La casa que habitaba el matrimonio B… en Camden—Hill no tenía nada de
particular, salvo su gran número de habitaciones, todas ellas
igualmente confortables.
El señor y la señora B… la habían alquilado por un precio razonable a
un hombre de negocios de Temple, con la intención de convertirla en una
pensión, donde pudieran alojarse modestos funcionarios o empleados de
la vecindad.
Al principio, gracias a sus económicas tarifas, el negocio prosperó,
pero un buen día un joven empleado llamado Rose se marchó bruscamente
alegando que su habitación estaba embrujada.
Los esposos B… jamás habían ocupado aquella habitación, una sala
espaciosa que daba al jardín. De este modo, antes de volverla a
alquilar, decidieron comprobar por sí mismos lo que ocurría en ella.
Desde la primera noche debieron reconocer que Rose no había mentido.
Entre la una y las dos de la madrugada, la señora B… fue despertada
por un extraño ruido, “como el de un enorme gato haciéndose la manicura
sobre el parquet”.
Casi al mismo tiempo, su marido también se despertó y los dos
escucharon en silencio cómo el extraño ruido aumentaba, y luego
disminuía en intensidad, como si su misterioso autor se acercara y
alejara alternativamente de la cama.
Al fin, el señor B… no pudo más y gritó:
—¿Quién eres y qué haces aquí?
El ruido cesó, pero un segundo después fueron arrastrados violentamente los cubrecamas y las sábanas.
La señora B… encendió el mechero y alumbró una vela que guardaba
cerca de sí. En la habitación no había nada insólito, sin embargo no
hubo manera de encontrar las sábanas y los cubrecamas.
Se levantaron, cerraron la habitación con llave y se fueron a pasar el resto de la noche en su dormitorio.
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