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etiqueta: Cuento


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El Peor Consejero, Orgullo

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Encanto de los ojos era Dolores, que no parece sino que la Naturaleza quiso con ella dar un mentís á las más hermosas creaciones artísticas. Era la muchacha de las de rompe y rasga, y si en sus pupilas relampagueaba el odio era como destello de puñal que ciega y atemoriza; en cambio, si amante entornaba los párpados, un pecho de roca se extremecería dulcemente conmovido.

Y como no eran de roca los de quienes tal belleza admiraban, á los ojos de chicos y grandes subíase á llamaradas el gozo y traducíase la admiración en exclamaciones, finas las menos, groseras las más, en todas se encerraba un deseo pecaminoso.

Altiva como una reina, sin hacer caso de los murmullos de entusiasmo que a su paso producía, como á través de las hojas de los árboles produce múltiple susurro el aire, iba Lola al obrador; que la chica era planchadora de oficio, aunque por su hermosura mereciera ser princesa.

Inclinado el ondulante y escultural busto sobre el niveo lienzo que recubría la tabla, roja la faz, brillantes los ojos, aprisionada la plancha por sus manos de duquesa, Lola pasábase el dia sacando brillo á las camisolas, y entre planchazo y planchazo, si no seguía el palique con las compañeras, continuaba el canto; el más popular y de moda, el más chulo y picante.

La tienda era como ermita en despoblado, que todo el que pasa se detiene á contemplar la vera effigies del santo milagroso: no había varón barbado ó sin barbas, que no pegase las narices al cristal del escaparate y se quedara como embobalicado en la contemplación de tan lindos perfiles, empleados en labor tan prosaica.


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Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Esbirros de Venecia

Roberto Arlt


Cuento


El año 1563, Alí Faat El Uazi, embajador del Gran Turco en Florencia, informado de mis habilidades en pintar retratos y del monto de mis deudas de juego, me invitó a concurrir al Fondacco del Turquí, donde, después de cumplimentarme como cuadra a una persona bien nacida, me propuso:

—¿Os interesaría saldar vuestras deudas de juego y recibir una bolsa de cinco mil cequíes de oro?

—¿A quién tengo que vender mi alma?

—Se trata de vuestro ingenio.

—¿Hay que asesinar a alguien?

—Tenéis el mismo genio que Benvenuto.

—Es mi paisano...

—No. No se trata de matar; pero pagaremos vuestras deudas de juego y os daremos cinco mil cequíes si conseguís poneros en comunicación con el maestro vidriero Buono Malamoco, que vive en la isla de Murano. Buono Malamoco ha enviudado recientemente, su familia consiste en dos hermanos a quienes aborrece y que lo odian. Como la ley de Venecia condena a muerte al artífice que abandona su país, o en su defecto, a la familia de éste, tenemos razonables motivos para suponer que Buono Malamoco no tendrá escrúpulos en abandonar su parentela entre las garras de los esbirros de Venecia.

—¿Por qué os interesa este hombre?

—Los cristales venecianos han desalojado nuestros vasos y espejos de los bazares de Oriente. Mientras el arte de manufacturar el cristal está en decadencia en nuestra patria, cada día se hace más perfecto en Venecia. Los friolari de Murano han logrado tal perfección, que funden vasos cuyo cristal se quiebra cuando se deposita en ellos un veneno, o espejos que se rompen en cuanto se refleja en ellos el rostro del enemigo del dueño de ese espejo. El propio embajador de Francia me ha hecho beber en un vaso cuyo vidrio neutraliza por completo la esencia de embriaguez que contiene el vino.

—¿Es tan difícil comunicarse con Buono Malamoco, que ofrecéis esa suma?


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Publicado el 24 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Sombra

Edgar Allan Poe


Cuento


Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Mis Primeros Versos

Rubén Darío


Cuento


Tenía yo catorce años y estudiaba humanidades.

Un día sentí unos deseos rabiosos de hacer versos, y de enviárselos a una muchacha muy linda, que se había permitido darme calabazas.

Me encerré en mi cuarto, y allí en la soledad, después de inauditos esfuerzos, condensé como pude, en unas cuantas estrofas, todas las amarguras de mi alma.

Cuando vi, en una cuartilla de papel, aquellos rengloncitos cortos tan simpáticos, cuando los leí en alta voz y consideré que mi cacumen los había producido, se apoderó de mí una sensación deliciosa de vanidad y orgullo.

Inmediatamente pensé en publicarlos en La Calavera, único periódico que entonces había, y se los envié al redactor, bajo una cubierta y sin firma.

