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Menón

Platón


Diálogo, Filosofía


MENÓN, SÓCRATES, SERVIDOR DE MENÓN, ÁNITO

MENÓN. — Me puedes decir, Sócrates: ¿es enseñable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se alcanza con la práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede aprenderse, sino que se da en los hombres naturalmente o de algún otro modo?

SÓCRATES. — ¡Ah… Menón! Antes eran los tesalios famosos entre los griegos tanto por su destreza en la equitación como por su riqueza; pero ahora, por lo que me parece, lo son también por su saber, especialmente los conciudadanos de tu amigo Aristipo, los de Larisa. Pero esto se lo debéis a Gorgias: porque al llegar a vuestra ciudad conquistó, por su saber, la admiración de los principales de los Alévadas —entre los que está tu enamorado Aristipo— y la de los demás tesalios. Y, en particular, os ha inculcado este hábito de responder, si alguien os pregunta algo, con la confianza y magnificencia propias de quien sabe, precisamente como él mismo lo hace, ofreciéndose a que cualquier griego que quiera lo interrogue sobre cualquier cosa, sin que haya nadie a quien no dé respuesta. En cambio, aquí, querido Menón, ha sucedido lo contrario. Se ha producido como una sequedad del saber y se corre el riesgo de que haya emigrado de estos lugares hacia los vuestros. Sólo sé, en fin, que si quieres hacer una pregunta semejante a alguno de los de aquí, no habrá nadie que no se ría y te conteste: «Forastero, por lo visto me consideras un ser dichoso —que conoce, en efecto, que la virtud es enseñable o que se da de alguna otra manera—; en cambio, yo tan lejos estoy de conocer si es enseñable o no, que ni siquiera conozco qué es en sí la virtud».


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 333 visitas.

Publicado el 13 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Tragedia de Ensueño

Ramón María del Valle-Inclán


Teatro, Diálogo


Han dejado abierta la casa y parece abandonada… El niño duerme fuera, en la paz de la tarde que agoniza, bajo el emparrado de la vid. Sentada en el umbral, una vieja mueve la cuna con el pie, mientras sus dedos arrugados hacen girar el huso de la rueca. Hila la vieja, copo tras copo, el lino moreno de su campo. Tiene cien años, el cabello plateado, los ojos faltos de vista, la barbeta temblorosa.

LA ABUELA.—¡Cuantos trabajos nos aguardan en este mundo! Siete hijos tuve, y mis manos tuvieron que coser siete mortajas… Los hijos me fueron dados para que conociese las penas de criarlos, y luego, uno a uno, me los quitó la muerte cuando podían ser ayuda de mis años. Estos tristes ojos aún no se cansan de llorarlos. ¡Eran siete reyes, mozos y gentiles!… Sus viudas volvieron a casarse, y por delante de mi puerta vi pasar el cortejo de sus segundas bodas, y por delante de mi puerta vi pasar después los alegres bautizos… ¡Ah! Solamente el corro de mis nietos se deshojó como una rosa de Mayo… ¡Y eran tantos, que mis dedos se cansaban hilando día y noche sus pañales!… A todos los llevaron por ese camino donde cantan los sapos y el ruiseñor. ¡Cuánto han llorado mis ojos! Quedé ciega viendo pasar sus blancas cajas de ángeles. ¡Cuánto han llorado mis ojos y cuánto tienen todavía que llorar! Hace tres noches que aúllan los perros a mi puerta. Yo esperaba que la muerte me dejase este nieto pequeño, y también llega por él… ¡Era, entre todos, el que más quería!… Cuando enterraron a su padre aún no era nacido. Cuando enterraron a su madre aún no era bautizado… ¡Por eso era, entre todos, el que más quería!… íbale criando con cientos de trabajos. Tuve una oveja blanca que le servía de nodriza, pero la comieron los lobos en el monte… ¡Y el nieto mío se marchita como una flor! ¡Y el nieto mío se muere lenta, lentamente, como las pobres estrellas, que no pueden contemplar el amanecer!


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 121 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Asclepigenia

Juan Valera


Teatro, Diálogo


La escena es en Constantinopla. Siglo V de la Era Cristiana.

Habitación de Proclo. Es de noche. Una lámpara de siete mecheros, puesta sobre un trípode o candelabro de bronce, ilumina la estancia. Puertas al fondo y a los lados.

ESCENA I

proclo, de edad de cincuenta años, seco, escuálido, consumido por vigilias, ayunos, estudios y mortificaciones, aparece sentado en un sitial. Su discípulo, MARINO, está de pié, junto a él.

Marino.—¡Maestro! ¿Estás decidido a recibir esta noche?

Proclo.—Lo estoy. En cualquiera otra ciudad podría yo excusarme: en Byzancio no, que es mi patria. ¿Cómo privar a mis paisanos del auxilio y consuelo de la sabiduría?

