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etiqueta: Cuentos


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Pachín González

José María de Pereda


Cuentos, Colección


Carta-Prólogo

Sr. D. Victoriano Suárez.

Madrid.

Mi querido amigo: Persevera usted en la creencia, ya bien antigua en usted, de que mi trágica novelita PACHÍN GONZÁLEZ debe incluirse en la colección de mis Obras completas, hasta por gratitud, pues es uno de los libros que, al publicarse, más lectores me conquistó en menos tiempo; y por esta razón sola no merece ciertamente el desaire con que se le castiga, obligándole a vivir hoy fuera de la vida común de familia, descuidada y regalona, que hacen todos sus hermanos de padre. A las razones que usted me da para convencerme y convertirme a sus arraigadas creencias, en vano opongo yo otras que conceptúo irrebatibles: por ejemplo, la pequeñez material de la obra, que no dará motivo para un volumen aproximado siquiera al tamaño del más pequeño de la colección de las demás obras, y que aunque lo diera con creces, el éxito venturoso que usted dice haber tenido ese librejo al nacer, bien pudo consistir en lo terrorífico del drama que narra, por desgracia rigorosamente histórico hasta en sus menores detalles, y no a la manera de describirle, con lo cual nada debería yo en buena justicia a esa avidez con que la ha leído el público, ansioso siempre de impresiones hondas y emociones fuertes, como las que produjo aquella horrenda catástrofe en aquel inenarrable día de eterna recordación.


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Dominio público
189 págs. / 5 horas, 30 minutos / 243 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Recopilación de Cuentos Varios

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuentos, Colección


Medalla... de perro chico

¿Que no conocen ustedes a la de Casa—Pinar? ¡Pues si no se ve por ahí otra cosa! Ella es la golondrina que sí hace verano.

En cuanto asoma agosto, se presenta Agripina Pinillos, hija de la marquesa viuda, y pontificia, de Casa—Pinar.

Es una golondrina que no viene de África, a no ser que África empiece en Pajares. Viene de tierra de Campos o cosa así: es hige life… de tierra, y, a todo tirar, de Toro.

Todos los veranos aparece con una protesta que no se le cae de los labios, a saber: que por milagro de Dios no está en San Sebastián o en Ostende o en Corls… , eso, en fin, donde la señora de Cánovas.

Todavía da la mano como se daba el año ochenta y tantos, es decir, como quien da una coz con los remos delanteros. Si no fuese por la moda, ese ídolo que reconocieron los griegos, la de Casa—Pinar sería una perfecta hermosura. No es la Venus Urania, es la Venus… snob.

Sí; representa el snobismo… de cabotaje.

Porque no sale de nuestras costas.

Quiere ser más figurín que estatua.

Entre Fidias y el modisto mejor de París, ella no vacilaría: se pondría en manos del modisto.

Cuando se ve desnuda, se desprecia. Y vuelve a ser el pavo real, satisfecho de sus plumas, cuando se ciñe el ridículo traje de baño y se pone el sombrero que la convierte en un patache a toda vela, o el gorro ignominioso que la hace parecerse a un frasco de esencias. ¿Queréis que os salude la de Casa—Pinar, ya que tenéis el honor de tratarla y ser acreedor de su señora madre, por ejemplo?

Pues en vano aspiráis a tal privilegio… si lleváis chaleco al balneario.


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Dominio público
123 págs. / 3 horas, 35 minutos / 333 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Relatos Varios de los Años 40 y 50

Felisberto Hernández


Cuentos, colección


La pelota

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita —pronto para correr— yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con ésta. Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi como ella la redondeaba; tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo. Después de haberle dado las más furiosas “patadas” me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más.


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Dominio público
62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 2 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

Tardes del Fogón

Javier de Viana


Cuentos, colección


La falta de costumbre

Señor patrón de la estancia:

Don Cayetano Sandoval, que dende hace un puñao de meses s’está secando en el catre, como charque tendido sobre el alambre del cerco del guardapatio, me llamó esta tarde.

El viejo Sandoval ha dejao cuasi tuitos los vicios que tenía,—o pa decirlo más derecho, los vicios lo han dejao a él,—menos dos, que yo carculo lo seguirán hasta que largue el último resuello : pitar y ler los diarios.

Por eso me llamó esta tarde, y dispués de haber echao por las narices una montonera de humo, me dijo sobando un diario que tenía sobre la panza:

—Arrima ese cajón que me sirve de baúl.

