Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento | pág. 20

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etiqueta: Cuento


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En el Bosque

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi

—Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña. ¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas.

El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba.

¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera.

Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial


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Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Gran Rostro de Piedra

Nathaniel Hawthorne


Cuento


Una tarde, a la caída del sol, una madre y su hijo pequeño se hallaban sentados a la puerta de su cabaña, hablando del Gran Rostro de Piedra. No tenían más que levantar la vista y allá se le podía ver perfectamente, aunque a algunas millas de distancia, con el sol iluminando todas sus facciones.

¿Y qué era el Gran Rostro de Piedra?

Protegido por una familia de elevadas montañas se encontraba un valle tan espacioso que acogía a miles y miles de habitantes. Algunas de estas buenas gentes vivían en cabañas de troncos en medio del sombrío bosque, en las faldas empinadas y difíciles de las colinas. Otros tenían sus hogares en cómodas granjas y cultivaban la rica tierra de las suaves ondulaciones o de las superficies llanas del valle. Y otros, por fin, se congregaban en populosas aldeas donde algún riachuelo salvaje de la serranía, precipitándose desde su nacimiento en la región alta de la montaña, había sido atrapado y domesticado por la habilidad del hombre y obligado a mover la maquinaria de las fábricas de algodón. Los habitantes de este valle, en pocas palabras, eran numerosos y contaban con abundantes formas de vida. Pero todos, adultos y niños, tenían una cierta familiaridad con el Gran Rostro de Piedra, aunque algunos poseían el don de distinguir este gran fenómeno natural de forma más perfecta que muchos de sus vecinos.


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Publicado el 19 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Revólver

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En un acceso de confianza, de esos que provoca la familiaridad y convivencia de los balnearios, la enferma del corazón me refirió su mal, con todos los detalles de sofocaciones, violentas palpitaciones, vértigos, síncopes, colapsos, en que se ve llegar la última hora… Mientras hablaba, la miraba yo atentamente. Era una mujer como de treinta y cinco a treinta y seis años, estropeada por el padecimiento; al menos tal creí, aunque, prolongado el examen, empecé a suponer que hubiese algo más allá de lo físico en su ruina. Hablaba y se expresaba, en efecto, como quien ha sufrido mucho, y yo sé que los males del cuerpo, generalmente, cuando no son de inminente gravedad, no bastan para producir ese marasmo, ese radical abatimiento. Y notando cómo las anchas hojas de los plátanos, tocadas de carmín por la mano artística del otoño, caían a tierra majestuosamente y quedaban extendidas cual manos cortadas, le hice observar, para arrancar confidencias, lo pasajero de todo, la melancolía del tránsito de las cosas…

—Nada es nada —me contestó, comprendiendo instantáneamente que, no una curiosidad, sino una compasión, llamaba a las puertas de su espíritu—. Nada es nada…, a no ser que nosotros mismos convirtamos ese nada en algo. Ojalá lo viésemos todo, siempre, con el sentimiento ligero, aunque triste, que nos produce la caída de ese follaje sobre la arena.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Pequeño Vigía Lombardo

Edmundo de Amicis


Cuento


En 1859, durante la guerra por el rescate de Lombardía, pocos días después de la batalla de Solferino y San Martino, ganada por los franceses y los italianos contra los austríacos, en una hermosa mañana del mes de junio, una sección de caballería de Saluzo iba, a paso lento, por estrecha senda solitaria hacia el enemigo, explorando el campo atentamente. Mandaban la sección un oficial y un sargento, y todos miraban a lo lejos delante de sí, con los ojos fijos, silenciosos, preparándose para ver blanquear a cada momento, entre los árboles, las divisiones de las avanzadas enemigas. Llegaron así a cierta casita rústica, rodeada de fresnos, delante de la cual sólo había un muchacho como de doce años, que descortezaba gruesa rama con un cuchillo para proporcionarse un bastón; en una de las ventanas de la casa tremolaba al viento la bandera tricolor; dentro no había nadie: los aldeanos, izada su bandera, habían escapado por miedo a los austríacos. Apenas divisó la caballería el muchacho, tiró el bastón y se quitó la gorra. Era un hermoso niño de aire descarado, con ojos grandes y azules, los cabellos rubios y largos; estaba en mangas de camisa y enseñaba el pecho desnudo. “¿Qué haces aquí?—le preguntó el oficial, parando el caballo—. ¿Por qué no has huido con tu familia?”. “Yo no tengo familia—respondió el muchacho—. Soy expósito. Trabajo algo al servicio de todos. Me he quedado aquí para ver la guerra”. “¿Has visto pasar a los austríacos?”. “No, desde hace tres días”.

