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La Campanilla de la Doncella

Edith Wharton


Cuento


I

Era el otoño, después de haber pasado el tifus. Había estado en el hospital, y cuando salí tenía un aspecto tan endeble y vacilante que las dos o tres damas a las que pedí trabajo no me aceptaron, por temor. Se me había agotado casi todo el dinero, y después de vivir de la pensión durante dos meses, frecuentando agencias de colocaciones y escribiendo a todos los anuncios que me parecían respetables, casi perdí las esperanzas, porque el andar de un lado para otro no me había permitido recuperar peso; así que no veía cómo podía cambiar mi suerte. Pero cambió…, o así lo creí yo entonces. Un día me tropecé con una tal señora Railton, amiga de la señora que me había traído a Estados Unidos, y me paró para saludarme; era de esas personas que hablan siempre con mucha familiaridad. Me preguntó qué me pasaba que estaba tan pálida, y cuando se lo conté, dijo:

—Vaya, Hartley; creo que tengo precisamente el puesto que necesitas. Ven mañana a verme y hablaremos de esto.

Al día siguiente, cuando fui a visitarla, me contó que se había acordado de una sobrina suya, una dama joven, aunque algo delicada, que vivía todo el año en su finca de Hudson, ya que no soportaba el ajetreo de la vida ciudadana.


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Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Cámara de los Tapices

Walter Scott


Cuento


Hacia finales de la guerra norteamericana, cuando los oficiales del ejército de lord Cornwallis que se rindieron en la ciudad de York, y otros, que habían sido hechos prisioneros durante la imprudente y desafortunada contienda, estaban regresando a su país a relatar sus aventuras y reponerse de las fatigas, había entre ellos un oficial con grado de general llamado Browne. Era un oficial de mérito, así como un caballero muy considerado por sus orígenes y por sus prendas.

Ciertos asuntos habían llevado al general Browne a hacer un recorrido por los condados occidentales, cuando, al concluir una jornada matinal, se encontró en las proximidades de una pequeña ciudad de provincias que presentaba una vista de incomparable belleza y unos rasgos marcadamente ingleses.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Cama 29

Guy de Maupassant


Cuento


Cuando el capitán Epivent pasaba por la calle, todas las mujeres se volvían. Era el auténtico prototipo del gallardo oficial de húsares. Por ello se exhibía pavoneándose siempre, orgulloso y atento a sus piernas, a su cintura y a su bigote. Y, verdaderamente, eran admirables su bigote, su cintura y sus piernas. El primero era rubio, muy fuerte, y le caía marcialmente sobre los labios, denso, con su bello color de trigo maduro, pero fino, cuidadosamente recortado, descendiendo a ambos lados de la boca en dos poderosas e intrépidas guías. La cintura era delgada, como si llevara corsé, y más arriba surgía un vigoroso pecho masculino, abombado y amplio. Sus piernas eran admirables, unas piernas de gimnasta, de bailarín, cuya carne musculosa dibujaba todos sus movimientos bajo la tela ajustada del pantalón rojo.

Andaba tensando las corvas y separando pies y brazos, con ese pequeño balanceo de los jinetes que tanto favorece a las piernas y al torso, y que parece airoso bajo el uniforme, pero vulgar bajo una levita.

Como muchos oficiales, el capitán Epivent no sabía llevar un traje civil. Vestido de gris o de negro, tenía aspecto de dependiente. Pero en uniforme era un ejemplar. Tenía, además, una hermosa cabeza, la nariz delgada y curva, los ojos azules, la frente estrecha. Es cierto que era calvo, sin que nunca hubiera logrado saber la causa de la caída del pelo. Se consolaba pensando que un cráneo un poco pelado no resulta mal si se tienen unos buenos bigotes.

En general, despreciaba a todo el mundo, aunque establecía muchos grados en su desprecio.


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11 págs. / 19 minutos / 178 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Calle

H.P. Lovecraft


Cuento


Hay quien dice que las cosas y los lugares tienen alma, y hay quien dice que no; por mi parte, no me atrevo a pronunciarme, pero quiero hablar de la Calle.

Esa Calle la crearon hombres fuertes y de honor; hombres buenos y esforzados, de nuestra sangre, llegados de las Islas Bienaventuradas, al otro lado del mar. Al principio no fue más que un sendero hollado por aguadores que iban del manantial del bosque al puñado de casas que había junto a la playa. Luego, al llegar más hombres al creciente grupo de casas en busca de un lugar donde vivir, se construyeron chozas en la parte norte, y cabañas de recios troncos de roble y albañilería en el lado del bosque, dado que por allí les hostigaban los indios con sus flechas. Años más tarde, los hombres levantaron cabañas también en la parte sur de la Calle.

Por la Calle paseaban arriba y abajo hombres graves de cónicos sombreros, cargados casi siempre con mosquetes y armas de caza. Y también paseaban sus esposas en sombreradas y sus hijos serios. Por la noche, los hombres se sentaban, con sus esposas e hijos alrededor de gigantescas chimeneas, y leían y charlaban. Muy simples eran las cosas sobre las que leían y hablaban, pero les infundían aliento y bondad, y les ayudaban durante el dia a someter el bosque y los campos. Y los hijos escuchaban y aprendían las leyes y las proezas de otros tiempos, y cosas de la querida Inglaterra que nunca habían visto o no podían recordar.

