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La Isla de los Monipodios

Eduardo Robsy


Cuento, fábula


Para A., por prestarme unos zapatos que he tardado diez años en calzarme.


Hace mucho, mucho tiempo, aunque tampoco tanto, en una pequeña isla de nombre desconocido en medio de un inmenso mar, vivía un pueblo honesto, sencillo y trabajador. Estar en el margen de la geografía les había dejado, también, al margen de la historia, más allá de algunos acontecimientos remotos que habían salpicado, siglos atrás, sus costas. De espaldas al mundo y a sus problemas, la isla era cuna de unas gentes humildes que cultivaban la tierra, criaban ganado, pescaban y se dedicaban a oficios tradicionales, como hicieron sus padres y, antes que ellos, sus abuelos, desde el principio mismo de los tiempos.

Las hojas de los calendarios se sucedían, al igual que las hojas de los árboles en el otoño, como lo hacían también las generaciones, sin grandes cambios, sin más algarabías que las de sus fiestas tradicionales, sin otras preocupaciones que las que traía el tiempo, las cosechas o la mala mar, que a veces les dejaba totalmente aislados del continente, sin más efecto que retrasar la escasa correspondencia con el exterior. Los isleños, a su manera, con sus costumbres, eran felices. O eran, al menos, tan felices como lo podía ser cualquier otra persona que viviera una vida así de sencilla y tranquila. Sin grandes ambiciones, tampoco hay espacio para grandes envidias.

Sin embargo, en un día inopinado de verano, una pareja de hermosos monipodios llegó volando hasta una de sus extensas playas. Son los monipodios unas aves de bello plumaje propias de climas más septentrionales. Sin ser migratorias per se, su compleja etología incluye largas incursiones a cientos e incluso miles de kilómetros de sus regiones de origen, sin otro motivo aparente que ver nuevas tierras o pasar algún tiempo lejos de las suyas, disfrutando de un clima más cálido.


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Creative Commons
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Publicado el 10 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Fábula

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


En una hermosa mañana de primavera, Himeneo jugaba con el Amor y le perseguía. Era aún muy joven, y pronto le alcanzó y le asió de un brazo.

—¡Ah!, ya eres mío —le dijo— y no te me escaparás.

—¡Cuidado! —replicó el alado rapazuelo—, guárdame bien, como a las niñas de tus ojos, porque si el Amor se escapa, el pobre Himeneo no podrá batir más que un ala.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Rey Popular

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


¡Qué alegría y qué fiestas hicieron los animales cuando destronaron al león!

Hubo conciertos de grillos, procesiones de hormigas, regatas de salmonetes y carreras de liebres: colgaron sus telas mejores las arañas; los escarabajos se untaron el cuerpo de charol; los monos dieron funciones de gimnasia y los topos se pusieron gafas para verlo. ¡Qué colas tan vistosas arrastraron las culebras en los bailes, qué plumas de colores lucieron los guacamayos, y qué uniformes de plata y oro los faisanes!

Hicieron de gigantones los elefantes y jirafas, y de enanos los pájaros bobos y sapos. Pronunciaron discursos loros y cotorras, y no hubo animal que no hiciese ostentación de sus habilidades, ni dejase de exhibir sus plumas, sus escamas y sus pieles más vistosas.

Trataron, en vista de la fiereza del león, destronado con razón por sanguinario, de elegir un animal que no pudiese devorar a sus súbditos: un animal inofensivo y popular. Procediose a la votación, y la pulga, que se metía por todas partes, fue elegida por humilde.

Y mientras atronaban el aire las aclamaciones de gruñidos, relinchos, rebuznos y chillidos de toda clase, murmuraba un perro viejo entre los suyos:

—No creo que hayamos mejorado de amo, ni que la pulga sea menos sanguinaria que el león: antes me parece que, siendo los leones pocos y las pulgas infinitas, más sangre sacan éstas que no aquéllos; sino que aquéllos derraman la de algunos de un zarpazo, y éstas nos la sorben a todos gota a gota.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Juguetes Prehistóricos

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Cuando el Señor creó la Tierra de la nada y sacó de la tierra todos los vivientes, el planeta estaba inmóvil en el espacio, y en aquel mundo tranquilo los hombres y los animales morían de vejez.

