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Hojas de mi Álbum

José Antonio Román


Cuentos, colección


Unas pocas palabras

Estos cuentos que doy ahora á la estampa son hojas arrancadas literalmente de mi album. Escogidos al azar van tales como salieron de los puntos de mi pluma. Muchos de ellos son cuadros extraídos de la vida real, especie de instantáneas que aún guardan los trazos de una fidelidad desesperante. He querido que permanezcan así por tener para mis fines ulteriores la importancia de documentos humanos, que reaparecerán más tarde transformados en novelas. Más de uno de estos episodios ha sido vivido por mí, y de alguno que otro he sido mudo espectador. No temo arrojarlos á los vientos de la publicidad, ni me aflige la suerte que corran porque como padre siempre los aguardo cariñoso para defenderlos ó protegerlos.


Iquitos, Mayo 18 de 1902.

José Antonio Román

La Walkyria

Nunca pude ser amigo de Karl O’Brian, estudiante judío, de nacionalidad polaca, quе junto conmigo cursaba Filosofía en la pintoresca Heidelberg. Algo le enajenó desde el primer instante mi fraternal cariño, y ese algo fué la diferencia de religión, pues yo era ferviente católico.

Sin embargo, su sombría actitud, sus grandes y elocuentes pupilas de mirada soñadora, su pálido rostro de frías y correctas líneas y su ingénita displicencia para con todo el mundo, atrajeron vivamente mi curiosidad.

Averigüé sus orígenes. Descendía de noble estirpe irlandesa, y devorado por extraño spleen el joven conde viajaba por Europa buscando en las distracciones y en el estudio un lenitivo para su desencanto. Así transcurría su existencia sin ser comprendido por los hombres ni amado por las mujeres. Era en extremo reservado para espontanearse con alguien. No pude saber más.


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Dominio público
132 págs. / 3 horas, 52 minutos / 114 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Al Amor de la Lumbre

Norberto Torcal


Cuentos, colección


Quien no ha recibido de la naturaleza un espíritu falaz y un corazón perverso, los puede cambiar con la frecuente lectura de libros malos, tanto ó más perjudicial que la conversación y trato con hombres corrompidos.—Baillet.

El secreto de dos almas

I

Al lento andar de la vaca robusta, cuyas rosadas ubres casi tocaban en el suelo Ramuncho volvía, ya puesto el sol, ú su pobre casería siguiendo el estrecho sendero que, entre frondosos manzanos y maizales, serpentea por la montaña.

En el rostro del viejo vascongado leíase el desaliento y la tristeza. Muy de madrugada había bajado á la villa con intención de vender la vaca; pero los pocos compradores que á él se habían acercado, como si comprendieran lo apremiante de su necesidad, habían sido tan parcos en sus ofertas, que Barn ancho vió llegarlas últimas horas de la tarde sin poder realizar sus deseos, teniendo que volverse á casa con el manso animal que ya de nada podía servir á la familia para sacarla de su situación angustiosa.

Porque la usura no tiene entrañas y sus amenazas se cumplen fatalmente; ó Ramuncho pagaba antes de tres días los cien duros que, confiado en la abundancia de la próxima cosecha, había tomado á un interés harto crecido, para pagar la contribución y saldar algunas cuentecillas atrasadas, ó sería inmediatamente echado de su casa y desposeído de la mísera hacienda, la cual, á fuerza de sudores y trabajos, daba para ir viviendo. El dilema no admitía término medio: ó lo uno ó lo otro.


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Dominio público
75 págs. / 2 horas, 11 minutos / 149 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Cuentos Políticos

Silverio Lanza


Cuentos, colección


Aparte

Choque

Hay un membrete que dice: Compañía de los ferrocarriles de Granburgo á Merjolie.—Estación núm. 26.


Señor Inspector del tránsito: El Jefe que suscribe tiene el honor de poner en conocimiento de V. que hoy, á las nueve de la mañana, y en el paso á nivel próximo inmediato al N. de esta estación, ha ocurrido un choque, atropello y descarrilamiento en las siguientes circunstancias:

El tren descendente 1.043, marchando por la cuarta vía de la estación 5 á la 57, detúvose á la mitad del kilómetro 329 ante la señal del guarda de paso (Barrera 101) de hallarse interceptada la vía.

