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La Doncella y la Señora

Katherine Mansfield


Cuento


Las once. Llaman a la puerta.

… Espero no haberla molestado, señora. No estaría dormida, ¿verdad? Es que acabo de llevarle el té a la señora, y había sobrado una tacita tan rica que he pensado que quizá…

… No, en absoluto, señora. La taza de té siempre es lo último de todo. Se la toma en cama, después de las oraciones, para entrar en calor. Pongo la pavera al fuego en cuanto se arrodilla y siempre le advierto: «Tú no hace falta que te des mucha prisa en decir tus oraciones». Pero el agua siempre rompe a hervir antes de que la señora haya llegado a la mitad de sus rezos. Verá usted, señora, como que conocemos a tanta gente y hay que rezar por todos, por todos, la señora tiene un librito rojo en el que anota la lista de los nombres por los que tiene que rezar. ¡Dios mío!, cuando viene alguien de visita y luego la señora me dice: «Ellen, dame el librito rojo», me pongo furiosa, lo juro. «Otro más», pienso, «que va a tenerla al pie de la cama haga el tiempo que haga». Y no quiere un cojín ni nada, señora; se arrodilla sobre la dura alfombra. Me da unos escalofríos tremendos verla así, sobre todo conociéndola como la conozco. Algunas veces he intentado hacerle trampa, tendiendo el edredón en el suelo. Pero la primera vez que lo hice, ¡uy!, me miró de un modo…, una mirada de santa, señora, de santa. «¿Acaso Nuestro Señor se arrodilló en un edredón, Ellen», me dijo. Pero yo, que entonces era más joven, me sentí inclinada a responder: «No, señora, pero Nuestro Señor no tenía la edad de usted, y no sabía lo que era tener un lumbago como el suyo, señora». Respondona, ¿eh? Pero ella es demasiado buena, señora. Ahora mismo cuando la he arreglado y la he visto…, acostada, con las manos fuera y la cabeza sobre la almohada, tan hermosa, no he podido evitar pensar: «¡Ahora está igualita que su querida madre cuando la amortajé!»


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Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

En una Pensión Alemana

Katherine Mansfield


Cuento


Los alemanes a la mesa

La sopa de pan había sido servida.

—¡Ah! —dijo Herr Rat , inclinándose sobre la mesa para mirar dentro de la sopera—. Esto es lo que yo necesito. Hace varios días que mi magen no está en regla. Sopa de pan en su punto justo de densidad.

Se volvió hacia mí y añadió:

—Soy un cocinero excelente.

—Qué interesante —exclamé, intentando infundir a mi voz el suficiente entusiasmo.

—Sí, es preciso cuando uno no está casado. Por mi parte he obtenido de las mujeres todo cuanto quise sin casarme —se sujetó en el cuello la servilleta y sopló la sopa, sin dejar de hablar—. Ahora a las nueve hago un almuerzo a la inglesa, pero no tan fuerte como ustedes. Cuatro rebanadas de pan, un par de huevos, don lonchas de jamón frito, un plato de sopa, dos tazas de té... Para ustedes, nada.

Lo afirmó con tal vehemencia, que me faltó valor para refutarlo.

Todas las miradas convergieron en mí, y me pareció estar soportando el peso de todos los almuerzos disparatados de la nación. Yo que de mañana tomo una taza de café al tiempo de abrocharme la blusa.

—Nada —proclamó Herr Hoffmann de Berlín—. Ach! Cuando estuve en Inglaterra solía comer por la mañana.

Levantó la vista y el mostacho, y se puso a enjugar las escurriduras de sopa sobre la chaqueta y el chaleco.

—¿De veras comen ustedes tanto? —preguntó Fräulein Stiegelauer—. ¿Sopa, pan tostado, carne de cerdo, té y café, frutas en confitura, miel, huevos, pescado frío, riñones, hígado y pescado caliente? ¿Y las señoras comen tanto también?

—Exacto —exclamó Herr Rat—. He podido observarlo por mí mismo cuando viví en un hotel de Leicester Square. Era un buen hotel, pero no sabían hacer té. Ahora que...


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103 págs. / 3 horas, 1 minuto / 88 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Millie

Katherine Mansfield


Cuento


Permaneció reclinada contra la veranda hasta que se perdieron de vista. Cuando habían andado un buen trozo de camino, Willie Cox se volvió en el caballo para hacerle señas con la mano. Pero ella no respondió del mismo modo; sólo movió un poco la cabeza e hizo un gesto. Aunque no era mal muchacho, lo encontraba demasiado desenvuelto y campechano. Pero, ¡vaya con el calor que hacía! Como para derretirle a una los sesos.

