Textos por orden alfabético etiquetados como Cuentos disponibles | pág. 16

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Relaciones

Fernán Caballero


Cuentos, Colección


Primera parte

Prólogo

Cuando llegue a estas páginas el lector, probablemente será habiendo pasado por las que contienen La familia de Alvareda.

¿Deberemos decirle algo que prepare su ánimo para las que van a seguir? ¿O bien será mejor respetar la profunda impresión, las hondas meditaciones, y —¿por qué no hemos de decirlo?— acaso las sentidas lágrimas que en él habrán promovido la simpatía, arrancado el infortunio y santificado la religión?

A saber nosotros que íbamos a estorbar, este santo fruto a que puede aspirar, pero que no consuma nunca por sí sola ninguna humana literatura, cierto es que, sobrecogidos ante el secreto de las conciencias, retrocediéramos con religioso respeto, y diciendo «por aquí ha pasado Dios!», nos contentáramos con adorar.

Pero creyendo que muchos de los lectores participarán del efecto que en nosotros produjo aquella lectura, juzgamos, sin embargo, que no nos toca sobreponernos a la intención ni a las miras del autor, a quien es dado herir estas cuerdas, y producir tales efectos. Como el sembrador que esparce la semilla sobre la tierra, así él sin darse cuenta de lo que hace, pasa presentando a la imaginación sus cuadros, abriendo al corazón el tesoro de sus sentimientos, evocando la fe de las generaciones pasadas, despertando el amor en la presente, y avivando la esperanza en las que están por venir.


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Dominio público
201 págs. / 5 horas, 52 minutos / 217 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Relatos Populares

Baldomero Lillo


Cuentos, colección


Sub sole

Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.

Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la linea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.


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Dominio público
134 págs. / 3 horas, 54 minutos / 90 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Relatos Varios

Baldomero Lillo


Cuentos, colección


El calabozo número 5

—¡Bah! ¡Un carcelero!

—Que tiene un corazón de oro.

La irónica mirada que me dirigió Rafael picó vivamente mi amor propio.

—¿De modo —insistí— que niegas que don Serafín, por el puesto que desempeña, sea un hombre bueno, de sentimientos nobles y humanitarios? Pues yo te aseguro que es la persona más culta, agradable y afectuosa que he conocido.

La incredulidad y el escepticismo de mi interlocutor para apreciar las acciones de los demás me ponía nervioso, y generalmente nuestras polémicas sobre este tópico terminaban en disputa.

Esta vez la controversia me excitaba más que de costumbre, pues se trataba de una persona a quien yo conocía muy de cerca. Era mi vecino y nos unían relaciones estrechas y cordiales.

—Amable, sí, no lo niego. Demasiado amable y además tiene la mirada falsa.

Esto ya era demasiado y deteniéndome bruscamente sujeté por un brazo al doctor que caminaba silencioso a mi derecha y dije a Rafael, con el tono seguro y convencido del que se encuentra en terreno sólido.

—Esta vez, maldiciente incorregible, tendrás que confesar, mal que te pese, que te has equivocado.

Los tres nos hallábamos en ese instante a cien metros escasos de la entrada principal de la cárcel penitenciaria. La pesada y sombría fachada del edificio se destacaba entre los altos olmos de la avenida y bajo el cielo gris plomizo de aquella mañana de otoño, con tonos lúgubres que despertaban en el espíritu las ideas melancólicas q1ue evocan las tumbas y los cementerios.

Ahí, detrás de aquellos muros, reinaba también la muerte, pero una muerte más fría, más callada, más pavorosa que la pálida moradora del campo santo.


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Dominio público
85 págs. / 2 horas, 30 minutos / 43 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

Repisas

José de la Cuadra


Cuentos, colección


Glosa del título

Buena parte —la mejor, acaso,— de, mi infancia dorada, se la comió el tiempo mientras habitaba yo en un ruinoso caserón porteño de ésos que virtualmente, ha desplazado ya la construcción moderna de hormigón o de cemento armado.

Por las grandes chazas, constantemente abiertas, se metía en vaharadas el olor saboroso del cacao “Guayaquil”, que se secaba al sol en las aceras. Y quedábase flotando el aroma, suspendido en nubes invisibles, por los grandes cuartos solemnes, amplios como naves de iglesia, que opacaban la luz al robarle fulgencias con lo ennegrecido —pátina de siglos— de sus tablas sin pintar.

