A quien se ocupa de una buena materia mucho le pesa si
no está bien tratada de antes. Escuchad, señores, lo que dice María,
que no pierde su tiempo.
La gente debe alabar a quien hace que hablen bien de
él mismo, pero cuando en algún sitio hay un hombre o una mujer de gran
mérito, los que envidian su posición a menudo hablan mal: intentan
rebajar su valía y obran como el mal perro cobarde, avieso, que muerde a
la gente a traición. No quiero dejar de hacer mi propósito, aunque los
burlones y maldicientes me lo recriminen. ¡Están en su derecho de hablar
mal!
Los relatos que sé que son verdaderos, de los que los
bretones han hecho sus lais, os contaré con bastante brevedad. Al
principio de todo, según el texto y el escrito, os mostraré un
acontecimiento maravilloso que, en Bretaña la Menor, ocurrió en el
tiempo de los antepasados.
En aquel tiempo, era rey Hoilas, unas veces en paz,
otras, en guerra. El rey tenía un noble que era señor de León, llamado
Oridial, en el que confiaba mucho, pues era caballero noble y valiente.
Éste había tenido con su mujer dos hijos, un niño y una bella niña, que
se llamaba Noguent, mientras que el joven era llamado Guigemar. ¡No
había nadie más bello en el reino! Su madre lo quería mucho y también
era muy amado por su padre, que cuando pudo separarlo de su lado lo
envió al servicio del rey. El muchacho era prudente y valeroso y se
hacía querer por todos. Llegado el momento y el tiempo en que tuvo edad y
conocimientos, el rey lo armó caballero con gran riqueza y le dio armas
en abundancia.
Ya se marcha Guigemar de la corte, pero antes hizo
muchos regalos. Va a Flandes en busca de ganancias, pues allí había
siempre combates y guerras. Ni en Lorena, ni en Borgoña, ni en Anjou, ni
en Gascuña se podía encontrar en aquel tiempo a nadie que fuera tan
buen caballero o que se le pudiera comparar.
Información texto 'Guigemar'