Millie se puso el pañuelo sobre la cabeza y miró, haciéndose sombra con la mano. A lo lejos, en el camino polvoriento, podía ver los caballos como puntitos negros bailoteando arriba y abajo. Y cuando dejaba de mirarlos y volvía la vista las praderas agostadas, aún los veía saltar como mosquitos delante de sus mismos ojos. Eran las dos y media de la tarde. El sol pendía del cielo pálidamente azul como un espejo ustorio, y allá, tras de las praderas, las montañas azuladas parecían agitarse y encresparse como el mar. »


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Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Velo Descubierto

George Eliot


Cuento


I

La hora de mi fin se acerca. Últimamente he sufrido ataques de angina pectoris. Si todo sigue su curso normal el doctor dice que apenas puedo esperar que mi vida se prolongue durante varios meses. A no ser que tenga la desgracia de tener una constitución física poco corriente, como la tengo al poseer un carácter mental excepcional, no gemiré mucho más tiempo bajo el peso agotador de esta existencia terrenal. Si las cosas fueran de otra manera si llegara a vivir hasta la edad que la mayoría de los hombres estipulan y desean habría sabido, de una vez, si los sufrimientos en torno a la ilusoria esperanza pueden pesar más que los sufrimientos de la previsión verdadera, ya que puedo prever cuándo moriré y saber todo lo que ocurrirá en mis últimos momentos.


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56 págs. / 1 hora, 38 minutos / 213 visitas.

Publicado el 11 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Historia de la Vieja Niñera

Elizabeth Gaskell


Cuento


Ya sabéis, queridos míos, que vuestra madre era huérfana e hija única; y diría que también sabéis que vuestro abuelo era clérigo de Westmoreland, de donde soy yo. Yo era sólo una niña de la escuela del pueblo cuando, un día, vuestra abuela fue a preguntar a la maestra si tenía alguna alumna que sirviese para niñera; y me sentí muy orgullosa, os lo aseguro, cuando la maestra me llamó y explicó lo bien que se me daba la costura y que era muy seria y muy formal, hija de padres pobres pero muy respetables. Yo pensé que nada me gustaría más que servir a aquella joven y bella señora, que se ruborizaba tanto como yo al hablar del bebé que iba a tener y de lo que yo debería hacer con él. Pero creo que esta parte de la historia no os interesa tanto como la que creéis que ha de venir después, así que os la contaré ya. Me contrataron y me instalé en la rectoría antes de que naciese la señorita Rosamond (que era el bebé y es vuestra madre). La verdad es que yo tenía bastante poco que hacer con ella al principio, porque no se despegaba de los brazos de su madre y dormía a su lado toda la noche; y qué orgullosa me sentía a veces cuando la señorita me la confiaba. Jamás hubo un bebé igual ni antes ni después, aunque vosotros también habéis sido todos unos niños maravillosos; pero, en cuanto a modales dulces y encantadores, ninguno de vosotros se puede comparar con vuestra madre. Salió a su madre, que era de natural una verdadera dama, una Furnivall, nieta de lord Furnivall de Northumberland. Creo que no tenía hermanas ni hermanos y que se había criado en la familia de milord hasta que se casó con vuestro abuelo, que era sólo un párroco, hijo de un tendero de Carlisle (aunque fuese toda la vida un caballero inteligente y refinado), que trabajó de firme en su parroquia, la cual era muy grande y se extendía por los páramos de Westmoreland.


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30 págs. / 53 minutos / 278 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Clarisa Pobre

Elizabeth Gaskell


Cuento


I

12 de diciembre de 1747

Mi vida se ha visto extrañamente unida a sucesos extraordinarios, algunos de los cuales se produjeron antes de que tuviese relación con quienes los protagonizaron, e incluso antes de que conociese su existencia, en realidad. Supongo que casi todos los ancianos tienden, como yo, más a recordar y a considerar la propia trayectoria con cierta añoranza y tierno interés, que a observar lo que pasa delante de sus ojos, aunque sea mucho más fascinante para la mayoría. Si así es en el común de los mayores, ¡cuánto más en mi caso! Si he de contar la extraña historia relacionada con la pobre Lucy, debo retroceder mucho tiempo. No supe de la historia de su familia hasta después de conocerla a ella, pero, para explicar claramente el relato, tengo que describir los hechos en el orden en que ocurrieron y no en el que yo los conocí.


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68 págs. / 2 horas / 129 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Loco

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras —si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas—; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:

—¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!

Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:

—Miren! ¡Es un loco!

Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:

—¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!

Así fue que me convertí en un loco.

Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.

Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.

Dios

En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:

—Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.

Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.

Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:

—Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.

Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.


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23 págs. / 40 minutos / 455 visitas.

Publicado el 29 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Arena y Espuma

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


Siempre estoy vagando en esta playa
Entre la arena y la espuma.
La marea borrará las huellas de mis pies
Y el viento esparcirá la espuma.
Pero el mar y la playa continuarán por siempre jamás.

Un día encerré en mi mano un poco de niebla.
Y al abrir el puño, ¡ay!, la niebla
Se había convertido en gusano.
Volvía cerrar y abrir el puño, y ¡Albricias!,
En mi palma había un pájaro.
Nuevamente cerré y abrí el puño, y
Vi que en mi palma había un hombre,
De pie, de rostro triste, que me observaba.
Y volví a cerrar el puño; al abrirlo,
No había más que niebla.
Pero escuché un canto de inenarrable dulzura.