Hubo una guerra, y los indios no volvieron a turbar la Calle. Los hombres, entregados a su trabajo, prosperaron y fueron todo lo felices que sabían ser.


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7 págs. / 12 minutos / 198 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Caja Oblonga

Edgar Allan Poe


Cuento


Hace años, a fin de viajar de Charleston, en la Carolina del Sur, a Nueva York, reservé pasaje a bordo del excelente paquebote Independence, al mando del capitán Hardy. Si el tiempo lo permitía, zarparíamos el 15 de aquel mes (junio); el día anterior, o sea el 14, subí a bordo para disponer algunas cosas en mi camarote.

Descubrí así que tendríamos a bordo gran número de pasajeros, incluyendo una cantidad de damas superior a la habitual. Noté que en la lista figuraban varios conocidos y, entre otros nombres, me alegré de encontrar el de Mr. Cornelius Wyatt, joven artista que me inspiraba un marcado sentimiento amistoso. Habíamos sido condiscípulos en la Universidad de C... y solíamos andar siempre juntos. Su temperamento era el de todo hombre de talento y consistía en una mezcla de misantropía, sensibilidad y entusiasmo. A esas características unía el corazón más ardiente y sincero que jamás haya latido en un pecho humano.


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13 págs. / 24 minutos / 157 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Caída de Mr. Reader

Edgar Wallace


Cuento


«El Orador» era un hombre de gustos sencillos y poco aficionado a las novedades. Si tenía un aparato de radio era porque se lo había regalado un admirador suyo, pues de no ser así jamás se le habría ocurrido comprar uno. Lo tuvo en el salón de su casa sin utilizarlo ni una sola vez, durante seis meses, y cuando, por fin, se decidió, se dio cuenta de que no funcionaban las baterías, dejando pasar otros seis meses hasta mandarlo arreglar.

Evitaba los programas musicales, sobre todo los clásicos, y prefería las conferencias y charlas, tal vez porque encontraba agradable oír hablar sin tener que dar una respuesta. No obstante, a veces, escuchaba a las orquestas de baile, recreándose en atrapar al vuelo los distintos trozos de conversación que llegaban desde las parejas hasta el micrófono.

En una ocasión pudo oír la voz de un hombre, algo cansado, mencionando algo relativo a sus negocios, con tanta claridad como si el que hablaba se hallase ante él.

—…opino que las cuentas atrasadas nunca deben cancelarse. Yo sé que nos escribió a Glasgow…

Después sintió algo confuso, al mismo tiempo que se oía una risa femenina.

—…precisamente hoy me di de cara con él en la calle y le dije: «¡Oiga! ¡Todavía nos debe usted aquello!…» Es formidable la memoria que tengo; no lo había visto más que una vez… No, únicamente facilitamos el arsénico a los agentes de ventas…

«El Orador» creía ciegamente en la ley de las coincidencias, y por ello no quedó muy sorprendido al leer la palabra «arsénico», la mañana siguiente, en el primer informe redactado por el Jefe de Policía de Wessex, referente al caso «Fainer».

Este informe fue recibido en Scotland Yard con bastante retraso, cuando Mrs. Fainer estaba ya en la cárcel esperando la vista de la causa. «El Orador» leyó la carta con su tranquilidad habitual.


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14 págs. / 25 minutos / 155 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Cafetera

Théophile Gautier


Cuento


Cuento fantástico

I

El año pasado me invitaron, junto a dos de mis compañeros de trabajo, Arrigo Cohic y Pedrino Borgnioli, a pasar unos días en un lugar remoto de Normandía.

El tiempo que, cuando nos pusimos en marcha, prometía ser excelente, cambió de repente, y cayó tanta lluvia, que los tortuosos caminos por los que avanzábamos eran como el lecho de un torrente.

Nos hundimos en el cieno hasta las rodillas, una capa espesa de tierra resbaladiza se pegó a la suela de nuestras botas, y su peso aminoró de tal modo nuestros pasos, que llegamos a nuestro lugar de destino una hora después de la puesta del sol.

Estábamos agotados; así es que nuestro anfitrión, al comprobar los esfuerzos que hacíamos para reprimir los bostezos y mantener los ojos abiertos, una vez que hubimos cenado, mandó que nos condujeran a cada uno a nuestra habitación.

La mía era muy amplia; sentí, al entrar en ella, como un estremecimiento febril, porque me pareció que entraba en un mundo nuevo.

Realmente, uno podía creerse en tiempos de la Regencia, viendo los dinteles de Boucher que representaban las cuatro Estaciones, los muebles de estilo rococó del peor gusto, y los marcos de los espejos torpemente tallados.

Nada estaba desordenado. El tocador cubierto de estuches de peines, de borlas para los polvos, parecía haber sido utilizado la víspera. Dos o tres vestidos de colores tornasolados, un abanico sembrado de lentejuelas de plata alfombraban el entarimado bien encerado y, ante mi gran asombro, una tabaquera de concha, abierta sobre la chimenea, estaba llena de tabaco todavía fresco.


