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Pandora

Henry James


Cuento


Capítulo 1

Desde hace tiempo es habitual que los barcos a vapor de la North German Lloyd, que transportan pasajeros de Bremen a Nueva York, fondeen durante unas horas en el tranquilo puerto de Southampton, donde el cargamento humano recibe considerables adiciones. Hace algunos años, un joven y despierto alemán, el conde Otto Vogelstein, dudaba sobre si censurar o aprobar dicha costumbre. Apoyado sobre la barandilla de cubierta del Danau observaba con curiosidad, tedio y desdén, a través del humo de su cigarro, cómo los pasajeros americanos (la mayoría de los viajeros que embarcan en Southampton son de dicha nacionalidad) cruzaban el pantalán y eran engullidos por la enorme estructura del barco, dentro de la cual tenía el conde la reconfortante certeza de disponer de un nido propio. Contemplar desde su aventajada posición los esfuerzos de los menos afortunados (los desinformados, los desasistidos, los demorados, los desorientados) resulta siempre una ocupación no exenta de deleite, y nada había que pudiese mitigar la complacencia con la que nuestro joven amigo se entregaba a ella, es decir, nada salvo cierta benevolencia innata aún no erradicada por la consciencia de su relevancia funcionarial. Porque el conde Vogelstein era funcionario, como supongo habrán deducido por su espalda erguida, por el lustre de sus gafas de montura ligera y sofisticada y por ese algo, entre discreto y diplomático, en la ondulación de su bigote, el cual parecía contribuir en gran medida a la que, según los cínicos, constituye la función primordial de los labios: la activa ocultación del pensamiento.


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67 págs. / 1 hora, 57 minutos / 90 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Horror de Dunwich

H.P. Lovecraft


Cuento


I

Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dirección al llegar al cruce de la carretera de Aylesbury nada más pasar Dean's Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca. El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vista en las regiones habitadas. Por el contrario, los campos cultivados son muy escasos y áridos, mientras que las pocas casas diseminadas a lo largo del camino presentan un sorprendente aspecto uniforme de decrepitud, suciedad y ruina. Sin saber exactamente por qué, uno no se atreve a preguntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que, de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas medio derruidas o desde pendientes y rocosos prados. Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca. Las cumbres tienen una forma demasiado ovalada y simétrica como para pensar en una naturaleza apacible y normal, y a veces pueden verse recortados con singular nitidez contra el cielo unos extraños círculos formados por altas columnas de piedra que coronan la mayoría de las cimas montañosas.


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66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 590 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Aurelia o el Sueño y la Vida

Gérard de Nerval


Cuento


Primera parte

I

El sueño es una segunda vida. No he podido penetrar sin estremecerme en esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes de sueño son la imagen de la muerte; un entorpecimiento nebuloso se apodera de nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia. Es un subterráneo vago que se ilumina poco a poco, donde se desprenden de la sombra y la noche las pálidas figuras gravemente inmóviles que habitan la mansión de los limbos. Luego, el cuadro se forma, una claridad nueva ilumina y pone en juego esas apariciones extravagantes; el mundo de los espíritus se abre para nosotros.

Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia, las debía al ensueño con más frecuencia que al sueño; El asno de oro, de Apuleyo, La Divina Comedia, de Dante, son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana. Voy a tratar de transcribir, a su ejemplo, las impresiones de una larga enfermedad que sucedió totalmente en los misterios de mi espíritu; y no sé por qué me sirvo del término enfermedad, pues jamás, por lo que toca a mí mismo, me he sentido de mejor salud. A veces, creía mi fuerza y mi actividad redobladas; me parecía saberlo todo y comprenderlo todo; la imaginación me aportaba delicias infinitas. ¿Al recobrar lo que los hombres llaman la razón, habrá que lamentar haberlas perdido?…


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65 págs. / 1 hora, 55 minutos / 496 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Libro de Monelle

Marcel Schwob


Cuento


I. PALABRAS DE MONELLE

Monelle me halló en el páramo en donde yo erraba y me tomó de la mano.

—No debes sorprenderte —dijo—, soy yo y no soy yo.

Volverás a encontrarme y me perderás;

Regresaré una vez más entre los tuyos; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;

Y me olvidarás, y me reconocerás, y me olvidarás.

Y Monelle dijo: Te hablaré de las pequeñas prostitutas, y conocerás el comienzo.