Unico adorno de alguna de esas estancias, era un armario enorme, de madera incorruptible, —mueble colonial sin duda, que más parecía obra de alarife que joya de ebanistería y en el cual se enloquecía un estilo retorcido, vehemente, presumido y ostentoso, con algo de falsa pompa, como el churrigueresco o como el manuelino.

Cerrado estaba el armario. Contra su chapa, de complicado juego, se estrellaron mi inventiva y mi tenacidad de muchacho que creía a pié juntillas que en él se escondía la fiesta de las Mil y una Noches, los tesoros de Bagdad y de Basora...

Di a la postre con la llave, pedazo de hierro tomado de orín. Abrí el mueble. Nada. Nada contenía. En sus cuatro repisas, que semejaban sarcófagos destapados, dormían, un poco de silencio secular y un poco de blanda paz antigua e ilustre. Nada...

Miré mis manos. El orín de la llave había dejado en ellas manchas que ocurriérase de sangre. Evoqué medroso el cuento de Barba Azul. Pero, no; el agua modesta del lavabo fué para las manchas de mis manos violadoras, agua lustral que limpió y purificó.


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Dominio público
109 págs. / 3 horas, 12 minutos / 1.494 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Sub Sole

Baldomero Lillo


Cuentos, Colección


1. El rapto del sol

Hubo una vez un rei tan poderoso que se enseñoreó de toda la tierra. Fué el señor del mundo. A un jesto suyo millones de hombres se alzaban dispuestos a derribar las montañas, a torcer el curso de los ríos o a exterminar una nación. Desde lo alto de su trono de marfil i oro, la humanidad le pareció tan mezquina que se hizo adorar como un dios i estatuyó su capricho como única i suprema lei. En su inconmensurable soberbia creia que todo en el universo estábale subordinado, i el férreo yugo con que sujetó a los pueblos i naciones, superó a todas las tiranías de que se guardaba recuerdo en los fastos de la historia.

Una noche que descansaba en su cámara tuvo un enigmático sueño. Soñó que se encontraba al borde de un estanque profundísimo en cuyas aguas, de una diafanidad imponderable, vió un extraordinario pez que parecia de oro. En derredor de él i bañados por el májico fulgor que irradiaban sus áureas escamas, pululaban una infinidad de seres: peces rojos que parecian teñidos de púrpura, crustáceos de todas formas i colores, rarísimas algas e imperceptibles átomos vivientes. De pronto, oyó una gran voz que decia: ¡Apoderaos del radiante pez, i todo en torno suyo perecerá!

El rei se despertó sobresaltado e hizo llamar a los astrólogos i nigromantes para que explicasen el extraño sueño. Muchos expresaron su opinión, mas ninguna satisfacia al monarca hasta que, llegado el turno al mas joven de ellos, se adelantó i dijo:

—¡Oh, divino i poderoso príncipe! La solución de tu sueño es ésta: El pez de oro es el sol que desparrama sus dones indistintamente entre todos los seres. Los peces rojos son los reyes i los grandes de la tierra. Los otros son la multitud de los hombres, los esclavos i los siervos. La voz que hirió vuestros oídos es la voz de la soberbia. Guardaos de seguir sus consejos, porque su influjo os será fatal.


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Dominio público
103 págs. / 3 horas, 1 minuto / 762 visitas.

Publicado el 26 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Sub Terra

Baldomero Lillo


Cuentos, Colección


Los inválidos

La extracción de un caballo en la mina, acontecimiento no muy frecuente, había agrupado alrededor del pique a los obreros que volcaban las carretillas en la cancha y a los encargados de retornarlas vacías y colocarlas en las jaulas.

Todos eran viejos, inútiles para los trabajos del interior de la mina, y aquel caballo que después de diez años de arrastrar allá abajo los trenes de mineral era devuelto a la claridad del sol, inspirábales la honda simpatía que se experimenta por un viejo y leal amigo con el que han compartido las fatigas de una penosa jornada.

