Textos etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 42

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Lo Auténtico

Henry James


Cuento


I

Cuando la mujer del portero, que solía abrir la puerta tras sonar el timbre, anunció «un caballero; con una dama, señor», imaginé inmediatamente, como acostumbraba a ocurrirme en esa época —pues el deseo engendraba ese pensamiento— que era una pareja de modelos. Y modelos resultaron ser mis visitantes, aunque no en el sentido que yo habría preferido. Al principio, sin embargo, nada indicaba que no vinieran con la intención de hacerse un retrato. El caballero, un hombre de cincuenta años, muy alto y muy erguido, y con un bigote ligeramente canoso, vestía un abrigo gris oscuro que le sentaba admirablemente. Me fijé en los dos como profesional (no me refiero a que fuera barbero ni sastre), y el caballero me habría impresionado como una celebridad, si las celebridades me impresionaran. Desde hacía algún tiempo, estaba convencido de que una persona con mucha fachada casi nunca era, llamémoslo así, una institución pública. Una mirada a la dama me sirvió para recordar esta ley paradójica: también ella tenía un aspecto demasiado distinguido como para ser «una personalidad». Sería muy raro, además, encontrarse con dos excepciones a la regla a la vez.


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34 págs. / 59 minutos / 80 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Los Sueños de Diez Noches

Natsume Sōseki


Cuento


Primera noche

Soñé este sueño.

Me encuentro sentado en la cabecera de la cama con los brazos cruzados. La mujer que está acostada de espaldas dice:

—Pronto moriré.

La mujer tiene los largos cabellos esparcidos por la almohada. Sobre el cabello descansa un rostro ovalado de suaves líneas. Sus labios son, naturalmente, rojos. No parece que vaya a morirse. Sin embargo, la mujer ha dicho claramente con una voz tranquila que se va a morir. Yo la miro y también me da la impresión de que, efectivamente, se va a morir. Entonces, como observándola desde arriba, le pregunto:

—¿De verdad? ¿Te estás muriendo?

Ella responde que se muere y abre los ojos de par en par. Son ojos húmedos, bordeados de pestañas largas. Ambos ojos brillan totalmente negros, y en cada pupila me veo reflejado con nitidez.

Me quedo observando el resplandor tan transparente y profundo de sus ojos, y pienso que realmente se va a morir. Así que me acerco más a su almohada y le susurro:

—No te vayas a morir, ¿eh? ¿A que no te morirás?

La mujer con los ojos abiertos pero soñolientos me responde, esta vez también con una voz tranquila:

—Me voy a morir. No hay remedio.

—¿Me estás viendo? ¿Puedes ver mi cara?

—Pero si tú mismo te estás viendo —me dice, y sonríe. Yo levanto la cabeza de la almohada y, cruzando los brazos, me pregunto si verdaderamente se va a morir.

Al cabo de un rato la mujer me pide:

—Cuando muera, entiérrame tú. Con una concha de madreperla cava una fosa, y con un trozo de alguna estrella que caiga del cielo haz mi lápida. Y luego espérame al lado de mi tumba. Vendré a verte.

—¿Cuándo vendrás a verme? —le pregunté.

—Sale el sol, y luego se pone. Nuevamente sale, y nuevamente se oculta. Un sol rojo sale del este y se desplaza al oeste, nuevamente sale del oriente y cae al poniente. ¿Podrás esperarme?


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26 págs. / 46 minutos / 816 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Misceláneas Primaverales

Natsume Sōseki


Cuento


1. El día de Año Nuevo

Después de tomar una taza de zoni me retiré a mi habitación. Al rato llegaron tres o cuatro personas de visita. Todos eran amigos jóvenes. Uno de ellos vestía una levita. Pero al parecer no estaba acostumbrado a esa prenda, y se sentía algo incómodo con la tela gruesa aunque suave de dicho atavío. Los otros llevaban el atuendo japonés de siempre, por lo que no daban la impresión de estar celebrando un día especial. Cada uno de ellos al ver al de la levita le decía: «¡Hola, qué bien!». Todos estábamos algo sorprendidos. Yo también terminé diciéndole: «¡Hola, qué bien!».

El de la levita sacó un pañuelo blanco y se limpió la cara con él. En realidad no necesitaba hacerlo. Tomaba una tras otra copitas de toso, bebida especial para el Año Nuevo. Los otros también, entusiasmados, se servían con palillos la comida colocada en una pequeña mesa individual dispuesta enfrente de cada uno. En esto Kyoshi llegó en coche. Llevaba el ropaje tradicional de las ceremonias: un quimono negro con el emblema de la familia y un haori también negro sobre el quimono.

—Usted tiene un buen quimono para las ceremonias —le dije—. Se debe a que practica el teatro noh, ¿verdad?

—Así es —me contestó. Y me invitó a recitar un canto del teatro noh. Yo le dije que lo intentaría.


