Textos más descargados etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 51

Mostrando 501 a 510 de 1.407 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Cuento textos no disponibles


4950515253

La Nueva Atlántida

Francis Bacon


Cuento


Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido durante todo un año) hacia China y Japón, por el mar del Sur, llevando provisiones para doce meses; tuvimos vientos favorables del Este, si bien suaves y débiles, por espacio de algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino del Oeste durante muchos días, de tal modo que apenas podíamos avanzar, y a veces, incluso, pensamos en regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y fuertes vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el Este, que nos llevaron hacia el Norte; por este tiempo las provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho buen acopio de ellas. Al encontrarnos sin provisiones, en medio de la mayor inmensidad de agua del mundo, nos consideramos perdidos y nos preparamos para morir. Sin embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al Dios que "mostró sus milagros en lo profundo", suplicando de su merced que así como en el principio del mundo descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra, descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no queríamos perecer.


Información texto

Protegido por copyright
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 166 visitas.

Publicado el 15 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

La Noche del Lobo

Robert E. Howard


Cuento


I

La penetrante mirada de Thorwald Hiende-Escudos se desvió de la amenaza que brillaba en los expresivos ojos del hombre que estaba de pie frente a él, y recorrió la entera longitud del gran skalli. Se fijó en las largas filas de guerreros ataviados con cotas de malla y yelmos con cuernos, jefes con rostros de halcón que habían cesado su festín para escuchar. Y Thorwald Hiende-Escudos rio.

Pues, en verdad, el hombre que había hablado con rudeza ante las mismas fauces de los vikingos no parecía particularmente amenazador al lado de los gigantes armados que abarrotaban la sala. Era un hombre bajo, de fuerte musculatura, de facciones suaves y muy oscuras. Sus únicas ropas y ornamentos eran unas toscas sandalias que adornaban sus pies, un taparrabos de piel de ciervo, y un amplio tahalí de cuero del que pendía una espada con una curiosa forma de sierra. No llevaba armadura, y su negra cabellera cuadrada solo era recogida por una delgada banda de plata que le ceñía las sienes. Sus ojos fríos y negros brillaban con furia contenida, y sus impulsos interiores se reflejaban con claridad en un rostro habitualmente inmutable.


Información texto

Protegido por copyright
33 págs. / 59 minutos / 56 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Noche

Guy de Maupassant


Cuento


Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.

El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga.

Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible.

Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas.

Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos.

Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarle a uno.

Pero ¿cómo explicar lo que me ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho de que pueda contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que es. Helo aquí.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 157 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Niña

Katherine Mansfield


Cuento


Era un ser aterrador, y cuya presencia quería eludir. Cada mañana, antes de irse a sus negocios, entraba en el cuarto de la niña para darle el beso de ritual, beso al que ella correspondía con un «adiós, papá». Y qué sensación de alivio cuando oía el ruido del coche que se alejaba e iba haciéndose más y más débil.

Por las noches, cuando esperaba su regreso asomada al barandal, oía abajo, en el vestíbulo, su voz retumbante:

—Que me lleven el té al salón de fumar. ¿Todavía no han traído el periódico? ¿Se lo han vuelto a llevar a la cocina? Mamá, ve a ver si anda por ahí el periódico. Y tráeme las zapatillas.

Mamá entonces la llamaba a ella:

—Kezia, sé buena y baja a quitarle las botas a papá.

Y ella bajaba despacito las escaleras, asiéndose muy fuerte con una mano al barandal, cruzaba el vestíbulo, más despacio todavía, y empujaba la puerta del salón de fumar.

Él tenía ya las gafas puestas y la miraba por encima de ellas de un modo que la asustaba.

—Vamos, Kezia, date prisa. Quítame las botas y llévatelas fuera. ¿Has sido buena hoy?

—N... no sé, papá.

—¿Tú n... no lo sabes? Si sigues tartamudeando de ese modo tendrá que llevarte mamá a ver al médico.

Con los demás nunca tartamudeaba; casi había dejado de tartamudear. Sólo con papá; porque se esforzaba demasiado en pronunciar bien las palabras.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué miras tan asustada? Mamá, quisiera que enseñaras a esta criatura a no poner esa cara. Cualquiera diría que estaba a punto de suicidarse. Vamos, Kezia, llévate mi taza de té y ponía en la mesa. ¡Con cuidado! Te tiemblan las manos como a una viejecita. Y procura guardar el pañuelo en el bolsillo, no en la manga.