A muchos les traía aquella bestia el recuerdo de mejores días, cuando en la estrecha cantera con brazos entonces vigorosos hundían de un solo golpe en el escondido filón el diente acerado de la piqueta del barretero. Todos conocían a Diamante, el generoso bruto, que dócil e infatigable trotaba con su tren de vagonetas, desde la mañana hasta la noche, en las sinuosas galerías de arrastre. Y cuando la fatiga abrumadora de aquella faena sobrehumana paralizaba el impulso de sus brazos, la vista del caballo que pasaba blanco de espuma les infundía nuevos alientos para proseguir esa tarea de hormigas perforadoras con tesón inquebrantable de la ola que desmenuza grano por grano la roca inconmovible que desafía sus furores.

Todos estaban silenciosos ante la aparición del caballo, inutilizado por incurable cojera para cualquier trabajo dentro o fuera de la mina y cuya última etapa sería el estéril llano donde sólo se percibían a trechos escuetos matorrales cubiertos de polvo, sin que una brizna de yerba, ni un árbol interrumpiera el gris uniforme y monótono del paisaje.

Nada más tétrico que esa desolada llanura, reseca y polvorienta, sembrada de pequeños montículos de arena tan gruesa y pesada que los vientos la arrastraban difícilmente a través del suelo desnudo, ávido de humedad.


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Dominio público
149 págs. / 4 horas, 21 minutos / 2.613 visitas.

Publicado el 26 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Sueños Pesados

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


Sueño I. El pantalón negro

Soñé que el baile se daba en mi obsequio y los convidados debían haber llegado casi todos, según la hora, y por la animación que se notaba desde la calle: yo caminaba de puntillas para no mancharme el calzado, y ya estaba cerca de la puerta, cuando caí en un barrizal: levanteme con precipitación, y de un salto me refugié en el portal, y vi mi pantalón negro convertido en gris. La escalera de mármol estaba cubierta de una alfombra clara e iluminada a todo gas: dos filas de lacayos con peluca hacían los honores a los convidados y al verme chorreando barro, retrocedí.

Era tarde: habían parado algunos coches de los cuales salían varias damas con sus trajes de baile. ¿Qué hacer? Me deslicé por un pasillo lateral, pero todas sus revueltas iban a dar en una puerta iluminada. Asomeme con precaución y vi una pieza de baño... Entré, cerré la puerta y me puse a lavar los pantalones, que recobraron su color negro en un instante. Cuando los estaba colgando para que se secasen oí la voz de la dueña de la casa que decía a sus amigas:

—Éste es mi cuarto de baño.

Sólo tuve tiempo de zambullirme en el baño y aguantar en su fondo la respiración. Entraron las señoras y vieron mi sombrero que flotaba sobre el agua.

—¡Un ahogado! Hay un ahogado en el baño —dijeron dando gritos—: ¡Luces! ¡Luces!

Hice un remolino con el agua y empecé a arrojarla sobre las señoras, que huyeron espantadas. Me eché al hombro los pantalones: trepé a la ventana y me tiré por ella, cayendo sobre un arbolillo del jardín. La sombra me ocultaba: pero los convidados paseaban por debajo muy cerca de mí.

—¡Apartarse, señoras, que van a encender! —decían algunos caballeros.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 11 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Tardes del Fogón

Javier de Viana


Cuentos, colección


La falta de costumbre

Señor patrón de la estancia:

Don Cayetano Sandoval, que dende hace un puñao de meses s’está secando en el catre, como charque tendido sobre el alambre del cerco del guardapatio, me llamó esta tarde.

El viejo Sandoval ha dejao cuasi tuitos los vicios que tenía,—o pa decirlo más derecho, los vicios lo han dejao a él,—menos dos, que yo carculo lo seguirán hasta que largue el último resuello : pitar y ler los diarios.

Por eso me llamó esta tarde, y dispués de haber echao por las narices una montonera de humo, me dijo sobando un diario que tenía sobre la panza:

—Arrima ese cajón que me sirve de baúl.

—Ya está arrimao,—dije yo.

—Levanta la tapa y vas a encontrar papel y un lápiz grande,—dijo él.

Obedecí.

—Sentate en ese banquito,—dijo él.

Me senté.

—Vas a escribir una carta que te voy a componer yo al patrón, porque yo tengo los dedos acalambraos...

Yo me rái, me rái con tuito el poder de mi jeta de negro... Disculpe patrón: los negros semos güenos y sólo los hombres güenos saben ráirse...

