Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento | pág. 11

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etiqueta: Cuento


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¿Una Mariposa?

Leopoldo Lugones


Cuento


No podía dar yo a Alicia tantos detalles de las flores como ella me pedía, pero por fuertes razones.

Así llevé la conversación hacia las mariposas. Ella me escuchaba muy atenta, y todos los pormenores de la vida de los insectos despertaban intensamente su atención. Las blancuzcas larvas, ingeniosas tejedoras, las misteriosas crisálidas durmiendo en su sueño de rejuvenecimiento y de sombra, el despertar de las alas al amor del sol, como en un suspiro de luz... Cuando agotados ya mis conocimienfos entomológicos, proponía pasar a otro tema, ella, con la adorable impertinencia de sus trece años, dijo:

—Hágame usted de eso un cuento.

Y yo preferí contarla una historia, en que, por cierto, hay también un amor.

Cuando Lila tuvo que partir para un colegio en Francia, conversó con Alberto que era primo suyo; conversó cosas que debieron ser muchas, porque hablaron tres horas sin parar; importantes, porque hablaron muy bajito; y tristes, porque al separarse él tenía los ojos hinchados y ella las naricitas muy rojas y el pañuelo bastante húmedo: a lo menos más húmedo que de costumbre, y no por exceso de heliotropo.

La tarde en que partió Lila, se puso muy triste la casa de la abuela, y Alberto dió en pensar, mientras miraba llorar a la pobre vieja, que su traje negro era de luto por su padre y que su madre había muerto cuando él nació. Pasaron así, largos, muchos días de silencio extenuantes. Alberto no hablaba a la abuela porque no sabía que decirla, y la señora, viendo al chico tan triste, no podía sino llorar más, comprendiendo que semejante tristeza era inconsolable. Porque ella sabía muy bien que los primos eran novios y que por lo tanto tenían que llorar mucho si eran novios de verdad.


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4 págs. / 7 minutos / 255 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Cita

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Alberto Miravalle, excelente muchacho, no tenía más que un defecto: creía que todas las mujeres se morían por él.

De tal convencimiento, nacido de varias conquistas del género fácil, resultaba para Alberto una sensación constante, deliciosa, de felicidad pueril. Como tenía la ingenuidad de dejar traslucir su engreimiento de hombre irresistible, la leyenda se formaba, y un ambiente de suave ridiculez le envolvía. Él no notaba ni las solapadas burlas de sus amigos en el círculo y en el café, ni las flechas zumbonas que le disparaban algunas muchachas, y otras que ya habían dejado de serlo.

Dada su olímpica presunción, Alberto no extrañó recibir por el correo interior una carta sin notables faltas de ortografía, en papel pulcro y oloroso, donde entre frases apasionadas se le rendía una mujer. La dama desconocida se quejaba de que Alberto no se había fijado en ella, y también daba a entender que, una vez puestas en contacto las dos almas, iban a ser lo que se dice una sola. Encargaba el mayor sigilo, y añadía que la señal de admitir el amor que le brindaba sería que Alberto devolviese aquella misma carta a la lista de Correos, a unas iniciales convenidas.

Al pronto, lo repito, Alberto encontró lo más natural... Después —por entera que fuese su infatuación—, sintió atisbos de recelo. ¿No sería una encerrona para robarle? Un segundo examen le restituyó al habitual optimismo. Si le citaban para una calle sospechosa, con no ir... La precaución de la devolución del autógrafo indicaba ser realmente una señora la que escribía, pues trataba de no dejar pruebas en manos del afortunado mortal.

Alberto cumplió la consigna.


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3 págs. / 6 minutos / 239 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Brujas

José María de Pereda


Cuento


I

Con decir que el paisaje que el teatro representa en este cuadro es montañés, está dicho que es bello, en el sentido más poético de la palabra. De los detalles de él, sólo nos importa conocer un grupo o barriada de ocho o diez casas cortadas por otros tantos patrones diferentes; pero todos del carácter peculiar a la arquitectura rural del país. Tampoco nos importa conocer toda la barriada. Para la necesaria orientación del lector, basta que éste se fije en dos casas de ella: una con portalada, solana de madera y ancho portal, y otra enfrente, separada de la primera por un campillo o plazoleta rústica, tapizada de hierba fina, malvas, juncias y poleos. Esta casa, que apenas merece los honores de choza, sólo descubre el lado o fachada principal correspondiente a la plazuela; los otros tres quedan dentro de un huertecillo protegido por un alto seto de espinos, zarzas y saúco. Los tesoros que guarda este cercado son una parra achacosa, verde, de un solo miembro; dos manzanos tísicos y algunos posarmos, o berza arbórea, diseminados por el huerto, que apenas mide medio carro de tierra.