El oficial se quedó un poco pensativo; después se apeó del caballo, y, dejando los soldados allí vueltos hacia el enemigo, entró en la casa y se subió hasta el tejado: no se veía más que un pedazo de campo. “Es menester subir sobre los árboles”, pensó el oficial; y bajó. Precisamente delante de la era se alzaba un fresno altísimo y flexible, cuya cumbre casi se mecía en las nubes.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Lázaro

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Cuando Lázaro salió de la tumba, donde la muerte, por espacio de tres días y tres noches, le había tenido bajo su enigmático poder; cuando volvió, vivo, a su casa, pasaron durante algún tiempo inadvertidas las singularidades siniestras que habían de hacer, más adelante, terrible hasta su nombre. Radiantes de júbilo porque había vuelto a la vida, sus amigos y su familia le mimaban como a un niño, saciaban su ávida ternura cuidando, solícitos, de todo cuanto le concernía: su comida, su bebida, sus ropas. Le vistieron con suntuosidad: un traje color de esperanza y de risa le envolvió, como a un novio, y cuando se sentó de nuevo a la mesa, en medio de los convidados, cuando bebió y comió de nuevo, los circunstantes lloraron de alegría e invitaron a los vecinos a ir a ver al resucitado. Los vecinos acudieron y se regocijaron, enternecidos también, hasta derramar lágrimas; numerosos desconocidos llegaron de ciudades y aldeas lejanas, y su asombro y su entusiasmo ante el milagro se manifestaron en ruidosas exclamaciones. Se hubiera dicho que un enjambrede abejas zumbaba en tomo de la casa de Marta y María.


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Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Lanchitas

José María Roa Bárcena


Cuento


El título puesto a la presente narración no es el diminutivo de lanchas, como a primera vista ha podido figurarse el lector, sino —por más que de pronto se le resista creerlo— el diminutivo del apellido Lanzas, que a principios de este siglo llevaba en México un sacerdote, muy conocido en casi todos los círculos de nuestra sociedad. Nombrábasele con tal derivado, no sabemos si simplemente en señal de cariño y confianza, o si también en parte por lo pequeño de su estatura; mas sea que militaran entrambas causas juntas, o aislada alguna de ellas, casi seguro es que las dominaba la sencillez pueril del personaje, a quien, por su carácter, se aplicaba generalmente la frase vulgar de «no ha perdido la gracia del bautismo». Y, como por algún defecto de la organización de su lengua, daba a la t y a la c, en ciertos casos, el sonido de la ch, convinieron sus amigos y conocidos en llamarle Lanchitas, a ciencia y paciencia suya; exponiéndose de allí a poco los que quisieran designarle con su verdadero nombre, a malgastar tiempo y saliva.


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Publicado el 16 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Ajenjo

Rafael Barrett


Cuento


Tres dedos de ajenjo puro —tres mil millones de espacios de ensueño.

El espíritu se desgarra sin dolor, se alarga suavemente en puntas rápidas hacia lo imposible. El espíritu es una invasora estrella de llama de alcohol fatuo. Libertad, facilidad sublime. El mundo es un espectro armonioso, que ríe con gestos de connivencia.

Ya sé… ¿Qué sé? No sé; lo sé todo. La verdad es alegre. Un horno que sacude en la noche su cabellera de chispas. Ráfagas de chispas veloces, onda de luego que se encabrita. Por todas partes la luz que abrasa. Arder, pasar, aullidos de triunfo…

La vida está desnuda. Me roza en su huida, me araña, la comprendo, la siento por fin. El torrente golpea mis músculos. ¡Dios mío! ¿Dios? Sí, ya sé. No, no es eso.

¿Y debajo? Algo que duerme. La vuelta, la vuelta a la mentira laboriosa. El telón caerá. No quiero esa idea terrible. Desvanecerse en las tinieblas, mirar con los ojos inmóviles de la muerte el resplandor que camina, bien. Tornar al mostrador grasiento, al centavo, al sudor innoble…

Ajenjo, mi ajenjo. ¿Es de día? Horas de ociosidad, de amor, de enormes castillos en el aire: venid a mí. Mujeres, sonrisas húmedas, el estremecimiento de las palabras que se desposan, vírgenes, en las entrañas del cerebro, y cantan siempre…

Ajenjo, tu caricia poderosa abandona mi carne. Me muero, recobro la aborrecible cordura, reconozco las caras viles y familiares, las paredes sucias de la casa…

Las estrellas frías. Las piedras sonoras bajo mis talones solitarios. La tristeza, el alba. Todo ha concluido.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Viajero

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fría, glacial era la noche. El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caía tenaz, ya en ráfagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos o tres veces que Marta se había atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró la cárdena luz de un relámpago y la horrorizó el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecía echar abajo la casa.