Mi objeto era saborear las muchas alabanzas de que sin duda serían objeto, y decir modestamente quién era el autor, cuando mi amor propio se hallara satisfecho.

Eso fue mi salvación.

Pocos días después sale el número 5 de La Calavera, y mis versos no aparecen en sus columnas.

Los publicarán inmediatamente en el número 6, dije para mi capote, y me resigné a esperar porque no había otro remedio.

Pero ni en el número 6, ni en el 7, ni en el 8, ni en los que siguieron había nada que tuviera aparencias de versos.

Casi desesperaba ya de que mi primera poesía saliera en letra de molde, cuando caten ustedes que el número 13 de La Calavera puso colmo a mis deseos.

Los que no creen en Dios, creen a puño cerrado en cualquier barbaridad, por ejemplo, en que el número 13 es fatídico, precursor de desgracias y mensajero de muerte.

Apenas llegó a mis manos La Calavera, me puse de veinticinco alfileres, y me lancé a la calle, con el objeto de recoger elogios, llevando conmigo el famoso número 13.

A los pocos pasos encuentro a un amigo, con quien entablé el diálogo siguiente:

—¿Qué tal, Pepe?

—Bien, ¿y tú?


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3 págs. / 5 minutos / 3.605 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Palacio del Sol

Rubén Darío


Cuento


A vosotras, madres de las muchachas anémicas, va esta historia, la historia de Berta, la niña de los ojos color de aceituna, fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.

Ya veréis, sana y respetables señoras, que hay algo mejor que el arsénico y el fierro, para encender la púrpura de las lindas mejillas virginales; y que es preciso abrir la puerta de su jaula a vuestras avecitas encantadoras, sobre todo, cuando llega el tiempo de la primavera y hay ardor en las venas y en las savias, y mil átomos de sol abejean, en los jardines, como un enjambre de oro sobre las rosas entreabiertas.

Cumplidos sus quince años, Berta empezó a entristecer, en tanto que sus ojos llameantes se rodeaban de ojeras melancólicas.

—Berta, te he comprado dos muñecas…

—No las quiero, mamá…

—He hecho traer los Nocturnos…

—Me duelen los dedos, mamá…

—Entonces…

—Estoy triste, mamá…

—Pues que se llame al doctor…

Y llegaron las antiparras de aros de carey, los guantes negros, la calva ilustre y el cruzado levitón.

Ello era natural. El desarrollo, la edad… síntomas claros, falta de apetito, algo como una opresión en el pecho… Ya sabéis; dad a vuestra niña glóbulos de arseniato de hierro, luego, duchas. ¡El tratamiento!…

Y empezó a curar su melancolía, con glóbulos y duchas al comenzar la primavera, Berta, la niña de los ojos color de aceituna, que llegó a estar fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.

* * *


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4 págs. / 8 minutos / 2.372 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Simón el Mago

Tomás Carrasquilla


Cuento


Entre mis paisanos criticones y apreciadores de hechos es muy válido el de que mis padres, a fuer de bravos y pegones, lograron asentar un poco el geniazo tan terrible de nuestra familia. Sea que esta opinión tenga algún fundamento, sea un disparate, es lo cierto que si los autores de mis días no consiguieron mejorar su prole no fue por falta de diligencia: que la hicieron, y en grande.

¡Mis hermanas cuentan y no acaban de aquellas encerronas de día entero en esa despensa tan oscura donde tanto espantaban! Mis hermanos se fruncen todavía al recordar cómo crujía en el cuero limpio, ya la soga doblada en tres, ya el látigo de montar de mi padre. De mi madre se cuenta que llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amen de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor con que solía aliñar toda reprensión.

¡Estos rigores paternales, bendito sea Dios, no me tocaron!

¡Sólo una vez en mi vida tuve de probar el amargor del látigo!

Con decir que fui el último de los hijos, y además enclenque y enfermizo, se explica tal blandura.

Todos en la casa me querían a cual más, siendo yo el mimo y la plata labrada de la familia; ¡y mal podría yo corresponder a tan universal cariño cuando todo el mío lo consagré a Frutos!

Al darme cuenta de que yo era una persona como todo hijo de vecino, y que podía ser querido y querer, encontré a mi lado a Frutos, que, más que todos y con especialidad, parecióme no tener más destino que amar lo que yo amase y hacer lo que se me antojara.


