Resolvió casarse con la hija de una familia de cierta posición y la pareja de recién casados se trasladó al distrito al cual el samurái había sido llamado.


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Publicado el 3 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Sombra

Edgar Allan Poe


Cuento


Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

¡Solo!

Guy de Maupassant


Cuento


Habíamos comido juntos varios amigos de buen humor, alegres y contentos. Uno de ellos, el más viejo de todos nosotros, me dijo:

—¿Quieres que subamos a pie la avenida de los Campos Eliseos?

Y salimos juntos siguiendo a paso lento el largo y ancho paseo bajo los árboles casi desprovistos de hojas. No se oía otro ruido sino ese rumor confuso y continuo que se escucha en. París a todas horas. Un vientecillo fresco nos azotaba el rostro, y allá arriba el cielo oscuro, negro, cubierto de estrellas, parecía sembrado de un polvo de oro. Mi compañero me dijo:

—No sé por qué respiro aquí de noche mejor que en ninguna otra parte. Me parece que mi pensamiento se ensancha. Hay momentos en que siento esa especie de luz en el entendimiento que hace creer, durante un segundo, que se va a descubrir el divino secreto de las cosas. Pero pasado ese instante la luz se extingue... la ventana se cierra y ¡se acabó!

De cuando en cuando veíamos deslizarse dos sombras a lo largo de los árboles, o pasábamos por delante de un banco donde estaban dos seres sentados uno junto a otro, y cuyas negras siluetas se confundían en una sola. Mi amigo murmuró:


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Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Soledad

Guy de Maupassant


Cuento


Habíamos comido juntos varios amigos de buen humor, alegres y contentos. Uno de ellos, el más viejo de todos nosotros, me dijo:

—¿Quieres que subamos a pie la avenida de los Campos Eliseos?

Y salimos juntos siguiendo a paso lento el largo y ancho paseo bajo los árboles casi desprovistos de hojas. No se oía otro ruido sino ese rumor confuso y continuo que se escucha en. Paris a todas horas. Un vientecillo fresco nos azotaba el rostro, y allá arriba el cielo oscuro, negro, cubierto de estrellas parecía sembrado de un polvo de oro. Mi compañero me dijo:

—No sé por qué respiro aquí de noche mejor que en ninguna otra parte. Me parece que mi pensamiento se ensancha. Hay momentos en que siento esa especie de luz en el entendimiento que hace creer, durante un segundo, que se va a descubrir el divino secreto de las cosas. Pero pasado ese instante la luz se extingue... la ventana se cierra y se acabó!

De cuando en cuando veíamos deslizarse dos sombras a lo largo de los árboles, o pasábamos por delante de un banco donde estaban dos seres sentados uno junto a otro, y cuyas negras siluetas se confundían en una sola.

Mi amigo murmuró:

—¡Pobre gente! No es repugnancia el sentimiento que me inspiran, sino el de una inmensa piedad. Entre todos los misterios de la vida humana hay uno que yo he penetrado: el grande, el cruel tormento de nuestra existencia, proviene de que estamos eternamente solos, y todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos no tienden sino a huir esa soledad en que vivimos. Esos enamorados al aire libre que acabamos de ver sentados en esos bancos tratan, como, nosotros, como todas las criaturas, de hacer cesar ese aislamiento, aunque solo sea durante un minuto: pero permanecen y permanecerán siempre solos, y nosotros también. Unos se aperciben más que otros de esa verdad; pero todos la comprenden.


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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sobre el Agua

Guy de Maupassant


Cuento


El verano pasado había alquilado una casita de campo a orillas del Sena, a varias leguas de París, e iba a dormir allí todas las noches. Al cabo de unos días conocí a uno de mis vecinos, un hombre de unos treinta a cuarenta años, que desde luego era el tipo más raro que había visto nunca. Era un viejo barquero, pero un barquero fanático, siempre cerca del agua, siempre sobre el agua, siempre en el agua. Debía de haber nacido en un bote, y seguramente muera en la botadura final.

Una noche, mientras paseábamos a orillas del Sena, le pedí que me contara algunas anécdotas de su vida náutica. Entonces el buen hombre se animó, se transfiguró, se volvió locuaz, casi poeta. Tenía en el corazón una gran pasión, una pasión devoradora, irresistible: el río.

—¡Ay! —me dijo—, ¡cuántos recuerdos tengo en este río que ve fluir ahí cerca de nosotros! Vosotros, los habitantes de las calles, no sabéis lo que es un río. Pero escuche cómo un pescador pronuncia esa palabra. Para él es la cosa misteriosa, profunda, desconocida, el país de los espejismos y de las fantasmagorías, donde de noche se ven cosas que no son, donde se oyen ruidos que no se conocen, donde se tiembla sin saber por qué, como al cruzar un cementerio: y en efecto es el cementerio más siniestro, aquél donde no se tiene tumba.

«Para el pescador la tierra tiene límites, pero en la oscuridad, cuando no hay luna, el río es ilimitado. Un marinero no experimenta lo mismo por el mar. Éste es a menudo duro y malo, es verdad, pero grita, aúlla: el mar abierto es leal; mientras que el río es silencioso y pérfido. No ruge, corre siempre sin ruido, y el eterno movimiento del agua que fluye es más espantoso para mí que las altas olas del Océano.