—S... sí, papá.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 8 minutos / 98 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Nave Blanca

H.P. Lovecraft


Cuento


Soy Basil Elton, guardián del faro de Punta Norte, que mi padre y mi abuelo cuidaron antes que yo. Lejos de la costa, la torre gris del faro se alza sobre rocas hundidas y cubiertas de limo que emergen al bajar la marea y se vuelven invisibles cuando sube. Por delante de ese faro, pasan desde hace un siglo las naves majestuosas de los siete mares. En los tiempos de mi abuelo eran muchas; en los de mi padre, no tantas; hoy, son tan pocas que a veces me siento extrañamente solo, como si fuese el último hombre de nuestro planeta.

De lejanas costas venían aquellas embarcaciones de blanco velamen, de lejanas costas de Oriente, donde brillan cálidos soles y perduran dulces fragancias en extraños jardines y alegres templos. Los viejos capitanes del mar visitaban a menudo a mi abuelo y le hablaban de estas cosas, que él contaba a su vez a mi padre, y mi padre a mí, en las largas noches de otoño, cuando el viento del este aullaba misterioso. Luego, leí más cosas de estas, y de otras muchas, en libros que me regalaron los hombres cuando aún era niño y me entusiasmaba lo prodigioso.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 123 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Nariz

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


No hay nadie, en todo Ike—no—wo, que no conozca la nariz de Zenchi Naigu. Medirá unos 16 centímetros, y es como un colgajo que desciende hasta más abajo del mentón. Es de grosor parejo desde el comienzo al fin; en una palabra, una cosa larga, con aspecto de embutido, que le cae desde el centro de la cara.

Naigu tiene más de 50 años, y desde sus tiempos de novicio, y aun encontrándose al frente de los seminarios de la corte, ha vivido constantemente preocupado por su nariz. Por cierto que simula la mayor indiferencia, no ya porque su condición de sacerdote "que aspira a la salvación en la Tierra Pura del Oeste" le impida abstraerse en tales problemas, sino más bien porque le disgusta que los demás piensen que a él le preocupa. Naigu teme la aparición de la palabra nariz en las conversaciones cotidianas.

Existen dos razones para que a Naigu le moleste su nariz. La primera de ellas: la gran incomodidad que provoca su tamaño. Esto no le permitió nunca comer solo, pues la nariz se le hundía en las comidas. Entonces Naigu hacía sentar mesa por medio a un discípulo, a quien le ordenaba sostener la nariz con una tablilla de unos cuatro centímetros de ancho y sesenta y seis centímetros de largo mientras duraba la comida. Pero comer en esas condiciones no era tarea fácil ni para el uno ni para el otro. Cierta vez, un ayudante que reemplazaba a ese discípulo estornudó, y al perder el pulso, la nariz que sostenía se precipitó dentro de la sopa de arroz; la noticia se propaló hasta llegar a Kyoto. Pero no eran esas pequeñeces la verdadera causa del pesar de Naigu. Le mortificaba sentirse herido en su orgullo a causa de la nariz.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 11 minutos / 210 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Nariz

Nikolái Gógol


Cuento


I

En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta nosotros y ni siquiera figura en el rótulo de la barbería, donde sólo aparece un caballero con la cara enjabonada y el aviso de «También se hacen sangrías»), el barbero Iván Yákovlevich se despertó bastante temprano y notó que olía a pan caliente. Al incorporarse un poco en el lecho vio que su esposa, señora muy respetable y gran amante del café, estaba sacando del horno unos panecillos recién cocidos.

—Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna —anunció Iván Yákovlevich—. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.

(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa.

Por aquello del decoro, Iván Yákovlevich endosó su frac encima del camisón de dormir, se sentó a la mesa provisto de sal y dos cebollas, empuñó un cuchillo y se puso a cortar el panecillo con aire solemne. Cuando lo hubo cortado en dos se fijó en una de las mitades y, muy sorprendido, descubrió un cuerpo blanquecino entre la miga. Iván Yákovlevich lo tanteó con cuidado, valiéndose del cuchillo, y lo palpó. «¡Está duro! —se dijo para sus adentros—. ¿Qué podrá ser?»

Metió dos dedos y sacó… ¡una nariz! Iván Yákovlevich estaba pasmado. Se restregó los ojos, volvió a palpar aquel objeto: nada, que era una nariz. ¡Una nariz! Y, además, parecía ser la de algún conocido. El horror se pintó en el rostro de Iván Yákovlevich. Sin embargo, aquel horror no era nada, comparado con la indignación que se adueñó de su esposa.