Causaba esta interceptación la galera del llamado tío Vetusto, de la cercana aldea de Pero Grullo, en cuya galera iba un cura católico.

Advertido dicho cura de que se apartase con carro y mulas de la vía, dijo que él pasaría antes porque era más viejo; á lo que repuso el maquinista que el tren pasaría antes porque era más rápido.

Y habiendo llevado su porfía á vías de hecho, pasó el tren sobre el carro, destrozando éste, descarrilando la locomotora y vagones de viajeros, y cayendo 90 metros adelante en el foso izquierdo del viaducto.

Avisado por el guarda-barrera, me he personado en el lugar del suceso, y tengo el sentimiento de participar á V. que el material ha quedado destrozado, excepto dos vagones llenos de carneros, y han muerto el sacerdote y todos los viajeros, cuya mayor parte iba á las fiestas de La Utopía. Las mulas del carro interceptor no han sufrido lesión alguna.

Me ocupo de instalar el transbordo que se hace necesario para todos los trenes.


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 8 minutos / 158 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Hombres y Mujeres

Alejandro Larrubiera


Cuentos, colección


El himno de Riego

I

El Café del Diamante recibía sórdida y melancólicamente la luz diurna por la puerta de entrada y ventana abiertas á la calle del Ave María, una de las más típicas de los barrios bajos madrileños. El color rojo rabioso de sus paredes tenía una solución de continuidad en los espejos, encuadrados en molduras doradas; del techo, pintado alevosamente al óleo por un mamarrachista, pendían los aparatos de la luz del gas. En este café ejercía yo las funciones de pianista.

Como tantos otros aventureros del arte, llegué á la corte (hace ya muchos años de esto, Dios mío) llena la maleta de papel pautado, de aire los bolsillos y de ilusiones el magín.

En mi pueblo, el organista de la catedral, famoso contrapuntista, me había iniciado en el arte de Beethoven; cuando hubo vaciado en mí toda su ciencia, que no era escasa, me dijo: «Perillán, si quieres alcanzar honra y provecho lárgate á los Madriles; aquí, la música no te servirá ni para mal sazonar la puchera.»

Rodé unos cuantos días, como un ave zonza, por la coronada villa, rompiendo en su molestísimo empedrado mis zapatones lugareños; admirando el polisón de las madamas y los sombreros como tubos de chimenea de los pisaverdes, y en aquel vagar forzoso á que me obligaban las circunstancias me encontraba más solo y desamparado de día en día, y de día en día más tenaz y resuelto en conquistar el vellocino de oro: que es prodigiosa fábrica de fantasías un cerebro juvenil.

Un paisano mío, un buen hombre que se despepitaba por servir á los de la tierra, hizo que yo entrara de pianista en el Café del Diamante, que acababa de abrirse al público.


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Dominio público
105 págs. / 3 horas, 4 minutos / 138 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Paisanas

Javier de Viana


Cuentos, colección


La revancha

Pedro Pancho, ante la prueba abrumadora de su delito, comprendió que era inútil la defensa..

Por eso se concretó a decirle a Secundino:

—Lindo pial. Pero no olvides que una refalada no es cáida, y que de la cárcel se sale. Prepárate pa la revancha.

—En todo caso, siempre habrá lugar pa la güena,—respondió taimadamente el capataz;—empardar no es matar.

—Dejuro, correremos la güena, que a mí nunca, me gustaron las empatadas... ¡y es difícil que no la gane!...

—¡Claro! Como la cana v'a ser larga, tenés tiempo pa estudiar al naipe y marcarlo.

—Descuida: algunas cartas ya las tengo marcadas—respondió Pedro Pancho con extraña entonación que dejó pensativo a su rival.

Los peones comentaban el suceso.

—Estoy seguro que Pedro Pancho es inocente—observó uno.

—Y yo lo mismo—confirmó otro.—La contraseñalada de los borregos la hizo el mesmo capataz pa fundirlo al otro, a quien le tiene miedo.