En el momento en que le contemplamos, la parra tiene media docena de racimos negros; los manzanos están en cueros vivos, y los posarmos en todo su vigor; la puerta de la casuca permanece herméticamente cerrada, y, agrupados junto a la parte más transparente del seto, hay hasta cinco chicuelos mirando al interior del huerto, todos descalzos y en pelo, con un tirante solo los más, y los calzones íntegros los menos.

El más alto es mellado; el más bajo es rubio, como el pelo de una panoja; otro es gordinflón, con unos ojazos como los del buey más grande de su padre; el cuarto tiene un enorme lunar blanco en medio del cogote, y el quinto las cejas corridas y un ojo extraviado.

—¡Madre del devino Dios! —exclama el rojillo—. ¡Qué grande es aquel que cuelga cancia el suelo!


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34 págs. / 59 minutos / 122 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Sueño Profético

Henryk Sienkiewicz


Cuento


Mucho se habló aquella noche en la tertulia de presentimientos, apariciones de difuntos, fenómenos telepáticos y otros sucesos maravillosos y milagrosos de esos que tanto empiezan a preocupar hoy en día a las gentes, así idóneas como profanas.

Hallábase entre los allí congregados el médico de cabecera de los dueños de la casa donde se celebraba la tertulia, hombre conocido por su escepticismo, del que solía hacer gala con la mayor ostentación.

En un momento de pausa, después que hubieron terminado otro relato, una de las señoras preguntó al escéptico doctor si jamás en su vida le había acaecido algo extraordinario, cuya explicación había sido siempre un misterio para él.

—En mis mocedades —contestó el doctor— tuve un sueño o, por hablar con mayor exactitud, una serie de sueños tan singulares, que superan en portento y maravilla cuanto acabamos de oír. Si tienen ustedes interés en ello, con mucho gusto se lo puedo contar.

Y como sintieran todos grandes deseos de saber lo que al escéptico doctor había ocurrido, éste empezó en seguida a hablar con estas o parecidas palabras:

—Hará próximamente unos doce años hallábame yo en Biarritz tomando baños de mar. Pero no era ésta mi única ocupación; también estaba yo enamorado de una bella inglesa. Era una miss extremadamente original y sujeta a los más singulares caprichos.

Una vez nos tuvo hasta las tres de la madrugada —a mí y a otros de sus adoradores— en un balandro contemplando las estrellas y hablando de la posible transmigración de las almas de uno a otro planeta.

Al regresar a casa sentíame rendido de cansancio, y ni siquiera pude terminar la lectura de una carta que encontré sobre el buró, pues me quedé dormido en mi butaca.

En cuanto hube entornado los párpados, parecióme hallarme en una gran ciudad y a punto de salir de una casa desconocida, ante cuyo portal estacionaba un coche fúnebre.


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3 págs. / 6 minutos / 9 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

El Modelo Millonario

Oscar Wilde


Cuento


A menos que uno sea rico, no sirve de nada ser un chico encantador. La vida idílica es un privilegio de los ricos, no la profesión de los desempleados. Los pobres deben ser prácticos y prosaicos. Es mejor tener un ingreso permanente, que ser encantador. Estas son las grandes verdades de la vida moderna que Hughie Erksine jamás comprendió. ¡Pobre Hughie! Intelectualmente hablando, no era de mucha importancia. Nunca dijo una cosa brillante, o malintencionada en su vida. Pero, eso sí, él era sorprendentemente bien parecido, con su cabello castaño y rizado, perfil claro, y sus ojos grises. Era tan popular tanto con los hombres como con las mujeres, y tenía todos los éxitos, excepto el de ganar dinero. Su padre le había heredado su espada de caballería, y una edición de la Historia de la Guerra Peninsular en 15 tomos. Hughie puso la espada sobre su espejo, y colocó la Historia... en un estante entre el Ruff's Guide y el Bailey's Magazine, y vivía con una renta anual de 200 libras que le facilitaba una vieja tía. Él había intentado todo. Había estado en la Bolsa durante 6 meses, pero, ¿qué hacía una mariposa entre toros y osos? Había sido vendedor de té por un tiempo, pero pronto se cansó del pekoe y el souchong. Entonces trató de vender jerez seco. Pero esa no era la respuesta, el jerez era muy seco. Finalmente, se dedicó a no ser nada, un joven inútil y encantador con un perfil perfecto sin profesión.