—¿Usté no sabe,—dije yo,—que cuasi no s’escribir, porque si en nuestro páis hay escuelas, no hay como pa dir a ellas? ¿Usté no sabe que los empleaos del gobierno, unos parejeros y otros sotretas, cuasi tuitos hacen sebo y que pa dir a la escuela, pasando los bañaos o los arroyos, hay que ser pato ’e laguna?... Y no digo águila porque las águilas no carecen dir a la escuela...

—No importa,—dijo él; él, es don Cayetano,

—no importa, aunque sea con garabatos vas escribir lo que te viá indilgar.

—¿Mesmo con palotes?

—Aun ansina. Los patrones tienen mucha sensia y comprienden.

—Güeno; ¿y qué viá decir?


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 32 minutos / 38 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Thespis

Carlos-Octavio Bunge


Novelas cortas, cuentos, colección


PRÓLOGO

Al volver Baco de las vendimias, seguíale brillante séquito de faunos y ninfas. Y los corifeos del dios ventrudo y coronado de pámpanos, del dios de los árboles frutales y las viñas, cantaban su canción báquica, narrando hechos y casos...

Thespis, el «divino» creador, inventó entonces la sustitución del coro por un hombre viviente, de carne y hueso, que simulara y mimase los hechos y los casos. Él fue este hombre. Y para representar su serie de encarnaciones, cambiábase sucesivamente de trajes y de máscaras de lino. Actor único, personificaba hombres y mujeres, viejos y niños, reyes y mendigos. El coro se limitaba a replicarle.

Autor al mismo tiempo que actor, Thespis es el padre del teatro griego, la tragedia y la comedia, la máscara de Esquilo y la de Aristófanes. Por eso pudo Dioscoride escribir en su tumba el siguiente epitafio:

Aquí estoy yo, Thespis. Fui el primero en inventar el canto trágico, cuando Baco traía el carro de las vendimias, y era propuesto en premio un lascivo macho cabrío, con un cesto de higos áticos. Nuevos poetas han cambiado la forma del canto primitivo; otros, con el tiempo, lo embellecerán todavía. Pero el honor de la invención siempre queda para mí.

Tendrás eternamente razón, oh glorioso Thespis. El honor de la invención te pertenecerá siempre. Yo, hijo de tierras que no has conocido y de una civilización que no pudiste sospechar, lo reconozco; y te rindo homenaje, poniendo tu nombre al frente de este libro...


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Dominio público
168 págs. / 4 horas, 54 minutos / 148 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Tijeretazos y Plumadas

Juan León Mera


Cuentos, artículos, colección


Carta-prólogo

Sr. D. J. Trajano Mera.


Un refrán de los más afirmativos, á pesar de apoyarse como sobre cuatro ruedas sobre cuatro adverbios de negación, asegura que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Reconociendo yo la infalible verdad en lo relativo al plazo, pues todos se cumplen, abrigo mis dudas respecto á lo de las deudas, pues conozco muchas de dinero, de gratitud y de honor que nunca se pagan, y no digamos nada de las deudas públicas de muchos Estados, que son papel mojado cotizable en la gran Bolsa de la trampa adelante.

A pesar de mis dudas, el refrán hoy para mí y por mí ha de cumplirse en toda su integridad, puesto que expira el plazo y llega el día en que el cartero pone en mis manos los pliegos impresos de un libro humorístico titulado TIJERETAZOS Y PLUMADAS, del gran escritor ecuatoriano D. Juan León Mera, y en que usted, su hijo, digno heredero de su nombre y su talento literario, viene á recordarme la deuda que, en momento de debilidad, contraje con usted, de escribir el prólogo; plantándome, como quien dice, á la puerta del libro para señalar sus méritos é invitar á los lectores á saborear sus picantes, ingeniosas y divertidísimas páginas.

Contra un refrán, cuando se empeña en encumbrarse al rango de axioma, nada puede la voluntad y yo someto la mía al kantiano imperativo categórico de la palabra empeñada, no sólo por ser usted quien me la recuerda, sino por la calidad del libro que sirve de motivo y recordatorio.

¡Un prólogo! ¿Pero usted sabe lo que pide? ¿Un prólogo á un poeta casi apolillado y atrofiado por las prosas profesionales que le embargan?


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Dominio público
171 págs. / 5 horas / 26 visitas.

Publicado el 19 de enero de 2024 por Edu Robsy.

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