Textos más populares esta semana etiquetados como Filosofía disponibles | pág. 3

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De la Tranquilidad del Ánimo

Lucio Anneo Séneca


Filosofía, Tratado


Capítulo I

Haciendo de mí examen, en mí, oh amigo Sereno, se manifestaron unos vicios tan descubiertos que casi se podían cortar con la mano, y otros más escondidos y no continuados, sino que a ciertos intervalos volvían; y a éstos los tengo por molestísimos, porque, como enemigos vagos, asaltan en las ocasiones, sin dar lugar a estar prevenidos como en tiempo de guerra, ni descuidados como en la paz. Hállome en estado (justo es confesarte la verdad, como a médico) que ni me veo libre de estas culpas que temía y aborrecía, ni me hallo de todo punto rendido a ellas. Véome en tal disposición, que si no es la peor, es por lo menos lamentable y fastidiosa. Ni estoy enfermo ni tengo salud, y no quiero que me digas que los principios de todas las virtudes son tiernos, y que con el tiempo cobran fuerza; porque no ignoro que aun las cosas en que se trabaja por la estimación, como son las dignidades y la fama de elocuentes, con todo lo demás que pende de parecer ajeno, se fortifica con el tiempo, y que así las cosas que tienen verdaderas fuerzas como las que se dejan sobornar con alguna vanidad, esperan a que poco a poco las dé color la duración. Tras esto recelo que la misma costumbre que suele dar constancia a las cosas, no me introduzca más en lo interior los vicios. La conversación larga, así de bienes como de males, engendra amor. Cuál sea esta enfermedad del ánimo perplejo en lo uno y en lo otro, sin ir con fortaleza a lo bueno ni a lo malo, no lo podré mostrar tan bien diciéndolo junto, cuanto dividiéndolo en partes. Diréte lo que a mí me sucede; tú puedes dar nombre a la enfermedad. Estoy poseído de un grande amor a la templanza; así lo confieso. Agrádame la cama no adornada con ambición; no me agrada la vestidura sacada del cofre y prensada con mil tormentos que la fuercen a hacer diferentes visos, sino la casera y común, en que ni hubo cuidado de guardarla ni le ha de haber en ponerla.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 2.682 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Ideocracia

Miguel de Unamuno


Ensayo, filosofía, política


De la tiranías todas, la más odiosa me es, amigo Maeztu, la de las ideas; no hay cracia que aborrezca más que la ideocracia, que trae consigo, cual obligada secuela, la ideofobia, la persecución, en nombre de unas ideas, de otras tan ideas, es decir, tan respetables o tan irrespetables como aquéllas. Aborrezco toda etiqueta; pero si alguna me habría de ser más llevadera es la de ideoclasta, rompeideas. ¿Que cómo quiero romperlas? Como las botas, haciéndolas mías y usándolas.

El perseguir la emisión de esas ideas a que se llama subversivas o disolventes, prodúceme el mismo efecto que me produciría el que, en previsión del estallido de una caldera de vapor, se ordenase romper el manómetro en vez de abrir la válvula de escape. Al afirmar con profundo realismo Hegel que es todo idea, redujo a su verdadera proporción a las llamadas por antonomasia ideas, así como al comprender que es milagroso todo cuanto nos sucede, se nos muestran, a su más clara luz, los en especial llamados milagros.

Idea es forma, semejanza, species… ¿Pero forma de qué? He aquí el misterio: la realidad de que es forma, la materia de que es figura, su contenido vivo. Sobre este misterio giró todo el combate intelectual de la Edad Media; sobre él sigue girando hoy. La batalla entre individualistas y socialistas es, en el fondo lógico, la misma que entre nominalistas y realistas. Esto en el fondo lógico; pero ¿y en el vital? Porque es la forma especial de vida de cada uno lo que le lleva a la mente tales o cuales doctrinas.

¿Que las ideas rigen al mundo? Apenas creo en más idea propulsora del progreso que en la idea-hombre, porque también es idea, esto es, apariencia y forma cada hombre; pero idea viva, encarnada; apariencia que goza y vive y sufre, y que, por fin, se desvanece con la muerte.


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11 págs. / 20 minutos / 301 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Critón

Platón


Diálogo, Filosofía


Sócrates: ¿Cómo vienes tan temprano, Critón? ¿No es aún muy de madrugada?

Critón: Es cierto.

Sócrates: ¿Qué hora puede ser?

Critón: Acaba de romper el día.

Sócrates: Extraño que el alcaide te haya dejado entrar.

Critón: Es hombre con quien llevo alguna relación; me ha visto aquí muchas veces, y me debe algunas atenciones.