Marino.—Difícil es; pero debieras reposar y cuidarte. Estás que parece el espíritu de la golosina, de puro desmedrado. Te vas a matar con tantos afanes.

Proclo.—Lléveme el cuerpo donde quiero ir, y luego que muera.

Marino.—Me afliges al decir eso. ¿Qué haré yo sin ti en este mundo? Pero dime, y perdona mi atrevida curiosidad; los que vienen a consultarte hablan siempre a solas contigo: no extrañes que note una contradicción...

Proclo.—Di cuál es, y te demostraré que es aparente.

Marino.—¿No afirmas tú que se requieren largos preparativos antes de comunicar la sabiduría? ¿Qué revelas entonces a los que te consultan?

Proclo.—No toda la verdad, cuyo resplandor los cegaría, sino algo de la verdad, velado en símbolos. Así el sol se vela entre nubes, a fin de que ojos mortales puedan fijarse en su disco glorioso.

Marino.—Veo que esta noche estás expansivo. ¿Me permites que te haga vanas preguntas?

Proclo.—Haz las que se te antojen. Si me es lícito, contestaré.


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Dominio público
20 págs. / 36 minutos / 70 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Diálogo de la Lengua

Juan de Valdés


Diálogo


Personajes

MARCIO.
VALDÉS.
CORIOLANO.
PACHECO.

MARCIO.— Pues los mozos son idos a comer y nos han dejado solos, antes que venga alguno que nos estorbe, tornemos a hablar en lo que comencé a deciros esta mañana.

VALDÉS.— No me acuerdo de qué cosa queréis decir.

MARCIO.— ¿Cómo no? ¿No os acordáis que os dije cómo de aquello, en que habíamos platicado, me era venida a la memoria una honesta curiosidad, en la cual hace muchos días deseo platicar con vos?

VALDÉS.— Ya me acuerdo; no tenía cosa más olvidada.

MARCIO.— Pues nosotros, por obedeceros y serviros, habemos hablado esta mañana en lo que vos habéis querido y, muy cumplidamente, os habemos respondido a todo lo que nos habéis preguntado, cosa justa es que, siendo vos tan cortés y bien criado con todo el mundo, como todos dicen que sois, lo seáis también con nosotros, holgando que hablemos esta tarde en lo que más nos contentará, respondiéndonos y satisfaciéndonos a las preguntas que os proponemos, como nosotros habemos hecho a las que vos nos habéis propuesto.

VALDÉS.— Si no adornarais esta vuestra demanda con tanta retórica, liberalmente me ofreciera a obedeceros; ahora, viéndoos venir ataviado en vuestra demanda con tantas razones, sospechando me queréis meter en cualque cosa enojosa, no sé qué responderos si primero no me decís claramente qué es lo que queréis de mí.

MARCIO.— Lo primero que de vos queremos es que, sin querer saber más, nos prometáis ser obediente a lo que os demandaremos.

VALDÉS.— Confiando en vuestra discreción que no querréis de mí cosa que no sea razonable y honesta, os prometo ser obediente.

MARCIO.— No me contento con eso, y quiero que a todos tres nos deis vuestra fe que lo haréis así.


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123 págs. / 3 horas, 36 minutos / 246 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Diálogo de los Oradores

Tácito


Diálogo, Tratado, Oratoria


I

Mucho tiempo ha que deseas saber de mí, Justo Fabio, por qué causa, habiendo florecido en los pasados tiempos en ingenio y fama tantos excelentes oradores, ahora el nuestro, falto de ellos y sin aplauso, apenas conserva el uso del nombre mismo de orador, pues así llamamos únicamente a los antiguos; pero a los elocuentes de estos días, causídicos, abogados, patronos y cualquiera otra cosa menos oradores. A esta tu pregunta no me atreviera yo en verdad a responder y tomar sobre mis hombros el peso de tan grande cuestión en tales términos, que haya de juzgarse mal de nuestros ingenios si a esto no llegan mis alcances, o de mi modo de pensar, si no quiero decir mi parecer, en el caso de que hubiera yo de preferir el mío y no de reproducir cierta conversación de hombres muy discretos, según las circunstancias de ahora, que yo, siendo muy joven, les oí, y en la que estaban tratando esta misma cuestión. Así que el trabajo no está en el ingenio, sino en la memoria, con que poder acordarme de todas aquellas cosas que de boca de estos claros varones escuché, discurridas con sutileza y dichas con gravedad; y declarar con la misma elegancia, con las mismas razones y el mismo orden, las diversas causas que cada uno exponía bastante razonables, manifestando su interior modo de pensar y discurrir; pues no faltó quien, tomando el partido contrario, después de haber censurado y despreciado mucho a los antiguos, antepusiera la elocuencia de nuestro tiempos a la de aquellos.