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22 págs. / 39 minutos / 2.240 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Episodios Nacionales para Niños

Benito Pérez Galdós


Cuento, Novela


Trafalgar

I

Me permitiréis, amados niños, que antes de referiros los grandes sucesos de que fui testigo diga pocas palabras de mi infancia, explicando por qué extraños caminos me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible acción de Trafalgar.

Yo nací en Cádiz, y en el famoso barrio de la Viña. Mi nombre es Gabriel Araceli, para servir a los que me escuchan… Cuando aconteció lo que voy a contaros, el siglo XIX tenía cinco años; yo, por mi confusa cuenta, debía de andar en los catorce.

Dirigiendo una mirada hacia lo que fue, con la curiosidad y el interés propios de quien se observa, imagen confusa y borrosa, en el cuadro de las cosas pasadas, me veo jugando en la Caleta con otros chicos de mi edad, poco más o menos. Aquello era, para mí, la vida entera; más aún, la vida normal de nuestra privilegiada especie; y los que no vivían como yo me parecían seres excepcionales del humano linaje, pues en mi infantil inocencia y desconocimiento del mundo yo tenía la creencia de que el hombre había sido criado para la mar, habiéndole asignado la providencia, como supremo ejercicio de su cuerpo, la natación, y como constante empleo de su espíritu, el buscar y coger cangrejos, ya para arrancarles y vender sus estimadas bocas, que llaman de la Isla, ya para propia satisfacción y regalo.

Entre las impresiones que conservo está muy fijo en mi memoria el placer entusiasta que me causaba la vista de los barcos de guerra, cuando se fondeaban frente a Cádiz. Como nunca pude satisfacer mi curiosidad, viendo de cerca aquellas formidables máquinas, yo me las representaba de un modo fantástico y absurdo, suponiéndolas llenas de misterios.


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297 págs. / 8 horas, 41 minutos / 1.617 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Miel Silvestre

Horacio Quiroga


Cuento


Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitivamente de la caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero de todos modos el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha, y sus peligros como encanto.

Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes les buscaban. Estaban bastante atónitos todavía, no poco débiles, y con gran asombro de sus hermanos menores—iniciados también en Julio Verne—sabían aún andar en dos pies y recordaban el habla.

Acaso, sin embargo, la aventura de los dos robinsones fuera más formal, a haber tenido como teatro otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a tal extremo arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus strom-boot.

Benincasa, habiendo concluído sus estudios de contaduría pública, sintió fulminante deseo de conocer la vida de la selva. No que su temperamento fuera ese, pues antes bien era un muchacho pacífico, gordinflón y de cara uniformemente rosada, en razón de gran bienestar. En consecuencia, lo suficientemente cuerdo para preferir un té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque. Pero así como el soltero que fué siempre juicioso, cree de su deber, la víspera de sus bodas, despedirse de la vida libre con una noche de orgía en compañía de sus amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un obraje, con sus famosos strom-boot.


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5 págs. / 9 minutos / 1.571 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Las Hojas Secas

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


El sol se había puesto: las nubes, que cruzaban hechas girones sobre mi cabeza, iban á amontonarse unas sobre otras en el horizonte lejano. El viento frío de las tardes de otoño arremolinaba las hojas secas á mis pies.

Yo estaba sentado al borde de un camino, por donde siempre vuelven menos de los que van.

No sé en qué pensaba, si en efecto pensaba entonces en alguna cosa. Mi alma temblaba á punto de lanzarse al espacio, como el pájaro tiembla y agita ligeramente las alas antes de levantar el vuelo.

Hay momentos en que, merced á una serie de abstraciones, el espíritu se sustrae á cuanto le rodea, y replegándose en sí mismo analiza y comprende todos los misteriosos fenómenos de la vida interna del hombre.

Hay otros en que se desliga de la carne, pierde su personalidad y se confunde con los elementos de la naturaleza, se relaciona con su modo de ser, y traduce su incomprensible lenguaje.

Yo me hallaba en uno de estos últimos momentos, cuando solo y en medio de la escueta llanura oí hablar cerca de mí.

Eran dos hojas secas las que hablaban, y éste, poco más ó menos, su extraño diálogo:

— ¿De dónde vienes, hermana?

— Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube del polvo y de las hojas secas nuestras compañeras, á lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú?

— Yo he seguido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla.

— ¿Y adonde vas?

— No lo sé: ¿lo sabe acaso el viento que me empuja?

— ¡Ay! ¿Quién diría que habíamos de acabar amarillas y secas arrastrándonos por la tierra, nosotras que vivimos vestidas de color y de luz meciéndonos en el aire?


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4 págs. / 7 minutos / 1.456 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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