—Ya está arrimao,—dije yo.

—Levanta la tapa y vas a encontrar papel y un lápiz grande,—dijo él.

Obedecí.

—Sentate en ese banquito,—dijo él.

Me senté.

—Vas a escribir una carta que te voy a componer yo al patrón, porque yo tengo los dedos acalambraos...

Yo me rái, me rái con tuito el poder de mi jeta de negro... Disculpe patrón: los negros semos güenos y sólo los hombres güenos saben ráirse...

—¿Usté no sabe,—dije yo,—que cuasi no s’escribir, porque si en nuestro páis hay escuelas, no hay como pa dir a ellas? ¿Usté no sabe que los empleaos del gobierno, unos parejeros y otros sotretas, cuasi tuitos hacen sebo y que pa dir a la escuela, pasando los bañaos o los arroyos, hay que ser pato ’e laguna?... Y no digo águila porque las águilas no carecen dir a la escuela...

—No importa,—dijo él; él, es don Cayetano,

—no importa, aunque sea con garabatos vas escribir lo que te viá indilgar.

—¿Mesmo con palotes?

—Aun ansina. Los patrones tienen mucha sensia y comprienden.

—Güeno; ¿y qué viá decir?


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 32 minutos / 43 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Al Amor de la Lumbre

Norberto Torcal


Cuentos, colección


Quien no ha recibido de la naturaleza un espíritu falaz y un corazón perverso, los puede cambiar con la frecuente lectura de libros malos, tanto ó más perjudicial que la conversación y trato con hombres corrompidos.—Baillet.

El secreto de dos almas

I

Al lento andar de la vaca robusta, cuyas rosadas ubres casi tocaban en el suelo Ramuncho volvía, ya puesto el sol, ú su pobre casería siguiendo el estrecho sendero que, entre frondosos manzanos y maizales, serpentea por la montaña.

En el rostro del viejo vascongado leíase el desaliento y la tristeza. Muy de madrugada había bajado á la villa con intención de vender la vaca; pero los pocos compradores que á él se habían acercado, como si comprendieran lo apremiante de su necesidad, habían sido tan parcos en sus ofertas, que Barn ancho vió llegarlas últimas horas de la tarde sin poder realizar sus deseos, teniendo que volverse á casa con el manso animal que ya de nada podía servir á la familia para sacarla de su situación angustiosa.

Porque la usura no tiene entrañas y sus amenazas se cumplen fatalmente; ó Ramuncho pagaba antes de tres días los cien duros que, confiado en la abundancia de la próxima cosecha, había tomado á un interés harto crecido, para pagar la contribución y saldar algunas cuentecillas atrasadas, ó sería inmediatamente echado de su casa y desposeído de la mísera hacienda, la cual, á fuerza de sudores y trabajos, daba para ir viviendo. El dilema no admitía término medio: ó lo uno ó lo otro.


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Dominio público
75 págs. / 2 horas, 11 minutos / 151 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Bajo la Tienda

Daniel Riquelme


Cuentos, Crónicas, Colección


El cabo Rojas

El capitán X —muy conocido en el Ejército por su nombre verdadero— tenía por asistente a un soldado que era una maravilla de roto y de asistente.

—¡Cabo Rojas! —gritaba el capitán.

Y Rojas, que no era cabo sino en promesas y refrán, aparecía como lanzado por resorte de teatro, la diestra en el filo de la visera y en la costura del pantalón el dedo menor de la mano izquierda.

—Se necesita, señor Rojas, una friolera. Vaya usted y busque por ahí unos diez pesos; porque ya estamos a ocho del mes y esta noche... pero nada tiene usted que saber, y largo de aquí a lo dicho.

Y si Rojas no arrancaba en volandas, alcanzábale de seguro un par de puntapiés, bota de caballería, doble suela, número cuarenta, que era lo que calzaba el capitán.

Y el capitán no salía de estas fórmulas y tratos lacedemonios, reconociendo probablemente toda la razón que asistía a don Quijote cuando en apesadumbrado tono decía a su escudero:

—La mucha conversación que tengo contigo, Sancho, ha engendrado este menosprecio.

En cuanto al cabo Rojas, bien podía tardar un año en volver; pero en volviendo era fijo que con el dinero, que entregaba discretamente en disimulados y respetuosos envoltorios.