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6 págs. / 11 minutos / 73 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sir Dominick Ferrand

Henry James


Cuento


Capítulo I

«Hay algunas pegas, pero si lo modifica lo aceptaré —decía la árida nota del señor Locket; y no había malgastado tinta en la posdata al añadir—: Venga a verme, y le explicaré lo que me propongo». Esta comunicación había llegado a Jersey Villas con el primer correo, y Peter Baron casi no había tenido tiempo de engullir su correosa tortita antes de ponerse en marcha en cumplimiento de las órdenes del editor. Sabía que esta precipitación delataba mucha impaciencia, y no tenía ninguna gana de parecer impaciente: eso no decía nada en su favor; pero ¿cómo conservar, como una deidad, la calma, por muy predispuesto a ella que estuviese, si era la primera vez que una de las más importantes revistas aceptaba, aunque fuera haciendo ciertos crueles distingos, una muestra de su apasionado genio juvenil?


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 85 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Sin Querer

León Tolstói


Cuento


Volvió a las seis de la mañana y, según costumbre, pasó al cuarto de aseo; pero, en lugar de desnudarse, se sentó o, mejor dicho, se dejó caer en una butaca... Poniendo las manos en las rodillas, permaneció en esa actitud cinco, diez minutos, quizás una hora. No hubiera podido decirlo.

"El siete de corazones", se dijo, representándose el desagradable hocico de su contrincante, que, a pesar de ser inmutable, había dejado traslucir satisfacción en el momento de ganar.

—¡Diablos! —exclamó.

Se oyó un ruido tras de la puerta. Y apareció su esposa, una hermosa mujer, de cabellos negros, muy enérgica, con gorrito de noche, chambra con encajes y zapatillas de pana verde.

—¿Qué te pasa? —dijo, tranquilamente; pero, al ver su rostro, repitió—: ¿Qué te pasa, Misha? ¿Qué te pasa?

—Estoy perdido.

—¿Has jugado?

—Sí.

—¿Y qué?

—¿Qué? —repitió él, con expresión iracunda—. ¡Que estoy perdido!

Y lanzó un sollozo, procurando contener las lágrimas.

—¿Cuántas veces te he pedido, cuántas veces te he suplicado que no jugaras?

Sentía lástima por él; pero también se compadecía de sí misma, al pensar que pasaría penalidades, así como por no haber dormido en toda la noche, atormentada, esperándolo. "Ya son las seis", pensó, echando una ojeada al reloj que estaba encima de la mesa.

—¡Infame! ¿Cuánto has perdido?

—¡Todo! Todo lo mío y lo que tenía del Tesoro. ¡Castígame! Haz lo que quieras. Estoy perdido —se cubrió el rostro con las manos—. Eso es lo único que sé.

—¡Misha! ¡Misha! Escúchame. Apiádate de mí. También soy un ser humano. Me he pasado toda la noche sin dormir. Estuve esperándote, estuve sufriendo; y he aquí la recompensa. Dime, al menos, la cantidad que has perdido.


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4 págs. / 7 minutos / 229 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Sin Pasar por la Vicaría

Rudyard Kipling


Cuento


Antes de primavera coseché las ganancias del otoño;
a destiempo mi campo se vistió de grano blanco.
Y a mi pena le confió el año sus secretos.
Desflorada y forzada, una estación enferma a la otra sucedía,
dio misteriosamente la abundancia paso a la escasez;
vi llegar el ocaso antes de que otros contemplaran el día,
yo, que sé demasiado de lo que no debiera.

BITTER WATERS

I

—Pero ¿y si fuera niña?

—No, por Dios. Tantas noches he rezado y tantas ofrendas he enviado al altar de Sheij Badl, que estoy segura de que Dios nos dará un hijo… un varón que se convertirá en un hombre. Debes estar contento. Mi madre será su madre hasta que yo pueda ocuparme de él, y el mullah de la mezquita pastún anunciará su nacimiento… ¡Dios quiera que nazca en hora auspiciosa! Y entonces tú nunca te cansarás de mí, tu esclava.

—¿Desde cuándo eres tú una esclava, mi reina?

—Desde el principio… desde que esta bendición vino a mí. ¿Cómo podía estar segura de tu amor, sabiendo que me habías comprado con plata?

—No; eso fue la dote que le pagué a tu madre.

—Que la enterró y se pasa el día entero sentada encima de ella, como una gallina clueca. ¡Qué dices de dote! Me compraste como a una bailarina de Lucknow, no como a una muchacha.

—¿Y lamentas la compra?

—Lo he lamentado; pero ahora estoy contenta. ¿Verdad que nunca dejarás de amarme? Di, mi rey.

—Nunca… nunca. No.

—¿Ni siquiera cuando las mem-log, las mujeres blancas de tu propia sangre, te ofrezcan su amor? Recuerda que las he visto pasar en coche por las tardes, y son muy hermosas.

—Y yo he visto centenares de cometas. Y he visto la luna; y ya no quiero ver más cometas.

Amira aplaudió y rió.


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28 págs. / 49 minutos / 54 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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