Sócrates: ¿Acabas de llegar, o hace tiempo que has venido?

Critón: Ya hace algún tiempo.

Sócrates: ¿Por qué has estado sentado cerca de mí sin decirme nada, en lugar de despertarme en el acto que llegaste?

Critón: ¡Por Júpiter! Sócrates, ya me hubiera guardado de hacerlo. Yo, en tu lugar, temería que me despertaran, porque sería despertar el sentimiento de mi infortunio. En el largo rato que estoy aquí, me he admirado verte dormir con un sueño tan tranquilo, y no he querido despertarte, con intención, para que gozaras de tan bellos momentos. En verdad, Sócrates, desde que te conozco he estado encantado de tu carácter, pero jamás tanto como en la presente desgracia, que soportas con tanta dulzura y tranquilidad.

Sócrates: Sería cosa poco racional, Critón, que un hombre, a mi edad, temiese la muerte.

Critón: ¡Ah¡ ¡cuántos se ven todos los días del mismo tiempo que tú y en igual desgracia, a quienes la edad no impide lamentarse de su suerte!

Sócrates: Es cierto, pero en fin, ¿por qué has venido tan temprano?

Critón: Para darte cuenta de una nueva terrible, que, por poca influencia que sobre ti tenga, yo la temo; porque llenará de dolor a tus parientes, a tus amigos; es la nueva más triste y más aflictiva para mí.

Sócrates: ¿Cuál es? ¿Ha llegado de Delos el buque cuya vuelta ha de marcar el momento de mi muerte?


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16 págs. / 28 minutos / 2.759 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

De la Constancia del Sabio

Lucio Anneo Séneca


Filosofía, Tratado


Capítulo I

No sin razón me atreveré a decir, oh amigo Sereno, que entre los filósofos estoicos y los demás profesores de la sabiduría hay la diferencia que entre los hombres y las mujeres; porque aunque los unos y los otros tratan de lo concerniente a la comunicación y compañía de la vida, los unos nacieron para imperar y los otros para obedecer. Los demás sabios son como los médicos domésticos y caseros, que aplican a los cuerpos medicamentos suaves y blandos, no curando como conviene, sino como les es permitido. Los estoicos, habiendo entrado en varonil camino, no cuidan de que parezca ameno a los que han de caminar por él, tratan sólo de librarlos con toda presteza de los vicios, colocándolos en aquel alto monte que de tal manera está encumbrado y seguro, que no sólo no alcanzan a él las flechas de la fortuna, sino que aun les está superior. Los caminos a que somos llamados son arduos y fragosos, que en los llanos no hay cosa eminente; pero tras todo eso, no son tan despeñaderos como muchos piensan. Solas las entradas son pedregosas y ásperas, y que parece están sin senda, al modo que sucede a los que de lejos miran las montañas, que se les representan ya quebradas y ya unidas, porque la distancia larga engaña fácilmente la vista; pero en llegando más cerca, todo aquello que el engaño de los ojos había juzgado por unido, se va poco a poco mostrando dividido; y lo que desde lejos parecía despeñadero, se descubre en llegando ser un apacible collado. Poco tiempo ha que hablando de Marco Catón te indignaste (porque eres mal sufrido de maldades) de que el siglo en que vivió no le hubiese llegado a conocer, y que habiéndose levantado sobre los Césares y Pompeyos, le hubiesen puesto inferior a los Vatinios.


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24 págs. / 43 minutos / 2.312 visitas.

Publicado el 18 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

El Político

Baltasar Gracián


Tratado, Política, Filosofía, Biografía


Preliminares

Censura

Del Doctor Pedro de Abella, catedrático de artes en la universidad de Zaragoza

Por comisión del señor doctor Juan Perat, canónigo de la santa iglesia metropolitana de la Seo de Zaragoza, y en lo espiritual y temporal vicario general por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Pedro Apaolaza, arzobispo de Zaragoza, del Consejo de Su Majestad, etc., he leído al Católico Fernando, que renaciendo en nuevas memorias podrá servir de ejemplo a los príncipes y de idea a los mayores monarcas. Ofrécelo su Autor ilustrado con erudición curiosa, enseñanza advertida y política prudente, sin haber en él algo que pueda deslucir el renombre de católico, ni ofender a las buenas costumbres. Así lo siento, en Zaragoza, en Palacio, a 9 de noviembre 1640.

El Doctor Pedro de Abella

Licencia

Doy licencia para que se imprima. En Zaragoza, a 12 de noviembre, 1640.

