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Sombra

Edgar Allan Poe


Cuento


Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Nyarlathotep

H. P. Lovecraft


Cuento


Y al fin vino del interior de Egipto
El extraño Oscuro ante el que se inclinaban los fellás;
Silencioso, descarnado, enigmáticamente altivo
Y envuelto en telas rojas como las llamas del sol poniente.
A su alrededor se apretaban las masas, ansiosas de sus órdenes,
Pero al marcharse no podían repetir lo que habían oído;
Mientras por las naciones se propagaba la pavorosa noticia
De que las bestias salvajes le seguían lamiéndole las manos.
Pronto comenzó en el mar un nacimiento pernicioso;
Tierras olvidadas con agujas de oro cubiertas de algas;
Se abrió el suelo y auroras furiosas se abatieron
Sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres.
Entonces, aplastando lo que había moldeado por juego,
El Caos idiota barrió el polvo de la Tierra.


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Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Embudo de Cuero

Arthur Conan Doyle


Cuento


—Esto que acabo de leerle — prosiguió Dacre — es la minuta oficial del proceso de Marie Madeleine d'Aubray, marquesa de Brinvilliers, una de las más célebres envenenadoras y asesinas de todos los tiempos.

Permanecí sentado y en silencio, bajo el peso abrumador de aquel incidente de índole tan extraordinaria y de la prueba decisiva con que Dacre había explicado lo que realmente significaba. Recordé de una manera confusa ciertos detalles de la vida de aquella mujer; su desenfrenado libertinaje, la sangre fría y la prolongada tortura a que sometió a su padre enfermo, y el asesinato de sus hermanos por móviles de mezquinas ventajas. Recordé también la entereza de su muerte, que contribuyó en algo a expiar los horrores de su vida, haciendo que todo París simpatizase con sus últimos momentos y la proclamara como a una mártir a los pocos días de haberla maldecido como asesina. Una objeción, y sólo una, surgía en mi cerebro:

—¿Cómo fue que las iniciales de su nombre y apellido fuesen inscritas junto con el distintivo de su rango en el embudo? O es que llevaban su respeto medieval a la nobleza hasta el punto de inscribir sus títulos en los instrumentos de tortura?

—Ese mismo problema me tuvo intrigado a mí; pero es susceptible de una explicación sencilla — dijo Dacre —. Ese caso despertó en su tiempo un interés extraordinario, y resulta muy natural que la Reynie, jefe de Policía, retuviese el embudo como recuerdo macabro. No era suceso frecuente el que una marquesa de Francia fuese sometida al interrogatorio extraordinario. Ahora bien, el grabar las iniciales de la mujer en el embudo para que sirviera de información a los demás, es, desde luego, un recurso de lo más corriente en un caso así.

—¿Y esto? — pregunté, apuntando con el dedo hacia las marcas que se veían en el gollete de cuero.

Dacre me contestó, retirándose de mi lado:


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Publicado el 26 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sherlock Holmes

Arthur Conan Doyle


Novela, cuento


Estudio en Escarlata

Primera parte

(Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad)

1. Mr. Sherlock Holmes

En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis estudios, fui puntualmente destinado el 5.0 de Fusileros de Northumberland en calidad de médico ayudante. El regimiento se hallaba por entonces estacionado en la India, y antes de que pudiera unirme a él, estalló la segunda guerra de Afganistán. Al desembarcar en Bombay me llegó la noticia de que las tropas a las que estaba agregado habían traspuesto la línea montañosa, muy dentro ya de territorio enemigo. Seguí, sin embargo, camino con muchos otros oficiales en parecida situación a la mía, hasta Candahar, donde sano y salvo, y en compañía por fin del regimiento, me incorporé sin más dilación a mi nuevo servicio.

La campaña trajo a muchos honores, pero a mí sólo desgracias y calamidades. Fui separado de mi brigada e incorporado a las tropas de Berkshire, con las que estuve de servicio durante el desastre de Maiwand. En la susodicha batalla una bala de Jezail me hirió el hombro, haciéndose añicos el hueso y sufriendo algún daño la arteria subclavia. Hubiera caído en manos de los despiadados ghazis a no ser por el valor y lealtad de Murray, mi asistente, quien, tras ponerme de través sobre una caballería, logró alcanzar felizmente las líneas británicas.


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Publicado el 9 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Silencio

Edgar Allan Poe


Cuento


‘Ενδονσιν δ’ ορεων κορνφαι τε και φαράγγες
Πρώονές τε και χάραδραι.

Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos
y las grutas están en silencio.
—Alcmán


Escúchame —dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza—. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.

Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Expreso del Futuro

Julio Verne


Cuento


—Ande con cuidado —gritó mi guía—. ¡Hay un escalón!

Descendiendo con seguridad por el escalón de cuya existencia así me informó, entré en una amplia habitación, iluminada por enceguecedores reflectores eléctricos, mientras el sonido de nuestros pasos era lo único que quebraba la soledad y el silencio del lugar.

¿Dónde me encontraba? ¿Qué estaba haciendo yo allí? Preguntas sin respuesta. Una larga caminata nocturna, puertas de hierro que se abrieron y se cerraron con estrépitos metálicos, escaleras que se internaban (así me pareció) en las profundidades de la tierra… No podía recordar nada más, Carecía, sin embargo, de tiempo para pensar.

—Seguramente usted se estará preguntando quién soy yo —dijo mi guía—. El coronel Pierce, a sus órdenes. ¿Dónde está? Pues en Estados Unidos, en Boston… en una estación.