Cuando había personas delante, Rojas hacía paquetes de boticario.

Otras veces no esperaba órdenes de su jefe para lo que era menester.

En tales casos colocaba en sitio seguro y a la mano del capitán sus entierros, que diez pesos, que unos cinco, según andaban los tiempos y la cara de aquél.

En las noches en que el capitán no salía y se acostaba temprano para yantar sueños y desechar penas, no se requerían más discursos.

Rojas volaba puerta afuera a donde Dios sabía.

Aquello indicaba por lo claro que no había ni medio, y, en consecuencia, que el despertar sería con viento y marea para veinticuatro horas menos.


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Dominio público
163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 182 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2019 por Edu Robsy.

Cardos

Javier de Viana


Cuentos, colección


La estancia de don Tiburcio

El auto avanzaba velozmente por la hermosa carretera bordeada de altos y ramosos eucaliptus, que en partes formaban finas cejas del camino y en partes se espesaban en tupidos bosques.

De trecho en trecho abríanse como puertas en la arboleda, permitiendo observar hacia la izquierda, los grandes rectángulos verdes cubiertos de alfalfa, de cebada y de hortalizas; los hornos ladrilleros, los plantíos de frutales, las alegres casitas blancas, de techo de hierro y amparadas por acacias y paraísos. En otros sitios los arados mecánicos roturaban, desmenuzándola, la tierra negra y gorda. Todo, hasta los prolijos cercos de alambre tejido que limitan los pequeños predios, pregona el avance del trabajo civilizado.

A la derecha vense bosquecillos de jóvenes pinares, regeneradores del suelo, encargados de detener el avance de las estériles arenas del mar... Más hacia el sur, los médanos, ya casi vencidos, adustos, muestran sus lomos bayos sobre los cuales reverbera el intenso sol otoñal; y más allá todavía, brilla, como un espejo etrusco, la inmensa lámina azul de acero del río-mar...

El auto vuela, entre nubes de polvo, por la nueva carretera, y aquí se ve un chalet moderno, rodeado de jardines, y luego un tambo modelo, y después una huerta y más lejos una fábrica, cuya negra humaza desaparece en la diafanidad de la atmósfera apenas salida de la garganta de las chimeneas; y en seguida otras tierras labrantías y más eucaliptos y más pinos, y de lejos en lejos, como único testimonio del pasado semibárbaro, uno que otro añoso ombú, milagrosamente respetado por un resto de piedad nativa.

El amigo que nos conduce a su auto,—un santanderino acriollado,—me dice,—descuidando el volante para dibujar en el aire un gran gesto entusiasta:

—¡Esto es progreso! ¡Esto es grandeza!... ¡Esto es hermosura!


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Dominio público
91 págs. / 2 horas, 40 minutos / 71 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cuentos Color de Humo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuentos, colección


Rip-Rip

Este cuento yo no lo vi, pero creo que lo soñé.

¡Qué cosas ven los ojos cuando están cerrados! Parece imposible que tengamos tanta gente y tantas cosas dentro... porque cuando los párpados caen, la mirada, como una señora que cierra su balcón, entra á ver lo que hay en su casa. Pues bien: esta casa mía, esta casa de la señora mirada que yo tengo, ó que me tiene, es un palacio, es una quinta, es una ciudad, es un mundo, es el universo...; pero un universo en el que siempre están presentes el presente, el pasado y el future. A juzgar por lo que miro cuando duermo, pienso para mí, y hasta para ustedes, mis lectores: ¡Jesús, qué de cosas han de ver los ciegos! Esos que siempre están dormidos, ¿qué verán? El amor es ciego, según cuentan. Y el amor es el único que ve á Dios.

¿De quién es la leyenda de Rip-Rip? Entiendo que la recogió Washington Irving para darle forma literaria en alguno de sus libros. Sé que hay una ópera cómica con el propio título y con el mismo argumento. Pero no he leído el cuento del novelador é historiador norteamericano, ni he oído la ópera... pero he visto á Rip-Rip.

Si no fuera pecaminosa la suposición, diría yo que Rip-Rip ha de haber sido hijo del monje Alfeo. Este monje era alemán, cachazudo, flemático, y hasta presumo que algo sordo; pasó cien años sin sentirlos, oyendo el canto de un pájaro. Rip-Rip fué menos yanqui, menos aficionado á músicas y más bebedor de whiskey, durmió durante muchos años.