El Doctor Juan Perat,
Oficial y Vicario General

Censura

Del doctor Juan Francisco Andrés de Uztarroz de orden del Excelentísimo Señor Duque de Nochera, Príncipe de Scila, lugarteniente y capitán general en los reinos de Aragón y Navarra

Eterniza las memorias, señor excelentísimo, del glorioso rey don Fernando II de Aragón y V de Castilla este breve diseño de sus heroicas acciones, coloriendo artificiosamente Lorenzo Gracián con el ingenioso pincel de su pluma, no sólo su idea, pero dibuja, en diferentes lejos y distancias, las virtudes y deliquios de otros príncipes. Gloriarse puede la villa de Sos por haber nacido en ella, en la antigua casa de los Sadas, príncipe tan singular, cuya dicha pudieran envidiar muchas ciudades.


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48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 1.221 visitas.

Publicado el 18 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Primer Alcibíades

Platón


Diálogo, Filosofía


Sócrates: Hijo de Clinias, estarás sorprendido de ver, que habiendo sido yo el primero a amarte, sea ahora el último en dejarte; que después de haberte abandonado mis rivales, permanezca yo fiel; y en fin, que teniéndote los demás como sitiado con sus amorosos obsequios, sólo yo haya estado sin hablarte por espacio de tantos años. No ha sido ningún miramiento humano el que me ha sugerido esta conducta, sino una consideración por entero divina, que te explicaré más adelante. Ahora que el Dios no me lo impide, me apresuro a comunicarme contigo, y espero que nuestra relación no te ha de ser desagradable para lo sucesivo. En todo el tiempo que ha durado mi silencio, no he cesado de mirar y juzgar la conducta que has observado con mis rivales; entre el gran número de hombres orgullosos que se han mostrado adictos a ti, no hay uno que no hayas rechazado con tus desdenes, y quiero explicarte la causa de este tu desprecio para con ellos. Tú crees no necesitar de nadie, tan generosa y liberal ha sido contigo la naturaleza, comenzando por el cuerpo y concluyendo con el alma. En primer lugar te crees el más hermoso y más bien formado de todos los hombres, y en este punto basta verte para decir que no te engañas. En segundo lugar, tú te crees pertenecer a una de las más ilustres familias de Atenas, Atenas que es la ciudad de mayor consideración entre las demás ciudades griegas. Por tu padre cuentas con numerosos y poderosos amigos, que te apoyarán en cualquier lance, y no los tienes menos poderosos por tu madre. Pero a tus ojos el principal apoyo es Pericles, hijo de Xantippo, que tu padre dio por tutor a tu hermano y a ti, y cuya autoridad es tan grande, que hace todo lo que quiere, no sólo en esta ciudad, sino en toda la Grecia y en las demás naciones extranjeras. Podría hablar también de tus riquezas, si no supiera que en este punto no eres orgulloso.


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50 págs. / 1 hora, 27 minutos / 1.301 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

De la Clemencia

Lucio Anneo Séneca


Filosofía, Tratado


Parte 1

I

Me he propuesto escribir de la clemencia, oh Nerón César, para servirte a manera de espejo, y, mostrándote a ti mismo, hacerte llegar al goce más eminente. Que si bien es cierto que el verdadero fruto de las buenas acciones está en haberlas realizado, y no se encuentra premio digno de la virtud fuera de ella misma, dulce es, sin embargo, la contemplación y examen de la buena conciencia, y después de dirigir la vista a esa multitud inmensa, discordante, sediciosa, desenfrenada, dispuesta a lanzarse tanto a la pérdida de otros como a la suya propia, si consiguiese romper su yugo, poder decirse: «Yo soy el preferido de todos los mortales, elegido para desempeñar en la tierra las veces de los dioses; yo soy el árbitro de la vida y la muerte en las naciones, teniendo en mi mano la suerte y condición de cada uno. Lo que la fortuna quiere dar a cada mortal, lo declara por mi boca; de mi respuesta depende la alegría de los pueblos y ciudades. Ninguna parte de la tierra florece sino por mi voluntad y mi favor. Esos millares de espadas que mi paz mantiene ociosas, brillarán a una señal mía: tales naciones quedarán destruidas, tales serán trasladadas, tales recibirán la libertad, aquellas la perderán, aquellos reyes serán esclavos, tales cabezas recibirán la real diadema, tales ciudades se destruirán y tales otras se edificarán; todo esto está en mi mano. Con este poder sobre las cosas, no me he visto arrastrado a mandar suplicios injustos, ni por la ira, ni por la fogosidad juvenil, ni por la temeridad y obstinación de los hombres, que frecuentemente destierran la paciencia de los pechos más tranquilos: ni tampoco por esa gloria cruel que consiste en ostentar el poder por el terror, gloria que con tanta frecuencia ambicionan los dueños de los imperios.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 1.211 visitas.