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86 págs. / 2 horas, 31 minutos / 143 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Artículos de Exportación

Marcel Schwob


Cuento


Estaba terminando los ecos de sociedad de la Mode des Batignolles cuando vi entrar a un estirado personaje pálido y descarnado que dejó su sombrero en el suelo deslizando dentro un fajo de hojas manuscritas. Murmuró: «Usted escribe un periódico sobre moda, ¿no es así?». Le respondí que de momento nuestro equipo de redacción estaba al completo.

Así que recogió su sombrero y sus papelotes con aire de resignación, se dirigió hacia la puerta y posó la mano sobre el pomo, como si fuera a salir, pero entonces se volvió hacia mí y balbuceó con un tono suplicante: «Sólo le ruego que me diga si tienen ustedes lectores suscritos en el archipiélago de Pomotou».

Consulté el registro y leí:

—Diez medio-suscripciones, dieciocho tercios, treinta y dos cuartos, setenta y dos octavos.

—¿Pero acaso sus habitantes no están enteros? —preguntó, inquieto.

—Sí —le respondí—, pero es que se suscriben en grupo.

Lanzó un suspiro de alivio y prosiguió suavemente: «Trabajo en la exportación. He traído aquí artículos sobre un sombrero-gamba con doble velo, uno para la cara y el otro para el falso moño; un anuncio para un nueva ballena de corsé desmontable, y un corsé con doble fondo que puede servir también de billetera, de porta-cartas y de buzón; un reportaje sobre unos aros articulados con un muelle en espiral para agrandar los senos de las damas cuando se sientan; un estudio a favor de un estupendo invento: falsos pechos de plástico utilizables como biberones en los cuales se puede introducir cualquier preparado que sustituya ventajosamente la leche materna durante la primera infancia… ¿Cree usted que estos artículos podrían tener éxito en Pomotou?».

Comencé a hacer un gesto pero me interrumpió:


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4 págs. / 8 minutos / 69 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Rey de la Máscara de Oro

Marcel Schwob


Cuento


El Rey De La Mascara De Oro

A Anatole France

El rey enmascarado de oro se alzó del negro trono en el que estaba sentado desde hacía horas y preguntó la causa del tumulto. Los guardias de las puertas habían cruzado las picas y se oía entrechocar el hierro. Alrededor del brasero de bronce también se alzaron los cincuenta sacerdotes situados a la derecha y los cincuenta bufones situados a la izquierda, y las mujeres agitaban las manos en semicírculo ante el rey. La llama rosa y púrpura que relumbraba en la alambrera de bronce del brasero hacía brillar las máscaras de los rostros. Imitando al descarnado rey, mujeres, bufones y sacerdotes llevaban inmutables caras de plata, cobre, madera y tela. Las máscaras de los bufones se abrían de risa mientras que las máscaras de los sacerdotes se obscurecían de preocupación. Cincuenta rostros sonrientes florecían a la izquierda y cincuenta rostros tristes fruncían al ceño a la derecha. No obstante, los claros tejidos que cubrían la cara de las mujeres imitaban rostros eternamente graciosos y animados por una sonrisa artificial. Pero la máscara de oro del rey era majestuosa, noble y verdaderamente real.

Ahora bien, el rey se mantenía silencioso y a causa de ese silencio se parecía a la raza de reyes de la cual era el último. En otro tiempo la ciudad estuvo gobernada por príncipes que llevaban la faz descubierta, pero largo tiempo atrás había surgido una amplia horda de reyes enmascarados. Ningún hombre había visto la cara de los reyes e incluso los sacerdotes ignoraban la razón. Pero en tiempos remotos se dio la orden de cubrir los rostros de todos los que acudían a la residencia real y aquella familia de reyes sólo conocía las máscaras de los hombres.

Mientras se estremecían los hierros de los guardias de la puerta y retumbaban sus sonoras armas, el rey preguntó con voz grave:


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104 págs. / 3 horas, 2 minutos / 357 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Origen

Marcel Schwob


Cuento


16 de julio de 189…

Una larga raya de color tiza caía desde una rendija del postigo haciendo brillar la llave que estaba mirando. El pequeño sello de cera roja aún colgaba de ella. Acababa de abrir el sobre, remitido por el notario, que contenía dicha llave desde hacía muchos años. En primer lugar examiné el acta de defunción; todo parecía correcto, estaba en francés y en inglés, fechado y localizado en una isla de Oceanía. Esto tampoco me sorprendía. Nunca había conocido a mis padres. El notario fue mi tutor y a través de él se pagó anualmente el internado donde crecí. La carta me comunicaba que esta llave abría un cofrecito de madera oriental que contenía mis papeles familiares.

Me costó un poco encontrarlo. No recordaba haber estado nunca en este apartamento, y cada movimiento que hacía levantaba una nube de polvo y de moho. La cerradura del cofre era de plata y hierro y la raya luminosa filtrada por la ventana también la hacía brillar. En cuanto lo abrí, me cayó en las manos una carraca de madera con un anillo de paja trenzada. Mis dedos palparon frasquitos de perfumes ardientes casi evaporados. En el fondo había un paquete de papeles: mi herencia.