Satanás estaba furioso con aquel sosiego, y convocó a sus espíritus para que aquello terminara.

—¡Satanás! —le dijo el ángel Gabriel—; todo lo que intentes para destruir la Tierra se convertirá en un juego de muchachos.

El Ángel Caído, en su soberbia, no hizo caso del consejo y dijo a los diablos:

—Es preciso que destruyamos ese planeta; proponed medios.

—Sabed lo que dolería más en los cielos, que destruyeran la Tierra sus propias criaturas —dijo un demonio colorado.

—Es verdad; pero ¿quién de ellas será capaz de matar a su madre?

—¿No has reparado en una que se arrastra por los suelos?

—Es verdad: propongamos el asesinato a la culebra.

—¿Qué le ofreceremos?

—Aquello de que carezca.

Satanás voló a la Tierra, dio un silbido, y todas las culebras del mundo salieron de sus antros arrastrándose y eschucharon al demonio.

—¿Queréis tener piernas como los hombres o como los cuadrúpedos?

—¡Sí, sí! —silbaron a un tiempo todos los reptiles—. Queremos andar y no arrastrarnos.

—Pues cójase cada cual a la cola de una amiga, y rodead la Tierra y oprimidla hasta que cruja y se deshaga.

Trescientos millones de culebras, formando una cadena, rodearon a la Tierra dándole siete vueltas y apretándola a la vez con todos sus anillos. La Tierra, que estaba tierna todavía, se retorció de dolor y empezó a llenarse de grietas por las cuales se despeñaron las aguas, y a formar jorobas en las que se refugiaron los vivientes.

Gabriel apareció y dijo a los reptiles:

—No os soltéis y apretad firme.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Fábulas Literarias

Tomás de Iriarte


Fábula


I. El Elefante y otros animales

(Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común.)

Allá, en tiempo de entonces,
Y en tierras muy remotas,
Cuando hablaban los brutos
Su cierta jerigonza,
Notó el sabio Elefante
Que entre ellos era moda
Incurrir en abusos
Dignos de gran reforma.
Afeárselos quiere,
Y a este fin los convoca.
Hace una reverencia
A todos con la trompa,
Y empieza a persuadirlos
En una arenga docta,
Que para aquel intento
Estudió de memoria.
Abominando estuvo
Por más de un cuarto de hora
Mil ridículas faltas,
Mil costumbres viciosas:
La nociva pereza,
La afectada bambolla,
La arrogante ignorancia,
La envidia maliciosa.

Gustosos en extremo,
Y abriendo tanta boca,
Sus consejos oían
Muchos de aquella tropa:
El Cordero inocente,
La siempre fiel Paloma,
El leal Perdiguero,
La Abeja artificiosa,
El Caballo obediente,
La Hormiga afanadora,
El hábil Jilguerillo,
La simple Mariposa.

Pero del auditorio
Otra porción no corta,
Ofendida, no pudo
Sufrir tanta parola.
El Tigre, el rapaz Lobo
Contra el censor se enojan.
¡Qué de injurias vomita
La Sierpe venenosa!
Murmuran por lo bajo,
Zumbando en voces roncas,
El Zángano, la Avispa,
El Tábano y la Mosca.
Sálense del concurso,
Por no escuchar sus glorias,
El Cigarrón dañino,
La Oruga y la Langosta.
La Garduña se encoge,
Disimula la Zorra,
Y el insolente Mono
Hace de todo mofa.

Estaba el Elefante
Viéndolo con pachorra,
Y su razonamiento
Concluyó en esta forma:
"A todos y a ninguno
Mis advertencias tocan:
Quien las siente, se culpa;
El que no, que las oiga."


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Publicado el 15 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Grillera

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¡Orden! ¡Orden! —decía un grillo muy formal—. Cantemos óperas a compás. Coloquémonos en fila sin molestarnos unos a otros. Esto podría ser un concierto y es un caos. ¡Orden! ¡Orden!

Pero los grillos no le hacían caso y chillaban cada cual a su gusto y en su tono, dentro de la grillera, subiéndose unos en otros, para caer después debajo, y formando un grupo informe de patas, cuerpos, antenas y coseletes, en perpetua agitación.