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7 págs. / 13 minutos / 233 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Cadena del Destino

Bram Stoker


Cuento


1. El aviso

El día que llegué a Scarp era tan tarde que apenas me di cuenta del aspecto exterior de la casa pero, por lo que pude apreciar a la débil luz del crepúsculo, se trataba de un edificio majestuoso, de aspecto bastante antiguo y construido en piedra blanca. Sin embargo, al atravesar el pórtico, pude apreciar más de cerca su belleza: en el vestíbulo ardía una gran chimenea y todas las habitaciones y pasillos estaban iluminados. El vestíbulo podía ser, por su tamaño, el de un palacio y daba a una escalera de roble oscuro tan ancha y empinada que casi podía subir por ella un carruaje. Las habitaciones eran espaciosas, de techos altos y con las paredes revestidas de roble negro igual que la escalera. Este oscuro material habría hecho que la casa pareciera terriblemente lóbrega de no ser por lo espacioso y alto de las habitaciones y los pasillos. La impresión que causaba era una acogedora combinación de calidez y estilo. Las ventanas estaban encajadas en profundos alféizares y, en la planta baja, casi llegaban desde el suelo hasta el techo. Las chimeneas eran de estilo antiguo, grandes y con tallas de roble macizo, que representaban escenas de la Historia Sagrada. A ambos lados de las mismas se erguían dos atizadores de hierro macizo con forma de perro. Era justo el tipo de edificio que hubiera emocionado a Washington Irving o a Nathaniel Hawthorne.

Hacía poco que habían restaurado la casa, sin olvidar por ello las comodidades, y le habían añadido todas aquellas mejoras que pudieran hacer más acogedoras las habitaciones. Las viejas ventanas de hoja romboidal, que probablemente databan de la época isabelina, habían sido sustituidas por otras de vidrio, mucho más prácticas. Y, de idéntica manera, se habían incorporado otros muchos cambios, pero se había hecho con tan buen gusto que nada de lo antiguo desentonaba con lo moderno. Se había conseguido una armonía de conjunto.


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52 págs. / 1 hora, 32 minutos / 192 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Cabellera

Guy de Maupassant


Cuento


La celda tenía paredes desnudas, pintadas con cal. Una ventana estrecha y con rejas, horadada muy alto para que no se pudiera alcanzar, alumbraba el cuarto, claro y siniestro; y el loco, sentado en una silla de paja, nos miraba con una mirada fija, vacía y atormentada. Era muy delgado, con mejillas huecas, y el pelo casi cano que se adivinaba había encanecido en unos meses. Su ropa parecía demasiado ancha para sus miembros enjutos, su pecho encogido, su vientre hueco. Uno sentía que este hombre estaba destrozado, carcomido por su pensamiento, un Pensamiento, al igual que una fruta por un gusano. Su Locura, su idea estaba ahí, en esa cabeza, obstinada, hostigadora, devoradora. Se comía el cuerpo poco a poco. Ella, la Invisible, la Impalpable, la Inasequible, la Inmaterial Idea consumía la carne, bebía la sangre, apagaba la vida.

¡Qué misterio representaba este hombre aniquilado por un sueño! ¡Este Poseso daba pena, miedo y lástima! ¿Qué extraño, espantoso y mortal sueño vivía detrás de esa frente, que fruncía con profundas arrugas, siempre en movimiento?

El médico me dijo: —Tiene unos terribles arrebatos de furor; es uno de los dementes más peculiares que he visto. Padece locura erótica y macabra. Es una especie de necrófilo. Además, ha escrito un diario que nos muestra de la forma más clara la enfermedad de su espíritu y en el que, por así decirlo, su locura se hace palpable. Si le interesa, puede leer ese documento.

Seguí al doctor hasta su gabinete y me entregó el diario de aquel desgraciado.

—Léalo —dijo—, y deme su opinión.

He aquí lo que contenía el cuaderno:


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7 págs. / 13 minutos / 69 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Búsqueda de Iranon

H.P. Lovecraft


Cuento


En la ciudad granítico de Teloth vagaba un joven, coronado con hojas de vid, el pelo amarillo reluciente de mirra, y la ropa púrpura desgarrada por las zarzas de la montaña Sidrak, situada al otro lado del antiguo puente de piedra. Los hombres de Teloth son graves y sombríos, y viven en casas cuadradas; y con el ceño fruncido, preguntaron al desconocido de dónde venía y cuál era su nombre y fortuna. Y el joven contestó: — Soy Iranon y vengo de Airá, ciudad lejana que recuerdo vagamente, la que quiero encontrar otra vez. Soy cantor de canciones que aprendí en la lejana ciudad, y tengo por vocación producir belleza con las cosas recordadas de la niñez. Mi riqueza consiste en pequeños recuerdos y ensueños, y en esperanzas que canto en los jardines, cuando la luna es tierna y el viento de poniente agita los capullos de loto.


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8 págs. / 15 minutos / 155 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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