Al lector
Más bien te preveo hostil que te espero benévolo, lector, a
quien por tanto no me atrevo a llamar amigo.
Te presento este librito, y si te propones leerle, me debes
agradecer que sea tan breve, porque el asunto es largo, y te
aseguro que me ha costado trabajo no decir más sobre él.
He procurado agrupar los argumentos y concentrar las razones
para que tengan más fuerza, porque ya se me alcanza que no será
poca la resistencia que necesitan vencer.
Los que se dirigen a ti, suelen tener la idea de atraerte a su
creencia, a su opinión; mis pretensiones son más modestas: no
intento persuadirte ni convencerte; toda mi ambición se limita a
que al concluir estas páginas, dudes y digas, primero para ti y
después para los otros: «¿Si tendrá razón esta mujer en algo de lo
que dice?»
Capítulo 1. Contradicciones
El
error, tarde o temprano, acaba por limitarse a sí mismo, y la
primera forma de su impotencia, es la contradicción: si quisiera
ser lógico, se haría imposible. La humanidad, que puede ser
bastante ciega para dejarle sentar sus premisas, no es nunca
bastante perversa o insensata para permitirle que saque todas sus
consecuencias: le opone su razón, sus afectos o sus instintos, y él
transige; podemos estar seguros de que donde hay contradicción, hay
error o impotencia.
Aplicando esta regla al papel que la mujer
representa en la sociedad, por la falta de lógica del hombre,
vendremos a convencernos de su falta de razón, primero, y de
justicia, después.
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