Se trataba de hojas timbradas en consulados de islas del Pacífico, así que pronto tuve la certeza de que descendía de una saga de marinos. Llevaban nombres y permisos de entrada, así como visados de salida de recintos especiales, como prisiones u hospitales. Los nombres no son importantes, pues se trataba simplemente de mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuelo. Cada acta llevaba consignada la fecha y el lugar de fallecimiento. Mi tatarabuelo murió en 1785, mi bisabuelo en 1811 y mi abuelo en 1849. Pero había un detalle que me chocaba: las tres actas de defunción estaban expedidas en Polinesia y habían sido redactadas en la costa septentrional de las islas.


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3 págs. / 5 minutos / 53 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Estrella de Madera

Marcel Schwob


Cuento


I

Alain era el nieto de una vieja carbonera del bosque.

En ese antiguo bosque había más claros que caminos: había también prados redondos protegidos por altos robles; lagos de helechos inmóviles sobre los que planeaban ramajes frágiles y frescos como dedos de mujer; familias de árboles graves como pilastras, que se reunían para murmurar durante siglos las deliberaciones de sus hojas; estrechas ventanas de ramas que se abrían sobre un océano de verdor donde temblaban largas sombras perfumadas y los círculos de oro blanco del sol; islas encantadas de brezales rosas y ríos de aulagas; enrejados de resplandores y de tinieblas, grandes espacios naturales en donde surgían, todos temblorosos, los jóvenes pinos y los robles pueriles; camas de agujas rojizas en las que las horcaduras musgosas de los viejos árboles parecían hundirse a media pierna, nidos de ardillas y guaridas de víboras; mil estremecimientos de insectos y trinos de pájaros. Cuando hacía calor, zumbaba como un gigantesco hormiguero; y retenía, después de la lluvia, una lluvia propia, lenta, sombría, pertinaz, que caía de sus cimas y ahogaba sus hojas muertas. Tenía su respiración y su sueño; a veces roncaba, a veces callaba, mudo, sorprendido, vigilante, sin un roce de serpiente, sin un trino de curruca. ¿Qué esperaba? Nadie lo sabía. Tenía su voluntad y sus gustos: lanzaba rectas y veloces líneas de abedules, que caían como flechas; luego le daba miedo, y se detenía en un rincón, estremecido, bajo un bosquecillo de álamos temblones. También llegaba a poner un pie en el lindero, casi en la llanura, pero de inmediato retrocedía, y volvía al frío horror de sus más altos y profundos oquedales, a su centro nocturno. Toleraba la vida de los animales, y no parecía tomarla en cuenta; pero sus troncos inflexibles, resistentes, como relámpagos solidificados que brotaban de la tierra, eran hostiles a los hombres.


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18 págs. / 31 minutos / 105 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Mano Gloriosa

Marcel Schwob


Cuento


Declaración de la sirvienta:

Yo, Nancy, con una edad aproximada de veinticinco años, aprendiz de cocinera en el hostal del Viejo Hospital, en la región de Muir, habiendo jurado por el Libro revelar toda la verdad sobre el ataque de diciembre de 18…, declaro lo siguiente:

Durante el invierno llegan pocos viajeros, pues la landa está sembrada de pedruscos grises y de brezales, y de hoyos llenos de barro, de manera que los carreteros apenas pasan por Muir, y los que atraviesan la región a pie temen el terrible viento que lo barre todo según se acercan las Navidades. El martes por la tarde, la leche se estaba congelando en los baldes, así que Doll y yo la metimos en la cocina, tras lo cual nos quedamos sentadas al abrigo de la chimenea donde Míster Douglas (el viejo Doug, como solemos llamarle) estaba cociendo manzanas en una marmita antes de irse a la cama. Así que pasamos una velada tranquila con el viejo Doug, Miss Elisabeth, su mujer, y John, el mozo de cuadra. No había ningún viajero en el albergue.

Hacia las diez todos teníamos ya sueño; pero yo tenía que terminar de tricotar un brazal para el niño enfermo de Mistress Dorothen, la hermana de Miss, que vive en la curva. El viejo Doug se llevó la vela, pues la leña del hogar daba suficiente luz para mi labor y estaba tan acostumbrada al movimiento de las agujas que mis dedos tricotaban solos.

Así que me quedé un poco absorta, a la luz temblorosa del fuego rojo, aunque sin olvidarme que había prometido a Doll ir a la cama pronto, pues en las noches de gran frío dormimos juntas. Se oían crujidos fuera, y el whip poor will gritó varias veces en la noche. De repente, se oyeron unos pasos y un golpe en la puerta. Me puse a temblar: debía de ser medianoche y se dice que el Rey negro sale a cazar a esa hora por la landa de Muir.


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2 págs. / 5 minutos / 88 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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