Apenas ayer me sentía una partícula
Oscilando sin ritmo en la espera de la vida.
Ahora sé que soy la espera, y toda
La vida palpita en rítmicos fragmentos
En mi interior.

Me dicen, en su vigilia:
"Tú y el mundo en que vives no sois
Más que un grano de arena en la
Infinita playa de un mar infinito".
Y yo les digo, en mi sueño: "Soy
El mar infinito, y todas las palabras
No son más que granos de arena
En mi playa".

Sólo una vez me quedé sin palabras.
Fue cuando un hombre me preguntó:
"¿Quién eres?"

El primer pensamiento de Dios fue un ángel.
La primera palabra de Dios fue un hombre.

Fuimos criaturas ondulantes, vagarosas, ansiosas, un millón de años antes de que el mar y el viento del bosque nos dieran palabras.
Ahora bien, ¿cómo podremos expresar lo muy antiguo que hay en nosotros, sólo con los sonidos de nuestros recientes ayeres?

La esfinge habló sólo una vez, y dijo: "Un desierto es un grano de arena, y un grano de arena es un desierto; y ahora, volvamos a guardar silencio".
Oí lo que dijo la Esfinge, pero no lo comprendí.


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23 págs. / 40 minutos / 277 visitas.

Publicado el 30 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Precursor

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


El precursor

Tú eres el precursor de ti mismo, amigo mío, y las torres y ciudadelas erigidas en tu vida no son más que cimiento para la esencia soberbia que a su vez será cimiento para la otra.

Yo soy como tú, precursor de mí mismo, porque la sombra desplegada ante mí, a la salida del sol, eclipasará bajo mis pies al mediodía. Amanecerá nuevamente y otra sombra se bosquejará; también ésta se esfumará, otra vez, bajo mis pies, al otro día.

Somos desde el principio precursores de nosotros mismos, y así seremos hasta la eternidad. Todo lo que acumulamos en nuestra vida no es más que una semilla que preparamos para un erial. Somos el erial y los sembradores; somos la fruta y los cosechadores.

Cuando eras, amigo mío, un pensamiento perdido en la tiniebla, yo era, como tú, otro pensamiento extraviado. Te llamé y acudiste a mi llamado. De nuestros afanes nacieron los sueños. Los sueños eran tiempo sin cadena, y los tiempos fueron espacio sin fin.

Eras una palabra muda entre los temblorosos labios de la vida; también era yo, como tú, otra palabra muda, y no bien nos pronunció la vida cuando asomamos al mundo con cora zones vibrantes por el recuerdo del pasado y con el afán para el mañana. Y el pasado no es más que la muerte expulsada; y el mañana es el nacimiento buscado.

Ahora estamos en manos de Dios. Tú eres un sol radiante en su derecha y yo una tierra iluminada en su izquierda. Tu po­der en la iluminación no es superior al mío en reflejar tu luz.

Y nosotros no somos el sol ni la tierra sino el comienzo de un sol más grande y de una tierra más gigantesca. Así seremos hasta el fin de los siglos.

Tú eres el predecesor de ti mismo, ¡oh, extraño!, tú, que franqueas el umbral de mi jardín; yo soy, como tú, precursor de mí mismo, no obstante vivir bajo la sombra de mis árboles, reposado y tranquilo.


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17 págs. / 30 minutos / 239 visitas.

Publicado el 20 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Espíritus Rebeldes

Gibran Kahlil Gibran


Cuento


Kahlil el hereje

I

Sheik Abbas era considerado un príncipe por los habitantes de una aldea solitaria del norte del Líbano. Su mansión, situada en medio de las pobres chozas de los aldeanos, parecía un saludable gigante rebosante de vida en medio de débiles enanos. El Sheik vivía rodeado de lujo, mientras sus vecinos soportaban una penosa existencia. Lo obedecían y se inclinaban respetuosamente ante él cuando se dirigía a ellos. Parecía como si el poder de la mente lo hubiera designado su portavoz e intérprete oficial. Su cólera los hacía estremecer y dispersarse como las hojas barridas por el fuerte viento del otoño. Si abofeteaba a alguien, era una herejía por parte del individuo el moverse o levantar el rostro o evidenciar cualquier intento de descubrir el porqué de tamaña ira. Si sonreía a alguien, éste era considerado por los aldeanos como la persona más honrada y afortunada. El temor y el sometimiento de la gente no era consecuencia de la debilidad: la pobreza y necesidad habían provocado este estado de perpetua humillación. Hasta las chozas en que vivían y los campos que cultivaban pertenecían a Sheik Abbas, quien las había heredado de sus antepasados.

La labranza de la tierra, la siembra de semillas y la cosecha del cereal, todo era realizado bajo la supervisión del Sheik, quien, a cambio del esfuerzo realizado, recompensaba a los labriegos con una pequeña porción de trigo que apenas les alcanzaba para no morirse de hambre.


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54 págs. / 1 hora, 35 minutos / 264 visitas.

Publicado el 21 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

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