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Dominio público
42 págs. / 1 hora, 14 minutos / 351 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu

Maurice Joly


Diálogo, Política


Una simple advertencia


Percibiríamos muy pronto una espantosa
calma, durante la cual todo se aliaría en contra
de la potencia que vulnera las leyes.
Cuando Sila que quiso devolver a Roma su
libertad, ésta no pudo ya recibirla.

Montesquieu, El Espíritu de las Leyes
 

Tiene este libro rasgos que pueden adjudicarse a cualquier gobierno; no obstante, su intención es más precisa: personifica en particular un sistema político cuyos procederes han sido invariables desde el día nefasto ¡hay¡, excesivamente lejano, de su entronización.

No es este un libelo ni una sátira; el sentir de los pueblos modernos es demasiado civilizado como para soportar crudas verdades sobre política contemporánea. La duración sobrenatural de algunos acontecimientos históricos está, por demás, destinada a corromper a la honestidad misma; pero la conciencia pública sobrevive aún, y llegará el día en que el cielo se decidirá a intervenir en la contienda que hoy se alza contra él.

Se aprecian mejor algunos hechos y principios cuando se los contempla fuera del marco habitual en que se desarrollan ante nuestros ojos. Algunas veces, un simple cambio del punto de vista óptico aterra la mirada.

Aquí, todo lo presentamos en forma de ficción; sería superfluo revelar anticipadamente la clave. Si el libro tiene una finalidad, si encierra una enseñanza, es preciso que el lector la comprenda, no que le sea explicada. Por otra parte, no estará exenta su lectura de frecuentes y vivas diversiones; no obstante, es preciso proceder con lentitud, como conviene que se lean los escritos que no son frivolidades.


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Protegido por copyright
178 págs. / 5 horas, 11 minutos / 149 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Gopa

Juan Valera


Teatro, Diálogo


CUADRO I

La escena es en la ciudad de Capilavastu: 593 años antes de Cristo.

Interior del magnífico palacio del Príncipe Sidarta. Es de noche. Cámara del tálamo, iluminada por una lámpara de oro.

GOPA.—PRATYAPATI.

Pratyapati.—Los más vigilantes siervos del rey Sudonán rondan en torno de este palacio. Las puertas de la ciudad están defendidas. No se irá. Es menester que no se vaya. Sin él ¿qué será de nosotras? Con igual vehemencia le amamos, aunque de manera distinta. Yo le amo como si fuera mi hijo. Cuando, a poco de darle vida, murió BU madre Maya Devi, por encargo suyo quedó Sidarta a mi cuidado. No quisieron los dioses que ella viviese, para que no padeciera lo que nosotras padecemos hoy.

Gopa.—Inmenso dolor nos agobia. ¿Por qué anubla su hermosa frente irremediable tristeza? ¿Por qué desea abandonarnos? ¿Qué falta, qué mengua encuentra en mí? Yo le hubiera preferido a los dioses, como Damayanti prefirió a Nal. Mi ventura se cifra en obedecerle con humildad y en ser toda suya. ¡Ingrato! Su corazón insaciable no logra aquietarse en mi amor. Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño.


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20 págs. / 35 minutos / 50 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Oración del Huerto

Rafael Barrett


Cuento, Diálogo


EL POETA.—¡Amanece!

EL ALMA.—No. Aún es de noche.

EL POETA.—¡Amanece! Un suspiro de luz tiembla en el horizonte. Palidecen las estrellas resignadas. Las alas de los pájaros dormidos se estremecen, y las castas flores entreabren su corazón perfumado, preparándose para su existencia de un día. La tierra sale poco a poco de las sombras del sueño. La frente de las montañas se ilumina vagamente, y he creído oír el canto de un labrador entre los árboles, camino del surco. ¡Levántate y trabaja, alma mía! ¡Amanece!

EL ALMA.—En mí todavía es de noche. Noche sin estrellas, ciega y muda como la misma muerte.

EL POETA.—Despierta para mirar al sol cara a cara, para gritar tu dolor o tu alegría. Despierta para mover la inmensa red humana, y para fatigarte noblemente alimentando la vida universal. Dame tus recuerdos difuntos, tus esperanzas deshojadas. Dame tus lágrimas y tu sangre para embriagar al mundo.

EL ALMA.—La fuente se ha secado. Con barro amordazaron mi boca. Me rindo a las bestias innumerables que me pisotean. No queda en mí amargura, sino náuseas. No deseo más que descansar en la eterna frescura de la nada.

EL POETA.—Otros sucumben bajo el látigo del negrero. Otros se envenenan con estaño y con plomo, enterrados vivos. Hay inocentes que se arrancan los dientes y las uñas contra los hierros de su cárcel. Las calles están llenas de condenados al hambre y al crimen. Tu desgracia no es la única.

EL ALMA.—He saboreado toda la infamia de la especie.

EL POETA.—Algunos no son infames.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 104 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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