—¿Una estación?

—Así es; el punto de partida de la Compañía de Tubos Neumáticos de Boston a Liverpool.

Y con gesto pedagógico, el coronel señaló dos grandes cilindros de hierro, de aproximadamente un metro y medio de diámetro, que surgían del suelo, a pocos pasos de distancia.

Miré esos cilindros, que se incrustaban a la derecha en una masa de mampostería, y en su extremo izquierdo estaban cerrados por pesadas tapas metálicas, de las que se desprendía un racimo de tubos que se empotraban en el techo; y al instante comprendí el propósito de todo esto.

¿Acaso yo no había leído, poco tiempo atrás, en un periódico norteamericano, un artículo que describía este extraordinario proyecto para unir Europa con el Nuevo Mundo mediante dos colosales tubos submarinos? Un inventor había declarado que el asunto ya estaba cumplido. Y ese inventor —el coronel Pierce— estaba ahora frente a mí.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Prometeo

Franz Kafka


Cuento


De Prometeo nos hablan cuatro leyendas. Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos divinos, y los dioses enviaron numerosas águilas a devorar su hígado, en continua renovación. De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella. Conforme a la tercera, su traición paso al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas, lo olvidaron, el mismo se olvidó. Con arreglo a la cuarta, todos se aburrieron de esa historia absurda. Se aburrieron los dioses, se aburrieron las águilas y la herida se cerró de tedio. Solo permaneció el inexplicable peñasco. La leyenda pretende descifrar lo indescifrable. Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo indescifrable.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí

Lewis Carroll


Cuento


Capítulo 1. La casa del espejo

Desde luego hay una cosa de la que estamos bien seguros y es que el gatito blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo... fue enteramente culpa del gatito negro. En efecto, durante el último cuarto de hora, la vieja gata había sometido al minino blanco a una operación de aseo bien rigurosa (y hay que reconocer que la estuvo aguantando bastante bien); así que está bien claro que no pudo éste ocasionar el percance.

La manera en que Dina les lavaba la cara a sus mininos sucedía de la siguiente manera: primero sujetaba firmemente a la víctima con un pata y luego le pasaba la otra por toda la cara, sólo que a contrapelo, empezando por la nariz: y en este preciso momento, como antes decía, estaba dedicada a fondo al gatito blanco, que se dejaba hacer casi sin moverse y aún intentando ronronear... sin duda porque pensaba que todo aquello se lo estarían haciendo por su bien.

Pero el gatito negro ya lo había despachado Dina antes aquella tarde y así fue como ocurrió que, mientras Alicia estaba acurrucada en el rincón de una gran butacona, hablando consigo misma entre dormida y despierta, aquel minino se había estado desquitando de los sinsabores sufridos, con las delicias de una gran partida de pelota a costa del ovillo de lana que Alicia había estado intentando devanar y que ahora había rodado tanto de un lado para otro que se había deshecho todo y corría, revuelto en nudos y marañas, por toda la alfombra de la chimenea, con el gatito en medio dando carreras tras su propio rabo.


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Publicado el 13 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En el Japón Fantasmal

Lafcadio Hearn


Cuento


Fragmento

Era ya la hora del ocaso cuando llegaron al pie de la montaña. No había en aquel lugar signo alguno de vida, ni rastro de agua o plantas; ni siquiera la sombra lejana de un pájaro en vuelo, tan sólo desolación elevándose sobre desolación. La cumbre se perdía en el cielo.

Entonces el Bodhisattva se dirigió a su joven compañero:

—Lo que has pedido ver, te será mostrado. Pero el lugar de la Visión está lejos y penoso es el camino que conduce hacia él. Sígueme y no temas: la fuerza que necesitas te será concedida.

El crepúsculo declinaba a medida que ascendían. No había un sendero trazado, ni señales de presencia humana anterior; el camino discurría sobre montones interminables de guijarros que rodaban bajo sus pies. A veces, las piedras se desprendían estrepitosamente rompiendo el silencio con un sonido seco; en otras ocasiones, los pedruscos que pisaban se pulverizaban como una concha vacía. Las estrellas asomaban estremecidas. La oscuridad era cada vez mayor.

—No temas, hijo mío —habló el Bodhisattva—, aunque el camino es penoso, no hay peligro.

Bajo las estrellas, ascendían más y más rápido, impelidos por un poder sobrehumano. Atravesaron bancos de niebla; a sus pies contemplaban una silenciosa marea de nubes, blanca como la superficie de un mar lechoso.

Hora tras hora ascendían; y a su paso contemplaban formas que se hacían invisibles al instante, con un leve crujido, dejando tras de sí un gélido fuego que se extinguía con la misma rapidez con la que había aparecido.

Entonces el joven peregrino alargó la mano y tocó algo cuya superficie lisa y suave indicaba que no se trataba de una piedra, lo levantó y pudo entrever la burla macabra de la muerte en una calavera.

—No nos demoremos, hijo mío —dijo el maestro—, la cima que debemos alcanzar está aún muy lejos.


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Publicado el 3 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Pueblo Más Cercano

Franz Kafka


Cuento


Mi abuelo solía decir:

La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, se me aparece tan condensada, que por ejemplo casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano, sin temer —y descontando por supuesto la mala suerte— que aun el lapso de una vida normal y feliz no alcance ni para empezar semejante viaje.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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