Para empeorar las cosas, se enamoró. La mujer que amaba era Laura Merton, la hija de un coronel retirado que había perdido su temperamento y su digestión en la India, sin encontrar lo uno ni lo otro. Laura lo adoraba, y él estaba dispuesto a besar la punta de sus zapatos. Ellos formaban la pareja más encantadora de Londres, pero entre los dos no reunían ni un penique. El coronel estaba muy encariñado con Hughie, pero no quería oír nada acerca de compromiso.


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6 págs. / 10 minutos / 1.004 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Divorcio

Vicente Riva Palacio


Cuento


Querido lector:

Quizá lo que voy a referirte lo habrás escuchado o leído alguna vez: pero eso me tiene muy sin cuidado, porque recuerdo una de las máximas famosas del barón de Andilla, que dice: Si alguien te cuenta algo, es grosería decirle: por supuesto, lo sabía.

Y como yo estoy seguro de tu buena educación, y además este cuento puede serte de mucha utilidad, prosigo con mi narración, seguro de que, si la meditas, me la tendrás que agradecer más de una vez en el camino de tu vida.

El león, como es sabido, es el rey de los animales cuadrúpedos; llegó a cansarse de la leona, su casta esposa, y buscando medios para repudiarla, o cuando menos de pedir el divorcio, vino a descubrir que el mal aliento de la regia dama causa era, según la opinión de distinguidos jurisconsultos de su reino, más que suficiente para pedir la separación y quedar libre de aquel yugo matrimonial que tanto le pesaba.

Un día, cuando menos lo esperaba la augusta matrona, sin ambages ni circunloquios le dijo el león, que no por ser monarca dejaba de ser animal:

—Mira, hijita, que yo me separo de ti desde hoy, y voy a pedir el divorcio porque tienes el aliento cansado, con un si es no es, tufillo de ajos podridos.

La leona, que con ser animal no dejaba de ser hembra, sintió que el cielo se le venía encima, no tanto por lo del divorcio, cuanto por aquel defectillo que en los banquetes y bailes de la corte podía, sin duda, ponerla en ridículo.

—¿Que tengo el aliento cansado? —exclamó tartarrugiendo de ira—. ¿Que tengo el aliento cansado? Eso no me lo pruebas tú, ni ninguno de los de tu familia; que las hembras de mi raza hemos tenido siempre el aliento más agradable y oloroso que carne de cabrito primal.

—No me exaltes —contestó el león— que yo estoy seguro de lo que digo, y te lo puedo probar, no por mi dicho, sino por el de todos nuestros vasallos.


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2 págs. / 5 minutos / 844 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Vals de Fausto

Julia de Asensi


Cuento


El vals del Fausto Manuel, Luis y Alberto habían estudiado juntos en Madrid; el primero había seguido la carrera de médico y los dos últimos la de abogado. Poco más o menos los tres tenían la misma edad, y las circunstancias habían hecho que, terminados sus estudios casi al propio tiempo, se hubiesen separado en seguida para habitar distintas poblaciones. Manuel había partido para Barcelona, Luis para Sevilla, Alberto para un pobre lugar de Extremadura. Todos prometieron escribirse y lo cumplieron durante algunos años, siendo el primero que faltó a lo convenido el joven Alberto, del que ni Manuel ni Luis pudieron obtener noticia ninguna, a pesar de sus continuas cartas que, dirigidas a su antiguo compañero, no tuvieron contestación por espacio de un año.

Llegado el mes de Diciembre, Luis y Manuel decidieron pasar juntos las Pascuas en Madrid, habitando la misma fonda, en la que hicieron a un amigo suyo que les encargase dos buenos cuartos. Ambos entraron en la corte el día 24; se abrazaron con efusión, se contaron lo que no habían podido escribirse, reanudaron sus paseos, frecuentaron los cafés y los teatros, viendo las funciones más notables, alabaron las mejoras introducidas en la capital, comieron en los principales hoteles, se presentaron sus nuevos conocidos y así se pasó una semana. Al cabo de ella, el 1.º de Enero, Luis y Manuel, yendo por el Retiro no vieron al pronto que un joven de hermosa presencia, de fisonomía pálida y melancólica y de elevada estatura, los observaba atentamente; Luis fue el primero que lo advirtió y fijó sus ojos con asombro en el caballero.

—Juraría que es Alberto —murmuró.

—¿Dónde está? —preguntó Manuel.

—Allí, enfrente de nosotros; no es posible que dejes de verle porque se halla solo.

—Es cierto —dijo el médico—; aunque está bastante cambiado es nuestro amigo, le reconozco. ¡Parece que sufre!

—¿Quieres que vayamos en su busca?