A los dieciocho años, Bonaparte el asesino se encontró a una pequeña prostituta bajo las puertas de hierro del Palais Royal. Tenía el semblante pálido y temblaba de frío. Pero «había que vivir», dijo. Ni tú ni yo conocemos el nombre de aquella pequeña que Bonaparte llevó a su cuarto del hotel de Cherbourg, en una noche de noviembre. Ella era de Nantes, en Bretaña. Estaba débil y cansada, su amante la había abandonado. Era simple y buena; un sonido muy dulce tenía su voz: de todo eso se acordó Bonaparte. Y pienso que después el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas, y que la buscó largo tiempo en las noches de invierno, pero no volvió a verla jamás.


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64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 143 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Mentira

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. En el que se presenta al almirante

En el tiempo que pasó en París, Dick Naseby hizo extrañas amistades, pues era de los que tienen oídos para oír y saben emplear los ojos tanto como la inteligencia. Tenía tantas ideas como Stuart Mill, pero su filosofía tenía que ver con los seres de carne y hueso y era tan experimental como su método. Era un cazador prototípico. Despreciaba las piezas menores y las personalidades insignificantes, ya fuese en la forma de duques o viajantes comerciales, y los dejaba pasar de largo como las algas junto al costado de un barco, pero, si veía un rostro enérgico o refinado, si oía una voz penetrante o llorosa, si reparaba en una mirada viva, un gesto apasionado o una sonrisa ambigua y significativa, su imaginación despertaba en el acto. «Érase una vez un hombre y una mujer», parecía decir, y se dedicaba a interpretarlo con el placer de un artista al consagrarse a su arte.


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62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 166 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Eugene Pickering

Henry James


Cuento


1

Esto sucedió en Homburg, hace varios años, antes de que el juego se hubiese prohibido. La noche era bastante cálida, y todo el mundo se había congregado en la terraza del Kursaal y la explanada inmediata, con el fin de escuchar a la excelente orquesta; mejor dicho, medio mundo, pues la concurrencia era parejamente masiva en las salas de juego, alrededor de las mesas. Por doquier el gentío era grande. La velada era perfecta, la temporada estaba en su apogeo, las abiertas ventanas del Kursaal arrojaban largos haces de luz artificial hacia los oscuros bosques y, de vez en cuando, en las pausas de la música, casi se podía oír el tintineo de los napoleones y las metálicas apelaciones de los crupieres alzarse sobre el expectante silencio de las salas. Yo había estado vagando con una amiga, y al fin nos disponíamos a sentarnos. Empero, las sillas escaseaban. Ya había logrado capturar una, pero no parecía fácil hallar la segunda que nos faltaba. Me encontraba a punto de desistir resignado e insinuar que nos encamináramos a los divanes damasquinados del Kursaal, cuando observé a un joven indolentemente sentado en uno de los objetos de mi búsqueda, con los pies apoyados en los palos de otro más. Esto excedía la cuota de lujo que legítimamente le correspondía, conque prestamente me acerqué a él. Desde luego pertenecía a la especie que mejor sabe, en casa y fuera de ella, proveer a su propia comodidad; mas algo en su apariencia sugería que su actual proceder se debía más bien a desapercibimiento que a egocentrismo. Se hallaba con la vista fija en el director de orquesta y atendía absorto a la música. Tenía las manos enlazadas bajo sus largas piernas, y su boca se entreabría con aire casi embobado.

—Hay aquí tan pocas sillas —dije— que necesito suplicarle que me ceda una de ellas.


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61 págs. / 1 hora, 48 minutos / 56 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Pabellón de las Dunas

Robert Louis Stevenson


Cuento


EL PABELLÓN DE LAS DUNAS

Dedicado a D. A. S.
en recuerdo de los días pasados cerca de Fidra

1

En el que se cuenta cómo acampé junto al mar, en el bosque de Graden, y vi una luz en el pabellón

De joven fui un gran solitario. Me enorgullecía quedarme al margen y estar a mi aire, y puede decirse que no tuve ni amigos ni conocidos hasta que conocí a la que acabó convirtiéndose en mi mujer y en la madre de mis hijos. Tan solo con un hombre tuve algún trato: con el caballero R. Northmour, de Graden Easter, en Escocia. Nos habíamos conocido en la universidad y, a pesar de no tener mucho en común ni gozar de demasiada confianza, compartíamos ciertas semejanzas de carácter que nos permitieron relacionarnos sin dificultad. Nos creíamos unos misántropos, aunque luego he pensado que quizá fuéramos solo hoscos. Y apenas podía hablarse de camaradería, sino de coexistencia entre dos seres insociables. El temperamento extraordinariamente violento de Northmour le hacía casi imposible relacionarse con nadie más que yo, e igual que él soportaba mis hábitos taciturnos y me dejaba ir y venir a mi antojo, yo toleraba su presencia sin complicaciones. Creo que nos teníamos por amigos.


