1. La separación
Tras los pasos de fuego
Salió corriendo como si le quemaran los
talones, sus pisadas rápidas dejaban cercos de fuego en el asfalto.
Huía. Rauda, veloz y sin mirar atrás para evitar convertirse en estatua
de sal. Lo peor era que me abandonaba, desertaba de mí. Seguí sus pasos
con la mirada, con mis piernas pegadas al suelo, inmovilizado por el
desconocimiento y por esa estupidez innata que me había dado la mano
toda mi vida. Escapaba de mí y yo me quedé ahí, sin pensar, sin
reaccionar.
Las horas pasaron lentas, podía ver cada grano
de arena caer. Los minutos se dilataban en el tiempo en una especie de
eternidad vacía en la que ni pensaba ni sentía, solo existía, o quizá
suponía que existía.
En casa, mientras pasaban las horas, veía
todas sus cosas en los mismos sitios de siempre con su simple
cotidianidad. Su carrera se asemejaba a una variedad de espejismo, no
había sido cierta. La realidad no podían ser esos talones de fuego
quemando asfalto para que nuestra distancia fuera aún mayor.
Los granos de arena del reloj siguieron
cayendo, la luz se fue apagando y el día concluyó. No pasó mucho, quizá
unas horas, y sonó el teléfono, no era ella. No reconocí aquella voz,
por lo menos en los primeros minutos. Sentía que me hablaban, pero un
zumbido en los oídos me hizo distanciarme de aquel sonido que seguía sin
sonarme. Asentí para que imperara el silencio, y colgué.
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