—Ya dije yo—filosofó Dionisio—que Secundino es como coscuta en alfalfar y que ha 'e concluir con todos nosotros. Por lo pronto se va formando cercao. Ya despió a Pantaleón y a Liandro pa reemplazarlos por dos papanatas que son mancarrones de su marca. Cualesquier día nos toca a nosotros salir cantando bajito...

Transcurrió el tiempo.

Las predicciones de Dionisio se cumplieron en breve plazo. Uno con un pretexto, otro por otro, todos los antiguos peones fueron eliminados y substituidos por personas que—debiéndole el conchabo—obedecían ciegamente a Secundino.

Rápidamente adquirió una autoridad despótica en la administración de la estancia. Don Eulalio intentó varias veces rebelarse contra aquella absorción de facultades de su subordinado.

Cedió siempre, sin embargo, bajo la presión de Eufrasia, decidida protectora del capataz.


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Dominio público
90 págs. / 2 horas, 38 minutos / 49 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Abrojos

Javier de Viana


Cuentos, colección


El abrojo

Se llamaba Juan Fierro.

Durante los primeros treinta años de su vida fue simplemente Juan. El segundo término de la fórmula de su nombre parecía irrisorio: ¡Fierro, él!...

Era blando, dúctil, sin resistencia. A causa de su propensión a abrirle sin recelos la puerta de la amistad al primer forastero que golpeara, no llegó a quedarle más que un caballo de su tropilla, un mal pabellón en el recado, una camisa en el baúl y el calificativo de zonzo.

Llegado a esa etapa de su vida, ya no tuvo amigos. Por cada afecto sembrado, le había nacido una ingratitud. Sin embargo, heroico y resignado, doblaba el lomo, cavaba la tierra, fertilizándola con el riego de sudor de su frente, echando sin cesar al surco semillas de plantas florales y semillas de plantas sativas.

Cosechaba abrojo que pincha y miomio que envenena. Y a pesar de ello proseguía siendo Juan, sin que por un momento le asaltase la tentación de ser Fierro.

Empero, si es verdad que en el camino se hacen bueyes y que el clavo de la picana concluye casi siempre por abatir las más orgullosos altiveces, también es verdad que el rebenque y la espuela usados en forma injusta y desconsiderada, suele convertir al matungo más manso.

Tal le ocurrió a Juan Fierro.

A los treinta años presentaba un aspecto de viejo decrépito. Su rostro enflaquecido agrietábase en arrugas. Sus ojos fueron perdiendo poco a poco el brillo y tenían la lumbre triste de un fogón que se apaga, ahogadas las brasas por las cenizas. Sus labios, que ni la risa ni los besos calentaban ya, evocaban la tristeza de la arpa desencordada, en cuya gran boca muda ya no brotan las melodías que otrora hicieran estremecer en sensación voluptuosa la madera de su alma sonora...

Los pocos que todavía llegaban a su casa juzgaban mentalmente:

—Este candil se apaga.

O si no:


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Dominio público
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 153 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Campo

Javier de Viana


Cuentos, colección


Última campaña

I

—Siguiendo el Avestruz abajo, abajo, como quien va pal Olimar... ¿ve aquella eslita 'e tala, pallá de aquel cerrito?... Güeno, un poquito más pa la isquierda va encontrar la portera, qu'está al laíto mesmo 'e la cañada, y dispués ya sigue derecho pa arriba por la costa 'el alambrao.

—¿Y no hay peligro de perderse?

—¡Qué va 'aber! Dispués de pasar la portera y atravesar un bajito, va salir á lo 'e Pancho Díaz, aquellos ranchos que se ven allá arriba, y dispués deja los ranchos á la derecha y dispués de crusar la cuchillita aquella que se ve allá... ¿no ve... paca de aquellos árboles?... sigue derecho como escupida de rifle y se va topar la Estancia del coronel Matos en seguidita mesmo.

—Gracias, amigo. Hasta la vista.

—De nada, amigo. Adiosito.

Cambiáronse estas palabras entre dos viajeros, desconocidos entre sí, y á quienes la casualidad había puesto un momento frente á frente en medio de un camino.

