Sócrates: Habiendo llegado la víspera de la llegada del
ejército de Potidea, tuve singular placer, después de tan larga
ausencia, en volver a ver los sitios que habitualmente frecuentaba.
Entré en la palestra de Taureas, frente por frente del templo del
Pórtico real, y encontré allí una numerosa reunión, compuesta de gente
conocida y desconocida. Desde que me vieron, como no me esperaban, todos
me saludaron de lejos. Pero Querefon, tan loco como siempre, se lanza
en medio de sus amigos, corre hacia mí, y tomándome por la mano:
—¡Oh Sócrates! dijo, ¿cómo has librado en la batalla?
Poco antes de mi partida del ejército había tenido lugar un combate bajo los muros de Potidea, y acababan de tener la noticia.
—Como ves, le respondí.
—Nos han contado, replicó, que el combate había sido de los más empeñados, y que habían perecido en él muchos conocidos.
—Os han dicho la verdad.
—¿Asististe a la acción?
—Allí estuve.
—Ven a sentarte, dijo, y haznos la historia de ella, porque ignoramos completamente los detalles.
En el acto, llevándome consigo, me hizo sentar al lado de
Critias, hijo de Callescrus. Me senté, saludé a Critias y a los demás, y
procuré satisfacer su curiosidad sobre el ejército, teniendo que
responder a mil preguntas.
Terminada esta conversación, les pregunté a mi vez qué era de la
filosofía, y si entre los jóvenes se habían distinguido algunos por su
saber o su belleza, o por ambas cosas. Entonces Critias, dirigiendo sus
miradas hacia la puerta y viendo entrar algunos jóvenes en tono de
broma, y detrás un enjambre de ellos:
—Respecto a la belleza, dijo, vas a saber, Sócrates, en este
mismo acto todo lo que hay. Esos que ves que acaban de entrar son los
precursores y los amantes del que, a lo menos por ahora, pasa por el más
hermoso. Imagino que no está lejos, y no tardará en entrar.
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