Información texto

Protegido por copyright
31 págs. / 54 minutos / 150 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Música del Monte

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sylvia Seltoun tomaba el desayuno en el comedor auxiliar de Yessney invadida por un agradable sentimiento de victoria final, similar al que se habría permitido un celoso soldado de Cromwell al otro día de la batalla de Worcester. Era muy poco belicosa por temperamento, pero pertenecía a esa más afortunada clase de combatientes que son belicosos por las circunstancias. El destino había querido que ocupara su vida en una serie de batallas menores, por lo general estando ella en leve desventaja; y por lo general se las había arreglado para salir triunfante por un pelo. Y ahora sentía que había conducido la más dura y de seguro la más importante de sus luchas a un feliz desenlace. Haberse casado con Mortimer Seltoun —el Muerto Mortimer, como lo apodaban sus enemigos íntimos—, enfrentando la fría hostilidad de su familia y a pesar de la sincera indiferencia que sentía él por las mujeres, era en verdad un triunfo cuyo logro había requerido bastante destreza y decisión. El día anterior había rematado esta victoria arrancando por fin a su marido de la ciudad y balnearios satélites, e "instalándolo", según el léxico de las de su clase, en la presente casa solariega, una apartada y boscosa heredad de los Seltoun.

—Jamás conseguirás que Mortimer vaya —le había dicho la suegra en tono capcioso—; pero si va una vez, allá se queda. Yessney ejerce sobre él un hechizo casi tan fuerte como el de la ciudad. Una puede entender qué lo ata a la ciudad; pero Yessney...

Y la viuda se había encogido de hombros.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 70 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Música de Eric Zann

H.P. Lovecraft


Cuento


He examinado varios planos de la ciudad con suma atención, pero no he vuelto a encontrar la Rue d'Auseil. No me he limitado a manejar mapas modernos, pues sé que los nombres cambian con el paso del tiempo. Muy al contrario, me he sumergido a fondo en todas las antigüedades del lugar y he explorado en persona todos los rincones de la ciudad, cualquiera que fuese su nombre, que pudiera responder a la calle que en otro tiempo conocí como Rue d'Auseil. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, no deja de ser una frustración que no haya podido dar con la casa, la calle o siquiera el distrito en donde, durante mis últimos meses de depauperada vida como estudiante de metafísica en la universidad, oí la música de Erich Zann.

Que me falle la memoria no me sorprende lo más mínimo, pues mi salud, tanto física como mental, se vio gravemente trastornada durante el período de mi estancia en la Rue d'Auseil y no recuerdo haber llevado allí a ninguna de mis escasas amistades. Pero que no pueda volver a encontrar el lugar resulta extraño a la vez que me deja perplejo, pues estaba a menos de media hora andando de la universidad y se distinguía por unos rasgos característicos que difícilmente podría olvidar quien hubiese pasado por allí. Lo cierto es que jamás he encontrado a nadie que haya estado en la Rue d'Auseil.


Información texto

Protegido por copyright
12 págs. / 22 minutos / 177 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Muñeca de Porcelana

León Tolstói


Cuento


Una carta escrita por Tolstoi seis meses después de su matrimonio a la hermana más joven de su esposa, la Natacha de Guerra y Paz. En las primeras líneas, la letra es de su mujer, en el resto la suya propia.

21 de marzo de 1863

¿Por qué te has vuelto tan fría, Tania? Ya no me escribes, y me gusta tanto saber de ti... Aún no has contestado a la alocada carta de Levochka (Tolstoi), de la que no entendí una palabra.

23 de marzo

Aquí ella empezó a escribir y de pronto dejó de hacerlo, porque no pudo seguir. ¿Sabes por qué, querida Tania? Le ha ocurrido algo extraordinario, aunque no tanto como a mí. Como ya sabes, al igual que el resto de nosotros, siempre estuvo constituida de carne y hueso, con todas las ventajas y desventajas inherentes a esta condición: respiraba, era tibia y a veces caliente, se sonaba la nariz (¡y de qué modo!) y, lo más importante, tenía control sobre sus extremidades, las cuales —brazos y piernas— podían asumir diferentes posiciones. En una palabra, su cuerpo era como el de cualquiera de nosotros. De pronto, el día 21 de marzo, a las diez de la noche, nos sucedió algo extraordinario a ella y a mí. ¡Tania! Sé que siempre la has querido (no sé qué sentimiento despertará ahora en ti), sé que sientes un afectuoso interés por mí y conozco tu razonable y sano punto de vista sobre los hechos importantes de la vida; además, amas a tus padres (por favor, prepáralos e infórmales de lo sucedido), es por esto que te escribo, para contarte cómo ocurrió.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 8 minutos / 381 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

4950515253