Dedicatoria
A Fantec y Baïe
Las perdices
Como de costumbre, el señor Lepic vacía su morral
encima de la mesa. Contiene dos perdices. Félix, el hermano mayor, las
anota en una pizarra colgada en la pared. Es su cometido. Cada niño
tiene el suyo. Ernestine, la hermana, despelleja y despluma las piezas
de caza. En cuanto a Pelo de Zanahoria, está especialmente encargado de
rematar las piezas heridas. Debe tal privilegio a la de sobra conocida
dureza de su seco corazón.
Las dos perdices se agitan, mueven el pescuezo.
SEÑORA LEPIC
¿A qué esperas para matarlas?
PELO DE ZANAHORIA
Me gustaría mucho anotarlas en la pizarra, mamá.
SEÑORA LEPIC
La pizarra está demasiado alta para ti.
PELO DE ZANAHORIA
Entonces, me gustaría mucho desplumarlas.
SEÑORA LEPIC
No es tarea de hombres.
Pelo de Zanahoria coge las dos perdices. Amablemente le dan las indicaciones de costumbre:
—Apriétalas con fuerza, ya sabes cómo, por el pescuezo, a contrapluma.
Con una pieza en cada mano detrás de la espalda, inicia su cometido.
SEÑOR LEPIC
¡Dos a la vez! ¿Qué haces, bribón?
PELO DE ZANAHORIA
Es para ir más deprisa.
SEÑORA LEPIC
No te hagas el melindroso; en el fondo, saboreas tu placer.
Las perdices se defienden, convulsas, y, batiendo
las alas, esparcen sus plumas. No querrían morir. Le resultaría más
fácil estrangular a un amigo, con una sola mano. Se las coloca entre las
rodillas para mantenerlas bien sujetas y, ora rojo, ora blanco, bañado
en sudor, la cabeza en alto para no ver nada, aprieta más fuerte.
Los animales se entercan.
Información texto 'Pelo de Zanahoria'