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Cuando el ensayo había terminado, Gotorn llegó a los camerinos del
teatro Bishop. Parado en el pasillo entre la utilería y las lámparas,
Gotorn entregó su tarjeta de presentación al mozo para que la hiciera
llegar a Elda Silvano.
Después, ya dentro del camerino de Elda, le volvió a impresionar su parecido con la fotografía que tenia Férguson.
Elda llevaba un vestido negro que dirigía toda la atención a la cara
de esta pequeña, talentosa actriz, la cual todavía no había podido hacer
carrera por falta de un amante influyente.
Era de mediana estatura con una cara nerviosa y dispareja. Su pelo
negro, sus grandes ojos negros, a los cuales las pestañas largas le
daban una expresión de ternura al mismo tiempo seria y coqueta, su
frente limpia y la línea de su cuello eran bellos. Solamente mirando con
mucha atención el observador notaba la dureza punzante de las pupilas
que valoraban con la cautela de un negociante todo lo que miraban.
Su postura libre —estaba sentada encorvada con las piernas cruzadas— y
su forma casi masculina de expulsar con fuerza el humo de cigarro
liberaron a Gotorn de la timidez que acompaña cualquier asunto delicado.
—Querida —dijo él—, seguro que usted ya ha visto muchos tipos raros,
por eso me apunto de antemano en sus filas. Vine a proponerle un trabajo
de actuación, pero no es en la escena sino en la vida.
—Es un poco atrevido de su parte —contestó Elda con indiferente
hospitalidad—, atrevido para un primer encuentro, pero no tengo
inconvenientes para conocerlo mejor. Mi única condición: no me lleve al
campo. Me encanta el restaurante “Alfa”.
—Por desgracia, pequeña, el asunto es mucho más serio —contestó
Gotorn—. Ya verá que el hecho de elegirla a usted se debe a una causa
extraordinaria.
Información texto 'Elda y Angotea'