Rip-Rip, el que yo vi, se durmió, no sé por qué, en alguna caverna en la que entró... quién sabe para qué.


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 221 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Cuentos de Muerte y de Sangre

Ricardo Güiraldes


Cuentos, Colección


Facundo

Traspuestas las penurias del viaje, cayó al campamento una noche de invierno agudo.

Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin temores e insolente, ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella época, encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del más fuerte.

Apersonado al jefe, mostró la carta de presentación. Cambiaron cordiales recuerdos de amistad familiar y Quiroga recibió a su nuevo ayudante con hospitalidad de verdadero gaucho.

Concluida la cena, al ir y venir del asistente cebador, el mocito recordó cosas de su vivir ciudadano. Atropellos y bufonadas sangrientas, que aplaudía con meneos de cabeza el patilludo Tigre.

Contó también cómo se llenaba de plata merced a su habilidad para trampear en el monte.

El Tigre pareció de pronto hostil:

—¡Jugará con sonsos!

Insolente, el mocito respondía:

—No siempre, general..., y pa probarle, le jugaría una partidita a trampa limpia.

Quiroga accedió.

Los naipes obedecían dóciles, y el Tigre perdía sin pillar falta. En su gloria, el joven, besaba de vez en cuando el gollete de un porrón medianero, y no olvidaba chiste, entre los lucidos fraseos de barajar.

Inesperadamente, Quiroga se puso en pie.

—Bueno amigo, me ha ganao todo.

Recién el mozo miró hacia el montón, escamoso, de pesos fuertes, que plateaba delante suyo.

El general se retiraba.

Entonces, un horrible terror desvencijó la audacia del ganador. Las leyendas brutales ensoberbecieron la estampa, hirsuta, del melenudo.

—¡General, le doy desquite!

—Vaya, amigo, vaya, que podría perder lo ganado y algo encima...

—No le hace, general; es justo que también usted talle.

—¿Se empeña?

—¿Cómo ha de ser?

Las mandíbulas le castañeteaban de miedo.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 315 visitas.

Publicado el 28 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Cuentos de Poeta

Rufino Blanco Fombona


Cuentos, Colección


Carta a Fabio Fiallo

Maracaibo: abril de 1900.

Señor Fabio Fiallo.

Santo Domingo.

Mi querido poeta.

Un día ráfagas de adversidad me llevaron á esa noble patria tuya. Bajaba del Norte, quizás un poco enamorado. Triste, de la tristeza generosa de los amantes y de los proscritos; llena todavía mi alma con la suave música de suaves palabras de amor; en los oídos el eco lastimoso de la patria, atormentada, puesta en cruz; enfermo del alma y del cuerpo, llegué en busca del piadoso peñón antillano, donde poder enterrar íntimas pesadumbres, la vista en el horizonte, hacia la patria imposible y amada.

Entonces fue cuando me abriste, oh poeta, las puertas de tu hogar y de tu corazón.

Y después, á la hora en que un falso patriotismo, vidrioso é impertinente, lapidaba mi nombre; á la hora en que tantos apedreaban con censuras y protestas al gobierno liberal, por el hecho de haberme honrado más allá de todos mis anhelos, galardonando quizás mi amor á Santo Domingo, fue tu pluma viril, tu pluma de diarista y de poeta, la que yo vi indignarse y coronar de rosas mi nombre.

Mi corazón es tuyo, poeta.

Acóje esos pobrecitos Cuentos que se me han salido toscamente de la pluma. Yo los viví casi todos; ó los he cojido al vuelo, mirando sufrir á los demás hombres.

Historia de un dolor, es una historia de veras. Aquel hombre que agoniza es mi padre. Yo vivía en Holanda en 1896 y al rescoldo de mis recuerdos de hogar, escribí, y entonces publiqué, si bien algo variada, esa página íntima.

Juanito, ya tú lo conoces, me valió un laurel. ¡Pobre Juanito! Carta de amor no es literatura. Cuanto á Molinos de maíz, baste decirte que mi padre fue propietario de tahona, en una poblacioncita de Venezuela, y te juro no ser mi pobre padre, el Redil de mi cuento.


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Dominio público
66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 297 visitas.

Publicado el 1 de diciembre de 2019 por Edu Robsy.

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