Sócrates: Clitofón, hijo de Aristonimo, me han dicho hace un
instante, que en una conversación que has tenido con Licias, has
criticado las discusiones filosóficas de Sócrates, y puesto en las nubes
las lecciones de Trasimaco.
Clitofón: Te han referido exactamente, Sócrates, lo que he
dicho de ti a Licias; si en unas cosas te he censurado, también te he
alabado en otras, y como veo en claro, que a pesar de tu aire de
indiferencia estás incomodado conmigo, seria conveniente, ya que estamos
solos, repetirte lo mismo que he dicho, y te desengañarás de que no soy
injusto para contigo. Indudablemente te han informado mal, y esta es la
causa de tu irritación. Pero si me permites decirte todo lo que pienso,
estoy pronto a hacerlo, y no te ocultaré nada.
Sócrates: No tendría razón para oponerme a tu deseo,
cuando éste redunda en mi provecho, porque evidentemente desde el
momento que me hagas ver el bien y el mal que residen en mí, procuraré
seguir el uno y huir del otro con todas mis fuerzas.
Clitofón: En este caso, escúchame. Me ha sucedido muchas
veces, Sócrates, que encontrándome contigo, me he dejado llevar de la
más viva admiración al oír tus discursos, y me ha parecido que hablabas
mejor que nadie, cuando reprendiendo a los hombres, como un dios que
aparece en lo alto de una máquina de teatro, exclamabas:
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