Al punto en que con más furia se desencadenaban los elementos, oyó Marta distintamente que llamaban a su puerta, y percibió un acento plañidero y apremiante que la instaba a abrir. Sin duda que la prudencia aconsejaba a Marta desoírlo, pues en noche tan espantosa, cuando ningún vecino honrado se atreve a echarse a la calle, sólo los malhechores y los perdidos libertinos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de aventuras y presa. Marta debió de haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en él, y a su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de enero y con una tormenta desatada, ni llama a puertas ajenas, ni turba la tranquilidad de las doncellas honestas y recogidas. Mas la reflexión, persona dignísima y muy señora mía, tiene el maldito vicio de llegar retrasada, por lo cual sólo sirve para amargar gustos y adobar remordimientos. La reflexión de Marta se había quedado zaguera, según costumbre, y el impulso de la piedad, el primero que salta en el corazón de la mujer, hizo que la doncella, al través del postigo, preguntase compadecida:

—¿Quién llama?

Voz de tenor dulce y vibrante respondió en tono persuasivo:

—Un viajero.

Y la bienaventurada de Marta, sin meterse en más averiguaciones, quitó la tranca, descorrió el cerrojo y dio vuelta a la llave, movida por el encanto de aquella voz tan vibrante y tan dulce.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En la Mar

Guy de Maupassant


Cuento


Hace poco, en los periódicos diarios se leyeron las siguientes líneas:


Boulogne-sur-Mer, 21 de enero.—Nos escriben:

«Espantosa desgracia acaba de sembrar la consternación entre nuestra población marítima tan castigada desde hace algunos años. El barco de pesca mandado por el patrón Javel, al entrar en el puerto, fué arrojado hacia el oeste y se estrelló en las rocas del rompe olas de la escollera.

«Á pesar de los esfuerzos del buque salvavidas y de los cables enviados por medio del fusil porta amarras, han perecido cuatro hombres y el grumete.

«Y como el mal tiempo continúa, se temen nuevos siniestros».


¿Quién era el patrón Javel? ¿Sería hermano del manco?

Si el pobre hombre, arrollado por las olas y muerto tal vez bajo los restos de su despedazado barco, era quien pienso, había asistido, hace dieciocho años, á otro drama terrible y sencillo como son siempre los dramas formidables de las olas.


* * *


Javel, el mayor, era patrón de una barca que pescaba con barredera, y las barcas de barredera son las barcas de pesca por excelencia. Sólidas hasta el extremo de no temer ningún tiempo, de redondo vientre que sobre las olas flota como si fuese un corcho, siempre al aire y siempre azotadas por los vientos duros y salados de la Mancha, recorren la mar, infatigables, con la vela hinchada y arrastrando por el flanco la gran red que rasca el fondo del océano, desprende y recoge todas las bestias que duermen en las rocas, los peces planos que se pegan á la arena, los pesados cangrejos de arqueadas patas, y las langostas de puntiagudos bigotes.


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Publicado el 8 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

Destino

Juan José Morosoli


Cuento


Cuando vio el monte que marginaba el arroyo, pasaba frente al boliche. En la enramada había ya tres o cuatro hombres observando los toros. Eran cinco rústicos cuadrados de gordos.

—Seguí vos hasta el pastoreo... Yo no demoro —le dijo al negro que lo acompañaba.

Era un hombre joven, de perfil recio, bien vestido y bien montado.

Se acercó al mostrador, pidió una caña, convidó a unos de esos "aposentados" de boliche —que de haragán ni se había movido a mirar los toros— y preguntó:

—¿Qué distancia habrá hasta la estancia de "El Francés"?

—A lo de don el Francés habrá cuatro leguas cortas o tres largas...

Siguieron algunas preguntas más con sus respuestas, cuando Olmedo dejó caer ésta:

—¿No hay unos Almadas por aquí?

—Hubieron pero se fueron yendo...

—¿Todos?

—Yo conocí dos: don Pedro y María... Ya ni los huesos les quedarán... Se ahorcaron los dos: padre e hijo.

—¿Buenos vecinos?

—Buenos. Malos para ellos... Mucha pulpería.. Mucho juego... Gente que no veía venir las tormentas...

—Destinos.

—Pues...

Alzó galletas y dulce de membrillo. Pagó y partió rumbo al pastoreo. Ya de cabeza caída porque María era su padre.

* * *

Cuando llegó al pastoreo ya había recorrido toda su vida. Recordaba que había visto algo raro en la casa aquel día que lo llevaron para lo de un vecino. Cuando salió vio ocho o diez hombres... Después —dos o tres días habían pasado— vino la madre y se lo llevó lejos. Lejísimo. Estaban en un rancherío con un hermano de ella. Después fue de peoncito a una estancia. Después nada. La madre se fue con el hermano...

—Me he hecho hombre sin saber cómo... ¡Fíjese cómo es la cosa!...

Desensillaba. El negro ya había acercado la carne al fogón y le alcanzó un mate.

—¿Taba bien?

—Sí. Tres o cuatro leguas...


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3 págs. / 5 minutos / 10 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

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