—¿No le parece a usted —dije a un amigo— que esto es la imagen de nuestro país?

—Tiene usted razón —respondió aquél.

—¿Cuándo podrá ordenarse?

—¡Desdichado! ¿Qué pretende usted? Esto está como debe estar. ¿Quiere ser usted el grillo formal que pretendía ordenar una grillera?


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1 pág. / 1 minuto / 7 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Una Pequeña Fábula

Franz Kafka


Cuento, Fábula


"Ay", dijo el ratón, "el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer".

"Solamente tienes que cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.


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1 pág. / 1 minuto / 667 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Historias Naturales

Jules Renard


Cuento, fábula


El cazador de imágenes

Salta de su cama de buena mañana y sólo parte si su mente está clara, su corazón puro y su cuerpo ligero cual prenda estival. No lleva consigo provisión alguna. Beberá aire fresco por el camino y aspirará los olores saludables. Los ojos le sirven de red en la que caen presas las imágenes.

La primera que cautiva es la del camino que muestra sus huesos, guijarros pulidos, y sus rodadas, venas hendidas, entre dos setos ricos en moras y endrinas.

Apresa seguidamente la imagen del río. Blanquea en los recodos y duerme acariciado por los sauces. Espejea cuando un pez se voltea sobre el vientre, como si se hubiera lanzado una moneda, y en cuanto llovizna se le pone carne de gallina.

Atrapa la imagen de los trigales móviles, de la apetitosa alfalfa y de los prados bordeados de riachuelos. Y al vuelo caza el aleteo de una golondrina o de un jilguero.

Se adentra en el bosque. Él mismo ignoraba que poseyera tan delicados sentidos. Al cabo de poco, impregnado de perfumes, no se le escapa ningún rumor, por sordo que éste sea, y para comunicarse con los árboles sus nervios se enzarzan con las nervaduras de las hojas.

Pronto se siente tan vibrante que le parece que perderá el sentido, percibe demasiado, fermenta, tiene miedo, abandona el bosque y sigue a distancia a los leñadores que regresan al pueblo.

Fuera contempla durante un instante, hasta que le estalla el ojo, el sol que al ponerse se desprende de sus luminosos ropajes sobre el horizonte y esparce nubes aquí y allá.

Finalmente, de nuevo en su casa, con la cabeza repleta, apaga la luz y antes de dormirse se recrea contando sus imágenes durante un buen rato.


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53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 224 visitas.

Publicado el 20 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Fábulas Fantásticas

Ambrose Bierce


Cuento, Fábula


1. El Principio Moral y el Interés Material

Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente tan estrecho que sólo permitía el paso de uno de los dos.

—¡Al suelo, cosa vil! —tronó el Principio Moral—. ¡Te pasaré por encima!

El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin hablar.

—Ah —dijo el Principio Moral, vacilante—, sorteemos quién se aparta y quién pasa primero.

El Interés Material mantuvo el cerrado silencio y la firme mirada.

—Para evitar un conflicto —prosiguió el Principio Moral, un poco incómodo—, me tiraré al suelo y tú me pasarás por encima.

Entonces el Interés Material encontró una voz, que por extraña coincidencia era la suya.

—Como alfombra no eres gran cosa —dijo—. Soy un poco exigente con lo que piso. Prefiero que te tires al agua.

Eso ocurrió.

2. La máquina voladora

Un Hombre Ingenioso que había construido una máquina voladora invitó a un grupo numeroso de personas a verla subir. A la hora señalada, con todo preparado, el hombre entró en la máquina y la puso en marcha. El aparato atravesó enseguida el suelo firme sobre el cual había sido construido y se hundió en la tierra perdiéndose de vista; el aeronauta apenas logró saltar fuera y ponerse a salvo.

—Bueno —dijo—, he hecho todo lo necesario para demostrar la corrección de mis cálculos. Los defectos —agregó, echando una mirada al suelo roto— son apenas básicos y fundamentales.

Tras esa declaración, los espectadores se le acercaron con donativos para construir una nueva máquina.

3. El Patriota Ingenioso

Tras obtener audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo:


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30 págs. / 54 minutos / 348 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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