Un Incidente con unos Broches
Máximo Gorki
Cuento
Éramos tres amigos: Siomka Karguza, yo y Mishka, un gigante barbudo de grandes ojos azules que sonreían siempre afables a todo y que siempre estaban hinchados por la embriaguez. Vivíamos en el campo, fuera de la ciudad, en un viejo edificio medio derruido, al que, no se sabe por qué, llamábamos «la fábrica de vidrio», quizá porque en sus ventanas no quedaba entero ni un solo cristal. Hacíamos todo tipo de trabajos: limpiábamos patios, cavábamos zanjas, sótanos o pozos negros, echábamos abajo casas viejas y cercados; una vez hasta tratamos de construir un gallinero, sin éxito alguno. Siomka, que era siempre pedantemente honrado con los encargos a los que se comprometía, puso en duda nuestros conocimientos en arquitectura de gallineros, y una vez a mediodía, cuando estábamos descansando, cogió y se llevó a la taberna los clavos que nos habían entregado, dos tablones nuevos y el hacha del patrón. Por culpa de aquello nos despidieron; pero, como no poseíamos nada, no presentaron reclamación alguna. Estábamos a pan y agua, y los tres sentíamos un gran descontento con nuestra suerte, muy natural y legítimo, dada nuestra situación.
A veces dicho descontento se agudizaba, y despertaba en nosotros un sentimiento hostil contra todo lo que nos rodeaba y nos arrastraba a acometer empresas un tanto ilícitas, según lo estipulado en el «Código penal aplicado por los jueces de paz»; no obstante, por lo general éramos melancólicamente obtusos, estábamos abrumados por encontrar un jornal y reaccionábamos de manera extremadamente indolente ante todas las impresiones existenciales de las que no podía sacarse un beneficio material.
Nos conocimos los tres en un albergue, unas dos semanas antes de los hechos que pretendo relatar, pues los considero de sumo interés.
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Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.