El Marqués de Bradomín
Ramón María del Valle-Inclán
Diálogo, Teatro
Dedicatoria
Estos diálogos tuvieron hace tiempo vida en el teatro. Es un recuerdo que me sonríe al releer estas páginas: Con ellas envío á Matilde Moreno y á Francisco García Ortega mi saludo de reconocimiento, de admiración y de amistad.
Jornada primera
Un jardín y en el fondo un palacio: El jardín y el palacio tienen esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Sentado en la escalinata, donde verdea el musgo, un zagal de pocos años amaestra con los sones de su flauta, una nidada de mirlos prisionera en rústica jaula de cañas. Aquel niño de fabla casi visigótica y ojos de cabra triscadora, con su sayo de estameña y sus guedejas trasquiladas sobre la frente por tonsura casi monacal, parece el hijo de un antiguo siervo de la gleba. La dama pálida y triste, que vive retirada en el palacio, le llama con lánguido capricho Florisel. Por la húmeda avenida de cipreses aparece una vieja de aldea: Tiene los cabellos blancos, los ojos conqueridores y la color bermeja. El manteo, de paño sedán, que sólo luce en las fiestas, lo trae doblado con primor y puesto como una birreta sobre la cofia blanca: Se llama Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES:
¿Estás adeprendiéndole la lección á los mirlos?
FLORISEL:
Ya la tienen adeprendida.
LA MADRE CRUCES:
¿Cuántos son?
FLORISEL:
Agora son tres. La señora mi ama echó á volar el que mejor cantaba. Gusto que tiene de verlos libres por los aires.
LA MADRE CRUCES:
¡Para eso es la señora! ¿Y cómo está de sus males?
FLORISEL:
¡Siempre suspirando! ¡Agora la he visto pasar por aquella vereda cogiendo rosas!
Dominio público
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Publicado el 29 de octubre de 2018 por Edu Robsy.