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Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tonelero de Nuremberg

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

A principios de mayo del año 1580, el honorable gremio de toneleros de la ciudad libre de Nuremberg se reunía, según costumbre, para celebrar su fiesta anual. Poco antes de esta solemnidad había pasado a mejor vida el síndico de la corporación, y era preciso elegir un sucesor. Por unanimidad recayó la elección en maese Martín.

No había otro tan conocedor del oficio como él. Los toneles salidos de sus manos eran, a la par que sólidos, finamente acabados; y no tenía rival para montar una bodega según las reglas gremiales. Prosperaba de día en día su reputación, y cada vez eran más numerosos sus clientes entre la gente rica y distinguida; gracias al éxito que le favoreció en todas sus empresas, gozaba de una fortuna considerable para un hombre de su clase. Al hacerse pública la elección de maese Martín, el consejero Paumgartner, que presidía la asamblea, se puso en pie.

—Vuestra elección —dijo—, mis queridos amigos, es acertadísima. A nadie podía ser conferida tan merecidamente esta dignidad. Maese Martín goza del aprecio de todos, y los que le conocen dan testimonio de su destreza en la profesión. A pesar de sus riquezas, ha conservado los hábitos y el gusto del trabajo, y su conducta en todo es un modelo digno de elogio. Saludemos, pues, a nuestro querido maese Martín y felicitémosle por haber merecido la elección unánime, que es honra y galardón de toda una vida de honradez y de laboriosidad.

Terminado su discurso, el consejero Paumgartner dio unos pasos con los brazos abiertos hacia el recipiendario. Pero maese Martín, levantándose por pura cortesía y con gran dificultad a causa de su corpulencia y obesidad, devolvió sin más ceremonias la reverencia al Consejero, y se dejó caer de nuevo en el sillón, importándole poco al parecer los abrazos fraternales del señor Jacobus Paumgartner.


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Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Konovalov

Máximo Gorki


Cuento


Al pasar distraídamente la vista por una hoja de periódico, me encontré con el apellido Konovalov e interesado en él leí lo que sigue:

«Ayer por la noche, en la celda número 3 de la prisión local, se colgó del respiradero de la estufa el pancista de la ciudad de Murom Aleksandr Ivánovich Konovalov, de 40 años. El suicida había sido arrestado en Pskov por vagabundeo y había sido enviado bajo escolta a su tierra natal. Según las autoridades carcelarias, era un individuo que siempre estaba tranquilo, callado y pensativo. Debe considerarse, tal y como ha concluido el doctor de la prisión, que la causa que ha inducido a Konovalov al suicidio ha sido la melancolía».

Leí esta breve nota y pensé que tal vez yo podría conseguir explicar con más claridad la causa que había inducido a este hombre pensativo a huir de la vida, ya que yo lo conocía. Es posible que ni tan siquiera tuviera derecho a no hablar de él: era buena gente, de la que no se encuentra con frecuencia en el camino de la vida.

… Tenía dieciocho años cuando conocí a Konovalov. Por aquel entonces, yo trabajaba en una tahona como ayudante de panadero. El panadero había sido soldado del cuerpo de músicos, bebía vodka de manera exagerada, con frecuencia estropeaba la masa y, cuando estaba borracho, le gustaba silbar y redoblar con los dedos sobre lo primero que pillaba. Cuando el dueño de la panadería le amonestaba por los productos estropeados o los que no estaban preparados a su hora, se enfurecía, regañaba al dueño sin piedad y siempre le hacía notar además su talento musical.


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Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Los Juerguistas

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. Eilean Aros

Hacía una hermosa mañana de finales de julio cuando emprendí a pie por última vez el camino de Aros. La noche anterior un bote me había dejado en Grisapol. Desayuné lo poco que me pudo ofrecer la pequeña posada donde me hospedaba, dejé allí todo mi equipaje hasta que llegase la ocasión de ir a recogerlo por mar y emprendí la marcha a través del promontorio con el corazón animoso.


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59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 191 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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