Publicado el 18 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Eutifrón

Platón


Diálogo, Filosofía


Eutifrón: ¿Qué novedad, Sócrates? ¿Abandonas tus hábitos del Liceo para venir al pórtico del Rey? Tú no tienes, como yo, procesos que te traigan a aquí.

Sócrates: Lo que me trae aquí es peor que un proceso, es lo que los atenienses llaman negocio de Estado.

Eutifrón: ¿Qué es lo que me dices? Precisamente alguno te acusa; porque jamás creeré que tú acuses a nadie.

Sócrates: Seguramente que no.

Eutifrón: ¿Es otro el que te acusa?

Sócrates: Sí.

Eutifrón: ¿Y quién es tu acusador?

Sócrates: Yo no le conozco bien; me parece ser un joven, que no es conocido aún, y que creo se llama Melito, de la villa de Pithos. Si recuerdas algún Melito de Pithos de pelo laso, barba escasa y nariz aguileña ese es mi acusador.

Eutifrón: No le recuerdo, Sócrates. ¿Pero cuál es la acusación que intenta contra ti?


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22 págs. / 38 minutos / 1.206 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Elogio de la locura

Erasmo de Rotterdam


Filosofía, Religión


Capítulo I

Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres. Y de ello es prueba poderosa, y lo representa bien, el que apenas he comparecido ante esta copiosa reunión para dirigiros la palabra, todos los semblantes han reflejado de súbito nueva e insólita alegría, los entrecejos se han desarrugado y habéis aplaudido con carcajadas alegres y cordiales, por modo que, en verdad, todos los presentes me parecéis ebrios de néctar no exento de nepente, como los dioses homéricos, mientras antes estabais sentados con cara triste y apurada, como recién salidos del antro de Trofonio.

Al modo que, cuando el bello sol naciente muestra a las tierras su áureo rostro, o después de un áspero invierno el céfiro blando trae nueva primavera, parece que todas las cosas adquieran diversa faz, color distinto y les retorne la juventud, así apenas he aparecido yo, habéis mudado el gesto. Mi sola presencia ha podido conseguir, pues, lo que apenas logran los grandes oradores con un discurso lato y meditado que, a pesar de ello, no logra disipar el malhumor de los ánimos.

Capítulo II

En cuanto al motivo de que me presente hoy con tan raro atavío, vais a escucharlo si no os molesta prestarme oídos, pero no los oídos con que atendéis a los predicadores, sino los que acostumbráis a dar en el mercado a los charlatanes, juglares y bufones, o aquellas orejas que levantaba antaño nuestro insigne Midas para escuchar a Pan.


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107 págs. / 3 horas, 8 minutos / 806 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.

El Caminante y su Sombra

Friedrich Nietzsche


Filosofía


Introducción

La sombra.—Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quiero ofrecerte la oportunidad de que lo hagas.

El caminante.—¿Quién es? ¿Dónde hablan? Me parece que me oigo hablar, aunque con una voz más débil que la mía.

La sombra.—(Tras una pausa) ¿No te agrada tener la oportunidad de hablar?

El caminante.—¡Por Dios y por el resto de cosas en las que no creo! ¡Es mi sombra la que habla!: la estoy oyendo, pero no me lo creo.

La sombra.—Supongamos que así es. No pienses más en eso. Dentro de una hora habrá acabado todo.

El caminante.—En eso precisamente estaba yo pensando, cuando en un bosque de los alrededores de Pisa vi unos camellos, primero dos y luego cinco.

La sombra.—Bueno será que tanto tú como yo seamos igualmente pacientes con nosotros mismos, una vez que nuestra razón guarda silencio; de este modo, no usaremos palabras agrias en nuestra conversación, ni nos pondremos reticentes el uno con el otro si no nos entendemos. Si no se sabe dar una respuesta completa, basta con decir algo; es la condición que pongo para charlar con alguien. En toda conversación un tanto larga, el más sabio dice por lo menos una locura y tres estupideces.

El caminante.—Lo poco que exiges no es muy halagador para el que te escucha.

La sombra.—¿Es que tengo que adularte?

El caminante.—Yo creía que la sombra del hombre era su vanidad y que, en tal caso, no preguntaría si había de adular.

La sombra.—Por lo que yo sé, la vanidad del hombre no pregunta, como he hecho yo dos veces, si puede hablar: habla siempre.


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142 págs. / 4 horas, 9 minutos / 5.220 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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