Prólogo
Los europeos que llegan a América se sorprenden de la brillantez
del follaje otoñal. En la poesía inglesa no dan cuenta de semejante
fenómeno, porque allí los árboles adquieren sólo unos pocos colores
radiantes. Lo máximo que Thomson dice sobre este tema en su poema
«Otoño» está en estos versos:
Mirad cómo se apagan los coloridos bosques,
la sombra que se cierne sobre la sombra, el campo alrededor
que se oscurece; un follaje apretado, umbrío y pardo,
con todos los matices, desde el pálido verde
hasta el negro tiznado.
y en el verso que habla de:
El otoño que brilla sobre los bosques amarillos.
El cambio otoñal que se produce en nuestros bosques aún no ha
causado una impresión profunda en nuestra propia literatura. Octubre
apenas ha matizado nuestra poesía.
Muchos de aquellos que se han pasado la vida en las ciudades, sin
ocasión de ir al campo en esta estación, jamás han visto la flor o,
mejor dicho, el fruto maduro del año. Recuerdo haber cabalgado con uno
de esos ciudadanos, a los que, a pesar de que llegaba un par de semanas
demasiado tarde para los colores más esplendorosos, el fenómeno lo cogió
por sorpresa; nunca había oído hablar de algo así. No sólo muchos
habitantes de las ciudades jamás lo han presenciado, sino que la gran
mayoría apenas lo recuerda de un año para otro.
La mayoría confunde las hojas cambiantes con las marchitas, como si
uno confundiera las manzanas maduras con las podridas. Creo que cuando
una hoja vira de un color a otro más subido, da prueba de que ha llegado
a una perfecta y última madurez. Por lo general, son las hojas más
bajas, y las más viejas, las que primero se transforman. Pero así como
el insecto de colores brillantes vive poco, así las hojas maduras no
pueden menos que caer.
Información texto 'Colores de Otoño'