Uno de ellos—paisano viejo, vecino de las inmediaciones—se alejó rumbo al Norte, cantando entre dientes una décima de antaño; y el otro, joven que trascendía á pueblero y casi á montevideano—no obstante la bota de montar, la bombacha, el poncho, gacho aludo y pañuelo de golilla—, continuó hacia el Sur, castigando al bayo que trotaba por la falda de un cerro pedregoso.

Se estaba haciendo tarde; una llovizna fastidiosa mojaba el rostro del viajero, y un viento frío que corría dando brincos entre las asperezas de la sierra, le levantaba las haldas del poncho, que se le enredaba en el cuello, ó le cubría la cabeza, obligando á su brazo derecho á continuo movimiento de defensa.

Malhumorado iba el joven, quien, para colmo de incomodidades, luchaba vanamente con el viento por encender un cigarrillo, que al fin hubo de arrojar con rabia después de haber gastado la última cerilla.


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Dominio público
164 págs. / 4 horas, 47 minutos / 80 visitas.

Publicado el 11 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Fábulas en Prosa I

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


Los dos juncos

Había brotado un junco entre las piedras de un torrente; el golpe de agua, dando en él de lleno, le obligaba a inclinarse hacia abajo, temblando siempre en el fondo de aquel movible líquido.

Díjole un junco de la orilla:

—¡Vaya una postura para un junco: no haría más la rama de un llorón! ¿No ves qué erguidos estamos aquí todos? ¡Álzate y honra a la clase con tu dignidad!

—¡Qué fácil es, compañero —dijo el junco caído—, mantenerse recto y firme donde nadie nos combate! Venga acá y sufra el peso de la cascada, y verá que harto hago con sostenerme cabeza abajo y sin dejar mis raíces en la peña.

Desde que me contaron este diálogo sencillo, antes de criticar a un hombre que se arrastra por el mundo, pregunto si ha nacido en la orilla o en medio del torrente.

Todos artistas

—Muy bien, compañero —dijo un cabestro alzando la cabeza, cuando concluyó de cantar el cuclillo—. No hay pájaro que te iguale, o no entiendo de música.

Picose del elogio el ruiseñor y cantó su mejor melodía para confundir al ignorante.

—¡Bah, Bah! —exclamó el cabestro—. ¿Quién comprende lo que cantas? Es largo y pesado: lo que canta el cuclillo es breve, claro y fácil.

—¿Y por qué nos llamas compañeros al cuclillo y a mí? —repuso indignado el ruiseñor—. ¿Cantas también?

—No, soy instrumentista.

—¿Tú, cabestro?

—Sí, también practico el arte musical. Ahora vas a verlo.

Y moviendo la cabeza el buey, tocó el cencerro.

La ostra y la lagartija

—¡Abre! ¡Abre la puerta! Que me has pillado el rabo y me lo cortas —decía una lagartija sujeta entre las conchas de una ostra.

—¿Y quién te mandó entrar en mi casa? Ahora no abro; espérate, que voy a echar un sueño.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 15 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Fábulas en Prosa II

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


El avispero y la colmena

Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.

La bala y el blanco

—Sí, sois perversas y dañinas por instinto, y me detestáis y gozáis en magullarme —dijo a la bala el blanco dolorido, alzando de mala gana la bandera que indicaba el acierto y buena puntería del tirador.

—¿Qué sería de ti —repuso la aplastada bala con voz triste— si tuviéramos la mala intención que nos atribuyes? ¿No sabes que en las batallas pasamos la mayor parte entre los ejércitos sin hacer ningún daño, resistiéndonos a matar? ¿No ves que nos dirigen contra ti y hacemos todo lo posible por no darte? Sin nuestra naturaleza pacífica ¿quedarían muchos hombres? ¿No estarías tú deshecho?

Y silbaban entretanto muchas balas sin dar nunca en el blanco, pero a cada momento caían ramas heridas, saltaban del suelo piedras rotas y se desconchaban las paredes. Cesó por fin el ejercicio de fuego, sin que el blanco alzara la bandera por segunda vez.

—¿Te convences de tu injusticia? —le dijo la bala magullada—. Mira cuánto destrozo en todas partes y qué intacto te dejan los disparos. Siempre se han de quejar los que menos daños sufren. A nadie respetamos tanto las balas como al blanco.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 12 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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