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5 págs. / 9 minutos / 450 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Doble y Única Mujer

Pablo Palacio


Cuento


(Ha sido preciso que me adapte a una serie de expresiones difíciles que sólo puedo emplear yo, en mi caso particular. Son necesarias para explicar mis actitudes intelectuales y mis conformaciones naturales, que se presentan de manera extraordinaria, excepcionalmente, al revés de lo que sucede en la mayoría de los «animales que ríen»).

Mi espalda, mi atrás, es, si nadie se opone, mi pecho de ella. Mi vientre está contrapuesto a mi vientre de ella. Tengo dos cabezas, cuatro brazos, cuatro senos, cuatro piernas, y me han dicho que mis columnas vertebrales, dos hasta la altura de los omóplatos, se unen allí para seguir —robustecida— hasta la región coxígea.

Yo-primera soy menor que yo-segunda.

(Aquí me permito, insistiendo en la aclaración hecha previamente, pedir perdón por todas las incorrecciones que cometeré. Incorrecciones que elevo a la consideración de los gramáticos con el objeto de que se sirvan modificar, para los posibles casos en que pueda repetirse el fenómeno, la muletilla de los pronombres personales, la conjugación de los verbos, los adjetivos posesivos y demostrativos, etc., todo en su parte pertinente. Creo que no está demás, asimismo, hacer extensiva esta petición a los moralistas, en el sentido de que se molesten alargando un poquito su moral y que me cubran y que me perdonen por el cúmulo de inconveniencias atadas naturalmente a ciertos procedimientos que traen consigo las posiciones características que ocupo entre los seres únicos).


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14 págs. / 25 minutos / 364 visitas.

Publicado el 29 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Femater

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


El primer dia que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su inteligencia de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un nuevo periodo de su vida.

Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba de verle jugar a todas horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a la espalda, enviándolo a Valencia a recoger estiércol, equivalia a la sentencia de que, en adelante, tendria que ganarse el mendrugo negro y la cucharada de arroz haciendo algo más que saltar acequias, cortar flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y amarillas con los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la barraca.

Las cosas iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro terrones en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en Utiel; las hermanas estaban en la fábrica de sedas hilando capullo; la madre trabajaba como una bestia todo el dia, y el pequeñin, que era el gandul de la familia, debia contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero inmediato a la barraca, tesoro que fortalecia las entrañas de la tierra, vivificando su producción.

Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase el dia con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecia una joroba. Aquel dia estrenaba ropa: unos pantalones de pana de su padre, que podian ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de perderse, y que, acortados por la tia Pascuala, se sostenian merced a un tirante cruzado a la bandolera.

Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por antojársele que a aquella hora podian salir los muertos a tomar el fresco, y cuando se vió lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, moderó su paso hasta ser éste un trotecillo menudo.


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15 págs. / 26 minutos / 167 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Dos Cuentos Populares

León Tolstói


Cuento


I

Habiendo descansado Dios de sus múltiples trabajos, pensó en crear un nuevo ser engendrado por la unión maravillosa del cielo y de la tierra.

—«No lo creas, dijo severamente el ángel de la Verdad, porque mancillará tu santuario por gusto exaltará el Error y la tentación reinará sobre la tierra.

—»No lo creas, suplicó el angel de la Justicia, porque será cruel, no se amará más que á sí mismo y tiranizará á los demás. Será sordo para los gritos de dolor y los gemidos de las victimas no llegarán hasta su corazón.

—»Anegará la tierra en sangre, añadió el ángel de la Paz y el asesinato será su obra cotidiana. El horror de la ruina aniquilará á los paises y el miedo á la muerte violenta se infiltrará en las almas de todos.

»Y la frente del Todopoderoso se nubló; la unión maravillosa del cielo y de la tierra le pareció cosa vil y despreciable. Y en su voluntad eterna, maduró la resolución de no crear aquel ser, cuando la Misericordia, su hija menor y predilecta, compareció ante su trono. Abrazáronse á las rodillas del Padre y exclamó:

—»Créalo. Si todos tus servidores te abandonan yo iré en su auxilio y yo transformaré en cualidades sus defectos y sus vicios. Yo le protegeré para que no se aparte del camino de la Verdad. Yo inclinaré su alma á la compasión. Yo le enseñaré á ser misericordioso con cl débil.

» Y la frente del Todopoderoso se iluminó y brilló en su rostro la clemencia. La unión maravillosa del cielo y de la tierra fué y engendrá á un ser hecho á su imagen y semejanza.

—»¡ Vive! dijo el Todopoderoso, animándole con su soplo y sabe que eres hijo de la Misericordía...


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4 págs. / 7 minutos / 35 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2025 por Edu Robsy.

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